Hace 15 años, a lo mejor 20, que el teólogo crítico y vinculado a la Teología de la Liberación, Juan José Tamayo, se considera feminista. Se lo debe a las compañeras y maestras que le alertaron de su mentalidad patriarcal, algo nada extraño pues se había formado en un seminario conciliar («pero con las ideas […]
Hace 15 años, a lo mejor 20, que el teólogo crítico y vinculado a la Teología de la Liberación, Juan José Tamayo, se considera feminista. Se lo debe a las compañeras y maestras que le alertaron de su mentalidad patriarcal, algo nada extraño pues se había formado en un seminario conciliar («pero con las ideas del concilio de Trento», acota). Hoy con 70 años, se licenció en Teología por la Universidad Pontificia de Comillas y se doctoró en la Pontificia de Salamanca, pero también forma parte de la Asociación de Hombres por la Igualdad de Género (AHIGE), que publica la revista «Hombres Igualitarios». La masculinidad se impone a partir de principios que en muchos casos transitan inadvertidos. «Si Dios es varón, el varón es Dios», se lamentó en una ocasión la filósofa feminista y teóloga estadounidense, Mary Daly. No hay más que ojear la historia del pensamiento contemporáneo de Europa para constatar las hondas raíces del patriarcado.
Después de reflexionar sobre el contrato social, Rousseau se adentra en el campo de la educación y escribe «Emilio», cuyo capítulo quinto se dedica a la educación de las mujeres. La tarea de ellas es, según se desprende del texto, limitarse al hogar y hacerle la vida agradable al marido. Kant también definía a la mujer como un animal doméstico y más aún, señalaba que para que pudiera ser filósofa tendría que dejarse barba. En 1789 la Asamblea Nacional Constituyente francesa aprueba la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, fundamentados en una universalidad que se asocia al varón. Toda la modernidad ilustrada europea se levanta sobre esa falla. Ajusticiada en 1793, la escritora y filósofa feminista Olimpia de Gauges respondió dos años antes con la Declaración de Derechos de la Mujer y de la Ciudadana. «Sin paridad no hay laicismo ni democracia», concluye Tamayo en un acto organizado por Xarxa Cristiana dentro del Fórum de Debats de la Universitat de València («Laicismo, política y religión en las sociedades democráticas).
El miembro de la Asociación de Teólogos y Teólogas Juan XXIII resalta las ventajas del estado laico: es el que mejor respeta la libertad de conciencia, la libertad religiosa, el pluralismo político y la diversidad cultural (también opina que determinadas tendencias del laicismo francés son excesivamente esencialistas, y no respetan la diversidad cultural y religiosa). Subraya que el laicismo, una doctrina erigida a lo largo de la Modernidad en Europa y Estados Unidos, constituye el espacio más adecuado para la enseñanza de la educación para la ciudadanía («es muy importante recuperar hoy esta asignatura, que sólo puede garantizar un estado laico»). ¿Puede considerarse el estado español hoy un estado aconfesional? Lo niega el autor de «Religión, razón y esperanza. El pensamiento de Ernst Bloch», «Desde la heterodoxia. Reflexiones sobre laicismo, política y religión», «San Romero de América. Mártir de la justicia» (director), «Fundamentalismos y diálogo entre religiones» o «Invitación a la utopía», entre otras obras. De todas las Transiciones conclusas en el estado español -política, militar y cultural-, la única que falta por materializarse es la religiosa. Los diferentes gobiernos han sido rehenes de la iglesia católica: «Esperan que ésta reconozca y respete sus decisiones políticas».
El teólogo ha reflexionado extensamente sobre las aportaciones éticas de las religiones y su función política y cultural, las claves actuales de la Teología de la Liberación, el diálogo inter-religioso, las interculturalidad y la perspectiva liberadora y de género. Considera que la Teología feminista e intercultural son dos de las corrientes de pensamiento teológico con mayor futuro. En cuanto al estado laico, sin más, ¿cabe su defensa como una panacea? Tamayo sostiene que ha de vincularse a la construcción de una sociedad más justa y solidaria. El estado laico define un marco jurídico-político, pero requiere además un contenido social, que equilibre las desigualdades, fomente la cohesión y batalle contra las discriminaciones y la corrupción. «Sin laicismo no hay democracia, y sin democracia no hay laicismo». Pero el laicismo tampoco puede separarse del feminismo ni de la disputa de la hegemonía al pensamiento patriarcal.
En noviembre de 2015 el diario ABC recogía unas afirmaciones del secretario general de la Conferencia Episcopal, José María Gil Tamayo: «El fundamentalismo y el laicismo son los dos grandes peligros para la paz». En 2008 el cardenal de Madrid y entonces presidente de la Conferencia Episcopal Española, Rouco Varela, afirmó: «El estado moderno en su versión laicista radical desembocó en el siglo XX en las formas totalitarias del comunismo soviético y del nacional-socialismo». En una entrevista realizada en julio de 2007, el cardenal Cañizares (actual arzobispo de Valencia) declaró que el laicismo «lleva consigo la destrucción del hombre». Otro purpurado, Tarsicio Bertone, afirmó en 2009 en la sede de la Conferencia Episcopal Española, como secretario de Estado Vaticano: «No es expresión de laicidad, sino su degeneración en laicismo, la hostilidad contra cualquier forma de relevancia política y cultural de la religión; en particular contra la presencia de todo símbolo religioso en las instituciones públicas».
El teólogo Juan José Tamayo ha criticado en la Universitat de València la situación de privilegio de la iglesia católica en España. «Nada ha cambiado desde épocas anteriores». A pesar del paso de los años, continúan vigentes discusiones como la enseñanza de la religión en las aulas. Tamayo se muestra partidario de que ésta se imparta como «asignatura laica», a cargo de profesores especialistas que divulguen una perspectiva sociológica, histórica o científica de las religiones. En ningún caso de carácter confesional, sino crítica. «Los jerarcas eclesiásticos que defienden la enseñanza confesional demuestran el fracaso de su proyecto de evangelización y de difusión de la fe en sus ámbitos, por eso han de recurrir a las aulas». El teólogo crítico también sostiene que muchos centros concertados (católicos) «son una trampa en toda regla». Teóricamente los colegios concertados pueden prestar un servicio a la ciudadanía allí donde no alcanza el estado, pero lo grave es que en la práctica se impone el ideario de los centros: el catecismo de la iglesia católica, por encima de los valores de la Constitución.
Hubo escuelas concertadas que plantearon la objeción de conciencia a la asignatura «Educación para la Ciudadanía» o propusieron la enseñanza de la materia desde una perspectiva religiosa. A ello se agrega lo que implicaría la enseñanza de los temarios de Religión en las aulas: la transmisión de ideas como que la felicidad resulta imposible sin Dios; las reminiscencias divinas en la explicación de los orígenes del mundo; la imagen de la mujer (Eva) como pecadora y tentadora, o de Dios exclusivamente como varón. En universidades como la Complutense, donde teóricamente se transmite un aprendizaje crítico, todavía radican varias capillas, que abiertas o cerradas como espacio de culto, proyectan un fuerte valor simbólico.
¿Supone el papado de Bergoglio un cambio de fondo respecto a los pontífices anteriores, Ratzinger y Wojtyla? ¿O las transformaciones en un sentido progresista son más bien discursivas, de lenguaje y mercadotecnia? El Vaticano se negó a reconocer al embajador francés ante la Santa Sede por razón de su homosexualidad, hasta el punto que Hollande tuvo finalmente que destituirlo. Pero también es cierto que Bergoglio se ha preguntado en público: «¿Quién soy yo para juzgar a un homosexual si es una buena persona?» Tamayo opina que ciertamente se han producido cambios respecto a los dos papados anteriores, que se destacaron por la disciplina férrea, el gobierno de la iglesia según el dogma o una moral muy estricta en relación con la sexualidad. El papa actual se mantiene en coordenadas parecidas, pero no pone el énfasis en los citados puntos.
«Francisco no es progresista, de lo contrario no sería Papa», asevera Juan José Tamayo, pero «se preocupa por los problemas de la gente». En México echó en cara a los obispos reunidos en la catedral que discutieran por razones de poder. También ha viajado a Lesbos y Lampedusa, y subraya el valor del Evangelio («quiero una iglesia de los pobres»). En las encíclicas ha defendido el cuidado del planeta y criticado el neoliberalismo (Wojtyla, en cambio, señaló los efectos de este sistema económico pero sin criticar su esencia). Sin embargo, durante el gobierno de Francisco, la Curia romana continúa concentrando todo el poder, en este punto no se han producido variaciones. También se ha mantenido en la línea patriarcal de los papas anteriores: la mujer continúa marginada del sacerdocio, la teología y los ámbitos de decisión en la iglesia católica. «Ahí estamos igual que hace 16 siglos, en los inicios de la iglesia constantiniana». Por otra parte, Bergoglio anunció en 2013 que se crearía una comisión de nueve cardenales para que asesoraran en la reforma de la Curia y la democratización de la iglesia. El problema es que se designó coordinador al arzobispo de Tegucigalpa, Óscar Andrés Madariaga. Un cardenal que apoyó el golpe de estado contra el presidente de Honduras, Manuel Zelaya, en junio de 2009.
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