Ya sabía yo que, al final, saltaría alguno. Han sido demasiados años de loas, aplausos y medallas al carnicero de Intxaurrondo como para mantener sepulcral silencio ante su puesta en libertad. Y Jaime Campmany no defraudó en las páginas del «Abc»del Grupo Vocento. Según el vetusto franquistón «lo menos que podía hacer el Gobierno socialista […]
Ya sabía yo que, al final, saltaría alguno. Han sido demasiados años de loas, aplausos y medallas al carnicero de Intxaurrondo como para mantener sepulcral silencio ante su puesta en libertad. Y Jaime Campmany no defraudó en las páginas del «Abc»del Grupo Vocento. Según el vetusto franquistón «lo menos que podía hacer el Gobierno socialista con Rodríguez Galindo, el general de Inchaurrondo, era lo que ha hecho. O sea, sacarlo de la madrastra, dejar que cumpla la condena en su casa y que goce de alguna libertad, aunque no sea completa». Lo dice Campmany y lo piensan muchos en parecidos términos:»lo hecho bien hecho está, porque es el suyo un caso tan escandaloso y evidente de injusticia que la misericordia del Gobierno de Zapatero, heredero de aquel de Felipe González, estaba cantada. Demasiado ha tardado y si no ha venido antes, pienso yo, será para no dar tan pronto el cante de la palinodia».
No se indigne aún la lectora o el lector porque hay materia para un buen rato:»He leído que el ex general Galindo disfrutaba en la cárcel de algunos privilegios que suavizaban un poco el severo trato de la prisión y dulcificaban en una leve medida la terrible pérdida de la libertad. Por lo visto el régimen penitenciario abría con él la mano y permitía un número de visitas más amplio y otras consideraciones. Al fin y al cabo, todas esas caridades no hacían otra cosa que aliviar, aunque no remediar, la injusticia».
Sucede que al carnicero de Intxaurrondo, Campmany le llama «expeditivo general de Inchaurrondo» y reconoce que tal vez mereciera la condena recibida porque «la intención y el fin perseguido por ese terrorismo (de Estado) pueden ser buenos; los medios, no tanto».
Condescendiente, el escritor de «Abc» cree que en lo que describe como «desdichada y siniestra historia de los ‘Gal'», el que estaba desde un principio pagando el precio más duro era precisamente Rodríguez Galindo. «No sólo es que ha pagado el precio más alto y la condena más inclemente; es que al cabo de los años se ha quedado como el único pagano de un delito terrible, que antes de ser suyo fue de todo un Gobierno».
Y proclama el fascistón:»El delito de Galindo fue obedecer a un Gobierno». Pues no, Campmany. El delito de Galindo fue ordenar el secuestro, la tortura y la muerte de, por lo menos, dos jóvenes. Vascos, claro.