País Vasco y lluvia son dos realidades inseparables. El «sirimiri» y los chaparrones que empapan las aldeas, los pueblos y las ciudades son la clara esencia de nuestra tierra. Es este poderoso fenómeno atmosférico el que da vida a las montañas, a las tierras de cultivo y a las huertas, convirtiéndose en un elemento esencial […]
País Vasco y lluvia son dos realidades inseparables. El «sirimiri» y los chaparrones que empapan las aldeas, los pueblos y las ciudades son la clara esencia de nuestra tierra. Es este poderoso fenómeno atmosférico el que da vida a las montañas, a las tierras de cultivo y a las huertas, convirtiéndose en un elemento esencial para el ser humano y su desarrollo. No obstante, a veces, adquiere una fuerza capaz de destruir tanto la vida humana como las actividades que están estrechamente relacionadas con ella. Cuando se desbordan los ríos y cuando el espacio que le ha sido robado a la naturaleza queda inundado, el ser humano entra en un estado de indefensión y empieza a sufrir los efectos sumamente perjudiciales de las decisiones erróneas, anteriormente tomadas. Esta es la realidad que se vive intermitentemente en varios puntos de la geografía vasca.
El País Vasco está casi exento de sufrir otros acontecimientos naturales adversos que se podrían denominar más detalladamente como «fenómenos naturales catastróficos de carácter regular». En el caso de los riesgos geológicos, no podemos sufrir erupciones volcánicas, nunca hemos recibido el impacto de un tsunami, y aunque los terremotos se producen de manera bastante regular, estos son de baja o muy baja intensidad. En el caso de las tormentas, es cierto que de vez en cuando sufrimos el impacto directo o indirecto de alguna fuerte depresión, no obstante, la fuerza destructiva de éstas no se puede comparar con la de los huracanes que azotan el sur de los Estados Unidos de América, el Caribe o algunas zonas de Asia durante los monzones. En el caso de los tornados, aunque algunas veces tenemos la oportunidad de observar algunas trombas marinas, estas no se pueden comparar en absoluto con los tornados de tierra que se pueden observar en la zona del Tornado Alley de Estados Unidos. Por último, aunque a veces tenemos la desgracia de sufrir algún que otro incendio forestal, la fuerza de estos suele ser moderada. Pero en cambio, la regularidad y la intensidad de las lluvias hacen que seamos muy vulnerables a sufrir inundaciones. Se repiten todos los años y, aunque en la mayoría de los casos solo producen daños carácter local (materiales, sobre todo), a veces, como sucedió el 26 de agosto de 1983, pueden causar desastres de considerable magnitud.
Algunos antropólogos dicen que nos encontramos al final de la era del prometeismo, es decir, nos estamos dando cuenta de que no podemos dominar y controlar las leyes de la Naturaleza y de que no podemos gestionar la vida como nos plazca. Cada vez podemos observar los límites con mayor claridad y la crisis socioecológica marca uno de ellos. Ante esta situación, la tecnolatría, es decir, la creencia de que ante cualquier problema ecológico, energético o social, la humanidad encontrará la solución en la tecnología, está ganando cada vez más poder. Y lo mismo sucede con el ciclo del agua. Creemos con arrogancia que podemos controlar las dinámicas naturales del agua, su carencia o su abundancia. No obstante, son muchos los científicos y agentes sociopolíticos que han mostrado su oposición ante esta visión tecnocrática. Pocos son quienes defienden hoy en día, por ejemplo, que el calentamiento global no es un fenómeno producido por la actividad humana. Lo hemos provocado nosotros mediante la quema de los combustibles fósiles y con una errónea gestión de la tierra.
En el mismo sentido, los procesos cíclicos de inundación tienen mucho que ver con el «País Vasco del cemento». En las últimas semanas hemos podido observar crecidas que han rebasado los embalses, presas y canales construidos en los ríos Nervión, Gobela, Arga, Oria, Ebro o Zadorra. Con el proceso de urbanización y con la proliferación de los centros comerciales, con la multiplicación de los centros industriales y con otro tipo de invasiones, hemos colonizado los espacios aluviales y estamos sufriendo sin cesar las consecuencias, al parecer, sin aprender de las lecciones pasadas. Tanto los agentes institucionales como los agentes económicos principales consideran que las nuevas infraestructuras son totalmente necesarias para el crecimiento económico e infravaloran el riesgo derivado de dichas decisiones. Esta es la política que se aplica en el suelo vasco. Seguimos defendiendo que podemos solucionar las inundaciones adoptando soluciones puramente técnicas, pero la madre naturaleza es vieja y sabia y supera con amplia facilidad las barreras que le imponemos.
El cambio climático agravará el riesgo de padecer inundaciones en el futuro. Si se repiten los errores que se cometieron en el pasado (sobre todo en el proceso de urbanización), el riesgo será todavía más grave y aumentará de forma notoria el número de personas que se encuentran en situación de vulnerabilidad. Teniendo en cuenta esto, es necesario que antes de que ocurra la próxima emergencia o desastre, las poblaciones que se encuentran afectadas tengan toda la información sobre el riesgo en cuestión, tengan la oportunidad de comprenderlo y desarrollen la capacidad de actuar ante una emergencia o crisis. Y para esto es necesario desarrollar dinámicas basadas en la participación ciudadana y en el desarrollo comunitario.
Para que las personas que se encuentren en situación de riesgo puedan comprender la situación y actuar según esta comprensión (en una emergencia o en una crisis real), es necesario desarrollar el conocimiento público sobre las zonas de riesgo, la probabilidad de sufrir inundaciones y las posibilidades y los modos que existen para actuar colectivamente. Y para desarrollar este conocimiento público del riesgo, es imprescindible la participación popular y el desarrollo local. Las bases fundamentales de este desarrollo local serían tanto las reuniones conducidas por expertos, con carrera o sin ella, como el fomento de la participación activa de la ciudadanía. En estas reuniones, además de proporcionar información sobre el riesgo de inundación, habría que trabajar sobre el riesgo en sí, mediante diferentes dinámicas de grupo para poder asimilar el conocimiento colectivamente, de manera adecuada y eficiente. También, se deberían trabajar colectivamente las preguntas que puedan surgir en el proceso, con la ayuda y el asesoramiento de profesionales con experiencia. La frecuencia de estas reuniones tendría que ser proporcional al nivel del riesgo que se padece en esa localidad en particular y se deberían destinar los recursos económicos necesarios para poder desarrollarlas de manera efectiva y continuada.
La única solución que tenemos ante los riesgos de inundación actuales y venideros es juntarnos y dar una respuesta democrática, respetando siempre, eso sí, los ciclos de la naturaleza.
Oier Zeberio e Iñaki Barcena, miembros del grupo de investigación Parte Hartuz y del proyecto TRADENER.
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