«La izquierda y el ‘procés’» es el título del primer editorial del global-imperial del pasado lunes 13 de noviembre de 2017. El subtítulo: «El independentismo se ha revelado como un proyecto excluyente y antisocial». Mi conjetura: el autor del texto es Alfredo Pérez Rubalcaba. En su defecto, aunque no creo, Xavier Vidal-Folch. Veamos la argumentación […]
«La izquierda y el ‘procés'» es el título del primer editorial del global-imperial del pasado lunes 13 de noviembre de 2017. El subtítulo: «El independentismo se ha revelado como un proyecto excluyente y antisocial». Mi conjetura: el autor del texto es Alfredo Pérez Rubalcaba. En su defecto, aunque no creo, Xavier Vidal-Folch. Veamos la argumentación desplegada y detengámonos en la coz:
En el abultado pasivo del independentismo, se afirma de entrada, «hay que destacar la confusión ideológica que ha generado su constante deformación del lenguaje». Sin duda, con toda razón y miles de ejemplos. Por desgracia, «para la democracia y los demócratas, poco hábiles en estas lides, la misma perfidia empleada en liquidar las instituciones del autogobierno», se está refiriendo a las sesiones de septiembre de 2017, «ha sido aplicada a disfrazar bajo un lenguaje democrático, europeísta y progresista un proceso de destrucción de la convivencia y las instituciones de la Constitución de 1978 que nada tenía de democrático, europeísta o progresista». La construcción, por ejemplo, del «derecho a decidir», se señala, «ha transmutado un proceso de autodeterminación carente de base jurídica internacional ni garantías legales en una benéfica expansión de la democracia y los derechos individuales a la que ningún demócrata de bien podría oponerse». Efectivamente, esta ha sido una de las operaciones político-lingüísticas básicas de lo que se ha llamado durante años, en tono simpático, procesismo (es decir, secesionismo). Uno de sus intelectuales orgánicos, próximo al PDCat y amigo personal de Astut Mas, Agustí Colomines i Companys, caracterizó al DaD como una «inmensa chorrada» -son sus palabras, no las mías-, una «ocurrencia», añadió, muy efectiva, muy publicitaria.
Una cirugía similar, continúa el editorial, «se ha ejercido sobre el europeísmo, utilizado para legitimar el independentismo hasta que -afortunadamente- la Europa comunitaria [es decir, la UE] ha desenmascarado a los secesionistas como arquetipos de aquellos nacionalismos excluyentes que dieron su razón de ser al proyecto europeo y que muy bien podrían desestabilizarlo si lograran imponer su modelo de secesión unilateral». No creo que la descripción tenga muchos errores, sin olvidar, eso sí, la posición crítica de la CUP (que muchos podemos compartir y compartimos, yo por ejemplo) a la UE -fanáticamente neoliberal- realmente existente.
Algo parecido, «ha ocurrido con el progresismo», un concepto y término que no debería ser usado nunca por una formación de izquierdas (no somos «progresistas» sin más, sobre todo en asuntos económicos desarrollistas; El País puede hacerlo por supuesto: apoyan la civilización del Capital en la primera fila de platea). Las credenciales antifranquistas de una buena parte del nacionalismo catalán, se afirma con razón aunque podría matizarse (no hay tanta lucha antifascista en una buena parte del nacionalismo catalán), «sumadas al rechazo que el PP todavía genera en una buena parte de la izquierda española, han provisto un terreno fértil en el que insertar la causa independentista». El engaño no ha durado, añaden de manera bastante optimista sin que yo esté tan seguro: el esquema «todo o casi todo vale contra el PP» sigue muy vigente en la izquierda catalana y en la izquierda del conjunto de España.
¿Y por qué no ha durado? Las razones de ello (me salto la primera por lo que luego verán). «Segundo, porque ha quedado de manifiesto que las clases populares, tanto en España como en Cataluña, en absoluto apoyan una causa, la secesionista, que reivindica la insolidaridad de los territorios más ricos con los más pobres y que se aúpa en discursos supremacistas y chauvinistas que se dirigen precisamente contra los más humildes». En general es así, aunque, desgraciadamente, la publicidad continuada ha tenido sus efectos y éxitos, haya sectores populares de Cataluña que se han convencido por el discurso «solos mejores porque España nos roba y porque somos, els catalans, más eficaces». Como han mostrado los estudios y encuestas publicados en el diario, «el hecho de que el independentismo predomine en los estratos más pudientes, con más estudios y con más ascendientes catalanes configura el secesionismo como un proyecto esencialmente excluyente, en absoluto igualador». Por ahí van los tiros también en mi opinión. Excluyente no sólo porque aspira construir un muro que separe a Cataluña del resto de España sino porque margina o no tiene muy en cuenta a la mitad de la población catalana.
Por fortuna, una gran parte de la izquierda, prosigue el editorial, «que durante el último año se ha visto confundida y sin saber muy bien qué hacer con el independentismo, ha reaccionado y tomado la iniciativa». Lo lógico ahora, señalan, «es que complete ese camino y, en lugar de intentar posicionarse en el eje nacionalista y discutir sobre identidades o banderas, se sitúe donde tiene que estar, en el eje de los derechos y libertades, la equidad, la igualdad y la justicia social». De acuerdo, bien, muy bien: equidad, igualdad y justicia social, valores centrales de la izquierda… que el global-imperial, por cierto, está lejos de defender aunque aquí muestre su cara más presentable y más progre. Aunque tarde, «ha quedado desenmascarada la naturaleza etnicista, antieuropeísta, regresiva en lo social y antidemocrática del independentismo». NO para todos, no para todas.
Las palabras finales del editorial apuntan a la concepción de El País de esos valores señalados anteriormente: «Toca ahora a la izquierda reivindicar el proyecto de país incluyente, igualador y progresivo en lo social en el que creyó en 1978 y plasmó a partir de 1982. Para a continuación renovarlo». Lo de renovación está bien, pero, el país que se plasmó en 1982, a partir del triunfo del PSOE en las elecciones, ¿es un ejemplo de país incluyente, igualador y «progresivo» en lo social? ¿En qué país viven los editorialistas del global? ¿En el de las clases hegemónicas y sul discurso que justifica mil tropelías? ¿No ha sido también fuertemente excluyente el capitalismo realmente existente en estos últimos 40 años? ¿Qué tendrá que ver eso con la equidad y con un país progresivo en lo social?
Vayamos a la coz. La razón que me he saltado antes, la coz injustificada a la que hacía referencia en el título. Primero, señala el editorial al hablar de aquellas razones, «porque ha quedado en evidencia que el apoyo de Podemos y sus marcas afines al derecho a decidir tenía como objetivo primordial deslegitimar el sistema democrático y así forzar su superación». Veamos, veamos. Podemos o no podemos estar de acuerdo con la política defendida en este asunto por Podemos y, más en general, por Unidos Podemos, yo no lo estoy, en absoluto, muy lejos de ella (notaremos nuestros errores) pero decir que ha quedado en evidencia que la defensa de «Podemos y sus marcas» (el lenguaje es aquí tan inapropiado como el que se critica en el mismo editorial) del DaD tenía como objetivo deslegitimar «el sistema democrático y forzar su superación» es pensar con mala intención, (es decir, no se piensa), tergiversando la opción que se critica, dando coces y lanzando al adversario a la cuneta con la consigna que también se ha criticado: todo vale, todo sea en defensa de la política del PSOE, el referente de la izquierda de facto a lo largo del editorial.
Unidos Podemos ha defendido, erróneamente en mi opinión, el derecho de autodeterminación por convicción democrática, no para deslegimitar ningún sistema democrático. Para muchos, no es mi caso, los pueblos (no los pueblos oprimidos, los pueblos en general) tienen derecho a ejercer el derecho de autodeterminación. Cataluña sería un ejemplo, no sería el único. Sería, por así, parte de los principios democráticos básicos. No se deslegitima ningún concepto democrática ni ninguna realidad democrática.
En cuanto a «forzar a superarlo» tampoco la expresión es inocente. Que Unidos Podemos aspire a superar-mejorar-perfeccionar el sistema político español actual, el de la Monarquía parlamentaria con rasgos democráticos pero muy lejos de toda perfección democrática, no es nada que puede reprochársele. En eso mismo estamos muchos y muchas. Una parte de la ciudadanía de izquierdas apuesta por una República democrática, social y federal, que ponga en el puesto de mando, y esta vez en serio, los valores señalados en el editorial (con la boca pequeña de las promesas incumplidas y de la ensoñación que engaña): libertad, equidad, justicia social, solidaridad, fraternidad, política exterior de paz, etc. Mucho, muchísimo por hacer, frente a poderosos adversarios.
Nadie que esté informado puede pensar que un país donde las desigualdades no han parado de crecer, sobre todo estos últimos años, se haya tomado en serio en estos últimos cuarenta años la igualdad y la justicia social. Ni en el conjunto de España ni, por supuesto, en la Cataluña dirigida por Jordi Pujol i Soley, uno de los políticos más corruptos y manipuladores de la historia de .Cat y de España, donde también son legión, por supuesto, empezando por todo un ex vicepresidente de gobierno y siguiendo por un ex jefe de la patronal española y un ex presidente de la comunidad de Madrid. ¡Nada menos! ¿Es eso lo que tenemos que conservar? ¿No se trata de superar lodazales de corrupción, explotación e injusticia?
Eso sí, vuelvo a repetirme, el DaD no tiene nada que ver con eso. Nada, nada de nada.
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