La buena práctica de dar ejemplo ya no se estila en nuestra sociedad, imponemos ideas y actitudes, mientras nuestra conciencia brinca libremente por el paraíso del vicio, del ego, del «en mi caso es diferente», del tonto el último. Una sociedad en la que los «free riders» son la norma y no la excepción. Pero […]
La buena práctica de dar ejemplo ya no se estila en nuestra sociedad, imponemos ideas y actitudes, mientras nuestra conciencia brinca libremente por el paraíso del vicio, del ego, del «en mi caso es diferente», del tonto el último. Una sociedad en la que los «free riders» son la norma y no la excepción.
Pero si tomamos perspectiva, igual esta actitud deja de ser hipócrita y pasa a ser comprensible, si nos preguntamos: «Y… ¿quién da ejemplo al ciudadano de a pie?» A mi parecer, las instituciones que nos gobiernan son el espejo de nuestras actitudes, imponiendo conductas y principios contradictorios a sus acciones.
El Gobierno español propugna la transparencia y redistribución solidaria de la riqueza, mientras se podría establecer como derecho consuetudinario la falta de escrúpulos para poder ser político. Es decir, se impone honestidad al ciudadano, mientras la clase política practica una corrupción desmesurada. Podría decirse que España ya no es una democracia representativa, puesto que la clase política ya no representa los intereses del pueblo, representa los intereses de una determinada oligarquía, o corporatocracia. Legislando y tomando pueriles decisiones en el nombre de consumidas y anticuadas ideologías. Se ha corroído uno de los mayores pilares de nuestra constitución, el derecho de participación: el derecho de los ciudadanos en la formación de la voluntad política de los gobernantes. Así como el pluralismo político, especialmente manipulando el poder demonizador de los medios de comunicación. Con discursos llenos de imposiciones y reproches, mientras el orador es igual de pecador. El gobierno ya no respeta al pueblo, lo cual rompe con el contrato social. Y como con cualquier relación, la reciprocidad lleva al ciudadano a no respetar las instituciones, a sus gobernantes, a sus compatriotas, ni al interés nacional. Por lo tanto, me atrevo a decir que no se si aún en el siglo XXI hemos conseguido salir del estado bellum omnium contra omnes. En el cual nadie puede ser culpado moralmente por actuar mal, mientras el Estado no sea capaz de abstraerse de la tendencia humana al mal, siendo ejemplo de cómo frenar estas inclinaciones.
La Unión Europea se basa en la cooperación e igualdad entre las naciones soberanas de Europa, bajo la dirección de la pseudo-democracia (pseudo-dictadura?) alemana (o franco-alemana). La cual con sus «desinteresadas» iniciativas mantiene a la mayoría de miembros en enclenques economías. Es una condición imprescindible ser una democracia para poder ser un estado miembro, pero irónicamente hay una sorprendente falta de responsabilidad y legitimidad democrática. Consecuentemente, perdemos soberanía a favor de una UE cada vez más opaca e inaccesible, es decir a favor de un organismo aún menos representativo y menos eficiente.
No hay que olvidar que el Parlamento Europeo, el único organismo que goza de legitimidad popular, ha obtenido más capacidades. Ya no es una decoración, sino que tiene la capacidad de codecisión y bloqueo. Sin embargo, aún queda un buen trecho para minimizar esta brecha democrática. Puesto que, en realidad, las decisiones acaban tomándolas personas que no han sido elegidas directamente ni por los estados miembros, ni por los ciudadanos. Lo cual deja casi sin bloqueos a las puertas giratorias, y resultan políticas muy desconectadas del resto de los europeos, como las severas medidas de austeridad y la decisión de rescatar a los bancos en vez de a los ciudadanos. Otra institución curiosa es el BCE, que toma decisiones sobre el euro para todo el conjunto de la eurozona con independencia de los intereses de cada país. Sin embargo, debido a la propiedad fraccionaria, Alemania y Francia tienen de lejos la mayor influencia.
Finalmente, la ONU y el resto de organizaciones internacionales tampoco se quedan cortas en hipocresía. Como primer ejemplo, se me ocurre la violación del principio de la igualdad soberana de todos sus Miembros, puesto que en el corazón del organismo se encuentra el Consejo de Seguridad, otorgando derecho a veto a 5 países. Su lenguaje abstracto e impreciso, así como su estructura están destinados a la ineficacia. Sentando las bases y prometiendo una utopía de paz y respeto a los derechos humanos, ¿como si hubiera ganas de impresionar a alguien…quizás a los extraterrestres?
Otras organizaciones también son canales de sustentar los balances de poder, otorgando indirectamente derecho a veto a ciertos países, como ocurre en el IMF o en el Banco Mundial. Que son utilizados como instrumentos de política exterior, especialmente por los Estados Unidos y en segundo lugar por la Unión Europea, más que como organismos a disposición de la comunidad internacional. Las instituciones financieras internacionales también son apoderadas de los intereses corporativos de las empresas transnacionales. Sus políticas han promovido reformas macroeconómicas, promoviendo el libre comercio y fomentando la expansión de las ETNs. Sometiendo a muchos países a la voluntad de estas empresas, al mismo tiempo que destrozan sus economías por una rápida y forzosa apertura al mercado internacional y la globalización. Lo cual ha resultado en una desigualdad mayor. Los préstamos por estas organizaciones han resultado muchas veces en un aumento de la pobreza y de la deuda, como en el caso de Grecia.
Por lo tanto, hago un llamamiento a cualquier lector de este pequeño ensayo a cambiar sus actitudes. Empecemos por moderar nuestras pequeñas acciones, labrémonos poco a poco como personas virtuosas. Para primeramente dar ejemplo, y en segundo lugar para poder criticar, de manera constructiva, legítimamente. Emprendamos la verdadera revolución desde la sencillez de las pequeñas cosas.
«Dar ejemplo no es la principal manera de influir sobre los demás; es la única manera». Albert Einstein.
Pilar de Alvear Corchado, estudiante de Estudios Internacionales, en la Universidad Carlos III
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.