La flota de caza de ballenas de Japón llegó al océano Antártico, mientras activistas contrarios a esta práctica prometen hundir cualquier nave que intente matar a estos mamíferos acuáticos. «Lo que hacen los balleneros japoneses es ilegal según la Carta Mundial de la Naturaleza de la Organización de las Naciones Unidas (ONU)», dijo Paul Watson, […]
La flota de caza de ballenas de Japón llegó al océano Antártico, mientras activistas contrarios a esta práctica prometen hundir cualquier nave que intente matar a estos mamíferos acuáticos.
«Lo que hacen los balleneros japoneses es ilegal según la Carta Mundial de la Naturaleza de la Organización de las Naciones Unidas (ONU)», dijo Paul Watson, fundador de la Sea Shepherd Conservation Society (Sociedad de Conservación Pastor Marino).
«También es un asesinato», declaró a Tierramérica desde Melbourne, Australia, donde está estacionado su buque Farley Mowat.
Watson dijo haber hundido 10 barcos de caza de ballenas en los últimos 20 años. En los próximos días, el Farley Mowat y otra nave de su organización utilizarán un helicóptero y un avión ultraliviano para ubicar buques japoneses e intentar impedir que maten ballenas.
La organización ambientalista Greenpeace también está enviando dos barcos para documentar lo que ocurre y acosar a los balleneros.
Alegando que es con fines científicos que matarán 935 ballenas minke (Balaenoptera acutorostrata) y 10 de aleta (Balaenoptera physalus) –en riesgo de extinción–, los japoneses eludieron una prohibición global de 1986 sobre la caza comercial de estos animales. Y también ignoraron el hecho de que la mayor parte del océano Antártico fue designado santuario internacional de ballenas.
Los científicos señalan que desde 1987 Japón usa sus supuestos fines científicos como pretexto para continuar vendiendo y comiendo carne de ballena. «Las naciones balleneras dicen estar matando con propósitos científicos, pero a menudo los tamaños de las muestras de las especies diezmadas son demasiado pequeños para responder preguntas científicas serias», dijo a Tierramérica Bruce Mate, director del Programa de Mamíferos Marinos de la Universidad Estatal de Oregon.
«Como todas las ballenas terminan yendo al mercado, muchos ven su caza con fines científicos como un medio para mantener en funcionamiento el negocio de la caza comercial durante la moratoria», aseguró Mate.
Irónicamente, el público japonés no está particularmente interesado en comer carne de ballena, según Beatriz Bugeda, directora para América Latina del Fondo Internacional para el Bienestar de los Animales y su Hábitat.
«Este otoño boreal Islandia reanudó de modo limitado la caza comercial de ballenas y tiene congeladores llenos de carne de estos animales que ni siquiera los japoneses quieren», dijo Bugeda a Tierramérica desde Ciudad de México.
«No hay mercado para la carne de ballena. Las ballenas valen mucho más vivas que muertas», aseguró.
El avistamiento de ballenas constituye una enorme industria en todo el mundo, especialmente a lo largo de las costas del Pacífico de América del Norte y América Latina.
Esa práctica crece «exponencialmente» en América Latina, según Bugeda. Es una fuente muy importante de ingresos para muchas aldeas costeras de México, Chile y otros países. A menudo es la única fuente de ingresos donde la pesca ha decaído, señaló.
Varias especies de ballenas viven a lo largo de la costa del Pacífico y lentamente van aumentando gracias a la prohibición de su caza comercial.
Baja California, en México, es la principal área de cría de la ballena gris del Pacífico (Eschrichtius robustus), que ahora cuenta con unos 25.000 ejemplares. Su población histórica puede haber sido por lo menos 10 veces mayor.
Nuevos métodos de análisis de ADN (ácido desoxirribonucleico) mostraron que las ballenas eran muchas más de lo que se creía.
Steve Palumbi, de la Universidad de Stanford, en California, reveló que las ballenas jorobadas (Megaptera novaeangliae) pueden haber contabilizado 1,5 millones antes de su caza comercial, en vez de los 100.000 que los expertos creían que existían. Hoy quedan unas 20.000 en el mundo.
Se cree que la ballena azul (Balaenoptera musculus), que mide unos 30 metros de largo y pesa 175 toneladas, es el animal más grande que haya vivido sobre la Tierra. Otrora abundante en los océanos, hoy quedan tal vez 12.000 ejemplares, 25 por ciento de las cuales habitan a lo largo de la línea costera México-California.
«En una época los científicos pensaron que las azules eran tan pocas que no serían capaces de encontrarse para reproducirse», dijo Mate, experto en esa variedad.
Los registros muestran que entre 330.000 y 360.000 ballenas azules fueron muertas en el océano Antártico solamente en el siglo XX. Hoy podrían quedar allí 1.000 de estos animales.
A esta escasez se debió la atención mundial que concitó la documentación presentada en 2003 por Rodrigo Hucke-Gaete, de la Universidad Austral de Chile, sobre un nuevo semillero de ballenas azules en el golfo de Corcovado, cerca de la isla de Chiloé.
Unas 150 ballenas azules fueron vistas y se propuso un área marina y costera protegida para la región. Proteger el hábitat crítico es crucial para la recuperación de todas las ballenas, dijo Mate, quien trabajó con Hucke-Gaete para clasificar ballenas azules en el golfo de Corcovado.
La recuperación llevará muchas décadas, si no un siglo, para muchas poblaciones de ballenas, agregó. Durante los próximos tres meses, los balleneros japoneses perseguirán en el océano Antártico a las pequeñas minke, de entre seis y siete toneladas.
Se desconoce la población real de esta variedad. Tal vez contabilicen de 175.000 a 200.000 en la región. Japón se guía por datos de 1988 que sugieren 750.000.
Este año se suma a la polémica nueva información sobre la inteligencia de las ballenas.
Científicos del New York Consortium in Evolutionary Primatology (Consorcio de Nueva York sobre primatología evolucionista) descubrieron células fusiformes en los cerebros de ballenas grandes. Hasta ahora, estas células, que se cree juegan un rol importante a la hora de experimentar amor y otras emociones, solamente habían sido halladas en los cerebros de humanos y de monos grandes. Y las ballenas poseen el triple que los humanos.
«Pienso que ellas son más inteligentes que nosotros, ciertamente en términos de su capacidad para vivir en armonía con su entorno», opinó Watson.
Como ningún país actuará para impedir la matanza de ballenas, Watson y sus voluntarios harán lo posible para protegerlas, incluyendo atacar a sus cazadores.
«No saldremos a colgar carteles y tomar fotografías», ironizó.
* El autor es corresponsal de IPS. Este artículo fue publicado originalmente el 23 de diciembre por la red latinoamericana de diarios de Tierramérica.