El gigante asiático, principal vertedero del mundo, ha prohibido la importación de basura extranjera, una decisión que obliga a los países exportadores a replantearse el modelo de consumo y reciclaje de plásticos.
Es probable que en la imagen que encabeza esta información usted vea sólo una montaña de basura de algún lejano y contaminado país. Lo que no se intuye tan fácilmente es que se trata de su propia basura, la que usted arrojó al contenedor de su civilizada ciudad.
China, donde el fotógrafo Fred Dufour tomó esta instantánea en septiembre de 2015, era hasta hace dos semanas el gran vertedero del planeta. Hasta allí iban a parar cada año millones de toneladas de residuos, sobre todo papel y plásticos, que otros países -en su mayor parte desarrollados- no eran capaces de gestionar. El gigante asiático, ávido de materias primas, compraba el material para su reciclaje en fábricas altamente contaminantes y a menudo de condiciones precarias. Las naciones occidentales, por su parte, daban salida a unos desechos que no sólo les reportaban beneficios, sino que además les permitían lucir dignos porcentajes de reciclaje en sus estadísticas medioambientales. Hasta ahora.
Una nueva ley china que entró en vigor el uno de enero ha prohibido la importación de residuos desde terceros países, principalmente papel, plásticos, varios tipos de escoria de minas y restos textiles, en un intento del Gobierno de Pekín por mejorar su maltrecha reputación medioambiental. Pero la decisión supone un reto importante para los países exportadores, porque la dependencia de ese gran patio trasero de la basura -muy en especial del plástico- en el que se había convertido China, es enorme.
Un vistazo a los datos arroja cifras descomunales. Sólo el año pasado, China importó 7,3 millones de toneladas de residuos plásticos del exterior, sobre todo provenientes de Europa, EEUU y Japón. Reino Unido exporta allí el 65% de su plástico y en Irlanda la cifra alcanza el 95%. España, aunque en proporciones más pequeñas, también se ve afectada: según la Federación Española para la Recuperación y el Reciclaje, nuestro país derivó a China un millón de toneladas de residuos, de las que 138.417 (un 13%) eran plásticos. La pregunta ahora es: ¿qué hacemos con toda esa basura?
Mientras la industria del reciclaje mundial ve como «únicas alternativas viables» derivar estos excedentes a nuevos mercados como Turquía, India, Malasia, Vietnam o Tailandia -con mucha menos capacidad de recepción- no son pocos quienes interpretan la decisión china como una evidencia clara de los límites y defectos de un sistema que es necesario revisar.
«Esto lo que desvela es que el sistema no está funcionado. En lugar de plantearse el modelo de producción de plásticos o prohibir algunos materiales de mala calidad que en el 99% de los casos acaban en incineradoras, lo que se ha conseguido en las últimas décadas es incentivar el consumo, con la excusa del reciclaje», denuncia Alodia Pérez, responsable del área de recursos de Amigos de la Tierra.
Aunque esta semana la Comisión Europea anunció por primera vez su intención de crear un impuesto al plástico para reducir su uso, las políticas europeas se han basado hasta ahora en un plan de economía circular enfocado sobre todo en el reciclaje.
Un informe de la Agencia Europea del Medio Ambiente reconoce, de hecho, que «al fijar objetivos de reciclado», la política de la UE ha terminado favoreciendo el traslado de residuos a terceros países. Entre 1995 y 2007, la cantidad de envases de plástico europeos que se reciclaron aumentó de 10 a 14 millones de toneladas, mientras que la cantidad de los que terminaban en Asia se había multiplicado por 11.
La otra gran asignatura pendiente está, según Julio Barea, de Greenpeace, en un «desastroso» modelo de reciclaje que termina siendo muy ineficaz.
Lo lógico sería pensar que la basura que uno deposita en el contenedor amarillo va directa al reciclaje. Pero esto no sucede exactamente así. Las plantas recogen ese material y lo almacenan en paquetes de plástico prensado. Pero para poder darle una segunda vida a todos esos desechos se necesita de alguien que quiera comprarlos para su reutilización. Y aquí surge el problema, porque muchos de ellos son de tan mala calidad o llegan tan mezclados y sucios, que el precio se encarece y no compensa reciclarlos. Es así como parte de ellos terminan en vertederos o exportados a países que sí estaban interesados, como China.
«Hay que reinventarse. Una manera es volver a vender los envases con un depósito, así te aseguras de que el 100% se va a recuperar, y lo que recoges tiene tan buena calidad que se puede reutilizar», dice Barea. «Es una oportunidad de replantearnos qué está pasando, porque estamos utilizando recursos ilimitados en un planeta que es limitado. No hay ni un solo océano que esté libre de plásticos«, recuerda.
Fuente: http://www.publico.es/sociedad/plastico-toneladas-plastico-china-no-quiere.html