Pensemos que usted o yo somos multimillonarios y desde los mejores sentimientos constituimos una fundación solidaria. Por ejemplo, para apoyar la investigación del cáncer de pulmón. Y que mientras entregamos fondos para dicha causa pensamos a la vez en cómo aumentar el patrimonio económico de la fundación. Es entonces cuando, escuchando a asesores de inversión […]
Pensemos que usted o yo somos multimillonarios y desde los mejores sentimientos constituimos una fundación solidaria. Por ejemplo, para apoyar la investigación del cáncer de pulmón. Y que mientras entregamos fondos para dicha causa pensamos a la vez en cómo aumentar el patrimonio económico de la fundación. Es entonces cuando, escuchando a asesores de inversión económica, colocamos el dinero en acciones de empresas tabacaleras. Y ya hemos caído en la viciosa situación de que cuanto mejor funcione el negocio tabacalero, más bondadosos podremos ser.
Bien, pues más o menos así son las prácticas de la mayor fundación filantrópica del mundo, la Fundación Bill y Melinda Gates, con un fondo de donaciones de 40.000 millones de dólares. Así lo denunciaron ya en el 2007 Piller, Sanders y Dixon en Los Angeles Times con el ejemplo de una niña de Nigeria que gracias a la fundación de Gates era vacunada contra la poliomielitis, aunque lo que preocupaba a su madre era una tos que no remitía a causa de los humos de las petroleras que hurgaban muy cerca. Entre ellas, la italiana ENI, que contaba entre sus inversores con el dinero de la Fundación Gates. Hasta esa fecha, la fundación había donado 218 millones de dólares contra la poliomielitis y el sarampión, e invertido 423 en corporaciones petroleras.
Si afinamos en las actividades de la fundación podemos ver en el ámbito agrario y alimentario escenarios parecidos. En concreto, observamos que el incremento de fondos dedicados a apoyar programas en África, supuestamente para luchar contra la malnutrición, ha sido paralelo a la inversión en empresas del sector agrario como Cargill (la mayor comercializadora mundial de granos) o Monsanto (líder en el negocio de semillas y pesticidas), responsables, por su comportamiento acaparador, de muchas pobrezas en el ámbito rural.
Pero sobre las ayudas de la Fundación Gates a la agricultura empobrecida de África podemos defender una tesis más atrevida aún: con los supuestos fondos solidarios, lo que busca la fundación no es frenar el hambre o la malnutrición en África, sino permitir el avance de los negocios agrícolas en los que ha depositado su dinero. Me remito a los datos de la organización GRAIN tras analizar detalladamente el conjunto de las donaciones (3.000 millones de dólares) de la Fundación Gates a la agricultura entre el 2003 y septiembre del 2014.
En este análisis se llega objetivamente a cuatro conclusiones. La primera se basa en contabilizar el lugar al que van estas contribuciones: aproximadamente el 50% a organismos internacionales y regionales (que luego comentaremos), mientras que el 80% de la otra mitad acaba en organizaciones de investigación y desarrollo de Europa y Estados Unidos. En concreto, el 79% de las donaciones de la fundación a universidades y centros de investigación fueron a EEUU y Europa, y un escaso 12% para beneficiarios de África. Y si revisamos el apoyo a las oenegés vemos como tres cuartas partes de los 669 millones de dólares que la Fundación Gates ha entregado han ido a parar a organizaciones con sede en EEUU, mientras que las oenegés con base en África reciben un escaso 4%. Es decir, la Fundación Gates lucha contra el hambre en el Sur entregando dinero al Norte.
La segunda conclusión se basa en quién y a qué dedican los fondos los receptores de las ayudas de Gates. Y ahí es donde vemos el predominio de tres organizaciones internacionales y regionales -la AGRA (Alianza para la Revolución Verde en África), la AATF (Fundación Africana de Tecnología Agrícola) y el CGIAR, un consorcio de 15 centros internacionales de investigación agrícola- cuyas misiones son la expansión de una agricultura industrializada en África en base a semillas patentadas y un alto uso de fertilizantes y pesticidas. Es decir, la Fundación Gates facilita recursos económicos a la agricultura de las multinacionales y no a la agricultura campesina. Pero es que, además, estas organizaciones son tan influyentes en las políticas agrarias de muchos países africanos que la tercera conclusión es que las donaciones otorgan a Gates la capacidad de influir directamente en las decisiones que en materia agrícola se toman en África.
Por último, el análisis de GRAIN no ha encontrado que ninguna de las ayudas de la fundación se dedique a apoyar las iniciativas del propio campesinado africano y su manera de entender la agricultura. Al contrario, ayudan a su propio negocio agrícola, y valga un ejemplo: 4,3 millones de dólares que Gates entregó a la AGRA se han convertido en un apoyo a los distribuidores de productos agrícolas en Malaui, que compran el 67% de sus productos a Monsanto, donde Gates invirtió. Así, el dinero circula pero el hambre no se detiene.
Artículo publicado en El Periódico de Catalunya, 9 de enero de 2015.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.