Las elecciones de este 26M, con la clara derrota de las principales fuerzas del cambio a nivel local y autonómico, salvo excepciones, han cerrado la crisis de régimen que se abrió hace 8 años con el 15M. Ahora, es el momento de reflexionar y, por ello, este no es un artículo para lanzarnos mierda entre […]
Las elecciones de este 26M, con la clara derrota de las principales fuerzas del cambio a nivel local y autonómico, salvo excepciones, han cerrado la crisis de régimen que se abrió hace 8 años con el 15M. Ahora, es el momento de reflexionar y, por ello, este no es un artículo para lanzarnos mierda entre nosotros, pues pretende eso, reflexionar. Desde Vistalegre II se nos ha planteado a la militancia de izquierdas un debate dicotómico, ¿cómo se asalta el cielo? ¿Con un discurso transversal o transformador? ¿Con Pablo o con Íñigo? ¿Unidas Podemos o Más Madrid? Empezamos.
Todo actor político, lleva de la mano una línea discursiva, un argumentario, que lo acompaña allá donde vaya. Dicho argumentario posee, por definición, dos funciones. La primera, de naturaleza comercial, consiste en recabar apoyos entre la sociedad civil, servir al partido como guión a seguir para alcanzar el gobierno o, por lo menos, para lograr el mayor número de votantes/simpatizantes. La segunda, de naturaleza performativa, implica transformar la sociedad, poner en boca del receptor un mensaje que no le es propio, generar un debate social que incline la opinión social en favor del ideario, de los valores, del partido emisor del discurso.
Entre estas dos funciones discursivas existe una tensión irresoluble: nunca un discurso podrá realizar ambas acciones de forma simultánea y en su plenitud. Es decir, poseen una relación de proporcionalidad inversa. Para que un discurso pueda recabar apoyos de forma mayoritaria, este debe ser transversal, es decir, debe hablar a la sociedad según sus gustos y preferencias. Por otro lado, si pretende transformar la opinión social, el discurso no puede contentar a la mayoría, no se puede transformar una opinión reforzándola. En definitiva, transversalidad o transformación. Veamos un ejemplo: Si la sociedad opina que pagar impuestos es negativo, el discurso de izquierdas libra una profunda batalla interna; transversalidad y aumento de los apoyos electorales mediante la reafirmación del ideario social: «los impuestos son malos» o, todo lo contrario, transformación social y reducción de los apoyos electorales mediante una discursiva contracultural/
En los primeros años desde su nacimiento, Podemos diseñó un discurso que incorporaba transversalidad y rupturismo trasnformador a partes iguales. El contexto lo permitía, una profunda crisis económica y años de recortes generaban el descontento social que ofrecía la posibilidad de hilar un discurso que, siendo profundamente transformador y cargado de denuncia, se mostraba atractivo y seductor para un conjunto amplio de la sociedad. Así, siendo transversal, el discurso populista apelaba a los sentimientos de indignación de una mayoría social amplia que se unía en torno a un enemigo común: la casta. La prueba de que supo unificar con éxito ambas perspectivas está en que fue necesario activar las cloacas del estado para frenar su ascenso.
Tras la decepción del 26j, el no sorpasso al PSOE, las dos almas de Podemos, representantes de esta contradicción discursiva, se enfrentaron en Vistalegre II, confrontación que culminaría con la victoria del discurso rupturista y el abandono de la transversalidad, Podemos se replegaba para afianzar a los convencidos, mantenía su coalición con Izquierda Unida, afianzando su composición como Unidos Podemos. Desde entonces, la coalición ha estado inmersa en un discurso que solo apelaba a los convencidos, basado en la denuncia social y con el término casta completamente desgastado, intentando encontrar fórmulas que devolvieran la actividad a su cansada militancia (recordemos el intento con el término trama y el tramabus). Dicho planteamiento solo ha traído caídas electorales tanto en encuestas como en resultados reales, a excepción de la estrategia planteada para las generales del 28a. Elecciones en las cuales, las cloacas y VOX sirvieron de enemigo común, se suavizó la imagen de Unidas Podemos cambiando el tono negativo de la indignación y denuncia por el tono positivo que conformaba el lema de la campaña «la historia la escribes tú», un planteamiento que recordaba a Errejón, logrando movilizar a un electorado que se creía perdido. Una campaña sencillamente magnífica.
Actualmente, los resultados del 26m remarcan la tendencia del partido, ocupar el puesto propio del actor político que solo realiza un discurso transformador, un puesto residual y a la izquierda, el espacio que tradicionalmente ocupaba Izquierda Unida. Es necesario añadir que desde Unidas Podemos se ha hecho un gran trabajo y esfuerzo, esto no es una crítica gratuita, pues han logrado estirar hacía la izquierda la opinión social en diferentes temáticas: ecologismo, urbanismo alternativo, fondos buitre, política fiscal… Los mejores ejemplos, probablemente sean conseguir que el PSOE realice cierto viraje hacia la izquierda o colocar el feminismo en el centro del discurso político, logrando, incluso, que las derechas se declaren feministas. A su vez, es evidente e innegable que los medios de comunicación han tenido un gran papel a la hora de reducir la capacidad de seducción de la formación morada. Pero, este, el de asaltar los cielos, no es un juego fácil.
Por su parte, y en aras de resolver esta contradicción, Más Madrid (comunidad) ha encontrado otra estrategia para combinar ambas formas, disociando su discurso en dos grandes bloques dependientes del target objetivo. Si el público al que va dirigido pertenece ya al partido, lo que llamamos discursiva en clave interna, es decir, hablar para los convencidos (en un mitin, por ejemplo). O si, por el contrario, se trata de un público ajeno al ideario del partido, discursiva en clave externa (sirva de ejemplo cualquier entrevista en medios generalistas). Dicha diferenciación, permite a sus dirigentes realizar una dialéctica sin controversias y, por lo tanto, transversal, o hablar en clave contrahegemónica, transformadora, en función del contexto.
Merece una mención especial el uso del discurso transversal que está realizando Más Madrid. Pues, un discurso de masas puede serlo por el mero hecho de ser socialmente aceptado, sin por ello despertar pasiones. Una discursiva transversal y eficaz requiere un componente seductor nacido de un buen diagnóstico de su público objetivo. Y, en esta competencia, es posible que Más Madrid reciba matrícula de honor. La estética pública del partido, tanto la verbal como la no verbal, tiene la capacidad de gustar a un público amplísimo; no da miedo a las clases altas, habla directamente a las clases medias y, como novedad en el panorama político español, puede llegar a conectar con las clases bajas. ¿Cómo? Posee, exactamente, la estética neoliberal propia de una taza de Mr. Wonderful, colores pastel y frases motivadoras; el tono amable de la psicología positiva, asertivo, esperanzador e ilusionante; la música trap de Bad Bunny, en la adaptación de Iago Moreno, «Madrid te necesita», esa música que bailan en discotecas todas las clases sociales y que materializa la tesis de Víctor Lenore referente al abandono del izquierdista elitismo de la música.
En definitiva, la comprensión de que nuestra sociedad se ha neoliberalizado y que, tal vez, sea posible «desmontar la casa del amo con las herramientas del amo» como diría Clara Serra en Leonas y zorras; que la clase proletaria ahora es clase media aspiracional, pues no pretende emanciparse como colectivo sino escalar individualmente; que La clase obrera no va al paraíso, como dirían Arantxa Tirado y Ricardo Romero (Nega), pues es oprimida porque no puede ser opresora; que el neoliberalismo se comporta como el aceite que describe Alberto Santamaría en En los límites de lo posible: política, cultura y capitalismo afectivo, pues ha impregnado hasta el último rincón de nuestra cosmovisión; incluso el tiempo diría Jorge Moruno en No tengo tiempo: geografías de la precariedad, cuando devoramos una serie de HBO, sin disfrutarla, para poder empezar a ver la siguiente; Y, finalmente, la neoliberización de nuestro propio autoconcepto, ahora competitivo y dependiente, basado en una suerte, más bien desdicha, de construcción hacia a fuera, pues competimos por diferenciarnos de los demás mientras somos adictos de los «likes» del otro, como denunciaría Daniel Bernabé en La trampa de la diversidad. Dicho planteamiento tiene un peligro, la transversalidad puede hacer que un partido pierda esencia, que, llegado el momento de gobernar, no pueda cambiar realmente las cosas, pues sea preso de su propio discurso, de un electorado que no está preparado para aceptar reformas con tintes más allá del progresismo barato, es decir, ocupar, en el mejor de los casos, el papel de un vacío y siempre decepcionante PSOE.
A modo de conclusión, es posible que para Más Madrid estas elecciones locales y autonómicas hayan sido claves para decidir llevar el partido a nivel nacional, ¿su nombre? Conociendo las tesis errejonistas respecto a la necesidad de luchar la idea de patria se vislumbra con evidencia: Más España. Tal vez, estás elecciones en Madrid hayan sido el equivalente errejonista de lo que fueron las europeas para Podemos.
En torno a esto, la fragmentación de la izquierda nacional, cabe plantearse unas últimas preguntas: ¿Puede existir una izquierda transversal y transformadora en España? ¿Qué margen de actuación tiene Unidas Podemos? ¿Puede recuperar su papel de fuerza del cambio mediante un gobierno con el PSOE? ¿Podría Más Madrid-España sustituir al PSOE, sin perder su esencia como alternativa progresista? ¿Demostrará la transversalidad que sí es posible «utilizar las herramientas del amo para desmontar la casa del amo»? ¿Bastaría, y sería posible, una reunificación de las dos almas de Podemos, Pablo e Íñigo, para relanzar el proyecto, o son las partes insondables de un partido quemado? ¿A dónde nos lleva la deriva transversal, a un proyecto ganador-transformador o a una victoria vacía?
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