«Os digo esto porque yo no aguanto ir al colegio y no hay otra manera para no ir. Por favor espero que algún día podáis odiarme un poquito menos (…) Os echaré de menos y espero que un día podamos volver a vernos en el cielo. Bueno, me despido para siempre. Diego». Es el texto […]
«Os digo esto porque yo no aguanto ir al colegio y no hay otra manera para no ir. Por favor espero que algún día podáis odiarme un poquito menos (…) Os echaré de menos y espero que un día podamos volver a vernos en el cielo. Bueno, me despido para siempre. Diego». Es el texto de la carta de despedida de un niño de 11 años antes de arrojarse por la ventana de su cuarto en un 5º piso en la localidad madrileña de Leganés. La carta encontrada dentro de su mascota de peluche parece inequívoca: Diego sufría acoso escolar. La familia la ha trasladado a la prensa para intentar que se reabra el caso, porque no pueden creerse que se niegue la existencia de acoso.
No sé cuál ha sido el papel de la inspección educativa y de la consejería, pero es difícil creer que se haya cerrado la investigación sin encontrar ningún elemento que apuntase al acoso escolar. La carta no tiene margen para la duda. No es verosímil que los compañeros de Diego no supieran nada de lo que estaba viviendo una criatura que opta por quitarse la vida para poner fin a una insoportable situación.
En un caso tan grave, que tiene como consecuencia la muerte de un niño, hay que llegar hasta el final en la investigación y buscar las raíces del problema que suelen estar muy repartidas: los inductores, los agresores, los niños observadores que lo saben y no dicen nada, los que sólo se ríen… También los adultos que no dan importancia a las bromas, las direcciones de los centros que hacen caso omiso y lo interpretan como un juego de niños, o que valoran que hay chicos raritos que todo se lo toman a la tremenda.
Diego iba al colegio concertado religioso Nuestra Señora de los Ángeles de Villaverde. No ha sido el único caso de acoso con resultado de muerte en Madrid en 2015. Hay que recordar el de Arancha, una alumna de 2º de ESO que se suicidó también y que estudiaba en el IES Ciudad de Jaén. Se han dado otros en el resto del Estado, como el de Alan, un joven transexual de 17 años que se suicidó en Barcelona en diciembre. Pero es muy difícil conocer esta realidad y su extensión porque no hay datos estadísticos que den un reflejo preciso.
Según algunos estudios, nos encontramos en la actualidad con un aumento de la frecuencia del suicidio infantil y adolescente, que ha pasado a ser considerado un problema de salud pública; habiendo escasos métodos para poder prevenir y afrontar el problema y, en general, escasez de estudios al respecto, sobre todo en niños y adolescentes. Para su prevención se ha comprobado que las intervenciones más eficaces son aquellas que se realizan en el ámbito escolar.
Sobre el acoso, hay fuentes que hablan de que uno de cada cuatro alumnos lo sufre, un porcentaje tan elevado que, desde la experiencia directa no parece del todo creíble. Quizá haya que ponerse de acuerdo sobre el concepto, pero al margen del dato cuantitativo, cualquier caso es insoportable para una sociedad que base su convivencia en el respeto y la protección de todos sus miembros, especialmente de los más vulnerables.
El bullying o acoso escolar hay que abordarlo pidiendo responsabilidades a todos los implicados, empezando por el ministerio de Educación y los gobiernos de las comunidades autónomas que deben dotar de recursos económicos, pedagógicos y formativos a los centros y al profesorado.
Las acciones deben de ir dirigidas a cuatro campos:
1. La prevención
Dedicando más medios y recursos a la lucha contra el acoso escolar. La LOMCE y los recortes no ayudan a combatirlo con unas ratios elevadas que no facilitan la atención individualizada a la diversidad, unos horarios del profesorado muy intensos que impiden su coordinación, la falta de profesorado y el debilitamiento de los departamentos de orientación.
Trabajando el desarrollo emocional y moral del alumnado con programas específicos en las tutorías y cualquier actividad que aumenten su grado de empatía con los otros y su sentido de la solidaridad y del apoyo mutuo. Para ello habrá que seguir desarrollando actuaciones como los «alumnos ayudantes» que velan por mejorar las relaciones entre alumnos, la mediación entre iguales, los observatorios de convivencia, los círculos de apoyo al nuevo alumnado o alumnos más vulnerables por diferentes y tantas otras iniciativas como existen ya en algunos centros.
2. La transparencia y la participación
Es cierto que estas situaciones de acoso escolar se pueden dar en cualquier tipo de centro educativo. La diferencia está en el ambiente que defina a un colegio o instituto, si es competitivo o cooperativo, si se trabajan los valores y derechos humanos, o hay otras prioridades como llegar a tener la mejor marca académica. Y sobre todo si en ese centro hay trasparencia para abordar cualquier caso que pueda producirse y apertura para que pueda participar cualquier miembro de la comunidad.
Las familias, el profesorado y alumnado se sentirán animados a hablar cuando puedan hacerlo con toda libertad y participen en la resolución de los conflictos. A ello puede ayudar la titularidad pública del centro. No es igual si un profesor teme un despido, si no se da participación al AMPA o si un director tapa el asunto porque no quiere que el centro coja mala fama y descienda su matrícula. Las diferencias de tratamiento han sido claras en los dos casos citados de Madrid.
3. El protocolo de actuación
No se trata de tener almacenado en dirección el protocolo institucional que, en su caso, les haya enviado la administración educativa. Cada centro ha de tener unas líneas básicas y eficaces de intervención cuando se produzca la menor sospecha de acoso. Un protocolo ético y eficaz es aquel que tiene como objetivo proteger a la posible víctima. El burocrático se basa en cubrir las responsabilidades de cada parte.
No es normal que haya planes perfectamente diseñados para una evacuación en caso de incendio y no los haya para intervenir ante el acoso escolar. Ensimismados con la LOMCE y los recortes, el ministerio de Educación ha tardado mucho en abordar este drama y, ahora, anuncia un paquete de propuestas. Alguna, como poner un teléfono para denunciar las situaciones de acoso, es una medida-parche para lavarse la cara.
Cada alumno y alumna, cada profesor o miembro de la comunidad educativa debe conocer lo básico: cómo distinguir un acoso real de una broma entre críos. Una pelea entre iguales o grupos rivales no es lo mismo que hacer bullying a una persona que sufre en silencio o defendiéndose como puede de la humillación y vejaciones durante un largo período. Y lo más importante, a quién acudir con cara y apellidos (el tutor, el orientador, jefe de estudios o director, el AMPA) y cómo denunciarlo.
Por ello hay que formar al alumnado y al profesorado. Hay que crear una conciencia moral entre toda la comunidad para evitar el acoso. No por el miedo a que te pillen en delito, como a veces ocurre con las charlas que da la policía en los centros con la mejor voluntad de evitar estos casos.
4. La investigación y toma de decisiones
La intervención es la última fase. Entrevistar y escuchar a la víctima, a los compañeros, a los profesores y comprometerles en la resolución del problema. Para ello, los padres no deben tener miedo a que su hijo sea señalado, ni la resolución debe pasar por cambiar de centro a la víctima. Toda intervención debe ser rápida, dirigirse a reparar el daño a la víctima y a corregir conductas de los agresores. Esto no quita para que éstos sean sancionados con medidas proporcionales a su agresión. Lo peor es mirar para otro lado. Estaríamos perdidos ante el mal si nadie se compromete a erradicarlo.
En el caso concreto de Diego, habrá que investigar hasta las últimas consecuencias para que no exista ningún espacio de impunidad y secretismo. La presidenta de la Comunidad de Madrid va a recibir a los padres y la única respuesta que estos esperan es una reapertura de la investigación. Tienen derecho a saber, a que se haga justicia, a que se actúe para evitar nuevas situaciones de peligro. La manera de asegurarlo es detectar las situaciones de riesgo, trabajar para evitar que se repitan y recuperar para la sociedad a otros niños que también puede salir muy dañados de estas situaciones, aunque hayan sido acosadores. Y por supuesto dotar a los centros de todos los medios necesarios para que estos hechos no vuelvan a ser noticia.
Pilar Lucía López es pedagoga y orientadora. Agustín Moreno es profesor de Enseñanza Secundaria en Vallecas (Madrid) y autor del blog de cuartopoder.es ‘La espuma y la marea’.
Fuente: http://www.cuartopoder.es/tribuna/2016/01/24/todos-contra-el-acoso-escolar/8095