Comencemos por un balance general de la elección del domingo: nivel de participación, crecimiento del PSOE, derrumbe y crisis del PP, posibles pactos de gobierno. Han sido unas elecciones caracterizadas por fuerte aumento de la participación, que ha subido 9 puntos, del 66% al 75% del censo total. Una participación motivada por una fuerte polarización […]
Comencemos por un balance general de la elección del domingo: nivel de participación, crecimiento del PSOE, derrumbe y crisis del PP, posibles pactos de gobierno.
Han sido unas elecciones caracterizadas por fuerte aumento de la participación, que ha subido 9 puntos, del 66% al 75% del censo total. Una participación motivada por una fuerte polarización y la amenaza, finalmente hecha realidad, de la irrupción de la extrema derecha representada por VOX en la escena parlamentaria. El arco parlamentario ha quedado muy fragmentado pero a la vez delineado en torno a dos grandes bloques: por un lado, la derecha dividida en tres partidos (Vox, 10%, 24 escaños; Ciudadanos 15%, 57; y el Partido Popular, 16%, 66); por otro, el centro-izquierda liderado por el PSOE (28%, 125), con el apoyo condicional de Unidas Podemos (14%,45) y de los partidos nacionalistas e independentistas, que tienen demandas democráticas difíciles de encajar dentro el sistema institucional español y que han conseguido un gran resultado estas elecciones.
El claro ganador ha sido Pedro Sánchez, el candidato del Partido Socialista Obrero Español (PSOE), que ha culminado su maniobra política de recomposición y ha situado al PSOE como primera fuerza política, con la segunda a una gran distancia. El PP fracasa estrepitosamente y entra en una crisis de consecuencias impredecibles.
El PSOE parece experimentar una vertiginosa revalorización por parte del «pueblo de izquierda», luego de la crisis que empezó con el final del gobierno de Zapatero y que llegó su clímax con la emergencia y amenaza de sorpasso por parte de Podemos. Sin embargo, la tendencia prevaleciente en Europa es al deterioro de la socialdemocracia tradicional (con algunas excepciones como Portugal). ¿Con el PSOE estamos ante un fenómeno coyuntural? ¿Qué esperar del vínculo entre el PSOE, las clases populares y el «pueblo de izquierdas»? ¿Qué de un nuevo gobierno encabezado por Pedro Sánchez?
El PSOE ha recompuesto su hegemonía dentro del pueblo de izquierdas. Para empezar, hay que reconocer que las perspectivas de «pasokización» eran exageradas. No porque no fuera posible ese desarrollo, sino porque tendimos a infravalorar la capacidad del PSOE de regenerarse. Apoyándose en sus posiciones en el aparato del estado y con fuertes raíces en la sociedad civil, al PSOE no se le sustituye como partido hegemónico simplemente con tácticas brillantes: generacionalmente, quizás, hemos pecado de arrogancia y de cierto optimismo, que consideraba que la descomposición de la vieja socialdemocracia era inevitable debido a las contradicciones sistémicas que porta.
La discusión es esencialmente estratégica y tiene que ver con lo que Daniel Bensaï d llamaba «los límites de lo posible». Para amplias capas de la población, ya no es posible más que aspirar al «mal menor»: frenar a la derecha y conseguir algunas mejoras concretas, de carácter menor en relación a lo que se aspiró en el ciclo de lucha anterior.
Estamos por lo tanto, ante un fin de ciclo: un proceso de restauración en líneas progresistas-neoliberales, que lógicamente surfea el PSOE. No creo que ni mucho menos sea inevitable que esta tendencia cristalice: un repunte de la crisis económica puede generar de nuevo terremotos en el PSOE. Pero, a día de hoy, es evidente que han sido capaces de recuperar la iniciativa, aunque por supuesto, no van a abordar ningún tipo de reforma estructural que ponga en cuestión los consensos sistémicos.
La irrupción de VOX fue un poco más modesta de la esperada y queda despejada la posibilidad de un gobierno «tripartito» de la derecha. Sin embargo, estamos ante una irrupción de gran escala: más de dos millones de votos y 24 diputados. ¿Cómo analizar este fenómeno? Asistimos a una oleada autoritaria global pero no tenemos todavía análisis a la altura de esta tendencia contemporánea. Analizando el caso español, ¿se trata solo de una radicalización de un sector de la derecha tradicional o capitaliza también un impulso «que viene de abajo», de parte de las clases populares? ¿Expresa parte del sentimiento «anti-establishment» que en otro contexto podría canalizarse por la izquierda? ¿Qué decir del posible futuro de la extrema derecha en el Estado español?
La composición de clase de Vox ha quedado clara en estas elecciones: son un partido de clase media-alta con un programa fuertemente neoliberal. No son un partido «tercerista», con una base obrera y un programa nacional-populista.
Desde luego, hay algunos efectos innegables en la irrupción de Vox. Han sido el partido con los mítines más llenos en la campaña electoral. Han sido capaces de condicionar fuertemente el discurso de los partidos tradicionales, incluso sin participar en los debates televisivos. El odio contra el independentismo catalán, el anti-feminismo visceral, el culto al ejercito y a las tradiciones han conseguido movilizar a un sector de la población que, desencantada de los partidos clásicos de la derecha, necesitaba rearmar su identidad.
Pero la tesis de que una derecha dividida sumaba más votos y escaños porque movilizaba a más electores se ha verificado como falsa: ciertos sectores de las élites que saludaron como positiva la irrupción de Vox porque permitía garantizar una mayoría derechista han dejado de ver a esta formación como algo positivo para el bloque conservador. Además, por lo menos a corto plazo, el efecto Vox ha sido capaz de movilizar al pueblo de izquierdas, aunque también estableciendo un nuevo marco político «frentepopulista» y meramente reactivo, en el que parece que el precio de parar a la derecha es relegar las propuestas emancipadoras más coherentes, en vez de establecer una dialéctica virtuosa entre parar a la derecha y destruir las bases económicas que la sostienen.
Unidas Podemos hace una elección un poco mejor de la esperada, pero no se puede desconocer el fuerte retroceso respecto a las últimas generales (21% en 2016) y, más en general, la pérdida de impulso y entusiasmo. Pocas veces hemos visto un crecimiento tan vertiginoso de una fuerza, seguido por un declive igualmente acelerado. Posiblemente estemos presenciando el fin del ciclo iniciado con su irrupción en las europeas de 2014. ¿Qué esperar ahora de Podemos y, más en general, del conjunto de fuerzas del llamado «bloque del cambio»? ¿Qué realineamientos, refundaciones o nuevas experiencias podrían surgir en el campo de la izquierda radical?
Podemos va a intentar a entrar en el gobierno como sea. Pablo Iglesias lo ha dejado claro desde el primer momento. Creo que el PSOE no lo va a permitir. Entonces la cuestión es cual es la relación de fuerzas y hasta donde está dispuesto a llegar Iglesias. En mi opinión no tiene fuerza para obligar a Sánchez a entrar, aunque Iglesias es capaz de cualquier cosa. Es desde un punto de vista táctico, un dirigente muy audaz.
Desde Anticapitalistas siempre hemos defendido que era una posición más útil buscar un acuerdos programáticos pero no entrar en un gobierno bajo la dirección del progresismo neoliberal. Creo que nuestra posición es muy minoritaria entre la izquierda: quizás esta sea una experiencia necesaria para que se visualicen los límites de una estrategia gobernista. Aunque, mucho cuidado: ya hemos visto lo que ocurre en Brasil cuando la izquierda decepciona.
Lo importante por tanto ahora es tratar de construir una ofensiva social que evite caer en una logica frentepopulista: el miedo a la derecha tiende a aplazar las reivindicaciones mas avanzadas. A partir de ahí, se trata de lograr conquistas, fortalecer la autonomía de las luchas y reconstruir una estrategia política con un horizonte constituyente. Va a hacer falta mucha pedagogía y paciencia.
Supongo que la idea de Podemos y de la dirección de IU es refundarse en torno a la marca Unidas Podemos. No creo que sea muy útil. Sería un proceso por arriba, para re-legitimar su liderazgo. Creo que sería más útil conformar un espacio unitario amplio, donde confluyan diferentes organizaciones y estrategias con acuerdos tácticos y volcarnos en reconstruir un nuevo impulso.
Uno de los elementos destacados de estas elecciones fue la gran movilización electoral de los diferentes nacionalismos periféricos, especialmente de la izquierda independentista (catalana y vasca). El Estado español parecería enfrentarse a una crisis nacional-territorial de largo alcance, sin solución aparente. ¿Cómo ves la evolución de los sectores nacionalistas e independentistas? ¿Qué debería hacer la izquierda para afrontar esta «cuestión nacional»?
Los resultados de los partidos independentistas es impresionante, sobre todo los de ERC y Bildu. Realmente, todos los exabruptos de la derecha han movilizado a mucha gente en torno a ellos. Ahora se enfrentan a un dilema. Por una parte, garantizar una cierta gobernabilidad de Sánchez para evitar que su caída abra paso a la derecha. Por otro, tratar de mejorar la relación de fuerzas en sus naciones pero también fuera de ellas, porque solo un nuevo poder constituyente puede permitirles hacer realidad sus demandas democráticas. Desde luego, la crisis nacional española está lejos de resolverse y el PSOE no va a facilitar ningún cauce democrático para ello.
El 15M abrió un nuevo ciclo social y político. Hoy pareciera que asistimos a la pérdida de impulso de este ciclo y ante un reflujo social y político. Sin embargo, hay también nuevas movilizaciones como las feministas, las de pensionistas o de sectores de la clase trabajadora. ¿Cómo analizás el ciclo que se viene a nivel de la movilización social?
En el Estado Español ha habido movilizaciones muy fuertes y variadas durante los últimos años. Tú las has enunciado y no vamos ahora a detenernos a analizarlas. Pero sí me gustaría hacer un apunte sobre los retos en curso. En primer lugar, que un gobierno del PSOE apoyado por la izquierda será un gobierno débil políticamente, pero que despertará cierto alivio en una parte importante del pueblo. De lo que se trata, por tanto, es de establecer una dialéctica virtuosa que impuse luchas y demandas, que reclame y exija pero que no confíe en el progresismo neoliberal. Porque ahí está la segunda cuestión: no se trata de articular la movilización solo en torno a demandas, sino ser capaces de aprovechar los ciclos de lucha para generar estructura organizativa y una estrategia política anticapitalista. Creo que en ese punto, la izquierda debe ser autocritica. El pozo que deja el ciclo en ese sentido es muy pobre. En vez de ser condescendientes con las luchas y limitarnos a aplaudirlas, para tratar de representarlas electoralmente, deberíamos hacer análisis de fondo de sus límites mientras pensamos en un proyecto político que emane desde ellas. Necesitamos una cierta desintoxicación para empezar a hacerlo.