Ningún sector está libre de condiciones inseguras de trabajo, pero es en los invernaderos donde nos encontramos con un escenario particularmente duro. Aquí las condiciones laborales, están caracterizadas por, un Régimen Especial Agrario limitador de derechos, una legislación de prevención de riesgos laborales «ausente» que la excluye de su ámbito de aplicación, una actividad laboral […]
Ningún sector está libre de condiciones inseguras de trabajo, pero es en los invernaderos donde nos encontramos con un escenario particularmente duro. Aquí las condiciones laborales, están caracterizadas por, un Régimen Especial Agrario limitador de derechos, una legislación de prevención de riesgos laborales «ausente» que la excluye de su ámbito de aplicación, una actividad laboral bajo los rigores del clima, etc.
Aún así, es fácil encontrar a compañeras que te comentan que les gusta su trabajo…«ver como va creciendo la mata, ir cuidándola todos los días, ver como da el fruto para después recogerlo, es algo muy bonito…». Producir lo que sale da la tierra es algo especial, sobre todo si procedes de zonas rurales donde tu familia ha mantenido un contacto directo con el mundo rural. La dureza de las condiciones laborales no consigue cubrir el orgullo que provee el contacto directo con la tierra, ni robar la dignidad que sienten las trabajadoras por su trabajo.
Como señalábamos, el Régimen Especial Agrario de la Seguridad Social (REASS) pervive con escasas modificaciones desde el año 1963, Para las personas trabajadoras por cuenta ajena el REASS constituye una mayor cotización, muy superior porcentualmente a los trabajador@s del Régimen General, recibiendo por el contrario prestaciones mínimas y discriminatorias por desiguales. En 1995 pactaron todos los partidos políticos y agentes sociales la eliminación de este «Régimen». A fecha de hoy parece ser que «algunos» ya no se acuerdan, negándose a eliminarlo.
También las ha dejado de lado la legislación de prevención de riesgos laborales. El REAL DECRETO 486/1997, establece las disposiciones mínimas de seguridad y de salud aplicables a los lugares de trabajo. Dicho Real Decreto excluye de su ámbito de aplicación a los invernaderos.
Estamos en un subsector que no sólo tiene graves carencias de legislación específica de prevención, sino que el grado de cumplimiento de la Ley de Prevención de Riesgos Laborales es mínimo. En muchos centros de trabajo no existen evaluaciones de riesgos laborales, equipos de protección individual, se carece de planes de emergencia, medidas de primeros auxilios, etc. El número de accidentes laborales, es mucho más elevado que lo que indican las escuetas estadísticas del Instituto Canario de Seguridad Laboral. Consideramos que existe un subregistro de accidentes de trabajo y enfermedades profesionales de desigual gravedad que no están siendo cuantificados.
El problema del calor es siempre la primera queja de las compañeras, ya que el estrés térmico es uno de sus principales riesgos. En este caso, el calor no se puede eliminar, es agobiante, pero debemos ser conscientes de que podemos reducir sus efectos sobre la salud de las trabajadoras, aplicando una serie de medidas preventivas, como por ejemplo, facilitarles agua fresca, lugares con sombra, etc.
Otro riesgo alarmante es el que origina la aplicación de productos químicos. Dicho peligro se ve acrecentado por las condiciones ambientales (calor, humedad, escasa ventilación, ropa inadecuada, etc.), por el incumplimiento generalizado de la normativa de prevención y de las normas específicas relativas al uso, así como del inexistente etiquetado de pesticidas. La cuestión de los pesticidas nos plantea a tod@s retos de acción sindical mucho más complicados, ya que hay menos conciencia del problema y no afecta sólo a los trabajador@s del sector.
Se desconoce el 90% de la toxicidad de los fitosanitarios. En los laboratorios estudian los efectos sobre ratas muy sanas, que no fuman, no se esfuerzan, no sudan y no tienen el colesterol alto. Además, se estudian los productos puros mientras que en la realidad se hacen mezclas prohibidas y «a ojo».
La exposición al riesgo químico no es la misma para tod@s. El colectivo de trabajador@s directamente en contacto con los tóxicos (sulfatadores, preparadores de «caldos», etc.) está compuesto fundamentalmente por hombres de entre 25 y 45 años que suelen tener un mínimo conocimiento de los productos con los que trabajan y de sus riesgos. También afecta a dos colectivos diferenciados. De un lado están las mujeres que desconocen casi por completo los riesgos de los productos que se utilizan. De otro, el colectivo de inmigrantes, hombres y mujeres, cuyos problemas con el idioma hace especialmente difícil el acceso a la ya escasa información disponible.
En este contexto debemos ampliar nuestro análisis, ya que muchos de los riesgos a los que están sometidos los trabajador@s, «salen» fuera del invernadero y afectan al resto de la sociedad. Así debemos observar un dato que no nos puede dejar indiferentes y es que la mitad de los canari@s tenemos restos del pesticida (DDT) en nuestro organismo [1]. Este producto esta prohibido desde 1977.
Un estudio realizado en los años 80 sobre la mortalidad del cáncer de mama en España [2], puso de manifiesto la elevada incidencia de esta enfermedad en la provincia de Las Palmas, esta era el doble que la media estatal. Una de las hipótesis más sólidas obedecía a la excesiva presencia de organofosforados en los alimentos que consumimos. ¿Y de dónde proceden estas sustancias?, pues de los productos químicos que se usan en la agricultura. La tesis de los investigadores es, que la escasez de agua en Las Palmas obliga a una utilización más intensiva de los agroquímicos. Si la incidencia es doble en la ciudadanía, ¿cuál será la incidencia del cáncer en las trabajadoras agrícolas?
Por último, debemos abandonar esa visión popular de que la agricultura es bondadosa con el medioambiente. Las trabajadoras pertenecen a ese «medio» y como vemos sus condiciones no son tan buenas, además, es una realidad que nuestras explotaciones agrarias son agresivas con el medioambiente, ya que provocan desertificación, destrucción de suelo fértil, pérdida de biodiversidad, sobreexplotación, contaminación de acuíferos, etc.
Lo que afecta a la agricultura, afecta a toda la sociedad, aunque no seamos consientes de ello. Si queremos dignificar las condiciones laborales de las trabajadoras de los invernaderos, al mismo tiempo, tenemos que reducir los impactos ambientales que origina esta actividad. Tengamos en cuenta que la contaminación que nos llega a todos los ciudadan@s por varias vías, las sufren ellas primero bajo kilómetros de plásticos.
Bajo esa superficie de plásticos cada vez hay más «kilómetros» de dignidad de clase, que poco a poco van recorriendo y conquistando. Esa dignidad la están ganando día a día, a través de su lucha diaria en sus empresas. Sus conquistas no vendrán nunca de la compasión o pena que nos provoquen, no quieren discursos fáciles ni lacrimógenos de gente que nunca ha pisado un invernadero. Como cualquier trabajad@r, quieren hacer bien su trabajo y en las mejores condiciones posibles.
[1] Grupo de Investigación en Medioambiente y Salud ULPGC.
[2] Lluís Serra, Canarias7, [20-6-1999]