Una de las muchas mentiras sobre Cuba entronizadas en las mentes de muchos estadounidenses y, en alguna medida, en las de los ciudadanos de aquellos países donde la influencia de los medios de prensa y cultura estadounidenses es fuerte, es la de que en la Isla no existe libertad de culto. Es cierto que el […]
Una de las muchas mentiras sobre Cuba entronizadas en las mentes de muchos estadounidenses y, en alguna medida, en las de los ciudadanos de aquellos países donde la influencia de los medios de prensa y cultura estadounidenses es fuerte, es la de que en la Isla no existe libertad de culto.
Es cierto que el triunfo revolucionario contra la dictadura de Fulgencio Batista, en 1959, abrió paso a un proceso tumultuoso que tocó todos los ámbitos del país y tuvo un efecto secularizador de la sociedad por su carácter renovador de muchas costumbres, tradiciones y la cultura en general.
Tras cuatro siglos de colonialismo con el catolicismo como la religión oficial, surgió en Cuba una seudorepública bajo protección y control de Estados Unidos, en la que la sociedad cubana, de hecho, conservó el mismo signo confesional en la mitad inicial del Siglo XX.
Pese a que en las Constituciones de 1902 y 1940 se estipulaba la separación entre el Estado y la iglesia, se identificaba en sus textos la moral cristiana como normativa ética de la sociedad en detrimento de cualquiera otra moralidad no cristiana. De tal manera, se mantenía el desconocimiento de la diversidad cultural, moral y religiosa que exigía una comunidad tan plural en términos de etnias, cultos y tradiciones como la cubana.
La primera vez que en Cuba se proclamó la separación entre el Estado y la Iglesia como principio constitucional fue en la República en armas, en plena lucha contra el régimen colonial español y católico. Las transformaciones sociales generadas por la revolución de la segunda mitad del siglo XX -primero contra la tiranía batistiana y después en el desarrollo del proyecto independentista y socialista-, tuvieron un impacto considerable en el proceso de desacralización de la naturaleza.
La campaña que erradicó el analfabetismo que padecía más de un millón de cubanos; la masificación de la enseñanza media, técnica y superior; la expansión de los servicios de salud y la electrificación de las viviendas, y el uso de nuevas técnicas y nuevas formas cooperativas de producción en el campo, entre otros logros populares, influyeron en la desaparición de algunas prácticas religiosas colectivas tradicionales, tales como las procesiones para implorar buenas cosechas o lluvias, en zonas rurales.
La reforma agraria, la construcción de nuevas carreteras y caminos, la llegada de la radio y la televisión a sitios donde antes no accedían, transformaron los sistemas místicos de representación de la naturaleza por enfoques razonados y lógicos.
Así, emulando con las instituciones sociales que históricamente orientaban la conducta y las ideas -entre las cuales predominaban las iglesias cristianas y sobre todo la católica- irrumpió en la escena la revolución, con una capacidad de convocatoria enorme en los sectores sociales mayoritarios, como representante de un cambio muy ansiado.
La revolución, además, respondía a las aspiraciones de los intelectuales impedidos de acceder a espacios monopolizados por la iglesia. En la puja, éstos habían fortalecido su manera secular -sobre todo anticlerical- de encarar su papel en la sociedad.
Hubo, ciertamente, desencuentros y fricciones iniciales entre el gobierno de la revolución y la jerarquía de la iglesia católica cubana, esta última con feligresía amplia y socialmente influyente entre la población de mayores ingresos pero con influencia mucho menor en los sectores humildes.
Las acciones legislativas y prácticas de la revolución, tales como la ley de nacionalización de la enseñanza, limitaron el espacio social de la religión católica en Cuba, y lo ampliaron para otras–como las espiritistas, las asociadas a religiones de origen africano y las pentecostales- que lograron acceso a espacios públicos a los que antes habían tenido muy pocas posibilidades de llegar a causa del monopolio cristiano y católico, según lo sostiene el prestigioso profesor, sociólogo e investigador cubano de estos temas Aurelio Alonso Tejada, subdirector de la revista Casa de las Américas.
Se calcula que en Cuba funcionan más de 900 templos, más de 600 son iglesias católicas, 54 son protestantes y evangélicas, hay iglesias ortodoxas, griegas y rusas; cinco sinagogas y una Liga Islámica que agrupa a musulmanes chiítas y sunníes.
Puede recordarse que, antes de 1959, el Código penal cubano registraba como agravante de delito el practicar «brujería», término con el que la cultura cristiana predominante identificaba a las religiones originadas en África, muy extendidas en Cuba.
En medio de una situación de aparente contracción del espacio social de la religión, la revolución cubana creó condiciones legales y sociales básicas para un efectivo pluralismo religioso, sin distinción confesional ni institucional, que sirvió para obtener algo que nunca antes había existido en el país y de lo que escasas naciones se pueden vanagloriar: una libertad religiosa total y verdadera.
Blog del autor: http://manuelyepe.wordpress.
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