En Lucha: ¿Cómo valoras el alto al fuego de ETA? Iñaki Gil de San Vicente: La valoración del alto el fuego permanente de ETA motiva dos reflexiones: una, que este paso adelante confirma una vez más la capacidad teórico-política de ETA para analizar los avances en la sociedad vasca, la agudización de las contradicciones en […]
En Lucha: ¿Cómo valoras el alto al fuego de ETA?
Iñaki Gil de San Vicente: La valoración del alto el fuego permanente de ETA motiva dos reflexiones: una, que este paso adelante confirma una vez más la capacidad teórico-política de ETA para analizar los avances en la sociedad vasca, la agudización de las contradicciones en los Estados español y francés, los cambios en la perspectiva política dentro de la UE, etc. Desde su origen, ETA ha sido menospreciada en lo relativo a su capacidad teórico-política. Sin embargo, su larga existencia sólo se comprende si, además de otras razones, también se tienen en cuenta sus análisis políticos y teóricos. Mientras el resto de izquierdas de la misma «edad», o más «viejas» incluso, han desaparecido o han sido absorbidas por el sistema, ETA sigue existiendo y más cerca que nunca de sus objetivos permanentes.
Partiendo de aquí, la acumulación de fuerzas revolucionarias, progresistas y democráticas que se está dando en nuestro pueblo permite saltar a un nivel más amplio de práctica de masas, de organizaciones, colectivos, sindicatos, partidos, etc., que anteriormente tenían dudas o miedos o resistencias a implicarse directamente en la lucha por la soberanía vasca. Algunos de éstos ponían la excusa de la lucha armada para no dar ese paso, pero la tendencia al alza de las movilizaciones ha desbloqueado ese miedo, paso favorecido por la decisión de ETA. Estos grupos ya no tienen excusas y veremos en la práctica su verdadera decisión. Lo decisivo es que otros muchos colectivos ya se estaban implicando cada vez más antes del alto el fuego y que, la amplia militancia abertzale ha vuelto a demostrar que las represiones no le echan para atrás, al contrario, le motivan a mejorar su militancia diaria. Teniendo en cuenta esto, ETA ha dicho: nos toca a todos mover ficha, y ella ha sido la primera en dar ejemplo, como siempre.
¿Qué pasos deberían darse a partir de ahora?
Básicamente tres pasos. El primero impulsar con más fuerza el avance de las instituciones sociales y de los grupos de encuentro y debate colectivo que ya existen, que han sido fuerzas que han confirmado algo esencial para el avance de cualquier lucha: la autoconfianza popular en el sentido de demostrar en la práctica que se pueden hacer muchas cosas al margen de las instituciones del poder. La autoconfianza colectiva se ha reforzado mediante el trabajo de estas instituciones populares que, democráticamente, elaboran planes de intervención en los problemas que tiene nuestro pueblo, empezando por el de la paz justa y terminando por los de la política deportiva pasando por otros muchos. El segundo, avanzar en los derechos urgentes como el de la amnistía, es decir, la salida de las prisioneras y prisioneros, la vuelta de los refugiados y la recuperación normal y cotidiana de la memoria histórica de nuestro pueblo, aplastada bajo la memoria oficial española con su manipulación del concepto excluyente y exclusivo de «víctimas», unido todo ello a la reinstauración de la predemocracia, de la legalización de Herri Batasuna, y de los derechos básicos de la izquierda abertzale. El tercero y último, la puesta en práctica de la Mesa de los Partidos para dar un salto a partir de sus conclusiones y de los dos puntos anteriores.
¿Por qué tipo de mesa de partidos apostáis?
Por una Mesa de Partidos sin delimitaciones de ningún tipo, incluyente y no excluyente, sin vetos y sin dependencias para con las instituciones del poder actual, sean las de Madrid como las de Irunea y Gasteiz. Una Mesa de Partidos que sin embargo sea parte de un debate global en el que intervienen las fuerzas populares, sociales y sindicales. Es decir, la Mesa ha de estar libre de las ingerencias exterior de los poderes que durante años han oprimido a nuestro pueblo, han ayudado a oprimirle o han permanecido pasivos; pero ha de estar estrechamente conectada con problemáticas reales, con las propuestas populares, sociales y sindicales que se deben elaborar en sus respectivas áreas.
¿Cómo debería articularse el proceso para que la participación de la sociedad civil no quedara relegada a un plano simbólico?
Dejando de lado ahora la crítica de la definición de «sociedad civil» por cuanto expresión ambigua e imprecisa que, además, no sirve a mi entender para expresar las características básicas de las luchas en la sociedad burguesa vasca, dejando esto de lado, sí hay que decir que existe un doble riesgo de que los movimientos populares, sociales y sindicales no lleguen a tener la influencia que deben tener. Por un lado, obviamente, las fuerzas estatalistas, regionalistas y autonomistas, en diversa medida, tienen un interés preciso para que el proceso sea esencialmente burocrático, ni siquiera parlamentario, sino llevado a cabo sólo por y dentro de los partidos políticos que recurrirán al parlamento únicamente para dar visos de oficialidad definitiva a sus pretensiones. Estos partidos tienen miedo a la iniciativa de las masas, y peor aún, carecen de bases militantes capaces de defender sus ideas en los movimientos, en la calle, etc. Les quedan pocas, muy pocas bases activas, y éstas no saben qué es militar dentro de la realidad social de las masas. Por otra parte, sí existen sectores organizados con militancia sindical y social, apenas con militancia popular en el sentido que esta tiene en Euskal Herria, que por diferentes motivos se han distanciado de la militancia abertzale, y el riesgo radica en que el acercamiento mutuo sea lento, receloso y desconfiado, cuando es sabido que las luchas reivindicativas comunes exigen, entre otras cosas, un determinado nivel de confianza mutua y solidaridad.
Las formas de superar ambos riesgos es que, con respecto al primero, tanto las burocracias partidistas como sus bases, aunque sobre todo éstas, aprendan bajo la presión de las movilizaciones que es muy contraproducente potenciar el dirigismo sustitucionista y sus métodos rastreros, en suma el desprecio al pueblo. Estos partidos tendrán que aprender del pueblo, hacer esfuerzos por elevarse a su altura y no seguir hundidos en el lodazal politiquero. Y con respecto al segundo, se presenta una tarea bidireccional, de mutua recuperación de la solidaridad y confianza que hubo en Euskal Herria hasta la segunda mitad de los años 70, hasta antes de que el reformismo presionara a sus bases para distanciarse de las abertzales. No es verdad que la lucha armada fuera la causa de la ruptura; la causa primera y decisiva fue la enorme presión de constitucionalistas y autonomistas para que sus bases rompieran relaciones prácticas con las gentes abertzales. Otros colectivos reformistas de izquierda también se distanciaron, pero más tarde y sobre todo por miedo a la represión. No niego que hubiera errores tácticos de la izquierda abertzale que facilitaron parcialmente esta maniobra, pero la razón fundamental es la expuesta. Reconocido esto, también la militancia abertzale ha de tener capacidad de comprensión e integración mediante la pedagogía del ejemplo práctico, la mejor de todas como afirmaba el Che Guevara, y no erigirse en único juez sino hacer que el veredicto último lo dicte la propia lucha conjunta por la recuperación de todos los derechos para todas las personas.