Comunidad, sostenibilidad y ecología son los ejes que estructuran esta iniciativa presente en todo el mundo y que en España cuenta con dieciséis miembros.
Gloria se fue a vivir a la ecoaldea El Calabacino, en Cádiz, en busca de «unos valores comunes de respeto por el lugar, por la naturaleza y por las personas. Para retomar legado el positivo de nuestros ancestros de convertirnos en dueños de nuestras vidas». Víctor, de la ecoaldea Valdepiélagos, Madrid, quería ayudar a «transformar los espacios donde vivimos para hacerlos más sostenibles, y reconciliarnos con el resto de seres que habitan este planeta». Kevin, de la ecoaldea Los Portales, Sevilla, para «sanar la Tierra con hechos, no con discursos, traer armonía al conjunto de los seres vivos y al ser humano».
Igual que Gloria, Víctor o Kevin, cada vez más personas son conscientes de que el actual modelo social, político y económico está tocando fondo y que es necesario hacer algo.
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Amalurra
Hacia una cultura de la sostenibilidad
El problema viene cuando se trata de proponer soluciones. Algunas personas apuestan por la participación política en todos los niveles, municipal, estatal y global. Otras, como Gloria, Kevin o Víctor, prefieren participar en la creación de nuevos modelos y formas de vida donde experimentar a pequeña escala herramientas y tecnologías que, una vez probadas, puedan extenderse a la sociedad en su conjunto El movimiento de ecoaldeas y el movimiento de pueblos en transición son algunas de estas iniciativas con base local que cuentan a la vez con el apoyo de una amplia red global. Una red que, además de servir para compartir información y recursos, se organiza eficazmente para ejercer una influencia social y política en todos los niveles.
«El capitalismo -nos cuenta Toni Marín, editor de la revista EcoHabitar y residente en la ecoaldea Arterra (Navarra)- ha demostrado que es insostenible, un sistema depredador que destruye el planeta y a los seres que lo habitan, creando desequilibrios e injusticias sociales, políticas y ecológicas». Cree que las ecoaldeas se encuentran dentro de un concepto de sociedad basado en la idea del procomún: «Plantean un modelo de vida simple pero pleno, equilibrado y justo, en el que es posible un desarrollo completo del ser humano».
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Arterra
El movimiento de ecoaldeas
El primer intento de definir qué es una ecoaldea, todavía vigente, corresponde a Robert Gilman, fundador del Context Institute y autor del libro Ecoaldeas y Comunidades Sostenibles. Para Gilman, una ecoaldea es «un asentamiento humano, concebido a escala humana, que incluye todos los aspectos importantes para la vida integrándolos respetuosamente en el entorno natural, que apoya formas saludables de desarrollo y que puede persistir en un futuro indefinido».
El mérito de esta definición es que es perfectamente asumible por cualquier comunidad local (un pequeño pueblo o barrio de una ciudad). Un activo grupo de personas de cualquier lugar puede adoptar esta definición como punto de partida para convertir su entorno en un lugar más sostenible.
Pequeñas comunidades formadas por personas que acuden a vivir a ellas de manera consciente, normalmente en busca de una vida mejor.
Para Johnny Azpilicueta, de la ecoaldea Molino de Guadalmesi, Cádiz, una ecoaldea es un grupo de «personas -nos comenta- que piensan que un mundo mejor es posible y están dispuestas a trabajar para hacerlo realidad».
Azpilicueta explica que «pronto descubren que la gestión de los recursos no es tan sencilla como se habían imaginado, que tomar decisiones entre todos puede ser muy complicado, que no es fácil evitar los conflictos personales y que tal vez para mantener el proyecto vivo tengan que hacer cosas contrarias a sus grandes ideales». Todo un ejercicio de inmersión en la complejidad de la vida y también, en parte, una demostración del valor de las ecoaldeas como lugares de aprendizaje, como laboratorios de experimentación social.
Y es que, aunque en los orígenes del movimiento de ecoaldeas había ingenuamente un claro deseo de crecer, de conseguir más personas y más ecoaldeas, 20 años después las pretensiones son otras. Ya no se pretende que todo el mundo viva en ecoaldeas, sino ayudar, desde una experiencia probada, a transformar los pueblos y ciudades existentes. Según Alfonso Flaquer, miembro de la ecoaldea Arterra, Navarra, «las ecoaldeas son ante todo laboratorios sociales en los que se crean dinámicas y proyectos innovadores que luego se pueden trasladar a las comunidades locales y biorregionales». Este es también el objetivo principal de la Red Global de Ecoaldeas (ver recuadro) que colabora con entidades locales, regionales y europeas en proyectos conjuntos.
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Los Portales
La ecología de las ecoaldeas
La mayoría de las ecoaldeas intencionales apenas cuentan con unas pocas decenas de personas, casi siempre insuficientes para poner en marcha todos los aspectos relacionados con una vida realmente sostenible. Las preocupaciones ecológicas no suelen ser tampoco la principal razón por la que se forma una comunidad intencional, con personas más interesadas bien en temas sociales y políticos, bien en temas relacionados con la espiritualidad y el crecimiento personal. En todo caso, es mérito del movimiento de ecoaldeas unir en una misma propuesta proyectos de partida muy diferentes, al hacerles ver que ecología, política, economía, espiritualidad y crecimiento personal son diferentes dimensiones de una misma realidad, y que es necesario tenerlas todas en cuenta para una vida plena y sostenible.
Cultivar alimentos con técnicas regenerativas; construir viviendas y otros edificios con materiales locales, naturales, respetando la arquitectura tradicional; usar sistemas de energía renovable integrados en la comunidad local; crear empresas verdes que hacen un uso sostenible de los recursos locales y no contaminan; hacer un uso eficiente y cuidadoso del agua, del aire y del suelo, favoreciendo la reparación y el reciclado para no generar residuos; proteger la biodiversidad y la restauración de las zonas degradadas, etc., son algunas de las prácticas ecológicas que se llevan a cabo en las ecoaldeas, o al menos se intenta. Con recursos escasos en la mayoría de los casos, aplicar todas estas cosas implica trabajo y sudor. También frustración, cuando a pesar de tanto esfuerzo, no se consiguen los resultados esperados.
Como apunta Irene Goikolea de la ecoaldea Amalurra (País Vasco), la ecología «no consiste tanto en mejorar nuestra manera de hacer las cosas para ser más respetuosos con el medio ambiente, como en colocar la naturaleza, la vida y la conciencia en el centro de una compleja red de interrelaciones que incluye a todos los seres vivos y de la que la humanidad es sólo una parte». La ecología vista de esta manera se convierte en ecología profunda e incluye un trabajo de sanación personal y del alma de un lugar. «La contaminación ambiental, afirma Irene, es el reflejo de una contaminación emocional humana. Se necesita un trabajo de transformación interior para transformar el exterior. La sostenibilidad externa que deseamos implementar debe tener sus raíces en cambios personales basados en el cuidado, la confianza y en relaciones transparentes».
La Red Global de Ecoaldeas
La Red Global de Ecoaldeas, conocida como GEN (siglas en inglés de Global Ecovillage Network ), se funda en 1995 con participación de varias comunidades intencionales ya existentes. En la actualidad está formada por más de 10.000 comunidades y proyectos, agrupados en cinco redes regionales, incluida GEN-Europa. Su objetivo es dar información y herramientas a comunidades y personas dedicadas a desarrollar y demostrar principios y prácticas sostenibles en su forma de vida y en sus comunidades. Por otra parte, la Red Ibérica de Ecoaldeas , miembro de GEN-Europa, está formada por una veintena de ecoaldeas y proyectos afines, dispersos por toda la península Ibérica. Sus principales objetivos son facilitar el intercambio de información y recursos entre sus miembros y difundir el concepto de ecoaldea.
José Luis Escorihuela, » Ulises», fundador de la Asociación Selba Vida Sostenible y miembro de la Red Ibérica de Ecoaldeas
Fuente: https://www.ecologistasenaccion.org/article35676.html