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De mitos y profecías: a propósito de «Cuba año 2025»

Fuentes: La Raza Cómica

La Semana Santa cubana tuvo su propio derrotero: Obama aterriza en La Habana el Domingo de Ramos, The Rolling Stones se toma la Ciudad Deportiva el Viernes Santo, tras el Domingo de Resurrección Fidel declara: «No necesitamos que el imperio nos regale nada. Nuestros esfuerzos serán legales y pacíficos, porque es nuestro compromiso con la […]

La Semana Santa cubana tuvo su propio derrotero: Obama aterriza en La Habana el Domingo de Ramos, The Rolling Stones se toma la Ciudad Deportiva el Viernes Santo, tras el Domingo de Resurrección Fidel declara: «No necesitamos que el imperio nos regale nada. Nuestros esfuerzos serán legales y pacíficos, porque es nuestro compromiso con la paz y la fraternidad de todos los seres humanos que vivimos en este planeta» [1]. Que los últimos acontecimientos en la isla caribeña hayan sido acompañados por un leitmotiv cristiano no es exclusivo de este momento. Recordemos aquella difundida frase −sin más fuente que su anecdótica transmisión oral− supuestamente pronunciada por Fidel en 1973: «Estados Unidos vendrá a dialogar con nosotros cuando tenga un presidente negro y en el mundo haya un papa latinoamericano». Algo de aquella fuerza mítica −y también profética− subyacente en la narrativa histórica cubana resuena en esta frase, y nos señala la existencia de un imaginario que vuelve a tomar cuerpo cada vez que los ojos del mundo entero se depositan en las expectativas (muchas veces prejuiciadas) sobre la Cuba socialista; más aún cuando la incógnita sobre el curso de la revolución está en su apogeo.

Esa misma cadencia acompaña el ensayo económico del profesor titular de la Universidad de La Habana Juan M. Ferrán Oliva [2]. Planteado así en su lanzamiento, Cuba año 2025 quiere ser un vaticinio económico o, más bien, tal es el juego con que llega a sus lectores para trazar el esquema de una historia crítica de los modelos de desarrollo cubanos en su pasado, presente y, también, futuro, al tiempo que despliega una acabada historia social de la isla desde sus nudos más prominentes. El génesis, la tierra prometida, el paraíso perdido, el éxodo, los apóstoles y las profecías constituyen la matriz narrativa de este ensayo. Y la profecía vuelve a encarnarse en el diagnóstico prospectivo que arroja: «las lecciones de la historia consisten en perpetuar lo positivo y rechazar lo negativo. Pero las decisiones políticas están atenazadas por principios y restricciones. En Cuba son abundantes y, consecuentemente, las expectativas derivadas de los lineamientos son resbaladizas y ofrecen poco asidero a pronósticos. No obstante, con los elementos disponibles no se debe soslayar esta posibilidad. Es lo que se intenta en las páginas que siguen», declara al inicio Ferrán Oliva.

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En el principio era el verbo

En Cuba, la palabra independencia toma cuerpo más de medio siglo después de que fuera proclamada. Sin embargo, el modelo que acompaña los persistentes esfuerzos de liberación precede la gesta independentista del XIX y trasciende gran parte del XX. Para enfrentar esas cuestiones, el autor propone una lectura de larga duración: dos grandes periodos atraviesan el libro, a la vez que constituyen el punto de vista desde el cual se analizan los modelos del pasado y del presente. Primero, el «génesis» arrastrado desde la colonia hasta la primera mitad del siglo XX, signado por una camuflada pero activa dependencia. De ese modo, el traspaso del tutelaje desde España a Estados Unidos implica el desarrollo de una modernización neocolonial enfocada en la producción de materias primas para el abastecimiento de las refinerías norteamericanas, más o menos sostenida hasta la crisis del treinta. Pero dicho «desarrollo» se estanca: si hasta 1928 la isla exportaba el 50% del azúcar consumida por EE.UU., en 1933 será solo el 25%. De allí que, para el autor, lo que viene desate un reajuste económico, pero también un paradójico reajuste político. Entre 1930 y 1959, momento en que priman las Cuotas azucareras, el llamado «gobierno de los 100 días» instala -a su decir− «insólitas» medidas de fortalecimiento del Estado y de derechos sociales (desarrollo del sindicalismo, centralización económica, entre otras), promulgadas por el «triunvirato» de Ramón Gran, Antonio Guiteros y Batista. No podía ser de otra forma: la dictadura constituye la base política para la institucionalización del neocolonialismo bajo el alero de Batista. El anuncio de una revolución por venir (nutrida por La historia me absolverá de Fidel) parecía más cercana -al menos en el imaginario− tras el asalto al Cuartel Moncada en 1953. El Movimiento 26 de julio deberá enfrentar el programa de desarrollo económico ampliado por la dictadura de Batista.

El verbo se hace carne

Con el triunfo de la revolución, la promesa independentista se materializa. Aquí comienza el segundo momento. Sin embargo, el despliegue de «la tierra prometida» es también, para Ferrán Oliva, paradójicamente, el inicio del «paraíso perdido». Lo que allí se inaugura (y aquí estriba su punto de vista crítico), no habría logrado consolidarse a pesar de los esfuerzos −a su decir, «faraónicos»− por instalar un nuevo modelo de desarrollo para Cuba. Veamos por parte su diagnóstico. Tras la invasión de Playa Girón y la declaración del carácter socialista de la revolución en 1961, comienza la corriente de nacionalizaciones que culmina siete años más tarde. Entre 1959 y 1999 la isla recibe, vía la URRS, 80.000 millones de dólares que le ahorraran la fase de acumulación originaria. No obstante, la evidente contradicción entre los recursos externos y la producción agrícola interna tuvo sus lastres, señala. Incluso apunta a que la «revolución permanente» se habría acabado con la introducción de una economía centralmente planificada en 1975. En el fondo, para el economista cubano, la «modernización revolucionaria» fracasa, y queda al descubierto la decepción arrojada por las primeras «gestas magnas» (el plan agrícola «Cordón de La Habana» de 1967, la «Zafra de los 10 millones» de 1970) y otras más tardías como la Batalla de Ideas, la organización de trabajadoras, la revolución energética y la ayuda internacionalista. En suma, tres décadas conducen a la «pérdida del paraíso» e inauguran el régimen especial de los años noventa.

Es así como una dinámica encadenada de aceleración, crecimiento, desaceleración, estancamiento y decadencia, entre 1959 y 1990, le resulta evidente. El primer síntoma de la nueva crisis por venir en la última década del siglo veinte aparece con el llamado «Proceso de rectificación» de 1986. De allí que el «Periodo especial» emerja como un plan de supervivencia en un contexto de trauma económico. Las nuevas medidas para encarar el periodo las organiza en cinco ejes: contracción de la producción azucarera, nueva política de remesas para la recaudación de divisas, el petróleo como piedra angular de las importaciones, el desarrollo acelerado del turismo internacional (que vino a reemplazar el lugar del azúcar) y la modificación de las políticas de inversión extranjera. Estos «cambios estructurales» en la economía externa cubana entrarían en terreno pantanoso hacia fines de la década, según el autor, debido al «dogmatismo» y al «afán centralizador».

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Ortodoxia, heterodoxia: «el hábito no hace al monje»

La emigración económica de los noventa reconfigura el mapa demográfico, económico y social de la isla. La crisis de los balseros en 1994 fue probablemente el mayor indicador mediático de lo que estaba aconteciendo. Ferrán Oliva señala que habrían sumado 35.000 los emigrados en el periodo, en su mayoría hacia Estados Unidos. Esto también expone que la mayoría de los residentes en las «entrañas del monstruo» son producto de la migración económica y no de la migración política. ¿Cuánta legitimidad posee el modelo revolucionario en este nuevo panorama? El economista esboza un escenario modesto: 15% de fidelistas incondicionales, 30% de integrados −pero con «dudas racionales» y ávidos de cambios sustantivos−, un 40% de masa neutra o apolítica −que sigue la corriente, pero que también es ideológicamente oscilante− y un 15% de opositores declarados. Estas cifras son pensadas −o, más bien, imaginadas− respecto del total de la población (no puedo sino recordar que, hace tres años, Bachelet triunfó con un 62% de apoyo en un contexto de abstención que bordeaba el 60%. Es decir, su triunfo representó a un 26% de los electores. Dejo al lector el desafío de calcular a cuánto se reduce hoy el escuálido apoyo de la Nueva Mayoría respecto del total).

Los noventa cubanos son duros como nuestros noventas neoliberales, pero por supuesto, de otra forma. Al fin y al cabo, la geopolítica mundial está viviendo los coletazos y los ajustes del desarme de uno de los socialismos reales más significativos de nuestro siglo XX. En esa línea, Cuba año 2025 traza las tensiones y prohibiciones acontecidas, dejando en evidencia aquellas medidas −a su decir, «absurdas»− que fueron posteriormente refrendadas: del ateísmo de Estado a la libertad de culto, de la prohibición migratoria a la apertura de fronteras, de una estricta regulación del consumo a la libertad de acceso a bienes, junto con la emblemática instalación de la doble moneda −el peso cubano (CUP) y el peso cubano convertible (CUC)− que extiende una dualidad o bien profundiza un hiato entre los cubanos y el exterior, y también en la economía interna cubana. Por ahí concluye, con cierta ironía, que, a su pesar, Cuba se había convertido en una sociedad donde «todo lo que no está prohibido es obligatorio».

Desde allí retoma, nuevamente, la pregunta por el socialismo, pero no como proyecto político sino como modelo económico. Para Ferrán Oliva, si todas las teorías económicas son guiadas por apóstoles (Smith, Marx y Engels, los keynesianos, los neoliberales e incluso Stilgitz), no habría que asombrarse ante un socialismo que no llegó a serlo ortodoxamente, o al menos ante un recorrido de consolidación que ha sido teóricamente espurio. La vieja tensión entre teoría y praxis es revivida en estas páginas como argumento. De alguna forma, este es el a priori de sus predicciones. Raúl hereda una solución «añejada por el envejecimiento de los males» que intentó rectificar en el VI Congreso del Partido el 2011. Allí se inauguran las pautas de un paquete de transformaciones depositadas en el ajuste del modelo económico, ajuste que permanece como una incógnita para el autor: a) recuperación del campesinado como clase productiva; b) trabajadores por cuenta propia; c) inversiones extranjeras (ajustadas desde marzo de 2014); d) mercado interno de bienes y servicios. A ello se suman desde el 2008, con Raúl, la despenalización de la posesión de divisas y de las restricciones a las salidas al extranjero.

Contra la edad de oro: «todo futuro será mejor»

Ni nostálgico ni regresivo se muestra Cuba año 2025. A lo más, vendría a ser una suerte de utopía pragmática -si tal oxímoron fuese posible− confiada en las resoluciones políticas que puedan echar luz sobre el nuevo modelo. Además, este modelo trae consigo un talón de Aquiles estructural: la perduración de la doble moneda. A contracorriente y bajo ese principio «pragmático» aparecen sus tres predicciones. En primer lugar, el escenario pesimista: el retorno de la supremacía norteamericana, involución hacia la condición de «república bananera». Es el escenario «pesimista improbable» y «hay que descartarlo de hecho», dice el autor. En segundo lugar, el escenario conservador: las decisiones internas perpetúan los elementos negativos del último medio siglo. Hay esfuerzos sin logros, vuelve a reiterarse como un mantra el «rectificamos o nos hundimos». Pero señala: «como el pueblo no está dispuesto a esperar cincuenta años más el advenimiento del modelo este escenario es poco factible de concretarse». Por último, el escenario optimista −para Ferrán Oliva, único escenario posible−: el pragmatismo enfrenta al establishment y es continuado por quienes dirigen el país desde 2018.

El paisaje hacia el 2025 sería, entonces, más o menos este: por un lado, la consolidación de los cuentapropistas y de una clase campesina productora; por otro lado, el desarrollo de un mercado interno y de nuevas inversiones. Todo esto trae consigo un corolario: «el verdadero estímulo no es el dinero, sino lo que puede hacerse con él». Y continúa: los resultados se atisban hacia fines del 2016 junto con una avalancha turística cercana al 2018, año en que se esperan elecciones. El panorama anuncia la continuidad del monopartidismo y el modelo se ajusta a una «economía mixta socialista»: «predominan las decisiones de un gobierno cuyo objetivo será el hombre, sin soslayar los imperativos económicos. Los resortes financieros serán un medio y no un fin». Sigue prediciendo: el Estado tendrá la propiedad absoluta de las actividades que considere estratégicas; Cuba tendrá un crecimiento del 7%, continuará como «un país en despegue». La resolución, como se anunciaba desde el inicio, es heterodoxa: «el sempiterno mercado tiene la clave, pero el neoliberalismo ha evidenciado que es un mal amo. Sin embargo, la experiencia china sugiere que puede ser un excelente empleado». Y finalmente sintetiza:

«la Revolución fue necesaria. Adoptó el modelo posible en las condiciones iniciales; con el paso del tiempo dicho patrón se aberró. No se trata de remendarlo sino de cambiarlo. El nuevo desiderátum implica mantener la soberanía nacional, fijar al ser humano como centro de los objetivos económicos y sociales; superar el subdesarrollo y evitar el reparto equitativo de la pobreza; observar el respeto a la naturaleza, y obtener estos logros en forma democrática. Se dice fácil. Hállese el modelo o modo adecuado y bautícese después».

Contradicción aparente entre el mito inaugural y la tierra prometida. Pero, precisamente, en ese lugar incómodo o intersticial deposita sus tesis Ferrán Oliva. No faltará quien diga (y con acierto) que en última instancia, el derrotero del modelo no se resuelve en estas páginas, sino durante el VII Congreso del Partido Comunista Cubano a realizarse entre el 16 y 18 de abril. Allí aparecerán las verdaderas tácticas hasta 2030 y podrá evaluarse si el ajuste y los nuevos lineamientos coinciden con estas profecías económicas. Mientras tanto, el libro deja su huella triunfante anclada en la única tesis que expone como realmente predictiva, la optimista; hasta ahora, único paraje «científico» de todas las predicciones que circundan las costas de este anunciado, aunque todavía incipiente, desbloqueo.

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[1] Castro, Fidel. (28 de marzo, 2016). El hermano Obama. Granma.

[2] Premio Casa de las Américas 2015, en la línea Ensayohistórico-social. El jurado estuvo compuesto por Marta Harnecker (Chile), Alfonso Murena (Colombia) y Zuleica Romay (Cuba).