Recomiendo:
0

29-S: la privatización del combate obrero

Fuentes: Rebelión

Se ha dicho de todo. Su preparación, transcurso, incidencia y repercusiones se han valorado desde la ultramontana derecha mediática a la contrariada y reblandecida izquierda sindical. Y es que esta huelga si algo ha tenido es difusión mediática y análisis al por mayor. Todos hemos encontrado la justificación pertinente en función de lo que ese […]

Se ha dicho de todo. Su preparación, transcurso, incidencia y repercusiones se han valorado desde la ultramontana derecha mediática a la contrariada y reblandecida izquierda sindical. Y es que esta huelga si algo ha tenido es difusión mediática y análisis al por mayor. Todos hemos encontrado la justificación pertinente en función de lo que ese día hicimos. Tanto para los que paramos como para los que no pararon, el mercado ideológico y analítico desplegado por el acontecimiento ha puesto a disposición de todos nosotros la razón oportuna, la justificación pertinente. De esta manera se ha desplazado la centralidad del combate obrero y de las clases productivas, que no es otro que la huelga general, hacia la periferia individualizada de las razones que sustentaron o no la oportunidad del 29S.

Digo esto porque las motivaciones, los elementos decisorios y disuasorios que han impulsado a unos y otros a parar o no parar se han centrado en el terreno íntimo de las conveniencias, de los encajes privados en función de las pertenencias a un u otro sindicato y en función de las condiciones particulares de cada uno. Atrás quedaron las ideologías de clase, las unidades de acción, los grandes principios que movilizaron las huelgas históricas y más lejos aún quedó la unidad de la clase trabajadora en un escenario donde el trabajo no es ya la centralidad de nuestras vidas. Por escaso o por frágil.

Quizás no importe ya saber si la huelga ha sido un éxito o no. Todo parece indicar que no, al menos el esperado, para regocijo del ultrapopulismo derechista y contrición del lamentalismo sindical de guante blanco. Quizás todos sabíamos que Zapatero no iba a dar su brazo a torcer. Porque cada día que pasa se admite con mayor naturalidad que nada importa más allá de garantizar la solidez bancaria y mantener la escandalosa hegemonía de los mercados financieros. Esto es lo que hay. Juega la banca.

¿Qué ha pasado entonces? ¿Qué razones explican la desmovilización real de las clases medias, del funcionariado, de ciertos sectores terciarios, de un importantísimo número de obreros a pie de obra, de tres millones de precarizados y de esos cuatro millones de desempleados que tampoco salieron a la calle el 29S?

He aquí una serie de claves, tal vez haya más, que bien pudieran explicar esta involución desmovilizadora que nos conducirá definitivamente – si no se remedia- al debilitamiento de la fuerza sindical, cuando no a su desaparición. Esta es la apuesta del PP

Hoy el tardocapitalismo no afecta por igual a todos los trabajadores, no genera desigualdades uniformes entre toda la ciudadanía obrera y productiva. El capitalismo global lo que hace, por su carácter competitivo, es diferenciar las desigualdades. De ahí que no produzca un reagrupamiento de todas sus víctimas buscando un frente común. Porque también compiten entre sí al estar situadas en diferentes niveles de explotación. No tienen la misma disposición vital ni ideológica el funcionario que cobra 2300 euros mensuales o el obrero fijo de fábrica que, tras «meter» unas horas acumula un sueldo final de 2000 euros o la cajera del súper que cobra 750 absolutamente precarizada o esa vecina mía que trabaja nueve días al mes por 350 euros contratada por la ETT especializada en cuidar a nuestros abuelos. Esto ha generado actitudes personales ante la huelga muy definidas por el nivel de seguridad laboral y vital. Porque la incertidumbre y el miedo a perder el empleo han generado una potente desmovilización en un contexto en el que no había garantías de éxito

Esta huelga no es que haya llegado tarde, como alguien se empeña en mantener. Es que ha llegado viciada, desorientada y fuertemente traumatizada por el pasado de quienes la convocaron, los mismos que con su política sindical reblandecida por la hipoteca impuesta por el gobierno socialista, han tratado de recomponer su imagen. No creo que en su lanzamiento, pese al hostigamiento mediático a que han sido sometidos, hubiera hipocresía o fingimiento, pero el desentrenamiento combativo ha pesado ante una clase obrera que echa en falta proyectos unitarios, consistentes y contundentes.

La actual crisis del trabajo lo es también porque éste no es ya la razón de nuestras vidas. El orden que imponía el trabajo industrial y la ciudadanía fordista se han roto y así se han desarticulado todos los elementos estables de generación de identidad universalista y de ciudadanía social. El trabajo no solo se fragmenta, sino que escasea, y mucho. Se produce así lo que Richard Sennett ha denominado la corrosión del carácter, es decir, la imposibilidad de construir para uno mismo y en relación con los demás, una biografía, un proyecto vital y profesional. En estas circunstancias la huelga, esta huelga, no sirve como catalizador del descontento. Tal vez escenifica el desencanto, pero éste no logra conmover a Zapatero para reconsiderar su política social y económica. Urge pues renovar los métodos de lucha y movilización exigibles a unos sindicatos que en algunas comunidades, léase Vascongadas y Navarra, se organizan más bien como equipos rivales de fútbol que como organizaciones al servicio de la unidad y la defensa de los intereses de los trabajadores.

Llegamos así a una de las claves, a mi parecer más inquietantes, la privatización del conflicto social. La crisis de la política de altura y la fragmentación del espacio social y económico nos ha vuelto hacia nosotros mismos. En el yo privado hemos encontrado el espacio privilegiado de la emancipación personal, en ese espacio de libertad íntima construido al margen del nosotros histórico, es decir al margen del espacio y del tiempo social. Esta huelga no la ha sentido suya el 45% de la población trabajadora porque ha privatizado el conflicto. Gran parte de la clase obrera ha decidido su postura ante la huelga en función de su exposición a una pérdida del puesto de trabajo precario, pero otra muy importante ha actuado en función de la mismidad de sus intereses privados. Como dice el psiquiatra Rendueles, el «yo» ha ganado la batalla al «nosotros». Dicho de otra manera: hemos construido un mundo narcisista y ególatra, una sociedad en la que ha triunfado el desinterés por lo de fuera y que ha transformado problemas generales en problemas íntimos.

Paco Roda. Universidad Pública de Navarra

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.