El almirante de su católica majestad don Blas de Lezo y Olavarrieta
A los alumnos en la escuela en Colombia se les enseña desde los primeros cursos de primaria la historia del glorioso almirante Blas de Lezo. Sonaba el himno nacional y todos los niños nos sentíamos orgullosos de ese mediohombre (perdió la pierna izquierda, el ojo izquierdo y el brazo derecho en enfrentamientos navales en Vélez-Málaga, Tolón y Barcelona) que enfrentó en 1741 -en inferioridad de condiciones- nada menos y nada más que a la poderosísima armada inglesa. Una expedición compuesta por 29 barcos, 22 fragatas, 135 transportes, 2.000 cañones y un total de 27.000 marineros y milicianos al mando del Almirante Vernon. Cartagena de Indias era por ese entonces la puerta de entrada al continente suramericano y los ingleses ambicionaban capturarla para apoderarse del Nuevo Reino de Granada, la tierra del mítico Dorado.
«Gracias a Blas de Lezo hoy hablamos español y no inglés» Se apuntaba en letras mayúsculas en el «Manual Escolar para la Historia de Colombia» de José María Henao y Gerardo Arrubla. Los más perspicaces alumnos replicaban que si hubieran triunfado los ingleses ahora seríamos blancos, altos, rubios, de ojos azules y más desarrollados. Desde luego que el fervor españolista no puede competir con el genotipo anglo que cuenta con mayor prestigio.
El Almirante Blas de Lezo era en ese entonces el encargado de defender los navíos de la flota real que trasportaban en sus bodegas las riquezas expoliadas en el Nuevo Reino de Granada, el reino del Perú o el alto Perú y la cancillería real de Charcas. Tesoros de oro, de plata, o piedras preciosas que extraían de las minas los esclavos indígenas o negros, más los impuestos reales y el fruto del guaqueo de los cementerios indígenas (principalmente de tumbaga, oro, plata y esmeraldas) que se remitían periódicamente a la península con el fin de engordar las siempre exhaustas arcas del imperiales (su principal fuente de financiamiento) El monopolio del tráfico comercial con las Indias y Filipinas reportaba inmensos beneficios a la corona. Los ingleses, holandeses y franceses estaban decididos a romper dicho monopolio fomentando el contrabando y la piratería.
Tengamos en cuenta también la infinidad de barcos negreros de diferentes banderas que provenientes de las costas de África se dirigían a Cartagena de Indias a vender esclavos. Un floreciente negocio que les reportaba infinitas ganancias que no estaban dispuestos a perder. Por lo tanto el Almirante Blas de Lezo debe considerársele como un corsario más al servicio de un imperio invasor y genocida.
En el año de 1737 la corona le encomendó al Almirante Blas de Lezo la misión (como comandante general de Cartagena de Indias) de velar por la seguridad de la flota de indias o de los Galeones que zarpaban de Portobelo y hacían escala en La Habana, en Cartagena de Indias o en la Guaira antes de realizar el viaje transoceánico a la península Ibérica. Hasta Portobelo, en el Caribe panameño, llegaba el Camino Real que era considerada la ruta comercial más próspera del imperio español y que atravesaba el istmo para unir el océano Pacífico con el Caribe. Por el Camino Real se trasportaba a lomo de mulas los tesoros procedentes del Virreinato del Perú. En Portobelo existía además una gran negrería donde se remataban los esclavos a precio de saldo. Por esta razón era un objetivo muy preciado por los piratas y bucaneros. Por ejemplo, Drake, Parker o Morgan lo asaltaron en distintas ocasiones capturando un cuantioso botín. El almirante Vernon con tan solo seis naves tomó Portobelo en 1739 destruyendo el fuerte de San Lorenzo y todas las murallas que lo protegían. Hasta a tal punto llegó su popularidad por esta hazaña (exagerada) que los poetas británicos le dedicaron en su honor el famoso himno ¡ Rule, Britannia! que se canta para homenajear a los héroes y mártires del imperio británico. A partir de ese momento y a causa de la guerra que se libraba en el Caribe la flota española empezó a utilizar la peligrosa ruta del cabo de Hornos para dirigirse vía Buenos Aires hasta la metrópoli. Los ingleses se habían apoderado de Belice, Costa de los Mosquitos, Guyana, Trinidad Tobago, Jamaica, Caimán, Bermuda y Bahamas en su tenaz carrera por el dominio del mar de las Antillas.
Blas de Lezo tuvo un gran protagonismo en la guerra de Sucesión que enfrentó a las casas reales de los Austrias y los Borbones. Especialmente se destacó en el segundo asedio de Barcelona en 1714 capitaneando la nave Campanela bajo órdenes del duque de Berwick (casa de los Borbones) Se tiene documentado que participó activamente en el bombardeo de la ciudad causando numerosas víctimas entre los defensores. Al final los partidarios del rey Felipe V ganan la guerra y derogan los fueros catalanes.
Por su brillante desempeño en la persecución de piratas y corsarios en el Caribe o los mares del sur Felipe V lo nombró General de la armada de su católica majestad, jefe de la escuadra del Mediterráneo, y Comandante General en Cartagena de Indias.
Los historiadores colombianos pro españolistas están muy acostumbrados a idolatrar héroes foráneos. No por casualidad nuestro país lleva el nombre de Colombia en homenaje de Cristóbal Colón, uno de los más grandes genocidas que haya conocido la humanidad. Los padres de la patria han preferido enaltecer su eterna gloria despreciado la memoria de sus primitivos habitantes o indígenas considerados «bárbaros salvajes». La alta sociedad colombiana no puede ocultar su admiración hacia los insignes descubridores, los conquistadores, los evangelizadores, aristócratas y nobles de rancio abolengo hispano.
El gobierno colombiano fue el primero en levantar una estatua al almirante Blas de Lezo allá por el año 1956 frente al castillo de San Felipe de Barajas en Cartagena de Indias. Nunca antes se había producido tal homenaje hacia su figura, ni siquiera en España donde apenas algunos historiadores e intelectuales lo reivindicaban. En Cartagena de Indias es tal su popularidad (inducida por los criollos) que existen también barrios, avenidas, plazas o estadios deportivos o colegios que llevan el nombre del «heroico almirante». Es difícil explicar como un negro, un mulato, un indígena o un mestizo pueden rendirle pleitesía a quien sometió, mató, torturó y esclavizó a sus ancestros. Tantas contradicciones solo podemos achacarlas a la manipulación impuesta por la cúpula del poder y la falta de conciencia crítica tan propia de la ignorancia.
Tengamos en cuenta que Blas de Lezo no luchó para liberar a los neogranadinos del yugo español sino, por el contrario, recluirlos en mazmorras y cargarlos de más cadenas.
La independencia del imperio español supuso una larga y sangrienta campaña bélica donde miles de patriotas ofrendaron su vida en la gesta emancipadora. Especialmente fue muy sangrienta la represión desatada por parte de Pablo Morillo, «el pacificador», enviado en 1815 por Fernando VII, como Capitán General de Venezuela para aplacar la rebelión en las colonias. A base de masacres y matanzas los españoles pretendían recuperar el terreno perdido y castigar así a todos aquellos que osaron levantarse en contra de su católica majestad. En concreto se ensañaron en la toma de Cartagena de Indias donde no tuvieron compasión de sus defensores a los que pasaron por las armas o ajusticiaron de la forma más cruel y despiadada. El 40% de la población pereció en el sitio víctima de los combates, el hambre o las enfermedades. Y en este caso no se trataba de un ataque de la armada inglesa -como sucedió con el Almirante Vernon- sino de naves de guerra imperiales españolas en las que ondeaba la bandera borbónica. No obstante el ejército libertador comandado por Simón Bolívar poco a poco fue infringiendo derrotas a los realistas hasta que en la batalla de Boyacá en 1819 y la de Carabobo en 1921 sellaron definitivamente la independencia de la Nueva Granada.
Es increíble que se glorifique y se venere a aquellos opresores colonialistas que a órdenes del rey de España cometieron infinidad de crímenes y -entre los que hay que incluir, por supuesto, al glorioso Almirante Blas de Lezo- Nuestros gobernantes desde la proclamación de la república se han distinguido por el entreguismo y la traición. Una actitud tan rastrera que tuvo su punto culminante cuando en 1893 el presidente colombiano Carlos Holguín -para celebrar el IV centenario del descubrimiento de América- tuvo la genial idea de regalarle a la reina regente María Cristina de España el magnífico tesoro de los Quimbayas (compuesto de 122 objetos de oro) Sin ningún reparo, ni cargo de conciencia este vendepatrias dilapidó impunemente el patrimonio cultural del pueblo colombiano. Esos maravillosos objetos de orfebrería hacían parte de un enterramiento sagrado que paradójicamente paso a manos de quienes los exterminaron a sangre y fuego. Hoy se exhiben con toda la pompa del caso en el Museo de América de Madrid.
Los cronistas monárquicos, los intelectuales y escritores palaciegos se han especializado en inmortalizar batallas épicas y supuestas victorias imperiales españolas. Esta legión de mercenarios al servicio de la corona pretende construir una narrativa mítica (donde brillan por su ausencia fuentes bibliográficas creíbles) que resucite ese imperio donde «jamás se ocultaba el sol». Una historia paralela fruto de una burda falsificación o manipulación urdida con todo el descaro y la prepotencia. Para sustentar sus delirios de grandeza cuentan con una serie de apolillados archivos que consideran un irrefutable dogma de fe que los avala. En el fuego fatuo del autoengaño al mejor estilo hollywoodiense resurge de las cenizas los héroes y paladines del extinto imperio espa ñ ol. La industria editorial se lanza a la publicación de obras cumbres; novelas, películas, reportajes, documentales para estimular el ardor guerrero del nacionalismo español. Les corroe la rabia de saberse un imperio derrotado y es imprescindible levantar el ego de los súbditos ávidos por revivir esas supuestas gestas y epopeyas de antaño. Hay que refutar todos los argumentos de esa leyenda negra de origen anglosajón que describe a los españoles como: crueles, intolerantes, tiránicos, ignorantes, vagos, ladrones, fanáticos, inquisidores, avariciosos, traicioneros. Centrándose especialmente en los crímenes cometidos durante la conquista y colonización de América.
Sin embargo las crónicas afirman que el responsable de la defensa de Cartagena de Indias no era el almirante Blas de Lezo sino el virrey Sebastián de Eslava. Por lo tanto éste último debe considerarse el verdadero artífice de la victoria. O sea, que Blas de Lezo se limitaba a cumplir las órdenes del virrey. Aunque la verdad sea dicha todo el peso de la batalla la tuvieron que soportar el batallón de esclavos negros y los flecheros indígenas traídos de Turbaco (forzados a engrosar las filas realistas) mientras la tropa regular, milicianos criollos y los infantes de marina se mantenían a buen recaudo o en la retaguardia. Tras la retirada de la flota de Vernon el virrey acusó a Blas de Lezo de desacato y desobediencia (aplicó una táctica más defensiva en vez de atacar como lo habían acordado) Por este motivo remitió una carta a la corte donde acusaba al almirante de faltas al honor militar. El perturbado mental de Felipe V lo destituyó de todos sus cargos y ordenó que regresara a la península para ser sometido a juicio de responsabilidades. Algo que jamás se produjo pues el Almirante Blas de Lezo murió el 7 de septiembre de 1741 como consecuencia de las heridas sufridas durante el combate.
Los medios de comunicación pro monárquicos como el ABC, la Razón, El País, o programas especiales de TVE, o de Radio Nacional, las revistas como el Hola o importantes editoriales como Altera, Amazon, Libros Libres Akron, Inédita ediciones, Dossoles, Planeta, Algaba, Alfaguara se lanzaron a la tenaz campaña de rescatar la figura del insigne Almirante. Aprovechando el tirón sentimental de que un tuerto, manco y cojo -«Anka motz» (pata de palo en euskera)-haya vencido a la armada inglesa a lo largo de esta última década se han publicado un sinfín de libros dedicados al «invicto marino». La Casa Real igualmente se ha comprometido de cuerpo y alma en rescatar por Dios por España su memoria patrocinando publicaciones, conferencias exposiciones y homenajes. El gobierno del PP lo considera un asunto prioritario de estado, la iglesia católica pretende igualmente santificarlo y elevarlo a los altares. Y es que el mismo Almirante declaró que fue Dios quien por la intersección de Santiago Matamoros el que les otorgó la victoria a los españoles. No fue La tenaz resistencia, ni el arrojo de la tropa en este combate desigual contra un enemigo superior sino los Tedeums solemnes, las misas y oraciones que inclinaron la balanza a su favor.
En distintos ciudades y pueblos de España han comenzado a dedicarle calles, plazas o avenidas o monumentos para honrar al nuevo héroe. El nacionalismo español necesita imperiosamente personajes que refuercen sus señas de identidad en estos tiempos tan convulsos avivados por la crisis catalana. El almirante Blas de Lezo ha entrado en el olimpo de la España una, grande y libre, del imperio hacia Dios junto a don Pelayo, el Cid Campeador, los Reyes Católicos, el gran Capitán, Cristóbal Colón, Pizarro o Cortés.
A España le hierve la sangre de envidia al contemplar a ese imperio inglés victorioso que iza a los cuatro vientos la Unión Jack. Si ellos formaron la Commonwealth los españoles no iban a ser menos y crearon la Comunidad Iberoamericana de Naciones. El hecho es intentar reconstruir el antiguo y desarbolado Imperio como ya en su día se lo propuso el generalísimo Franco exigiéndole en Hendaya al führer Hitler el peñón de Gibraltar y parte del norte de África. Pero no fueron los historiadores españoles sino los intelectuales y sabios colombianos los primeros en ensalzar la noble figura de Blas de Lezo. Es decir, decidieron mantener viva la memoria del enemigo realista antes que la de sus propios próceres. No fue hasta principios del siglo XXI que las autoridades españolas gracias a las pesquisas de avezados investigadores redescubrieron el inconmensurable valor del mítico almirante. Una de las pruebas más demoledoras de su invencibilidad fue una moneda conmemorativa acuñada por los ingleses que representaba al almirante Blas de Lezo de rodillas entregando su espada al almirante Vernon. En la misma estaba escrito: «el orgullo español humillado por el almirante Vernon» ¡Que injusticia más grande se había cometido durante siglos! Sin lugar a dudas el Almirante Blas de Lezo había salvado las posesiones más preciadas del Imperio español en América.
Fue la propia Casa Real la que se empeñó en sacar del ostracismo al insigne almirante. Según sus biógrafos uno de los mejores estrategas en la historia de la armada española. Había que rehabilitar a este titán, a este fiel siervo borbónico de origen vasco que expresó mientras agonizaba «He muerto amando y defendiendo la integridad de España» El mejor ejemplo para callarle la boca a esos separatistas vascos que intentan romper la unidad del reino de España. La «operación Blas de Lezo» se puso en marcha: la real armada española bautizó con su nombre a una fragata de la clase Álvaro de Bazán construida en los astilleros de Ferrol, en marzo del 2014 el ayuntamiento de Cádiz le erigió un monumento en el paseo de Canalejas, el 15 de noviembre de 2014 su majestad el rey Juan Carlos I y la Alcaldesa de Madrid Ana Botella inauguraron una estatua (levantada por suscripción popular) en la plaza de Colón de Madrid. Esta plaza por orden del presidente Aznar se ha convertido en el altar sacrosanto del nacionalismo español en cuyo corazón ondea una descomunal bandera rojigualda de 294 metros cuadrados soportada por un mástil de 50 metros de altura.
Ante tamaña afrenta el día 20 de noviembre del 2014 el pleno del ayuntamiento de Barcelona exigió la retirada del monumento a Blas de Lezo por su participación en 1714 en el sitio y bombardeo de Barcelona como capitán de la nave Campanela (de bandera borbónica).
El Almirante Blas de Lezo como buen filibustero personalmente comerciaba con oro, plata y esclavos cuyas ganancias invertía en rentables pagares y deuda que ponía a buen resguardo en un banco londinense. A pesar de que los ingleses eran sus más encarnizados enemigos no tuvo ningún reparo en confiarles su legado patrimonial. De esta manera demostraba el inmenso amor que profesaba por España. Algo similar aconteció con don Juan de Borbón, el padre de don Juan Carlos I y abuelo del actual rey Felipe VI, que ostentaba el título de alférez de navío de la armada británica. El epílogo más ridículo de esta tragicomedia nos lo ofrece el testamento del almirante Blas de Lezo (que reposa en el Archivo General de Simancas) en el que deja escrito de puño y letra que lega su pata de palo a su amado pueblo de Pasajes de San Pedro en el País Vasco. Mientras más del 60% de la población de Cartagena de Indias sobrevive en la más profunda pobreza personajes de la alta sociedad encabezados por el ultraderechista Sabas Pretelt de la Vega, ex ministro del Interior en el Gobierno de Uribe, se ha comprometido en la búsqueda del esqueleto del connotado almirante. Patriótica misión que recibe un cuantioso presupuesto por parte del gobierno nacional. Otro de los admiradores que brega por coronar al «heroico almirante» con las más altas distinciones es el historiador Pablo Eduardo Victoria -autor del libro «el día que España derrotó a Inglaterra». Este político corrupto perteneciente al ala más radical del partido conservador y cómplice de grupos paramilitares se declara fiel súbdito de su majestad el rey Felipe VI. El nacionalismo español desde siempre ha contado con grandes simpatías entre los miembros más destacados de la oligarquía colombiana (ya sean políticos, militares, el clero, jueces o empresarios) que cierran filas y velan por la omnipotencia de la «madre patria».
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