(Mapa de tropas destinadas a misiones en el exterior. Fuente: Ministerio de Defensa) «Para el capitalismo la guerra no sólo es una demostración de arrogancia y prepotencia sino un negocio en sí mismo y la herramienta para doblegar y conquistar nuevos recursos y mercados» (Diego García, «La revolución de las conciencias») Desde nuestra entrada de […]
Se nos infunde, además, que estos militares destinados en el extranjero en las diversas misiones en las que «colaboramos», representan la cara visible de la política exterior española. De hecho, así exactamente lo expresó la ex Ministra de Defensa Mª Dolores de Cospedal en uno de sus discursos ante la tropa destacada en Irak, tal como explica este artículo del Colectivo antimilitarista Utopía Contagiosa. Lo malo es que estas frases calan en el imaginario colectivo del pueblo, y comienza a identificarse la política exterior de nuestro país con la agresión militar y con el envío de tropas al exterior, «todo un despropósito y una burda asimilación«, como indican los autores del citado artículo. Con el tiempo, y con el aumento progresivo de nuestra participación en estas misiones, la cara con la que nos identifican y con la que nos visibilizamos consiste en un ejército en misiones de guerra en el exterior, pero eso sí, disfrazado de «acciones de reconstrucción» o de «misiones de paz». Es triste esta asimilación y esta ausencia real de política exterior (en realidad nuestra política exterior es la de la imperialista Unión Europea), en vez de poder asimilarnos con venturosas hazañas de cooperación, de ayuda al desarrollo, o de complicidad con los países que están intentando aspirar a modelos de mayor justicia social. Hace ya décadas que nuestra política exterior es nula, absolutamente inexistente. Tan sólo nos queda ser un (mal) eslabón con los países de América Latina, pero también ahí nos quedamos con el paso cambiado, apoyando los desmanes de los Gobiernos neoliberales más desalmados con su población, como son los casos actuales de Brasil o Argentina.
En el fondo, como decimos, lo que existe es una clara subordinación de la política exterior al militarismo dominante, cuando en realidad, nuestros militares desplazados en los diversos escenarios de conflicto no constituyen en absoluto ninguna cara visible de la política exterior, sino más bien su cara más terrible y deplorable. Con unos Ejércitos que no han sido democratizados desde la dictadura franquista, nos sumamos a este criminal negocio de la guerra participando en las diversas incursiones donde se nos «necesita», alimentando los beneficios del ya inmenso complejo militar-industrial-tecnológico mediante la adquisición y exportación de armamento, como fieles perritos falderos de la OTAN y el devastador imperialismo yanki. Y cuando sufrimos atentados terroristas en nuestro suelo, también nos sumamos al indecente y engañoso discurso que aduce que los terroristas «vienen a atacar nuestro sistema de libertades y nuestros valores«, en un ejercicio de claro y peligroso cinismo colectivo. Pero por si no lo tenemos claro, vamos a repasar, con la ayuda de este magnífico artículo de Purificación González de la Blanca, de la organización «Ojos para la Paz», las diversas misiones militares españolas en el exterior, así como sus objetivos e intereses reales. En cómputo total, España participa con 2.422 militares en más de 17 misiones internacionales, más las del continente americano, dedicadas a colaborar con el expolio de los países imperialistas hacia los países más vulnerables, así como al cerco y provocación a Rusia. Todo este despliegue se realiza desde un país, el nuestro, que recorta sistemáticamente en los servicios públicos del Estado del Bienestar, y que precariza constantemente el trabajo y las prestaciones sociales de todo tipo. Por ejemplo, mientras se vacía la hucha de las pensiones públicas, se incrementan en un 50% los gastos militares.
En cuanto al gasto que nuestra presencia militar en el extranjero supone, en 2017 ya superó la cifra de mil millones de euros, tal como indica el colectivo de referencia en este artículo. Como vemos, además de constituir una política agresiva e intervencionista, resulta una política muy cara. Se trata además de una partida opaca de nuestro gasto militar, que es de por sí el gasto más oculto y repartido de todo el Presupuesto General del Estado (PGE). Los autores explican además: «Hay que criticar la cifra de gasto, pero más aún la razón de ser, el «para qué» se usa este dineral, tanto el uso supuesto (operaciones en el exterior) que encubren una política exterior militarizada y agresiva que cuenta con más medios que cualquier otra dimensión de la política exterior del Estado, como el uso real (que se aprovecha además para exhibir armamento español con vistas a la venta de armas en la que somos la sexta potencia exportadora mundial, así como para camuflar gasto de operatividad y de reparaciones de las fuerzas armadas que no aparece en el presupuesto del Ministerio de Defensa y para incentivar el sueldo de los soldados que participan en todo esto)«. El hecho es que somos el segundo contribuyente militar europeo en número de tropas destinadas en el exterior, y el cuarto de la ONU, un hecho inaudito y vergonzoso que da idea de la alienante sociedad que estamos diseñando. Porque además, mientras hacemos todo esto, recortamos fondos destinados a la Cooperación Internacional, a la Ayuda al Desarrollo, o a la solidaridad con otros pueblos. El resultado de la ecuación es desalentador, escandaloso e indecente. Y lo peor es que la resistencia y oposición social a estas políticas militaristas es la menos consistente de todas. Salvo el Colectivo ANEMOI de militares demócratas, y el conjunto de colectivos antimilitaristas y pacifistas de nuestro país, carecemos de una auténtica marea ciudadana que exprese su rotunda oposición al avance del militarismo en nuestras sociedades. Y en cualquier caso, hay que abrir un profundo debate social que se plantee las verdaderas razones del avance continuo del militarismo.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.