Al margen de si habrá o no Gobierno de coalición en la Comunidad Autónoma de Euskadi (CAE) parece necesario volver a discutir sobre un tema que, lamentablemente, no ocupó ni medio minuto en los debates electorales pasados pero que es central para vertebrar una comunidad preparada y diferenciada: la cultura y la comunicación. Han pasado […]
Al margen de si habrá o no Gobierno de coalición en la Comunidad Autónoma de Euskadi (CAE) parece necesario volver a discutir sobre un tema que, lamentablemente, no ocupó ni medio minuto en los debates electorales pasados pero que es central para vertebrar una comunidad preparada y diferenciada: la cultura y la comunicación.
Han pasado a ser una asignatura menor en las preocupaciones colectivas e institucionales, a pesar de construir las raíces mismas del progreso mental, la maduración social y la identidad de una comunidad, y de que la cultura es el componente más cualitativo y transversal en las sociedades de conocimiento. Construye la sustancia social y la mirada a largo plazo.
Una cuestión derivada es si debe mantenerse Cultura dentro de un macro-departamento de Educación o requiere de un Departamento específico como siempre fue hasta la última legislatura en la que se justificó por razones de compactación y austeridad institucional. Esa misma apuesta la hizo el Gobierno español (acordémonos de Wert) y, ahora Rajoy la reitera (Ministerio de Educación, Cultura y Deporte) a pesar de las quejas del mundo de la cultura en España (El País 5-11-16).
Ciertamente se puede cuidar mucho presupuestaria y normativamente la cultura sin necesidad de un Departamento específico, pero no tenerlo hace propender a lo contrario, dada su pérdida de peso específico en el andamiaje institucional (de Ministerio a Secretaría de Estado o de Consejería a Viceconsejería). Y lo muy cierto es que para sostener un potente proyecto cultural del que estamos necesitados se requiere un departamento específico con influencia interna y externa.
En todo caso el debate es más de fondo. La cultura en la era del conocimiento es un ámbito estratégico cuando menos al mismo nivel que la tecnología o la innovación. Pero en una nación sin estado, además de estratégica, es vital para la cualidad de su ciudadanía, para su identidad y afirmación como colectividad y para su modo de inserción en la era digital.
A este respecto no andamos bien.
Tenemos ventajas culturales como país (las relatamos en «Análisis de la cadena de valor y propuestas de política Cultural. 2015» que elaboramos un equipo de la UPV-EHU para el Observatorio Vasco de la Cultura y es accesible en la web) pero también muchos déficits: la oferta educativa cultural y artística en insuficiente así como los incentivos a la creación y la producción. Hay distancia entre conocimiento y uso del euskera con una limitada oferta mediática en euskera. Nuestra producción es escasa y cuando es significativa (edición y fonografía) es de corta tirada por las apuestas del mercado que prefiere producción transnacional. Las empresas vascas son muy pequeñas y los mercados del euskera son de lento crecimiento. No se exigen cuotas de promoción cultural propia en la mayoría de los medios de comunicación, sin que EITB realice una suficiente labor promotora. La obra vasca en la red y más en euskera es escasa. El sistema mediático audiovisual con sede en Madrid es muy dominante. Está pendiente una nueva regulación y diseño del mapa comunicativo autonómico y local
Tampoco hay que perder de vista el impacto económico y de empleo creciente que las artes e industrias culturales y medios de comunicación suponen en la mayor parte de países. Según el » Análisis de las empresas, empleos y mercado de trabajo del ámbito cultural en la CAE» (Observatorio Vasco de la Cultura, 2016) el conjunto del tejido empresarial de la CAE registra un descenso acumulado del 12,8% en el período 2009-2014 (de 178.000 empresas a 155.000) pero en el sector cultural la caída ha sido aún más fuerte: un 16,2% (de 6.300 a 5.322 empresas). Con todo aun supone el 3,4% del global de las empresas, 2,6% del empleo (unos 22. 600 empleos) y a lo que habría que añadir todo tipo de instituciones que no pasan por el mercado. Y si se incluyeran las llamadas industrias creativas (videojuegos, arquitectura, publicidad, traducción-interpretación y educación cultural) serian 10.500 empresas, o sea, un 6,8% del total empresarial de la CAE. No es poca cosa.
La apuesta histórica que hemos hecho como comunidad por el I+D (supone un 2% del PIB y Urkullu se compromete a incrementar su presupuesto público en un 5% cada año) se circunscribe a tecnología, industria e innovación para insertarnos en la sociedad posfordista del conocimiento. Pero le falta el otro pie innovador, compensatorio y cualitativo que es la cultura (siempre nueva creación y compartición general). Casando ambas dimensiones, un país industrial y post-industrial, de bastante alto nivel educativo, que cuenta con una cultura que es minoritaria en su entorno, depende de un estado anfitrión forzoso y es una gota en el océano global, debe especializarse en cultura aprovechando su saber hacer económico e intelectual en la idea de profundizarla y extenderla internamente y de intercambiarla con otras culturas y reforzando así tanto su identidad y sus recursos humanos como su renovación.
No se entiende que la especificidad cultural vasca sea presentada siempre con orgullo como signo de identidad y distinción y, simultáneamente, no se pongan todos los medios institucionales imaginables para recrearla, desarrollarla y extenderla. Ha caído en las decisiones domésticas de gasto -aunque no necesariamente en dedicación vía Internet- y se ha desplomado en el Gasto público. Ha sido el primer gasto sacrificable en la crisis.
En el informe del Observatorio Vasco de Cultura «Financiación y gasto público en Cultura 2008-2014» se advierte cómo los presupuestos culturales del conjunto de instituciones de la CAE -gobierno, diputaciones y ayuntamientos- habría pasado de 179 millones a 124 millones anuales, nada menos que una caída del 30%, imputable al desplome de los presupuestos municipales y forales puesto que la aportación del Gobierno Vasco ha sido ligeramente ascendente al principio y final del periodo. Para el 2017, por ejemplo, la propia Diputación de Bizkaia presenta unos presupuestos de cultura y euskera con una caída del 11% mientras que los presupuestos lo hacen apenas en un 1,1%. (Deia 28-10-16)
En 2016 cultura y comunicación solo suponía 184 millones € del presupuesto público del Gobierno Vasco (sobre un total de 10.933 millones, o sea un 1,6%) y de los que solo 55 millones (un 0,5%) eran propiamente para promoción cultural y patrimonio y otro 0,3% a política lingüística (30 millones). Por su parte 114 millones, o sea casi 2/3 del presupuesto de Cultura y Comunicación, han ido a EITB que ve mejorar su contrato programa. Parecería razonable pensar que para acometer los proyectos que apuntamos en «Análisis de la cadena de valor y propuestas» el presupuesto propiamente cultural debería doblarse en una legislatura y repensar la estructura institucional para ello. Asimismo se requiere una agenda vasca sobre internet y la cultura digital para lo que sería conveniente una Dirección de Cultura Digital.
El sector y el ámbito ha pagado su cuota de austeridad más que otros sectores. Ahora toca devolverle la confianza y el dinamismo desde el liderazgo del Gobierno como orientador de las políticas y más cuando desde la etapa Ibarretxe, desde 2009 los referentes son menos claros.
Por todo ello se trata de llevar a la centralidad la política cultural y comunicativa, lo que implica una mayor relevancia del área institucional cultural en los tres niveles (con coordinación interdepartamental en el interior de Gobierno Vasco y de diputaciones, así con coordinación interinstitucional) además de volver al modelo de Departamento de cultura específico y no dependiente del de Educación.
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