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Nos sobran razones

Fuentes: Rebelión

No podemos, se comprenderá, como ciudadanos libres que queremos ser (¡y bien que lo pretendemos día a día!), dejar de cuestionarnos todo lo que se nos antoje o nos venga en gana, incluso al propio Rey y la institución monárquica. Pero, seamos sinceros, no se nos oye ahora tanto como quisiéramos. Cuando decimos ¡República!, mucha, […]

No podemos, se comprenderá, como ciudadanos libres que queremos ser (¡y bien que lo pretendemos día a día!), dejar de cuestionarnos todo lo que se nos antoje o nos venga en gana, incluso al propio Rey y la institución monárquica. Pero, seamos sinceros, no se nos oye ahora tanto como quisiéramos. Cuando decimos ¡República!, mucha, demasiada gente, mira con disimulo para otro lado. Aunque seamos pocos y apenas se nos tenga en cuenta, no tenemos porqué cohibirnos en denunciar la falta de transparencia informativa que rodea a la corona y a su ámbito familiar mas cercano, ni el exceso de privilegios con que se mima al monarca para mantenerle izado en su prestigio y protegido de cualquier crítica, justa o no. A pesar del trato de favor tan absurdo que le brinda la prensa, no nos pasa desapercibido el hecho de que más que de artistas, científicos y gente ilustre, «nuestro Rey» (puedo decirlo sin temor a errar demasiado), no se ha relacionado hasta ahora más que con financieros de a lta cuna, algunos acusados y condenados por la justicia, y muchos pijos, eso si, todos del mas rancio abolengo nacional-católico. Nuestro actual jefe de estado nada más que representa a unos pocos españoles, es verdad, pero goza de una extraordinaria estabilidad dorada. ¿Por qué?

Se sabe que es de buena tradición republicana argumentar, pongamos por caso, contra la lascivia de Isabel II, antecesora de «nuestro monarca» o contra la afición de Alfonso XIII, su abuelo, por la vida fácil y disipada, o la del propio Juan Carlos I por su vocación probada de excéntrico hombre de negocios multimillonario. Pero la verdad es que no insistimos demasiado estas cuestiones tan humanas, ni siquiera en sus asuntos extramatrimoniales, que ya no asustan a nadie, aunque puedan afectar a la maquinaria del Estado como asegura José García Abad en su reciente libro. La razón es que estas críticas ya no llegan como antes al núcleo central de la institución, se entretienen en el aspecto mas anecdótico de la persona de «su majestad» y crean en la opinión pública cuando no tolerancia resignada, verdaderos accesos de ternura por rebajarse a coquetear con la humana y plebeya condición . No me estoy refiriendo en este caso a la respetable minoría incondicional de los monárquicos de toda la vida, emparentados y bien avenidos con el catolicismo mas castizo, ni a las masas poco comprometidas con la «cosa pública», sino a la inmensa mayoría de nuestros dirigentes electos de izquierdas. Cómodos e indolentes, apoltronados sobre la tumba de un régimen que fue en su día la admiración del mundo, esconden su pasado republicano bajo sonrisas de anuncio. Y mientras, miles de muertos andan aún perdidos, enterrados junto a las tapias de muchos cementerios, en las fosas comunes a pié de carretera. Nuestros republicanos, combatientes o no, nuestros anarquistas, nuestra gente roja, sigue aún desde los corazones de muchos clamando justicia.