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¿Puede el subalterno hablar?

Cómo las mujeres de clases populares se evaporan de la esfera pública

Fuentes: Rebelión

El subalterno es aquel que se sitúa en escalafones subordinados de la sociedad y la economía. Trabajadores/as, mujeres de clases populares, inmigrantes en busca de trabajo, personas de razas marginalizadas como los gitanos, etc. Por HABLAR, aquí me refiero a hablar en público y, sobre todo, a ser escuchado en espacios públicos, ya sea la […]

El subalterno es aquel que se sitúa en escalafones subordinados de la sociedad y la economía. Trabajadores/as, mujeres de clases populares, inmigrantes en busca de trabajo, personas de razas marginalizadas como los gitanos, etc. Por HABLAR, aquí me refiero a hablar en público y, sobre todo, a ser escuchado en espacios públicos, ya sea la barra del bar, la asociación, la agrupación del partido o -yo que sé- la televisión. Todos tenemos la capacidad física de hablar (incluso los mudos), pero no todos pillan el micrófono ni son escuchados de igual modo

Hace unos años, me encontré con esta pregunta en un texto de G. Spivak («¿Puede el subalterno hablar?», 1985). Ese texto desmenuzaba la carga de esa pregunta que muchas nos hacemos desde la infancia: «oye señorita, ¿puedo hablar?» «Oye, cariño, ¿me dejas hablar?» «Oye, compañeros, por favor, dejarme hablar…»

Desde la adolescencia, con frecuencia he escuchado también: «Es que en mi colectivo no hay mujeres que quieran hablar» «Es que nos falta una mujer para esta charla o para ser paritarios» «Es que hay pocas tías que quieran ser portavoz, coger el megáfono»… Esta contradicción (por un lado, mujeres que siempre tienen que pedir permiso para hablar y, por otro, un menor número de mujeres en espacios públicos militantes) merece cierta reflexión… De cómo las mujeres nos evaporamos del espacio público y cómo eso tiene graves consecuencias materiales -y muy objetivas- para nuestras condiciones de vida y trabajo.

La evaporación de mis tías, primas, amigas y compañeras de la esfera pública

En el contexto de un estudio en el que participé, observando grupos de discusión (que son como entrevistas en grupo), caí en la cuenta de que las mujeres solían hablar desde el «nosotros» («nosotros pensamos X») y los hombres rara vez les dejaban completar y cerrar tranquilamente su argumento. Esto ocurría igual en grupos de trabajadores jubilados de 50 años, jóvenes de FP o trabajadores precarios. ¿Por qué no las dejan hablar?

Haciendo un poco de etnografía de mi vida y la de mis amigas, tías, primas y compañeras, he llegado la conclusión de que las mujeres de mi entorno, procedentes de clases populares, con distintos oficios, niveles varios de escolarización tenemos muy difícil el hablar en público. En mayor o menor grado, pero a todas nos cuenta muchísimo hablar en público. En consecuencia, también lo tenemos muy difícil para defender derechos económicos, sociales o políticos en público. Aparte de nuestras vidas (que nos obligan a dedicar excesivo tiempo a trabajar y buscarnos la vida), nos resulta realmente difícil poder hablar y ser escuchadas en público.

Ya no ocurre aquello de «Cállate mujer«. El «cállate», muchas veces, es sustituido por una serie de mecanismos que operan en el día y a día y que nos expulsan continuamente de la esfera pública, de los lugares en que se crea el discurso público y se trabajan los problemas sociales de forma colectiva, política. El grupo de amigos, el trabajo, la escuela, las clases, los sindicatos o los colectivos políticos en los que participamos son espacios públicos. No suele ser intencionado, pero en ellos se produce una censura estructural que no nos permite hablar, y ocurre con tanta frecuencia que no es una anécdota, sino un patrón de comportamiento.

Esto nos conduce a evaporarnos y a desaparecer de los espacios y debates públicos con excesiva frecuencia. Normalmente, nos adelantamos nosotras mismas y nos auto-expulsamos (el sentimiento de vergüenza y culpa). Pero cuando ocupamos esos espacios públicos, esos liderazgos, tímidamente, cuando aparecemos, ¡zas! nos sacan de la esfera pública a guantazos y reprimendas. Esos mecanismos-guantazo suelen ser: a) la acusación de querer protagonismo; b) la acusación de querer beneficios personales; c) la imposición de una autoridad superior que te autorice a hablar; d) la manipulación necesaria; e) y la dramatización de las situaciones.

  1. Mecanismo acusatorio de búsqueda de protagonismo y poder.

Este es quizás el principal mecanismo a través del cual (gentes de ambos sexos) reprimimos y censuramos a aquellas mujeres que se convierten en líderes de sus grupos sindicales, barriales, políticos o en sus trabajos. Por desgracia, con demasiada frecuencia, he visto como compañeras, mujeres con un montón de años de experiencia a sus espaldas eran defenestradas porque, en realidad, «querían mucho protagonismo y poder». Es decir, no es que fueran brillantes, trabajadoras, de gran inteligencia y con capacidad resolutiva pese a sus vidas y trabajos precarios. Tampoco es que sus ideales sinceros les llevaran a poner la cara en luchas que les traerían muchos problemas… Es que en el fondo «tienen sed de protagonismo y poder…»

Como ejemplo, una de las historias que más me superó fue la de una portavoz de un colectivo1. Era una mujer del ámbito de la limpieza, auto-didacta, con una enorme visión política. En un conflicto bastante duro -como no podía ser de otra manera- fue defenestrada por «querer el protagonismo» y «tener intereses ocultos y ansias de poder». Al margen de otros asuntos que se entremezclaran, el argumento del protagonismo ya andaba sobre ella desde el minuto cero, incluso antes de las tensiones. Tenía ambición de «poder» simplemente porque tenía dotes y capacidades para ejercerlo. Y esto generaba sospechas.

  1. Mecanismo acusatorio de búsqueda de beneficio egoísta.

Muy parecido al anterior, este mecanismo sirve para defenestrar a mujeres que, por azares de la vida, acaban siendo líderes a pesar de su extracción popular y de no haber sido educadas ni para mandar ni para liderar nada. Se trata del rumor de que «esa persona quiere beneficiarse y trepar». Poco importa si está fundamentado, si esa persona, alguna vez, incurrió en ese tipo de prácticas o si no se vislumbra ningún beneficio objetivo que ella pueda adquirir. Al final, ella quiere algo personal…Porque lo personal -no lo público o político- es su terreno natural y a él hay que devolverlas.

Este argumento también lo he visto infinidad de veces. Incluso, he sido acusada de trepa alguna vez que otra, aunque la verdad, me ha debido salir bastante mal. No importa que la mujer sea una compañera currante, entregada, que haya antepuesto 20.000 veces su militancia a su oficio, familia y ocio personal. En el momento en que esa mujer -que no debía serlo por clase y género- se convierte en cara visible, la duda emerge. Me lo contaba una amiga en otra lucha reciente. Las personas que cargaban el peso organizativo eran mujeres. Estas no eran excesivamente visibles en los medios de comunicación pero, igualmente, fueron acusadas de «querer algo personal«. Incluso fueron defenestradas por encontrar trabajo tras esa lucha en sus respectivos oficios. El argumento acusatorio ya estaba operando, en realidad, desde el minuto 1′, cuando esas mujeres empezaron a destacar en público ya querían algo…

  1. Mecanismo de imposición de una autoridad superior.

En otros espacios públicos, esos mecanismos de expulsión funcionan igual de bien. El mecanismo de imposición forzosa de una autoridad externa parte de que una mujer de clases populares no puede emitir un discurso público con su nombre y apellidos, en base a su experiencia política o sus conocimientos. Sólo puede emitir discurso público como delegada de una organización o institución que le confiera el prestigio. Es decir, las mujeres de clases populares sólo pueden hablar en tanto que delegadas de grupo, organización política o empresa (si no, es que quieren protagonismo y poder…). Eso está reservado a los intelectuales-autoridad.

Como dice Anna Tijoux, «todas las letras de mis canciones expresan ideas colectivas». Como es obvio, todo lo que decimos, hablamos o pensamos ha sido pensado antes por otros, compartido en situaciones colectivas, aprendido de otros, leído en medios de masas, etc. Nada de lo que decimos es «nuevo». Ni las personas más politizadas, ni las gentes menos interesadas en política, no somos «originales». Todos «reproducimos» y recreamos. El problema es cuando esto se usa para defenestrar, de nuevo, a mujeres de clases populares, cuestionándolas cada vez que se cuelan en el espacio público.

Por ejemplo, hace unos años, en una charla me llamó la atención cómo las mujeres tenían un cartel donde ponía el nombre de sus organizaciones, mientras que los hombres tenían un cartel donde ponía su nombre, apellidos y oficio. Un detalle menor. Sin embargo, daba cuenta de esa necesidad de bautizar a las ponentes con una autoridad superior que las autorizara a hablar. La mujer-autoridad sólo es posible en clases sociales superiores. Vamos, que una autobusera, una tendera, una estudiante o una becaria no puede hablar de política en público, a no ser que sean emisarias de algo superior. Y este «exceso» de humildad lo interiorizamos con demasiada frecuencia.

  1. Mecanismo de victimización y manipulación.

Este mecanismo también es de los más frecuentes. Se da cuando te infravaloran a ti y tus posiciones políticas porque «estás manipulada por otra persona». Es decir, no es que tú tengas tus razones y compromisos para pensar/actuar así, es que alguien te ha dicho -cual marioneta estúpida- lo que debes decir o te ha amenazado si haces lo contrario.

Recientemente, alguien me contaba que su tía había decidido abandonar su sindicato. Sus compañeros, en lugar de analizar las razones y condicionantes que llevaron a esta señora a esa decisión (para entender y aprender), la lectura colectiva del caso fue que le pudo el miedo y la coacción. Igualmente, otra compañera que decidió abandonar su colectivo-por necesidad de rehacer su futuro laboral- fue juzgada como mujer empujada por un miedo irracional. Ambas habían sido protagonistas, líderes excepcionales de luchas verdaderamente riesgosas. Pero había que presentarlas como manipuladas o victimas del miedo y la sinrazón.

  1. Mecanismo de la pena y el drama2

Si una mujer de clase trabajadora hace una aparición en un espacio público (en un medio de comunicación, por ejemplo) será protagonista mayormente- para hablar de su experiencia personal dramática y sufriente, no para hablar de otros asuntos públicos o propuestas políticas generales. En público, nos legitima y nos reclaman una vivencia personal penosa y, a poder ser, espeluznante. Esa dramatización es la que te autoriza a hablar, como ejemplo del «mira lo que me pasó», para que luego el hombre-autoridad intelectual o autoridad-militante «lo ponga en pie». Es decir, lo ponga en su contexto y haga una traducción pública. Al final, hacer algo público pasa por coger las vivencias personales, agregarlas, relacionarlas y presentarlas como un problema social de muchos, con sus causas, consecuencias, etc.

Hay grupos y organizaciones públicas que, no obstante, subvierten esa regla de que las mujeres de clases populares sólo deben hablar de vivencias de extremo dramatismo (o de cosas de mujeres, como yo ahora). Por ejemplo, he conocido la militancia de una organización política durante años. En ella entré con unos 16-17 años y luego salí. En todo ese tiempo, he visto cómo muchas adolescentes «de pueblo» entraban allí con bagajes distintos, pero con una característica común: la dificultad de hablar en público, lo que muchos interpretaban como signo de «timidez» o «falta de arrojo», o sea, psicologismo barato. A pesar de todos los obstáculos, años después, veo a muchas de estas mujeres, ya adultas, con un entrenamiento y capacidad enorme para «poner en pie» argumentos en público más allá de sus vivencias dramáticas (desempleo, falta de vivienda, exclusión, falta de horizontes, imposible conciliación, imposible aceptación masculina, frustración laboral, etc.).

Pese a todos los obstáculos (ellas quieren protagonismo y poder, tienen intereses, sólo pueden hablar autorizadas, están manipuladas, su situación no es lo suficientemente drama), la organización y el entrenamiento, en algunas ocasiones, tienen poderosos efectos para hacer de estas mujeres voces públicas.

Las consecuencias muy materiales de la expulsión de la esfera pública

Si nos encontramos estos obstáculos y sanciones constantemente en el campo popular, estando muchas mujeres más o menos entrenadas a participar en espacios públicos (sindicatos, movimientos sociales, colectivos), y decididas a luchar por cambios en su sociedad y entorno… En otros ámbitos menos públicos como la familia, la escuela, el centro de trabajo o los grupos de amigos estos obstáculos son mucho mayores. Estas prácticas de «expulsión» a empujones del espacio público no sólo te hacen sentir impotencia en lo psicológico, sino que expulsan del debate público a las mujeres y, con ellas, determinadas reivindicaciones sociales a las que son más sensibles esas mujeres de clases populares.

Si es así de difícil hablar dentro espacios que se supone que toman en serio -por decirlo de algún modo- la inclusión de mujeres, imaginaros en espacios donde nunca se lo plantearon. En la familia, la escuela, el grupo de amigos/as, el trabajo, las parejas, llevamos toda la vida teniendo dificultades para hablar en público, para que nos dejen hablar sin sospechas. ¿Cómo vamos expresar nuestros intereses y reivindicaciones, si en privado no nos enseñaron y en público nos pegan navajazos cada vez que alzamos la voz?

No podemos extrañarnos, entonces, de que esto tenga graves consecuencias materiales y económicas: que haya menos mujeres sindicadas, menos mujeres organizadas, menos mujeres en grupos políticos y en movimientos sociales (aparte del feminista). Que en los colectivos de la sociedad civil haya menos mujeres y menos portavoces. En consecuencia, tampoco podemos extrañarnos de que las mujeres trabajadoras cobremos menos, conciliemos peor nuestras tareas, trabajemos más horas, suframos más pobreza, no exijamos con más contundencia los servicios sociales que nos resolverían la vida, perdamos el aborto y la decisión sobre el cuerpo y destino, nos impongan la prostitución… Y encima aparezcamos menos como voceras públicas de esas causas sociales.

Nos evaporamos porque el espacio público sigue siendo un territorio verdaderamente hostil.

Notas:

1 Los ejemplos son inventados a partir de situaciones reales.

2 Debo esta aportación a J. Calañés, que también incide en que estos mecanismos no sólo afectan a las mujeres. También ocurre cuando, por ejemplo, personas de clase trabajadora aparecen en la tele con temas vinculados a la vivienda o el desempleo. Sólo se les invita para «relatar» la penosidad que padecen, pero no para que planteen cómo creen que habría que cambiar la situación política.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.