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A la muerte de Henning Mankell: un ilustrador tenebroso

Fuentes:

Traducido por Mikel Arizaleta

Lo leí en Der Spiegel. El artículo estaba firmado por Gehard Spörl y dedicado a la muerte de Henning Mankell, al que calificaba de ilustrador tenebroso. Hoy les traduzco sus reflexiones.

Henning Mankell fue un genio policial y un moralista viejo izquierdoso. No sólo escribió bestsellers sino que también escribió contra las injusticias en el mundo. Relatos de un hombre encolerizado.

Le vi por última vez en Berlín hace cinco años, dos días después de haber sido liberado de una cárcel israelita, donde había ido a parar por intentar llevar auxilio y recursos a la población de Gaza en uno de los seis barcos de aquella flotilla solidaria. Había que romper el bloqueo marítimo, y unidades especiales israelitas apresaron los barcos. Murieron 9 personas. Mankell estaba furioso por el trato, por los muertos, por la injusticia contra los palestinos, por el muro construido para acorralar a los palestinos, por la represión y el sometimiento a la que estaban sometidos, por la maldita y eterna deriva de la historia.

Mankell era un moralista izquierdoso y un hombre comprometido, elementos básicos de un buen autor policial. En Berlín me dijo que pronto pensaba volar a Maputo; África era su continente del alma y Maputo su segundo hogar. El que allí dirigiera el «Teatro Avenida» con Manuela Soeiro no era mera ventolera pasajera. Siendo joven se inició en el teatro de Estocolmo, desde él pretendía desenmascarar a la sociedad. Tenía veinte años cuando escenificó su primera obra. Tras la actuación intentó comprar vino para celebrarlo pero se lo negaron por ser demasiado joven.

Mankell escribió en Maputo obras para los actores, se nombró intendente e hizo que se representasen obras de Ibsen, Strindberg y Tennessee Williams, a la par que, por ejemplo, obras suyas sobre niños huérfanos con las que recorrió los pueblos con su tropa de artistas.

Mankell hablaba y escribía sobre la injusticia, pero también se implicaba en contra de ellas. En Maputo le fascinaba lo rudimentario, lo embrionario, lo moldeable de una sociedad poscolonial en la que el arte tenía jugaba papel destacado. El teatro Avenida estaba en ruinas cuando se hizo cargo de él un grupo de actores negros, la compañía Mutumbela Gogo.

Su segundo tema del alma era Israel. Hablaba de su nacimiento en 1948, y confesaba que ese conflicto le acompañaba por doquier, y le partía el alma el pensar que tras su muerte seguiría estando ahí. Viajó con frecuencia a Jerusalem y a Tel Aviv, en el encuentro literario de Hebrón. Sintió el derecho de los palestinos a un país propio, por eso se unió a la expedición a Gaza. En su vida se compaginaba y entrelazaba compromiso público y producción literaria. También como autor policial Mankell siguió siendo una persona comprometida políticamente, un sueco del 68 como Stieg Larsson; ambos no se contentaron con escribir bellas historias de revoluciones salvajes. Tenía que haber algo más que sólo un crimen monstruoso con un héroe soberano. Pretendían ilustrar, iluminar. Se consideraban hombres políticos, comprometidos, y estampaban su inquietud y anhelo en sus libros.

Quien lea la trilogía Millennium de Larsson debe saber que Suecia es un país malo, en el que las autoridades y los servicios secretos cometen crímenes. Larsson desenmascaró el estado de bienestar actual y la neutralidad de ayer. Quien lea «El chino» de Wallander debe recordar las bestialidades hechas a los trabajadores forzosos, secuestrados en China para trabajar en las vías del tren al Pacífico. Mankell arrancó la máscara a USA, su arrogancia de potencia mundial y de inventora de un capitalismo sin entrañas y calculador, que tanto daño causa a la humanidad. Cuando ocurrió el 9/11 dijo que llevaba tiempo pensando que algo así podía ocurrir, la zanja ricos-pobres iba creciendo.

Mankell y Larsson son dos autores activistas, en esto se diferencian del más exitoso del ramo, de John Grisham. Grisham escribe libros en los que dispara sus historias como saetas, pero todo queda ahí, encerrado, sin conexiones, críticas y miradas a otros campos, sin traspasar las fronteras del relato. En Grisham he leído mucho sobre justicia e injusticia en América, más que en ningún otro libro. Ciertamente Grisham es un hombre de izquierdas pero no un autor de izquierdas.

¿Qué es mejor? Me gustan ambas, el compromiso como escritor y su ausencial. Leo a Grisham y leo a Larsson, Davis Lagercrantz le sigue escribiendo. Mankell me parece estupendo. Pero olvido rápidamente las novelas policiacas de Grisham porque las historias, que leo tan en suspense, son intercambiables. Makell y Larsson dejan más poso. Lo que narran de su país queda se agarra más en uno, penetra, te pellizca, al menos a mí. Quieras o no permanece en uno una determinada imagen de Suecia, la imagen de Mankell/Larsson.

Wallander padece su separación y ya no vuelve a ser feliz. En adelante vive una vida solitaria. Su hija, aunque trabaje con él, le resulta extraña. A veces sucumbe al alcohol, en épocas tiene problemas de sobrepeso, sufre diabetes. La libido llama a la puerta pero Wallander es poco dado al compromiso y a la ligazón. Los casos que debe resolver y le inquietan le ocupan el tiempo libre. Se vuelve autista.

En realidad me parece curioso que un autor le dedique tanto tiempo a una figura tan melancólica. Mankell hubiera podido dotarle de algunos rasgos característicos sorprendentes. Algo menos unidimensional hubiera venido bien al lector. Wallander es un personaje novelesco típicamente escandinavo, triste y solitario, mantenido por los asesinatos que debe solucionar.

En la conversación de Berlín hace cinco años Mankell, con su melena blanca, su rostro pálido y el cuello de la camisa desabrochado, parecía el jovenzuelo Johny Cash. Se mostraba amigable y curioso, accesible y comunicativo. Contento de regresar a la civilización.

No creo que se sintiera cómodo en aquel barco. Sabía poco de los organizadores de la acción a Gaza. Se embarcó en la última etapa. Esta vez metiéndose en una acción política sin ser dueño del modo de proceder, como él acostumbraba. Se le necesitaba para la confrontación con Ios israelitas, se necesitaba su nombre, su fama, su voz de trueno. Creo que se sintió manipulado.

En la entrevista se sentía en su elemento: como ilustrador, como intérprete de una acción seguida con atención en el mundo entero, en su rabia contra Israel, contra la injusticia en el mundo.

Poco después se movía entre Maputo y Estocolmo, sus dos mundos. No mucho después jubiló a un Kurt Wallander con señales de demencia. Al poco tiempo anunció su cáncer: un tumor en el cuello, la metástasis de un tumor de pulmón descubierto a inicios del 2014. Dijo que su amigo Christopf Schlingensief, el otro intendente europeo en África, murió bajo el mismo tipo de cáncer.

Mankell habló con un laconismo condescendiente sobre su vida, en la que nada le fue prohibido. Todos tenemos que morir, pero antes tenemos que vivir, bella paradoja decía. Su autorreflexión hasta sobre su misma muerte: el último triunfo del escritor