El 12 de julio Cristina Cifuentes presentó el plan contra incendios forestales en la Comunidad de Madrid (INFOMA). En alerta amarilla de riesgo por altas temperaturas, tuvimos el honor de asistir al rodaje de este film en el -seamos originales- «marco incomparable» del paraje llamado Valdeyerno, en San Martín de Valdeiglesias, dentro de una zona […]
El 12 de julio Cristina Cifuentes presentó el plan contra incendios forestales en la Comunidad de Madrid (INFOMA). En alerta amarilla de riesgo por altas temperaturas, tuvimos el honor de asistir al rodaje de este film en el -seamos originales- «marco incomparable» del paraje llamado Valdeyerno, en San Martín de Valdeiglesias, dentro de una zona catalogada por los biólogos del CSIC como la mejor muestra de bosque mediterráneo del centro peninsular. Este lugar hace 50 años sufrió un terrible incendio y hoy las encinas, salpicadas de pinos piñoneros, están intentando sacar la cabecita. La cosa estaba convocada a las 12 horas y terminó hacia las 13:45, cuando algunas de nosotras teníamos ya síntomas de golpe de calor y, por si acaso, tratábamos de buscar, sin éxito, al menos la posición de una ambulancia -algo, dicho sea de paso, bastante apropiado para un acto como este, en el que unas 100 personas eran martilleadas contra el suelo por un sol de injusticia-.
Al llegar a la localización próxima al rodaje, tuvimos que dejar el coche en una pequeña explanada, donde se apiñaban decenas de vehículos, bloqueando la salida unos a otros -situación ideal, como todo el mundo sabe, para una evacuación de emergencia-. Como pa’salir corriendo… El jefe de protocolo, o lo que fuera, nos preguntó si formábamos parte del atrezo, «no, somos de una asociación ecologista de la zona»; y que si teníamos pensado montar una protesta…, que si sería «suave»… Solo queríamos disfrutar de la presencia de nuestra presidenta. El marcaje fue «al hombre»; ya saben, se impide al rival que se mueva cómodamente por el campo.
La Comunidad de Madrid no reparó en gastos y el despliegue de medios fue brutal, en plan Ridley Scott o Spielberg… La escena inicial comienza con Cifuentes-Khaleessi descendiendo de los cielos en un helicóptero del parque de bomberos de aquel municipio. En cuanto la presidenta descendió de su dragón y se aproximó a la torre de vigilancia donde transcurriría la mayor parte de la dramatización, una cuadrilla forestal entró en escena, representando un febril desbroce-ficción que quedaría muy chulo en las imágenes de Telemadrid, especialmente si la escena fuera narrada con ese tono entre vehemente y saltarín propio del No-Do. Pegando la orejilla nos pareció escuchar a nuestra autonómica Protectora del Reino y Madre de Dragones, Sostenedora de Batracios: «a ver si pasa julio, agosto…». A esto se le llama «alta política». Del mismo modo podría haber dicho, «a ver si la Virgen de la Cueva quiere…». Lo de las cabras estuvo genial: entre 15 y 20 cabras aparecieron en escena, más o menos las que caben en el encuadre, un tanto incómodas, para ilustrarnos sobre las bondades del pastoreo en la prevención de incendios. Por último, un bulldozer hizo esforzadamente su papel de como-que-si-hago-que-repaso-
El presupuesto (del INFOMA, no de este rodaje) es de 35 millones de euros, dos coma dos millones menos que el año anterior. Al finalizar el sarao una joven con aspecto de becaria ofreció un micrófono, pero no hubo preguntas, porque el atrezo no pregunta… Yo, que no formaba parte de ello, me quedé por timidez con ganas de haberle preguntado a nuestra presidenta algo así como «señora Cifuentes, ¿qué es un árbol?». [1]
Nota:
[1] Una nota así en plan serio sobre el asunto. No hace falta insistir ni dramatizar sobre la evidente vulnerabilidad y fragilidad de nuestro territorio: el destino de nuestros montes está ligado al de nuestros pueblos. Las políticas desarrollistas del Partido Popular, campeones de la dispersión urbanística, han hecho que el territorio de contacto urbano-forestal no haya parado de crecer, multiplicando con ello el riesgo de incendios y la dificultad en su extinción, pues la prioridad de la defensa de bienes e infraestructuras urbanas hace que los frentes se ataquen muy tardíamente. Las inexistentes políticas de desarrollo rural y equilibrio demográfico están convirtiendo el campo bien en zonas de vertido, bien en masas forestales abandonadas, bien en zonas de urbanización que prolongan ilimitadamente las grandes ciudades. Si a todo ello se le suma el innegable proceso de aumento de las temperaturas que implica el cambio climático, la situación no puede ser más urgente, estamos tentados de decir «desesperada». La temporada de incendios se alarga, la gestión de la extinción se hace más difícil, con incendios en invierno, como se ha podido comprobar recientemente en El Bierzo. Las condiciones climáticas hacen que los Grandes Incendios Forestales sean ingobernables, convirtiendo los fuegos en gigantescas emergencias civiles.
Si bien algunos datos relativos a la extinción han mejorado en los últimos decenios, como pone de relieve el informe de WWF «Fuego a las puertas», el número de Grandes Incendios Forestales, aquellos que suponen más de 500 hectáreas devastadas, no han dejado de crecer. Estos incendios son enormes catástrofes ecológicas, sociales y económicas. Incendios como los recientes de Portugal, o los de Grecia en 2007, con decenas de muertos, podrían también suceder en nuestro país. Sin una política coherente de gestión forestal, sin una ordenación y planificación territorial que evite la construcción de nuevas viviendas en el monte (y promueva el derribo de las ilegales), sin una recuperación de las actividades agrícolas y de pastoreo (lo que implicaría una suerte de programa de recolonización rural), sin unos dignos servicios públicos de prevención y extinción de incendios, esta terrible posibilidad no dejará de amenazarnos. En ausencia de estas medidas, los modernos sistemas de extinción son impotentes para frenar un Gran Incendio Forestal. Las conclusiones de aquel informe son irrebatibles: » La política actual, que lo fía todo a adquirir más hidroaviones o a aumentar los medios de extinción, no solucionará el problema. Los grandes incendios no se apagan con agua, sino con gestión forestal y planificación territorial. Solo reduciendo la vulnerabilidad del paisaje a la propagación de las llamas evitaremos que los Grandes Incendios Forestales devoren comarcas enteras.» Como se apunta en el mismo lugar, grandes y simultáneos fuegos pueden hacer que todas las defensas colapsen, provocando auténticas situaciones de emergencia nacional. Dos descerebrados pueden, con muy pocos medios, producir un efecto que hasta duele imaginar.
En este contexto es absolutamente necesario defender las condiciones laborales, técnicas y de seguridad de quienes están «a pie de tajo». Esto último, su seguridad, pasa, en primer lugar, por la contratación de más personal y por la continuidad de su labor durante todo el año, realizando tareas de prevención en los meses no dedicados a la extinción. La contratación habría de ser estrictamente pública o, en todo caso, con absoluta publicidad y transparencia, para que no suceda que mientras los bomberos forestales se juegan la vida en los montes, otros, en sus despachos, amañen ilegalmente contratos con grandes empresas privadas. No hay dinero para los bomberos forestales ni para la creación de cuadrillas municipales, pero sí para rescatar autovías ruinosas de esas mismas empresas. Donde nosotras vemos una catástrofe inminente ellos ven una oportunidad de negocio. A esto se le llama «capitalismo del desastre». Si Matinsa o cualquier otra empresa ganara con la prevención lo que gana con la extinción se quemarían muchas menos hectáreas cada año. Pero el negocio y, por otra parte, la posibilidad para el enriquecimiento ilícito, están en esta, no en aquella. La guía de la acción de las instituciones tiene que ser el criterio de la utilidad social y el respeto medioambiental, no el de rentabilidad privada. Vivimos bajo una especie de constante y ubicuo secuestro estructural del interés público por parte de un puñado de empresas «marca España», foco de corrupción. Especular, racanear con los medios humanos y cruzar los dedos para que no haya grandes incendios: esa parece ser la política de las administraciones autonómicas. Mientras los trabajadores y trabajadoras que apagan los incendios asumen más precariedad y más riesgos, cobrando menos y exponiéndose más, los representantes políticos se corrigen la frente y preparan el gesto para las fotografías, posando ante los medios junto a los nuevos y flamantes vehículos (cuando los hay), más preocupados por la propaganda que por la eficacia.
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