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Repúblicas de Reyes

Fuentes: Rebelión

Entre la República de Platón y la República  Mexicana, Alfonso Reyes con su formación helenista,  europea y humanista, «…una sensibilidad educada en  Homero, en el Siglo de Oro, en el modernismo, en los clásicos ingleses, en Mallarmé», es paradigma  intelectual  y  debate constante. Un tanto Nebrija, un poco Mesías y algo de jet set. Muchos […]

Entre la República de Platón y la República  Mexicana, Alfonso Reyes con su formación helenista,  europea y humanista, «…una sensibilidad educada en  Homero, en el Siglo de Oro, en el modernismo, en los clásicos ingleses, en Mallarmé», es paradigma  intelectual  y  debate constante. Un tanto Nebrija, un poco Mesías y algo de jet set.

Muchos soñaron y sueñan con ser como  Reyes…ensayista, poeta, cuentista, dramaturgo e historiador…inteligencia multifacética capaz de  conciliar oficios docentes con profesiones políticas y diplomáticas. Intelectual e ideólogo orgánico.  Brillante y contradictorio.

Alfonso Reyes, cofundador del Ateneo de la Juventud, al lado de Vasconcelos, Henríquez Ureña y Antonio Caso, entre otros, forma parte de una generación en tránsito. Ni simpatizante del todo con la dictadura de Porfirio Díaz, su proyecto ideológico positivista, su estética modernista  o su liberalismo económico, ni enemigo irreconciliable…tampoco intelectual de la Revolución Mexicana, activista comprometido con luchas obreras, campesinas e indígenas… democracia, justicia social y gobierno del pueblo. Sin ser ajeno a esos conceptos, Reyes fue un intelectual intermedio con simpatías hacia los grupos de poder postrevolucionarios bastante poco fieles a la Revolución misma. Su pensamiento sirvió como revolución conservadurista que directa o indirectamente ayudó a fundar o refundar el proyecto de identidad nacional que los nuevos poderes necesitaban para la invención de un país distinto y gobernable. No fue el ideólogo del sistema, fue un colaborador político que se desempeñó inteligentemente en la  cultura y la diplomacia. Sobre los ateneístas se dice: «Su importancia política no es tan amplia ni tan demoledora. Frente a los sectores reaccionarios y feudales del porfirismo, representan un adelanto, una liberalización, una alternativa: son la posibilidad de reformas dentro del sistema, la certidumbre de un comportamiento intelectual de primer orden. Pero su raigambre conservadora es imperiosa.»

De la figura y obra de Alfonso Reyes devienen algunas lecciones fundamentales y debates múltiples. No es un santón que convenza a todos y tampoco un pensador que merezca indiferencias por inconsistente. El lugar de Reyes genera respeto a pesar de los desacuerdos. Gesta interrogantes sobre el papel del intelectual, su formación, herencias, deudas y programas en la América del siglo XX. Gesta evaluaciones sobre el impacto del pensamiento ilustrado en las transformaciones educativas, políticas y culturales de un país como México, sacudido por la Revolución más profunda de su historia, que antes de cualquier maridaje con Occidente, requería la insurgencia de una identidad capaz de reponer lo que Occidente canceló con la conquista española.

Alfonso Reyes que decía: «Quiero el latín para las izquierdas, porque no veo la ventaja de dejar caer conquistas ya alcanzadas. Y quiero las Humanidades como el vehículo natural para todo lo autóctono», nació en Nuevo León, México, el 17 de mayo 1889 y murió en México, D. F., el 27 de diciembre 1959. Para algunos críticos de Reyes insistir con la enseñanza del Latín como fetiche de la cultura más elevada, en México tiene complejidades  no omisibles. El Latín, junto al Castellano, fue la lengua del evangelizador, su imposición costó millones de vidas…el humanismo renacentista traído por algunos pensadores mesiánicos no alcanzó para frenar el exterminio genocida de los ejércitos españoles… la cancelación, omisión y destrucción de las civilizaciones prehispánicas no se resolvió con discursos sublimes en favor de una Raza Cósmica que todavía no ve llegar la justicia social. En el corazón de los debates en torno a la obra de Alfonso Reyes están las definiciones fundamentales de una realidad que, antes de entregarse a ciertos sueños del progreso, debía restañar heridas profundísimas y deudas ancestrales con los indígenas. La universalización de los valores que tanto preocupaban a Reyes se confunde con cierta globalización ideológica premonitoria que, en un país muliticultural como México, tiene rechazos no poco fundamentados. Reyes parecía un intelectual más interesado por el desarrollo de instituciones académicas e hipótesis filosóficas que por la realidad social. Indios despojados de sus tierras, obreros explotados inmisericordemente, campesinos esclavizados en feudos de terratenientes adueñados de cargos políticos. Miseria galopante, privatización a ultranza y cargas impositivas desmesuradas. Caldo de cultivo de la Revolución Mexicana. Felizmente las comunidades originarias con sus cosmovisiones, tradiciones y proyectos autónomos jamás fueron materia prima fácil para una lógica del poder que decidió unilateralmente proyectos de progreso donde los que ponen el trabajo cuentan sólo para ser educados, mientras sus culturas se excluyen, suprimen y tergiversan. Después de 500 años no ha sido posible someterlos y hoy menos que nunca.

Alfonso Reyes, era un burgués gentil hombre, erudito y creativo,  dotado con una personalidad seductora y voluntad de trabajo a toda prueba. Movilizó como pudo algunas estructuras cerradas de círculos intelectuales decimonónicos conservadores atorados entre ideologías virreinales y caciquismos feudales. Reyes fue protagonista de esa revuelta cultural, un tanto romántica e idealista, que quería a su modo, la idea platónica del gobierno en manos de eruditos o filósofos.  La historia viajó, en más de un sentido, hacia otros derroteros. Ello no niega aportes…tampoco excluye análisis. Lo que pasa en México hoy, todo lo que pasa con los indígenas, las universidades, la política… reclama precisión y autocrítica. Pero es innegable la influencia y herencia generacional de Reyes en la educación y la vida intelectual mexicana.

A pesar de que al calor de los vientos políticos, algunos lo nieguen o santifiquen, el verdadero aporte de Alfonso Reyes radica en su esfuerzo de síntesis, en la voluntad (reconciliadora a su modo), de refundar la cultura escudriñando filones de identidad omitidos hasta su época. Buscó las coincidencias entre temple y filamento de civilizaciones antiguas para hermanarlos en una definición de lo clásico corregida y aumentada con vigores sublimantes. Su idea de releer lo prehispánico entre paralelismos con lo helénico, bajo exigencias de erudición, tocó la sensibilidad de la clase política emergente que más tarde coronó sus triunfos con preseas ideológicas que por clásicas sonaban a prestigio. Pero no hay que exagerar. Jorge Cuesta, en 1937, sintetizó así el trabajo de los ateneístas: » …el error del que no se han librado la mayoría de los espíritus conectados con el Ateneo de la Juventud, que es nuestra Acción Francesa ; espíritus que por violentar demasiado a la ética se han visto política y estéticamente casi desposeídos, y por mantener un orgullo demasiado erguido en el sueño, lo han visto sin fuerza en la realidad…El ateneo de la Juventud es…un movimiento tradicionalista, restauracionista del pasado, aunque con la extraña circunstancia de haber carecido precisamente de una tradición, de un pasado que restaurar. Habría sido neoclasisista de haber encontrado una tradición nacional clásica. Habría sido monarquista también seguramente, de haber tenido, legítimo, un monarca a la mano… El Ateneo de la Juventud se significó con su actitud aristocrática de desdén por la actualidad; pero su aristocracia es una ética, casi una teología.»

La personalidad y obra de Alfonso Reyes es también fundacional y copartícipe de un estilo mexicano para hacer política y diplomacia en fusión con lo cultural e intelectual. Estilo imitado por otros como Octavio Paz y Carlos Fuentes, salvadas las diferencias y distancias posibles. Alfonso Reyes Ochoa es uno de los autores hispanoamericanos más representativos, ha sido nominado en dos ocasiones al Premio Nobel de la Literatura: en 1945, junto a Gabriela Mistral y en 1957, con Albert Camus. «Reyes no es un impugnador, es un discernidor inteligente (y un vehículo sistemático de difusión) de aquellos puntos capitales donde la tradición humanista de Occidente se manifiesta como ejercicio de concordia, unidad y continuidad. De modo simultáneo, Reyes mitifica, acendra, congela y preserva lo mejor de la cultura occidental (y ahí ya se incluye cierto trabajo latinoamericano)»

Alfonso Reyes ha sido motivo de homenajes no siempre felices. Es tal el avispero crítico que despierta su obra, tal la inoportunidad de cierta lisonja política y tantas las aristas incómodas de su desempeño ideológico que, en lugar de consolidarlo como parte de la experiencia intelectual  del México post revolucionario, se le hunde más en el olvido. Al menos eso ocurrió con los homenajes que Salinas de Gortari ordenó y que lustró más su prestigio que el de Reyes. Quizá como en ningún otro momento durante el régimen Salinista se multipublicitó la «Capilla Alfonsina», biblioteca con más de cuarenta mil volúmenes, que adquirió esa santidad exquisita propia de élites culturales. En México, una cierta cultura de los homenajes tardíos tiene por norma no escrita santificar acríticamente a individuos que, incluso no deseándolo, terminan sublimados entre discursos, estatuas y desinformación.  Hasta Alfonso Reyes habría protestado.

La experiencia de Reyes como embajador en Argentina dejó algunos textos en los que se agitan contradicciones y contrariedades. Relación de amor y desconcierto. Doble emoción de fraternidad y frío. Dice el 21 de julio de 1927: «Aquí son tan ricos y tan dichosos que se olvidan de ser interesantes, de ser amenos, de ser humanos a la manera temblorosa de Francia». Unos días después, en agosto 2, escribió sobre la sociedad argentina: «realmente es muy interesante y de trato excelente».  Llamó a la Argentina, Hipopotamia, por su clima extremadamente húmedo y también tuvo momentos de… «No he visto pueblo más pacato, sociedad más temerosa del ridículo y de la personalidad propia. Esto es, espiritualmente, lo más viejo, lo más siglo XIX, lo más materialismo histórico, lo más Porfirio Díaz que queda en América». En las ideas que Reyes tenía para acercar la producción cultural e intelectual entre Argentina y México, en esa manera de hacer política diplomática, hubo aciertos y descalabros. No bastó el hecho de cultivar amistades personales, siempre hubo, a decir de Reyes, problemas por falta de dinero, y no sintió, del todo, el aprecio argentino por la cultura mexicana, según afirma Serge I. Zaitzeff: «A Reyes le duele que los argentinos prefieran oírlo hablar de Valéry, Mallarmé o Góngora y no de lo suyo, de lo mexicano. Siente que hay algo de celos en la actitud general pero, agrega Reyes, << justo es decir que, a solas, reconocen la superioridad >>»

Y en otro extremo de sus reflexiones Reyes escribe «El Río de la Plata ha sido para mí fuente de hondas y graves experiencias y me figuro que entre estos dolores he aprendido por primera vez a ser hombre»…»Para un ateneísta como Alfonso Reyes hay una tarea: no tanto proporcionarle a la cultura mexicana los elementos de universalidad como ser parte activa de la cultura occidental desde México.»

El 16 de abril de 1936, Antonin Artaud escribió una carta a Alfonso Reyes: «Quiero enfrentarme con razas puras, que quedan pocas. Quiero estudiar los ritos, las danzas de los indios. No sacaré de aquí un mero libro de descripciones. Yo creo en una fuerza mágica, de que estos ritos son algo más que la mera trascripción alegórica. Esta fuerza se viene perdiendo desde que se persiguen y prohíben estos ritos so color de acabar con las supersticiones. Pero hay más superstición en la Ciencia Moderna que en los ritos de los indios. Las fiestas cívicas con que México quiere reemplazar tales ritos y en que artistas y escenificadores copian las manías estéticas de Europa, operan bajo el impulso de una inspiración individual e incoherente, y no logran, a mi modo de ver, más que crear un verdadero estado de anarquía». La obra que Artaud desarrolló Les Tarahumaras fue para Reyes «una falsificación poemática y pseudomística en torno a la magia del peyotl» . Reyes escribió al respecto: «Infortunado. Algunas de sus páginas fueron escritas en el asilo de Rodes Ivry-sur-Seine en 1947. Allí confiesa sus delirios. El Tutuguri está firmado el 16 de febrero de 1948. No se juega infamemente con los dioses.»

La obra de  Reyes, su helenismo, su amor por el Siglo de Oro y su pasión por las academias, a pesar de su «Visión del Anahuac», no resistieron el cuestionamiento de las vanguardias. A Reyes, como a muchos otros, el progresismo y reformismo, basado en el prestigio ideológico de la Cultura Occidental, se le esclerotizó demasiado pronto. La realidad de América es otra.

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Citas tomadas de : Historia General de México tomo 2 editada por El Colegio de México, tercera edición 1981. Y  Revista de la Universidad Nacional Autónoma de México, ejemplar. de enero- febrero de 1993, texto de Serge Zaitzeff «Más sobre Alfonso Reyes en la Argentina», y ejemplar de Junio de 1992. Texto de Alfonso Reyes «No se juega infamemente con los dioses» (Documento del archivo particular de Alicia Reyes).