La autora analiza el papel que cumple la preparación al parto en el sistema actual, como forma de adoctrinar a las embarazadas para que acepten todos los procedimientos a los que serán sometidas, sin cuestionarlos y mostrar objeciones.
Recuerdo una interesante conversación que mantuve con una matrona directora de una unidad docente. Un grupo de alumnas hizo un trabajo sobre la influencia de la «preparación al parto» en la intención de pedir la epidural en las embarazadas. No recuerdo exactamente las cifras, pero era algo así como que si antes de «prepararse» las mujeres que tenían la intención de pedirla eran alrededor del 50%, esa proporción subía al 80% después de pasar por «educación maternal».
Recuerdo también no una, sino muchas ocasiones en las que he escuchado a matronas quejarse por que muchas embarazadas piden la epidural desde que llegan a urgencias. Recuerdo también pensar y decir en cada ocasión que teniendo en cuenta lo que la sociedad en general y la obstetricia en particular entiende por «parto», es fácil comprender que nadie quiera pasarlo a pelo (aunque entiendo lo frustrante que puede ser para una matrona que desea trabajar de otra forma …). Por otra parte, esa frustración es como mínimo comparable a la que sentimos las mujeres que pedimos una asistencia respetuosa y poco intervencionista (una pretensión legítima avalada por la ciencia, las guías actuales y las leyes sanitarias), pues como resultado muchas no se han llevado sólo el kit completo, sino además un castigo de propina por rebelde.
Dejemonos de rodeos y entendamos el papel que cumple la preparación al parto («educación maternal», como se dice ahora) en el sistema actual, que no es otro que el de preparar / adoctrinar a las embarazadas para que se porten bien y acepten todo lo que se les va a hacer sin cuestionarlo y sin dar la lata.
Hay dos formas de conseguir la sumisión de la mujer de parto:
1) La desinformación. Es irrealista esperar que hospitales que continúan tumbando a la mujer para parir, administrando oxitocina sintética a la mínima de cambio, realizando episiotomías innecesarias o haciendo partos instrumentales a mujeres que no lo necesitan (o cuya necesidad es consecuencia de lo que se ha hecho anteriormente), expliquen a las madres que nada de eso es necesario en la gran mayoría de los casos. Hay que saber mucho, pero mucho, de obstetricia para ser capaz de desentrañar la verdad detrás del cúmulo de mitos, creencias erróneas, verdades a medias y malas prácticas que hay detrás de la obstetricia convencional.
2) El miedo. Es una tela de araña envolvente que comienza a tejerse desde el embarazo, cuando las mujeres son tratadas por el sistema como bombas de relojería a punto de estallar: si no es el peso (mucho o poco), es la glucosa en sangre, si no la anemia, el crecimiento retardado o acelerado, el liquido amniotico escaso o excesivo … he escuchado una cantidad tan grande de relatos de mujeres que han pasado terror en el embarazo por motivos inexistentes que podría escribir otro libro. El gran Michel Odent escribió un artículo sobre el efecto del estrés emocional en el embarazo sobre las mujeres y los bebés. Cuidar el estado emocional de la embarazada (y por tanto la salud mental del bebé) debería ser una prioridad.
Ya en el parto, es suficiente con decir que el bebé corre peligro, sea o no verdad, para que la mujer acepte literalmente cualquier cosa. Cuando hay situaciones de riesgo, en una parte de los casos se trata de complicaciones causadas por las prácticas realizadas con anterioridad.
Con semejante seguimiento del embarazo, que pone todo el acento en todo lo que «puede» ir mal, no es de extrañar que muchas mujeres lleguen al parto aterrorizadas y convencidas de estar en un grave peligro, ellas y sus bebés. ‘¡Que alguien nos salve! y me pongan la epidural, por favor, para no enterarme de nada, que lo estoy pasando fatal’. La triste realidad es que a los profesionales que están en el paradigma convencional les pasa lo mismo: la gran mayoría no ha visto nunca un parto fisiológico, y un parto intervenido es mucho más peligroso que un parto que comienza y evoluciona espontáneamente.
El resultado de todo ello es que la mujer en general acaba por desconfíar profundamente, al igual que la obstetricia, de su cuerpo y de su naturaleza: si no es capaz de gestar saludablemente a un bebé, mucho menos de parirlo. Y el miedo produce automáticamente una cesión de poder: alguien te tiene que salvar de semejante lance.
Esa extrañeza y desconexión con el propio cuerpo, esa desconfianza en la inteligencia innata de la (nuestra) naturaleza, en realidad comienza mucho antes, ya desde la infancia, por no decir desde el nacimiento: no olvidemos que un porcentaje importante de mujeres que dan a luz ahora en realidad nacieron de madres ninguneadas, intervenidas, anestesiadas con pentotal, un anestésico potente que estaba de moda en los años 70-80. Y las memorias del nacimiento afloran en el propio parto.
No ayuda mucho el tipo de modelo de mujer ideal que esta cultura incrusta en la mente de las mujeres desde que son niñas, y que hace que, ya en la adolescencia, un 90% de las chicas se sientan descontentas con su cuerpo: simplemente es «inadecuado». Cuando algo es inadecuado, lo es para todo. Que nuestros niños hayan sustituido una gran parte del juego físico por el juego con máquinas, es otro factor de desconexión de su cuerpo sobre el que merece la pena reflexionar.
Con todo y con eso, sí creo que las mujeres sí necesitamos prepararnos para el parto, pero otro tipo de preparación, por favor. Creo que lo necesitamos por varios motivos: por darnos un tiempo para salir, aunque sea un rato, del «modo racional ON» en el que necesitamos estar para encajar en el masculino y lineal mundo circulo-laboral (a ver si cambiamos eso un día …); para poder poner la conciencia en nuestros sentidos y sensaciones corporales, para reconectarnos con y dar crédito a nuestra intuición, para sentir a nuestro bebé. Necesitamos un espacio seguro para poder expresar las incertidumbres, dudas, miedos … o certezas, para compartir experiencias y crear otra cultura del parto, para informarnos con información de la buena, para trabajar la confianza en el propio cuerpo y el bebé, para entablar contacto con otras mujeres en el mismo momento vital y tejer redes, o simplemente para aprender a interpretar las señales y saber ver las orejas al lobo a tiempo.
Prepararnos para la maternidad, sí, pero sin paternalismos, estructuras verticales y desinformación, por favor.
* Isabel Fernández del Castillo es integrante de la asociación El Parto es Nuestro y coautora de la ‘Guía de Práctica Clínica de Atención al Parto Normal’ (Mº Sanidad, 2010).