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La protesta de tres días terminará con una asamblea de organizaciones sociales y una concentración en Zapadores

30 activistas se encierran en una parroquia contra la reapertura del CIE de Valencia

Fuentes: Rebelión

«Los Centros de Internamiento para Extranjeros (CIE) no deberían existir». Maca, de 19 años, estudiante de Trabajo Social, participa en un encierro-protesta entre el tres y el cinco de febrero en la Parroquia de Mont-Olivet, en Valencia. Forma parte del grupo de 30 activistas que permanecerán encerrados en uno de los laterales de la iglesia, […]

«Los Centros de Internamiento para Extranjeros (CIE) no deberían existir». Maca, de 19 años, estudiante de Trabajo Social, participa en un encierro-protesta entre el tres y el cinco de febrero en la Parroquia de Mont-Olivet, en Valencia. Forma parte del grupo de 30 activistas que permanecerán encerrados en uno de los laterales de la iglesia, para manifestar su rechazo a la reapertura del CIE de Zapadores; el centro se encuentra clausurado desde el pasado cinco de octubre para desarrollar trabajos de desinfección, debido a la detección de una plaga de chinches. «Que no vuelva a abrir sus puertas nunca más», clamaron los portavoces de la Campaña por el Cierre de los CIE, durante la presentación de la iniciativa «Tancament!». Los activistas han exigido además -durante la lectura de un manifiesto en la puerta de la parroquia- la clausura de todos los centros de internamiento en el estado español. Calificaron de «violentas», «inhumanas» e «injustas» otras actuaciones promovidas por el Ministerio del Interior, como las deportaciones de personas extranjeras.

Como integrante de la Campaña, Maca realiza trabajo de acompañamiento a los internos y ha entrado cinco veces en el CIE de Zapadores. «El hecho de que haya una ley que tenga presas a las personas implica no respetarlas», considera. Conoció a un inmigrante privado de libertad primero en el CIE de Zona Franca (Barcelona), después trasladado al de Valencia. Había trabajado, vivido muchos años en España y no se le acusaba de ningún delito. Sólo pasó un mes desde que salió de Zapadores, cuando contactó con la activista esta vez desde el CIE de Murcia. Era el tercer centro en el que permanecía recluido. De nacionalidad saharaui, estaba prevista su deportación a Marruecos cuando expresó su pavor a la joven: «Si me llevan allí, me matarán». El inmigrante fue trasladado al Reino de Marruecos, aunque las autoridades dieron la orden para que retornara finalmente a España.

La campaña por el cierre de los CIE define estos centros como cárceles «encubiertas» e «inhumanas». Además del encierro-protesta, la Campaña ha programado en la parroquia de Mont- Olivet actividades como la proyección del documental «La puerta azul» (la que da entrada al CIE de Zapadores) y un debate sobre cómo participar en la Campaña; el cuatro de febrero está prevista una mañana de juegos -Trivial y otros- para dar a conocer la realidad de los CIE, las fronteras y las deportaciones. También un homenaje y recuerdo a los 15 inmigrantes ahogados en la playa del Tarajal (Ceuta), en febrero de 2014, al que seguirá el documental «Tarajal: transformar el dolor en justicia». El domingo cinco de febrero tendrá lugar una asamblea abierta de organizaciones sociales y, a las 12,30 horas, una concentración en la puerta del centro de internamiento de Zapadores.

El pasado 12 de diciembre el delegado del Gobierno en la Comunidad Valenciana, Juan Carlos Moragues, afirmó -en declaraciones recogidas por Europa Press- que el CIE de Valencia «está en periodo de desinfección y desratización». Expresó asimismo su confianza en que pudiera reabrir las puertas «en breves fechas», y así otra vez «recibir internos». El delegado del Gobierno negó el término «cierre», que sustituyó por un circunloquio: «proceso de mejora de condiciones de habitabilidad y de cambio de mobiliario». Rechazó asimismo la equiparación entre los CIE y los centros penitenciarios: los inmigrantes «se quedan de forma temporal, y sólo tienen privada la libertad de movimiento».

La amenaza de reapertura lleva varios meses planeando. El tres de noviembre la Campaña por el Cierre de los CIE convocó una concentración anticipándose a esta medida. El diez de diciembre los activistas elevaron una petición de cierre a las autoridades competentes -subdelegado de Gobierno, Defensora del Pueblo, Juez de Vigilancia y Síndic de Greuges- en la que recordaban algunas de las situaciones cotidianas que se viven en el CIE. Por ejemplo, inmigrantes encerrados que por la noche tienen que hacer sus necesidades en bolsas de plástico; picaduras de chinches (no erradicadas desde hace más de dos años) y «múltiples denuncias de malos tratos y tortura». Los activistas calificaban las condiciones de «denigrantes», entre otras razones, por la falta de privacidad, higiene y protección. El mismo día que el Gobierno ordenó la clausura temporal del CIE, miembros de la Campaña señalaron que la fumigación -medida a la que obedecía el cierre- se realiza desde 2014 y sin resultados eficaces. «Los chinches y garrapatas -detectadas en las celdas y en los pasillos- causan picaduras muy dolorosas, ansiedad e insomnio en los internos», subrayaron. Falta de duchas con agua caliente, de traductores, barreras a la atención sanitaria y posible presencia de menores, a quienes no se realizaron pruebas para comprobar su edad, se incluyeron en el panel reivindicativo.

En la fachada de la parroquia de Mont-Olivet los activistas exhibieron la pancarta de la Campaña y pegaron carteles con las consignas «la dignidad no puede estar encerrada en un CIE», «Encarcelados por migrar» o «Tombem el mur de la vergonya». El párroco ha colaborado con la iniciativa. Joan es uno de los que pernoctará en la parroquia, «porque es de justicia luchar por los derechos humanos». Ya jubilado y miembro de la Campaña contra los CIE, participa en el encierro «porque se está negando a las personas el derecho a emigrar y a ser acogidas». Y todavía peor, «combinado con acciones de xenofobia». En su labor de acompañamiento en Zapadores, ha constatado la presencia de menores en el CIE, «lo que es ilegal». También la de mujeres embarazadas e inmigrantes a los que no se presta la adecuada atención sanitaria. En síntesis, «unas condiciones muy deficientes». Personas que no han cometido delito alguno, sino una irregularidad administrativa, pueden permanecer encerradas 60 días «sin saber qué será de ellas; esto supone una presión psicológica añadida». Antes de salir de la zona del encierro y situarse en el círculo que escuchará la lectura del manifiesto, cuenta las experiencias que le han marcado. Sobre todo, las de aquellas mujeres jóvenes forzadas a salir de su país por la violencia patriarcal. Conoció el caso de tres mujeres argelinas en septiembre de 2016, poco antes de la clausura temporal del CIE. Todas contaban con tarjeta provisional de asilo. Obligadas al casamiento después de un arreglo familiar, se les asignó el cónyuge para toda la vida. Y de ahí, a la travesía del mar en patera y al muro con el que se toparon en España.

Javier, trabajador en el sector de la enseñanza y con seis años en la batalla contra los CIE, colabora en los preparativos para la primera pernoctación en la parroquia. Se declara muy optimista antes del encierro: «La movilización social podrá acabar con los CIE». Ha observado situaciones muy duras como activista, de las que selecciona -no sin dificultades- una: la del padre deportado a Bolivia que tuvo que dejar atrás, en España, a su familia. O la del inmigrante que se autolesiona con una cuchilla -su último recurso- en el avión que le va a deportar. En este caso, «el comandante al ver la sangre determinó que se bajara antes de iniciar el vuelo». Las dos portavoces han terminado de enunciar, megáfono en mano, las razones del encierro: «Llevamos más de dos años denunciando la existencia de una plaga, recurrente y continua, de chinches en el CIE»; convertir la ciudad de Valencia y el País Valenciano «en un territorio libre de CIE, de redadas racistas y de deportaciones»…. Los concentrados irrumpieron entonces con las consignas habituales: «Tancarem, tancarem els centres de internament» o «Ningún ser humano es ilegal».

Lola accede a conversar en el interior de la parroquia. Desde 2010 ha acompañado a los inmigrantes internos en Zapadores y también ha tomado fotografías, tal vez un centenar, de los rostros marcados a fuego por el encierro. Algunas de las imágenes se exhiben en las paredes de la parroquia. Las señala y comenta: maltratados, con grapas en la cabeza y heridas en la frente por el efecto de los golpes policiales; un autolesionado, «que se cansó de que los agentes le espetaran ‘moro de mierda, vete a tu país'»; otro inmigrante con infecciones en la boca y fiebre, a quien «sólo le dieron un paracetamol; era un joven argelino, de unos 20 años, a quien terminaron expulsando». Cuando se le pide un balance, responde sin vacilaciones: «La situación no ha mejorado nada dentro del CIE desde 2010, aunque la Campaña sí ha favorecido la sensibilización de la gente: las charlas en los colegios, las concentraciones en la puerta de Zapadores el último martes de cada mes…». «No queremos mejoras, sino el cierre», remata.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.