En un oxímoron perfecto, decía el presidente de una de las mayores empresas de trabajo temporal: «la seguridad del trabajo temporal se infravalora». Si nos ponemos estupendos y nos da por ver el lado positivo de todas las cosas, también podríamos decir que se ha demonizado en exceso la esclavitud. Al fin y al cabo […]
En un oxímoron perfecto, decía el presidente de una de las mayores empresas de trabajo temporal: «la seguridad del trabajo temporal se infravalora». Si nos ponemos estupendos y nos da por ver el lado positivo de todas las cosas, también podríamos decir que se ha demonizado en exceso la esclavitud. Al fin y al cabo no tenías que preocuparte por la renovación del contrato, ni por las cotizaciones a la Seguridad Social, ni andar pendiente de que tus hijos encontraran curro. Además, te podía tocar un amo majete que no te azotase mucho.
Según su lógica, tendrían que estar encantados los trabajadores de Movistar, y no en huelga indefinida contra la precariedad y un nuevo ‘contrato en bucle’ que empeora su situación aún más, que piden el pase a plantilla del personal subcontratado y autónomo. O los empleados del Pompidou y Museo Ruso de Málaga, a los que pagan la hora a 3,95 euros, siendo muchos titulados universitarios, y que refleja las consecuencias de la llamada externalización en un campo como la cultura, que supone más beneficios y más precariedad.
Las declaraciones reivindicando la precariedad se hacen en unos momentos en los que la incipiente recuperación solo produce empleos basura. Cuando se acaba de hacer público un informe que plantea que los empleos más demandados son: camareros para eventos, teleoperadores con idiomas, dependientes y mozos de almacén. Y cuando Draghi acaba de señalar a España que tiene que seguir con más reformas laborales para reducir la dualidad del mercado laboral.
En vez de plantear la derogación de la reforma laboral que desprotege a los trabajadores frente al despido y potenciar la contratación indefinida, alguna fuerza como Ciudadanos recupera la idea de un ‘contrato único’ que ya venían proponiendo los sectores ultraliberales y empresariales. El contrato único no es otra cosa que un despido-express sin causa, algo de dudosa constitucionalidad y que deja sin ninguna tutela al trabajador ante la arbitrariedad del empresario. Aunque se presente como un avance al fijar una indemnización progresiva en función de la antigüedad, ésta no llegaría a ser muy grande con lo que el despido seguiría siendo muy barato, produciendo un efecto sustitución del empleo indefinido. Lejos de dar estabilidad al empleo, acabaría precarizando todos los contratos
Los datos globales, según la última EPA, son estos: 5.457.700 parados, 3.511.100 contratados temporalmente y 2.820.400 contratados a tiempo parcial. Lo que indica una tremenda dualidad del mercado de trabajo producida por las sucesivas reformas laborales, desde Felipe González hasta Rajoy, al abaratar el despido y convertir trabajos indefinidos en temporales, unido a un amplio menú de modalidades de contratación precarias. Por otro lado, la caída salarial que se presenta como un éxito de las reformas, es en realidad un grave problema: según los últimos datos conocidos, el salario por hora en España se aleja de la media de la zona euro, pasando a ser un 72,6% del promedio europeo, los empleados a tiempo parcial cobran un 33,7% menos por hora trabajada y el ser mileurista hoy se convierte, para muchos, en un sueño.
La combinación de paro, precariedad y bajos salarios, más la gigantesca transferencia de plusvalía de los trabajadores y clases medias a las élites que se ha dado con la crisis, ha producido la pobreza de muchos y el enriquecimiento de unos pocos. Las cifras son escalofriantes. Casi 13 millones de personas están en riesgo de pobreza o exclusión en España, según el informe de la Red Europea de lucha Contra la Pobreza y la Exclusión Social; estarían afectados el 31,9% de los niños del país. La desigualdad se ha disparado y según el indicador Gini la proporción de los ingresos totales percibidos por el 20% de la población que más gana multiplica por 6,3 la percibida por el 20% con menos ganancias. Es posible y necesaria otra sociedad donde no se produzca la obscenidad de que muchos «mueran de hambre porque otros mueren de indigestión», como decía Eduardo Galeano.
Hay dos grandes cuestiones sobre las que reflexionar para elevar las expectativas del país y de su población y combatir la desigualdad:
- La necesidad de un nuevo modelo productivo que se oriente hacia la creación de empleo y la sostenibilidad. Es evidente que el modelo de crecimiento impulsado por las políticas neoliberales, basado en el sector inmobiliario, la construcción y el ajuste presupuestario, ha debilitado el sector industrial, y ha producido recortes en I+D y en los presupuestos de las universidades. Cambiar esta situación pasa por la apuesta por planes industriales, por potenciar la investigación tecnológica y la innovación empresarial, por el impulso a la economía social y por una serie de reformas y medidas (energéticas, infraestructuras, etc.) que faciliten la competitividad y desarrollen sectores con más valor añadido. Si no lo hacemos, seguiremos profundizando en un modelo económico improductivo, especulativo y con acusados rasgos tercermundistas que colocan al país en una posición periférica a nivel mundial.
- La garantía de un empleo digno y de calidad, es decir, con derechos, mejores salarios y con un Estado de Bienestar que proteja suficientemente a la población. Si todo lo que la economía puede ofrecer a los parados es empleo precario; a los jóvenes, que van a vivir mucho tiempo con sus padres y peor que ellos; y a muchas mujeres, resignación porque no van a poder incorporarse a un empleo retribuido, estamos ante un fracaso colectivo que aumentará la desigualdad y las tensiones sociales.
Mientras sigan existiendo empleos con bajos salarios y malas condiciones laborales seguirá habiendo trabajadores precarios y con una elevada rotación, que difícilmente podrán organizar su vida con un mínimo de estabilidad. Estamos volviendo a configurar una clase de trabajadores pobres de los que hablaba Hobsbawm, que fueron la carne de cañón de las etapas más duras de la revolución industrial y que tenían marcada su vida por una profunda inseguridad. Reproducir estas situaciones hoy en día es algo disparatado que los trabajadores y la ciudadanía no pueden permitir, porque es negar el futuro al país y a los millones de personas que lo habitamos. Y cuando la vida de muchos ciudadanos y ciudadanas es tan vulnerable, la democracia también es precaria. En el fondo se trata de la lucha contra la desigualdad y por la justicia social, porque cuando la pobreza, la precariedad afecta a tantas personas ¿podemos hablar de democracia?
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.