«Cuando alguien está defendiendo a quien le explota, a los ‘mercados’ o a la clase política corrupta, ha llegado al nivel más bajo al que puede llegar un ser humano: bendecir la porra que le golpea, besar las botas que lo pisan» Julio Anguita sobre la moral del esclavo La sensación en la izquierda tras […]
«Cuando alguien está defendiendo a quien le explota, a los ‘mercados’ o a la clase política corrupta, ha llegado al nivel más bajo al que puede llegar un ser humano: bendecir la porra que le golpea, besar las botas que lo pisan»
Julio Anguita sobre la moral del esclavo
La sensación en la izquierda tras las elecciones del 26-J es parecida a la que se produjo hace 30 años con el referéndum de la OTAN. Cuesta creer los datos, porque no salen las cuentas. Y con ello se extiende la sospecha de que el poder de verdad ante las grandes cuestiones está dispuesto a todo. Pasar de acariciar con la punta de los dedos una victoria histórica a una quiebra de expectativas conduce a la melancolía y al reproche. Es lo más peligroso, lo que hay que evitar a toda costa para seguir resistiendo a la barbarie del neoliberalismo y de la austeridad. Pero dejemos el duelo y analicemos los hechos para intentar explicarnos lo sucedido.
1. No habrá cambio sin movilización social
Creo que esta es la principal razón por la que no se ha producido una victoria electoral. Desde hace dos años la movilización ha caído en picado y sin ella es muy difícil ganar en las urnas. No han ocupado masivamente las plazas y las calles las mareas sectoriales y ciudadanas, ni las marchas de la Dignidad, ni el rechazo al TTIP o la solidaridad con los refugiados, ni un movimiento sindical anestesiado (salvo honrosas luchas como la de los trabajadores de Coca Cola y alguna otra) que no ha sido capaz de movilizarse en solidaridad con los trabajadores franceses que luchan por ellos y por nosotros. Bien es verdad que muchos colectivos han seguido peleando a diario, como las PAH por salvar a familias concretas de los desahucios. Pero el cambio político no llegará si no es sobre los hombros de la movilización obrera y ciudadana.
2. La eficacia de la campaña del miedo.
De todos los miedos juntos y debidamente agitados: Grecia, Venezuela, el ‘Brexit’, la unidad de España… El miedo siempre hace carambola. Por una parte, el que tienen las élites económicas y políticas a la pérdida de privilegios; por otro, el de sectores de la población ante la incertidumbre por el cambio que pudiera producirse. Avergüenza a cualquiera la zafia campaña de Rajoy que parecía dirigida a niños de siete años, como cuando hablaba de «los malos», por no decir los «rojos». Pero es eficaz si un elector vota con una emoción tan poderosa que es capaz de perdonar la corrupción y los recortes. A ella se une la agresividad y el anticomunismo del PSOE. obsesionado con evitar el avance de la izquierda o la brutal campaña de medios como El País, que todos los días, incluido el 26-J, atacaba a Unidos Podemos reflejando su falta de ética periodística y su temor al cambio.
La demonización del líder de la coalición Unidos Podemos, Pablo Iglesias, consiguió inducir un nivel de rechazo equivalente al del peor presidente de gobierno que ha tenido este país. Algo que no tiene ninguna lógica, pero que manifiesta el poder de los medios y la dureza de la campaña desde el primer momento. Era algo tan evidente que, sin ser de Podemos, escribí hace mucho tiempo un artículo titulado ‘Podemos somos todos’, porque tenía muy presente la campaña del poder contra Julio Anguita. Lo cierto es que el PP ha quedado primero y recupera votos y diputados, el PSOE desciende pero evita el cantado sorpasso, y el bipartidismo se alivia. Quizá la izquierda ha pecado de ingenuidad. Hay que tomar conciencia de que el poder económico y político va a resistirse con uñas y dientes para no ser asaltado por ninguna fuerza que intente mirar por el bien común y por la mayoría de la población.
3. La derecha gana cuando la izquierda se abstiene
Así lo indica un recorrido por la historia reciente y menos reciente de este país. Así lo confirman los datos comparativos entre las elecciones del 20-D y las del 26-J: Unidos Podemos pierde 1.089.760 votos y el PSOE 120.606 votos, lo que da un total de 1.210.366 votos progresistas menos. Mientras, el PP recuperó 669.220 votos, por la mayor unidad y disciplina de su electorado, que, esta vez, ha preferido votar al original y no a la copia de Ciudadanos (C’s) que también baja 390.759 votos. La pérdida de votos de la izquierda es el gran misterio de estas elecciones y seguramente tiene muchas causas que tendrán que analizar las fuerzas afectadas. Pero es evidente que la derecha ha sido capaz de movilizar a su tropa, mientras que una parte de la izquierda dolida o enojada se negaba a votar ya el 20-D y otra parte se quedaba en casa poco ilusionada, confundida por los discursos o por el miedo.
4. La unidad no ha perjudicado a Unidos Podemos
Aunque es difícil saber exactamente cómo ha influido, la tendencia de Podemos antes de alcanzarse el acuerdo de unidad era a la baja, poco más del 15% en abril de 2016. IU, con su 6%, tampoco hubiera sacado mucha representación. El 21,1% alcanzado el 26-J, es bastante más que salvar los muebles: es consolidar una fuerza política de izquierdas que es votada por uno de cada cinco electores y eso no había pasado nunca en el actual periodo democrático. En el electorado de IU había más reticencias a la unidad quizá por no verse representado en parte del discurso o por la forma de abordarse conflictos como el de Madrid, que ha dejado a valiosos militantes fuera de la organización. Pero también había un electorado de baja intensidad y demasiado emocional que no estaba consolidado. Es verdad que no ha habido sorpasso, pero nunca ha estado más cerca de él la izquierda transformadora tanto en votos como en diputados. La izquierda no se puede sentir derrotada por expectativas no cumplidas ni debe sacar conclusiones precipitadas, porque es muy probable que de haber concurrido por separado no hubiera alcanzado 71 escaños.
5. Habría que desahuciar las encuestas de opinión
Todos, absolutamente todos los sondeos electorales han fallado con sus predicciones. Las previas y las de a pie de urna, las del CIS y las de Metroscopia, Sigma Dos, etc. No han acertado ni el reintegro. Las explicaciones que están dando las propias empresas de opinión no son nada convincentes e indican que no tenían ni idea. Pero lo más grave de lo sucedido está en que sectores importantes de la población puedan llegar siquiera a pensar en la posibilidad de pucherazo. Que en 24 horas se hayan recogido 100.000 firmas pidiendo una auditoría internacional indica un serio deterioro de la credibilidad de la democracia. Algo que no pasaría si no tuviéramos un ministro del Interior bajo todas las sospechas como un amoral y manipulador sin límites. O por otro tipo de «pucherazo» -este sí real- con el voto rogado-robado de dos millones de españoles que están fuera del país y que no pueden ejercerlo, según la Marea Granate .
6. Aún queda mucho partido por jugar y la izquierda tiene una base muy sólida
El PP no puede ser investido si no es con la complicidad de terceros. Y ahí es donde se le ponen las cosas complicadas al PSOE, que entrará en crisis, no puede reeditar su acuerdo con C’s (tendría ahora menos escaños) y que sigue rechazando el gobierno de progreso que no quiso tras el 20-D. Después de que Pedro Sánchez calificase a Rajoy de «indecente», parece inevitable que el PSOE acabará permitiendo el gobierno del PP, algo que no quisieron desvelar en la campaña. Susana Díaz ha tardado solo 48 horas en hablar de abstención ante un gobierno de Rajoy, con la excusa de que «el PSOE debe pasar a la oposición». Pero Rajoy no tiene fácil gobernar y sacar adelante leyes obligadas como los PGE, aunque podrá bloquear en el Senado los intentos de derogación de nefastas leyes de la anterior legislatura (LOMCE, ‘ley mordaza’, reforma laboral…). Estamos, pues, ante una legislatura muy breve.
El gobierno de la derecha que se forme, bajo la presión de la Troika y a pesar de su precariedad, va a seguir con la austeridad (8.000 millones de recortes), las privatizaciones, el ataque a los derechos de los trabajadores, a las pensiones y el desmantelamiento del débil Estado de Bienestar. Urge analizar lo sucedido, ser autocríticos, pero reforzar la unidad, tomarse en serio la regeneración del sindicalismo, fortalecer a los movimientos sociales y la participación ciudadana para reconstruir espacios de resistencia. La unidad de la izquierda, con mayor integración y creando organización, es la condición necesaria para la victoria. Pero la condición suficiente para el cambio político real es recuperar la movilización y la confluencia con los movimientos sociales frente a los recortes que vienen y al endurecimiento de la política neoliberal. Y sobre todo ser capaces de formular una alternativa creíble de país que nos saque de la degradación y la mediocridad. Hay dos años para hacerlo.
Fuente: http://www.cuartopoder.es/laespumaylamarea/2016/06/30/seis-lecciones-del-26j/1536