Hace unos cincuenta años que yo planteé en el teatro el problema del silencio, no sólo de los intelectuales sino de la gente en general, frente a una situación de intensa y extensa injusticia. Aquel drama se tituló «La mordaza», y recuerdo que cuando se estrenó en Alemania el título con el que se presentó […]
Hace unos cincuenta años que yo planteé en el teatro el problema del silencio, no sólo de los intelectuales sino de la gente en general, frente a una situación de intensa y extensa injusticia. Aquel drama se tituló «La mordaza», y recuerdo que cuando se estrenó en Alemania el título con el que se presentó en Hamburgo fue: «Warum Sie scheweigen?» (¿Por qué callan?). La cuestión consistía en tratar de explicarse por qué razón operábamos la gente en general y los intelectuales en particular, en situaciones claramente injustas e incluso hirientes, como cómplices de un silencio que nos podía situar en el banquillo de los culpables objetivos de aquellas ignominias; y el drama aportaba una serie de razones o sinrazones por las que las gentes callábamos en situaciones que parecían exigir no sólo la palabra sino el grito de la denuncia. Era una modesta alegoría que podía leerse como una justificación de aquel silencio que manteníamos, unos y otros, frente a las atrocidades del franquismo, pero también como una protesta contra aquellas atrocidades y contra la mordaza que nos impedía -¿o nos encontrábamos bien recostados en aquel silencio?- protestar.
Ahora acabo de leer con mucha atención la carta que Pascual Serrano -incansable combatiente en la lucha por hacer posible y viable la ruptura del silencio que sigue agobiándonos, y por ampliar el campo de una información alternativa y veraz- me ha dirigido (1), y en la que hace algunas acertadas puntualizaciones a mis propias tesis, o dejémoslo en meras hipótesis. Sus puntos de vista acreditan una vez más la idea de que los hechos sociales se nos presentan en el campo de la complejidad, y que cualquier simplificación nos aparta de los hechos aunque parezca que nos lo acerca y nos los explica. En este caso, ¿tiene razón Pascual Serrano? ¿Tenía razón yo mismo en mis planteamientos, que él cita? ¿O ni uno ni otro? ¿O ambos?
Cuenta Pascual Serrano que yo denuncio «la falta de compromiso del intelectual de hoy tal y como lo mantuvieron en otros tiempos Jean Paul Sartre o Bertrand Russell»; y nuestro amigo no está completamente de acuerdo con quienes así opinamos. ¿Por qué? Porque «en los últimos cincuenta años, el papel de los medios de comunicación » ha alcanzado un papel extraordinario en relación con aquellos tiempos. «Hoy -dice Pascual Serrano- ellos pueden someter -y someten- a embargo informativo al díscolo, y promover y elevar -y lo elevan- a los altares al sumiso como nunca antes había ocurrido». Ello explicaría el silencio; los intelectuales críticos no es que guarden silencio sino que son mediáticamente «silenciados».
Otro punto de discrepancia con mis hipótesis. Yo afirmo (recuerda Serrano) que con la guerra de Iraq «una buena parte de la izquierda dormida ha parecido despertar». «No -dice Pascual Serrano-, no ha sido eso». ¿Pues qué ha sido? «Lo que sucedió -afirma el sagaz periodista- es que hubo diferencias en el talón de Hierro (…) y una parte de éste, Francia, un sector de la socialdemocracia europea, el Vaticano y sus adlátares mediáticos no compartieron el método». Pero no se trató sino de «un disenso puntual», y «el talón de Hierro sigue firme y cruel «, apoyado -añado yo- por sus intelectuales orgánicos.
Por mi parte, yo opino que siendo ciertas las tesis de Pascual Serrano (el papel de gran mordaza que actualmente desempeñan los grandes medios de comunicación, lo cual oculta la existencia de unos intelectuales a quienes no se oye porque están amordazados, y la falsa ilusión que puede darse en la idea de que algunos intelectuales orgánicos del sistema han recuperado o están en trance recuperar un pensamiento crítico), ello no niega sino que confirma la idea de que muchos intelectuales se desplazaron en los últimos años hacia la derecha, pues cuando yo planteaba esta cuestión no me refería a que hubiera silencio (a que muchos intelectuales no hablaran porque no podían hablar), sino al hecho evidente de que muchos antiguos progresistas hablaban y se manifestaban, incluso fervientemente, a favor del sistema. En cuanto a la ilusión de que ahora la situación haya cambiado, y que muchos intelectuales hayan recuperado sus viejas posiciones inconformistas, yo creo muy verosímil que sea cierta la explicación de que tal fenómeno sea muy reducido y que muchos de esos intelectuales que ocasionalmente se han manifestado ahora contra el Imperio lo hayan hecho en virtud de las posiciones tácticas de sus partidos y organizaciones que siguen siendo cómplices del Imperio.
Lo más probable es que la situación sea hoy tan móvil, afortunadamente, que sea difícil situar y localizar las piezas del tablero. ¿Qué pasa, pues, con los intelectuales? No es fácil decir hacia donde se mueven los distintos grupos, si es que se mueven hacia alguna parte determinable en términos de: contra o favor del sistema imperialista, compromiso éste que queda ocultado por la apariencia «progresista» de determinadas opciones. Por ejemplo, gran parte de la reacción intelectual más carca se expresa bajo las banderas de la sociedad PRISA y su poderoso sistema, que resulta, en la práctica, mafioso hasta producir sonrojo en quienes observamos a las gentes que se mueven en sus complejo de medios de comunicación, radios, editoriales, periódicos etcétera.
En tal situación, amigo Pascual Serrano, es cierto que la inteligencia crítica se mueve con muchas dificultades y siempre amenazada por el silencio; y, en fin, yo estimo que nuestras divergencias pueden resumirse, más o menos, así: Para Pascual Serrano, no se produjo tal desplazamiento hacia la derecha en los últimos años de muchos intelectuales sino que la acción del poder a través de sus medios se mostró eficazmente opresiva como productora de silencio. Los intelectuales estaban aquí, con nosotros, pero no podían hablar (y, claro, era como si no estuvieran, como si se hubieran marchado con el enemigo); y ahora no hay tal movimiento de «reconcienciación» sino tan sólo que los patronos de los intelectuales aúlicos de siempre , al servicio de la derecha «progresista», han obedecido a sus amos como siempre , y ahora se han manifestado -con la boca pequeña- «contra los abusos» de Bush y sus secuaces. Están donde estaban, pero se dicen ahora en una posición crítica, mientras dure la consigna de oponer algunas ideas a los dictados del «pensamiento único». Nada de nada, a fin de cuentas. Mientras tanto, los intelectuales antisistémicos , que nunca han desaparecido aunque hayan sido silenciados, siguen sufriendo la imposibilidad de publicar sus ideas, y sólo lo hacen en medios «alternativos».
Mientras que para mí sí hubo tal desplazamiento a la derecha de muchos intelectuales , y así mismo me parece -insisto en ello- que se están produciendo algunos movimientos de recuperación de posiciones de izquierda por parte de colegas que se han sentido mal durante los últimos años, al verse desnudos y además mal pagados en las filas de la injusticia más atroz.
La cuestión es, en fin, si algo se ha movido además de los grandes aparatos del neoliberalismo. ¿O no? ¿Siempre somos los (pocos) de siempre, unas veces parlantes y otras enmudecidos? ¿Está ocurriendo lo que siempre ha ocurrido? ¿No hay verdaderos movimientos en la realidad de la crítica? No sé, pero yo soy ligeramente más optimista y me gusta apostar, una vez más, por la dialéctica de la historia. Algo más se mueve, creo yo, que los grandes aparatos bajo cuya opresión navegamos.