Una contra-práctica del decir
¿Por qué sólo una Lengua?
¿Una lengua escindida?
¿Una lengua partida?
Multiplicar los sentidos
La lengua que se bifurca multiplica los sentidos, amplía y potencia la capacidad de establecer una relación significativa con el mundo. Se erige contra un lenguaje burocrático y retórico, de frases hechas, estériles y repetitivas.
Una punta, formula el pensamiento en los términos con los que aprendió a hablar, y la segunda, intenta reformular esos mismos términos, dar pie a la extrañeza. Una lengua que niega y afirma, de reacción y de creación. Dando lugar a la apertura del pensamiento, desde la confianza de quien aprendió a hablar, edifica un lugar tentativo y otro afirmativo, que instalan una rebelión de la sujeta silenciada, del deseo negado, del impudor, y retoman una genealogía ocultada o suprimida. De este modo, hablar desde una zona inexplorada permite escenificar los sentidos borrados, proyectando un nuevo imaginario en una especie de formación inestable que desconcierte.
Si la lengua es ligazón y apertura a los otros, la lengua bífida es una manera de vivirla ligada al placer y a la confianza. Por eso es una lengua «encarnada», cuyas coordenadas semióticas emergen de la relación cuerpo-palabra, que se desadhiere de los códigos de expresión y conducta estandarizados, los que imponen el constreñimiento emotivo en frases preconcebidas, incapaz de nutrirse en esa reserva infinita e imprevisible de sentido.
Una lengua hendida por la reinvención y la sospecha, continuo juego y rechazo de significantes, especialmente contra los a priori que fijan y determinan vidas y sentidos. Si los lugares comunes de la exclusión son el silencio y la ausencia, es necesario ocupar el lugar cuestionado y confrontarlos abiertamente.
La lengua bífida habita el territorio político donde las palabras se definen, se negocian y se disputan. Si sobre el asesinato de la Impura se fundó la Historia, en esta lengua vive su cadáver, su recuerdo, el azote constante de su razón de justicia. En el relato bíblico, fue la serpiente la que forzó la «caída», que resultó en un nuevo saber; entonces, la lengua bífida es una posibilidad poética y política a decodificar en el mundo contemporáneo.
Una lengua para contra-decir
Las lesbianas usamos nuestra lengua bífida como un sensor que recoge experiencias, retazos de palabras; cuando la lengua ingresa nuevamente a la boca, la información es registrada, procesada y analizada. Esta información obtenida nos guía en nuestro camino de búsqueda, resistencia y sobrevivencia, indicando si debemos tomar hacia un lado o hacia el otro. De este modo, se constituye en una práctica sexual y cognitiva de libertad, una libertad que no tiene nada que ver con el concepto liberal de ideal regulativo o normativo de la condición humana responsable y respetuosa. Así es que nuestra lengua tiene dos puntas.
Es lengua bífida porque en la erótica lesbiana, las dos lenguas conjugan su humedad en la unidad del deseo que estalla frente a las narices de la normatividad.
Las lesbianas políticas hablamos de esta manera, con un extremo articulando una voz de contraste, repudio, rechazo y repulsión, a la lengua del Padre; el otro extremo, intentando configurar una lengua propia desde la extrañeza, desde esas relaciones tejidas con/desde nuestros deseos, con otras lesbianas, con la «hija del diablo» que quiere pensar otro mundo. En la tradición judeocristiana, el diablo representa cada uno de los ángeles rebelados contra Dios y arrojados por Él al abismo. En lo diabólico encontramos energía, la fuerza de la rebelión. El día que la palabra diabólica de la extrañeza se vuelva incensurable, el orden simbólico patriarcal se encontrará virtualmente arruinado.
Así, nuestra lengua bífida sale al espacio público para combatir la economía del deseo heterosexual que genera un abrumador mutismo sobre nosotras o también, en su (d)efecto, una producción de fantasías que dominan el imaginario hetero masculino, sustentado en una relación de poder y violencia. Y esta economía también implica procesos de producción, distribución, circulación y uso de las palabras, una administración y distribución de recursos expresivos, que produce una única Lengua, la que penetra y coloniza las bocas, los ojos y las manos que hacen inteligible el mundo.
En el discurso del deseo masculino, las mujeres tienen una posición de objeto, la mujer está formulada desde la ausencia, desde aquello de lo que carece. Si la mujer es la ausencia, las lesbianas somos lo ausente de la ausencia, una sujeta ausente pero prisionera del discurso, inexpresable pero exhibida.
Es en la dialéctica entre los recursos de la Lengua y la otra lengua, intrusa o fronteriza, donde se preserva la creatividad lingüística.
Lengua de mujer y de lesbiana, la raza «bastarda» de las mujeres, aquella en la que la culpa no halla posibilidad de expiación. La vida de la bastarda se desarrolla en el terreno prohibido, vivirá en la cruz de su contradicción porque, por una parte, le está permitida toda licencia y todo pecado en tanto es infracción de las reglas, pero por otra, tendrá que convertirse en criatura aceptable. De esta manera, su lengua es expresión ineludible de la herida visible.
Lengua de feminista y de lesbiana, de serpiente que incita a la desobediencia. De la rebeldía y del guetto que refugia, pero que contraría la autocomplacencia de víctima. La sexualidad femenina no reproductiva ha sido expulsada y excluída del discurso de occidente. La construcción y apropiación de lo femenino para uso del erotismo masculino asegura la heterosexualidad institucionalizada obligatoria, una sexualidad bisexuada, determinada por la oposición masculino/femenino. La lengua bífida se sabe generada por el contrato social heterosexual, pero su sobrevivencia estará marcada por confrontar el acuerdo entre los sistemas teóricos y epistemológicos modernos de no cuestionar el a priori del género y de sostener que la oposición hombre-mujer es fundante y necesaria de toda cultura.
Como el imaginario y lo simbólico masculino han impregnado cualquier posibilidad de palabra, la lengua salvaje es la que nos convierte en extranjera, para mantener una relación viva con la realidad. Por ello, nuestro habla se convierte en un duelo de lenguas que forman la memoria palimpsestuosa de la unión con nuestro cuerpo, dando forma a la estética del fragmento, una forma de mirar las historias, que pueda reconocer las rupturas y discontinuidades, los placeres simultáneos de la identificación y desidentificación con el pasado.
La lengua bífida expresa una gramática afectiva y política de la lesbiana que vive en tensión y conflicto, pero que reinvindica la autoridad sobre las propias palabras y acciones. Se asume vulnerable en al antagonismo que provocan sus palabras al combinar prácticas políticas reflexivas y de conocimiento, análisis crítico y activismo político.
Representa la lengua del monstruo y de la inválida, de la que estremece los cimientos de lo establecido y de la que se revuelve en el confinamiento del sentido adjudicado por el orden político, social y sexual hegemónico.
Quien habla esta lengua emprende la osadía de indagar sobre sí misma, en la necesidad de hacerse conciente acerca del significado de la propia existencia, y no se deja intimidar por la amenaza de ser agrupada en las extremistas, radicales y exageradas. Nos conduce, así, a una manera diferente de habitar el lenguaje en la que la travesía personal y social es su activa inspiración.
Hablamos el lenguaje de los hombres y el silencio de las mujeres, una contradicción interna, precisamente la contradicción específica del discurso feminista. La lengua bífida es un invento de práctica del lenguaje en la que el género no se ve suprimido ni desmaterializado en la misma discursividad, sino reivindicado y negado al mismo tiempo, afirmado y cuestionado, deconstruido y reconstruido.
La lengua bífida se instala como una cuña dentro del discurso dominante para minar sus pretensiones de homogeneidad y universalidad. Hablar la lengua bífida significa seguir sosteniendo una realidad múltiple que ningún discurso puede decir unívocamente, de forma completa o universal. De este modo, intenta convertirse en una salida a la prisión del lenguaje patriarcal, desplazando el significado que gobierna el lenguaje, situándolo para siempre fuera del alcance de un conocimiento estable y autentificador, alentada su existencia por la sangre de posiciones múltiples y contradictorias, situadas y parciales, en la que se articulan de manera no reductora, las variadas diferencias de clase, género, sexualidad, etnicidad, nacionalidad, en un capitalismo heteropatriarcal racialmente estructurado. Esta manera de hablar implica, desde el punto de vista de la opresión, una propia organización conceptual de lo social y su revaloración por medio de nuevos conceptos.
La lengua bífida es la del closet y la del coming out, expresando esa relación controvertida con la política sexual de la verdad. El closet nos mantiene en la invisibilidad e ignorancia en tanto otros tienen el conocimiento «privilegiado» de nuestra identidad sexual, por lo tanto, también su control. Por el contrario, el coming out es el acto político que desestabiliza el orden de lo visible, en el que nos adjudicamos el estatus de sujetas; pero que, sin embargo, la legitimidad para hablar, ser escuchadas y tomadas en serio, sin tratar de negar o poner entre paréntesis la condición de lesbiana, se devalúan en forma continua, arrojándonos al lugar del descrédito como sujetas hablantes. Es el/la heterosexual quien tiene las credenciales que autorizan a hablar, las que nunca deben ser presentadas por ocupar la posición de privilegio.
Si el yo es una necesidad política, de superviviencia tanto física como psíquica y también epistemológica, lo que define esta lengua es un deseo nacido de esa necesidad, transformando una política del yo, en la que se hace sentir el sedimento de la historia de las mujeres, en la voluntad de validar y confirmar la propia presencia viva en el mundo. En este sentido es una lengua que porta historias, historias que interrogan, de vidas en pedazos, de desechos. Por esta razón, es primordial que exceda los límites y discursos de aceptación, pacificadores de fracturas.
Advenir de este modo a la lengua bífida impone una división: aprender a mirar en dos direcciones divergentes simultáneamente, un doblez entre una hablante disminuida a la servidumbre por los designios del patriarcado, y su identificación explícita con la otra, que representa el plano de los deseos y la política en contraste con su realidad. Al mismo tiempo, esta lengua intenta designar un número creciente de prácticas de representación de la lesbiana, que promueva itinerarios de lectura para desdomesticar el cuerpo y la palabra de las mujeres. Es por ello que el exceso es una estrategia política fundamental, produciendo imágenes o contra-imágenes, hiperbólicas, provocadoras, ultrajosas apasionadas y suficientemente violentas en el lenguaje y complejas en la forma como para destruir el discurso amoroso masculino y reinventar lo erótico y el amor, que permita a la lesbiana reconstituirse en otra economía erótica, reconocerse en otra semiótica. Por ejemplo, explorando las humedades de las palabras, esas que se van corroyendo por el tiempo, devolviendo o aproximándonos a la inteligibilidad del placer, a la especificidad del erotismo lesbiano.
La lesbiana, como sujeto de un conocimiento distinto, tal como dice Wittig, no es una mujer, no es el sujeto social mujer, sino el sujeto de una particular «práctica cognoscitiva» que permite rearticular las relaciones sociales y las condiciones mismas del conocimiento desde una posición excéntrica respecto a la institución de la heterosexualidad. De esta manera, posibilita transformar las condiciones de visibilidad social y redefinir el campo de lo visible, es decir, de lo que se puede ver, en tanto las formas de la visibilidad social y las formas de subjetividad están determinadas y delimitadas por una perspectiva heterosexual.
Esta práctica cognoscitiva de la sujeto-lesbiana se manifiesta en la escritura como práctica de la contradicción y se vive en la conciencia de escribir, pensar, sentir, desear, en la no coincidencia de experiencia y lenguaje, en los intersticios de la representación, en los intervalos que nuestros amos no han conseguido llenar con sus palabras de propietarios. Y la lucha con el lenguaje para re-escribir el cuerpo, más allá de sus representaciones convencionales y precodificadas, no puede contentarse con la reapropiación ni la representación del cuerpo femenino tal como está, domesticado, materno, sexuado por Edipo o por un imaginario dual, es necesario y prioritario pensarlo, hacerlo accesible en otra economía socio-sexual. Por ello, la lengua bífida es una lengua capaz de producir una ficción teórica, una práctica de escritura en femenino experimental en la forma, crítica y lírica, autobiográfica y filosófica, que atraviese los límites impuestos por los géneros – entre poesía y prosa, entre palabra e imagen, entre narrativa y crítica- creando nuevas correlaciones entre signos y significados, entre lenguaje y cuerpo.
Una lengua bífida es la que se resiste a ser saneada o heterosexualizada
La lengua bífida: entre el deseo y la política, un espacio habitable
«j/e es el símbolo de la vivencia quebrantada que es m/i escritura, de ese desgarro en dos que constituye en toda la literatura el ejercicio de un lenguaje que no m/e constituye en sujeto,» ha escrito Wittig. Esa partición en dos, esa lengua bífida expresa un doble movimiento, siendo al mismo tiempo la condición de un silencio forzado y de la victoria sobre el mismo con la entrada en el discurso; esta entrada tiene lugar con la toma de conciencia y la afirmación de la propia división de sujeto, de las diferencias de que deriva toda identidad que tiene necesidad de ser reinvindicada.
La lengua de la lesbiana interpela el mecanismo que debería convertir en automática, para las mujeres, la producción y reproducción ininterrumpida de la heterosexualidad, que erotiza la dominación y el control. La representación que persigue la lengua bífida se aleja de la simple oposición lesbiana/heterosexual e invita a plantearse la pregunta del deseo lesbiano en un continuum de relaciones,
práctica crítica y de vivencia. Es necesario pensar el lesbianismo fuera de esa oposición, para recuperar los espacios eróticos y las prácticas necesarias para la existencia de una comunidad, no en términos de lazos naturales, sino una comunidad como fruto del trabajo, de la lucha, la interpretación. De esta manera, es una lengua del deseo inverso y diverso, por un lado, afirmando una sexualidad femenina activa y autónoma respecto del hombre, y por otro, reivindicando y expresando los impulsos eróticos directos hacia las mujeres, de un deseo por las mujeres que no se confunda con la mera identificación entre mujeres. Esta des-identificación de la feminidad no resulta necesariamente en su opuesto, no se convierte en una identificación con la masculinidad, sino que se traduce en una forma de subjetividad femenina que excede la definición fálica.
Toda transformación implica dejar o renunciar a un lugar seguro por otro lugar desconocido, en el que se corre un riesgo no solo afectivo sino también conceptual, un lugar en el que hablar y pensar son actos inciertos, inseguros y no garantizados. Este desplazamiento, des-identificación de un grupo, una familia, un yo, una casa, es un desplazamiento del propio modo de pensar, comporta nuevos saberes y nuevas modalidades de conocimiento.
Este proceso de conocimiento insólito, no es únicamente personal y político, sino textual, una práctica de lenguaje en sentido amplio. Si esta posición está fuera del sistema conceptual, asumirla u ocuparla implica disociarse, hablar una lengua bífida que permita entrar y salir de la casa, que posibilite un espacio conceptual y experiencial en que las contradicciones son afirmadas pero no resueltas.
Atento a esto, una lengua bífida se presenta como posibilidad de resistencia o capacidad de obrar a través de formas de sexualidad no normativas o autónomas del hombre, que contribuya a dislocar tanto la conciencia feminista como la sexualidad femenina fuera del círculo vicioso de la paradoja mujer. Una lengua «excéntrica» respecto del monopolio masculino heterosexual del poder/saber, una posición discursiva en exceso de saberes subyugados, no reasimilables por la institución socio-cultural de la heterosexualidad. Y en este sentido, la institución de la heterosexualidad no es simplemente uno entre los diversos mecanismos de dominación masculina, sino que está implicado en cada uno de ellos, como estructura sostenedora del pacto social.
Si hay un punto de identificación privilegiado que dé ímpetu al trabajo de auto-(de)construcción de la sexualidad, es el ser lesbiana, no porque comporte una identidad sin contradicciones sino porque es el punto neurálgico que favorece la comprensión y la toma de conciencia.
La lesbiana de Wittig no es simplemente una persona con una particular «preferencia sexual» y tampoco es una feminista con una «prioridad política»: es un sujeto excéntrico al campo social, constituido en un proceso de interpretación y de lucha, de reescritura de sí en relación a otra forma de entender lo social, la historia la cultura. De esta manera, lesbiana no se refiere simplemente a una mujer lesbiana que puede existir en el aquí y ahora, es conciencia de otra cosa, es el término conceptual de la conciencia feminista. En este sentido, la lengua bífida es una práctica alcanzada a través del desplazamiento político y personal atravesando los límites entre identidad y comunidad socio-sexual, entre cuerpos y discursos.
Contrariamente a lo que se podría esperar o suponer, la lengua bífida no es una lengua inmune o externa al género, pero sí es autocrítica, distanciada, irónica, expresando la convivencia no pacífica de voluntad política y deseo. De este modo, es necesario comprender que el deseo sexual, expulsado de la formulación de la subjetividad política por la coherencia ideológica, cuando irrumpe, no proporciona identidad sino división. Al deseo no se le ordena, él excava galerías en lo más profundo y subterráneo de nuestra subjetividad.
Vinculado a procesos de desidentificación, negatividad, desmoronamiento, disgregación, dispersión de la coherencia del yo, al deseo hay que tenerlo en cuenta, afrontarlo de vez en cuando, y contratar con él si es posible. Por ello, la sexualidad es el nudo central, el lugar en donde lo corpóreo, psíquico y lo social se entrecruzan para constituir los límites del yo. En este sentido, es necesario volver a pensar la subjetividad femenina teniendo en cuenta qué prácticas comporta y qué necesidades sostiene el deseo cuando obra desde un cuerpo de mujer.
Es así que la sexualidad es el lugar común de la existencia lesbiana. El lugar en que sucede una travesía del cuerpo, experiencia erótica de la otra y del propio, con el consiguiente cambio de percepción respecto a los esquemas heterosexuales. Es el sitio donde se abre una inteligencia, un saber corpóreo y una forma de conocimiento de sí y del mundo.
La dificultad de vivir desgarraduras y contradicciones entre voluntad y afectividad, la resistencia a medirse con las limitaciones del propio cuerpo y la conciencia del riesgo que la sexualidad siempre comporta para quien es definida como mujer en un contexto social regido por la institución de la heterosexualidad, son las tensiones que afronta la lengua bífida.
Mirar en ese lugar de soledad y deseo, de fantasmas y ambivalencias, razones de una política de las mujeres concretas, es uno de los tantos desafíos del feminismo lésbico. Pero es fundamental para ello, comprender y sostener que el lesbianismo no es una simple variante de la heterosexualidad institucionalizada, es decir, de la sexualidad reproductiva en la que hombre y mujer son ambos complementarios y necesarios, porque sería seguir pensando en el binomio hombre-mujer, que es una construcción sexista y heterosexista. Por consiguiente, es en la frontera entre una política para las mujeres y una política lésbica que emerge esta lengua partida. La lengua bífida se convierte así en una lengua de víctima y guerrera, de palabras y silencios, de lo posible y lo imposible, de lo dado y lo por dar, de la disidencia y la unión. Una lengua que lleva en sí misma, como la palabra, su sentido contrario. Para finalizar, consiste en un ensayo de contra-práctica del decir, en la que deseo y voluntad política son los hilos conductores de los itinerarios, que aún siendo aquellos siempre ambivalentes, contradictorios, imprecisos, habilitan un espacio para pensar tanto la propia vida como el activismo político.
«En el génesis bíblico, por el contrario, es Dios Padre quien tiene la primera palabra y pretende tener la última. La serpiente habla en segundo lugar para inducir a la pareja a la desobediencia. Abriendo el juego, la lengua bífida del alma para el alma será declarada culpable a ojos de la Ley y, como tal, cortada por el Amo de la creación. Resaltemos aquí que es Eva la que, hablando en tercer lugar, después de Dios y de la serpiente, comete el pecado original dejándose seducir por la pro- mesa de la serpiente e implicando a Adán a quien, en cuarta posición, no le queda más que consumir el fruto prohibido del que ya había mordido su compañera.
En esta escena decisiva entre Dios, la serpiente, Eva y Adán, Adán es el único que se calla. No hablará sino después del pecado, para justificarse ante Dios acusando a Eva de haberle tentado, quien a su vez acusará a la serpiente de haberla seducido. En unas pocas frases del relato, todo el dispositivo de culpabilidad -seducción, transgresión, traición, delación- se despliega. Los chivos expiatorios de esta historia serán la mujer y la serpiente. Adán, que antes no ha dicho nada, se hace el encargado del poder y el portavoz del Padre después de la caída. Prohibida la palabra a Eva y a la serpiente, sólo quedan Dios y Adán en posición de fundar la civilización. Al final de esta escena, dos alianzas se forman: la alianza Dios-hombre, del lado de la ley, por tanto del lado del bien; la alianza serpiente-mujer, del lado de la transgresión, por tanto del lado del mal. Sobre esta separación de lo simbólico y lo diabólico se fundará la moral del Patriarcado judeo-cristiano».
«El libro de la hermana», Claire Lejeune. Editorial Pre-Textos, España, 2002.
Lesbianas feministas
Neuquén
Bibliografía
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