El consumo de soja en Argentina se presenta como la solución al hambre. Se promociona como el alimento perfecto. Pero la dura realidad la revela como una trampa: los niños pequeños alimentados a soja no podrán asimilar hierro, calcio o zinc, y su sistema hormonal será desequilibrado. Su desarrollo intelectual será menor que el resto […]
El consumo de soja en Argentina se presenta como la solución al hambre. Se promociona como el alimento perfecto.
Pero la dura realidad la revela como una trampa: los niños pequeños alimentados a soja no podrán asimilar hierro, calcio o zinc, y su sistema hormonal será desequilibrado. Su desarrollo intelectual será menor que el resto de los niños. Las embarazadas que consumen soja como dieta base, tendrán problemas en el sistema hormonal de su bebé y de ellas mismas.
Y los adultos, que creímos en el espejismo de la soja (transgénica o no) incorporamos dosis hormonales fortísimas y nos exponemos a la baja de las defensas y a complicaciones de alergias.
En verdad: somos las víctimas de la necesidad de las multinacionales de ubicar la soja con la que el primer mundo alimenta al ganado. Un cultivo que avanza imparable sobre el monte nativo y las producciones biodiversas.
Introducción
La soja ha desembarcado en Argentina hace década y media, de la mano de un poderoso aparato de prensa, que la ubicó en el sitio del «alimento ideal».
Su cultivo implica un gravísimo problema ambiental para los ecosistemas en los que se implanta, provocando la pérdida de biodiversidad, el empobrecimiento de los suelos, la reducción del monte nativo, y el aumento de las escorrentías debido a la falta de retén natural. Y que ha generado un histórico éxodo rural. Dirá el Foro por la Tierra y la alimentación que se trata de «un modelo que ya ha expulsado más 200.000 agricultores, trabajadores rurales y sus familias. Una agricultura que es sólo un paso de mediación en la reproducción del capital financiero, el cual invierte en el recurso tierra extrayéndole todo su potencial rentable hasta agotarlo; expulsa a los agricultores, y se va hacia nuevos destinos más lucrativos, dejando un desierto a sus espaldas».
Soja y salud
Darío Gianfelici es médico rural, y vive en Cerrito, comunidad de 5.000 habitantes del Departamento de Paraná, provincia de Entre Ríos, una de las zonas más impactadas por el cultivo sojero. Consultado acerca de los cambios en su comunidad señaló: «empezamos a notar que teníamos problemas con los recién nacidos, trabajos de partos normales con chicos muertos, sin explicación demasiado evidente. También una patología que se llama «embarazo anembrionado» en la cual se produce un embarazo, una bolsa, pero no hay bebé.» A partir de estas primeras observaciones, Gianfelici buscó pareceres en el resto de los médicos rurales de la región «y encontré un hecho que es cotidiano, pero que no le prestamos la debida atención. Eso me llevó a investigar un poquito qué son los efectos de esos productos que se usan para tratar los cultivos y me encontré con la sorpresa de que varios de ellos son altamente tóxicos, que se están vendiendo como si fueran inocuos. Esta situación la denuncié ante las autoridades de Salud y las autoridades de Producción de la Provincia de Entre Ríos, con una respuesta de total indiferencia».
Su trato con el productor rural es constante, sea por vecindad, sea a causa de su profesión «uno verdaderamente se sorprende en la total indiferencia del productor agropecuario que está manejando estos productos, ante su peligrosidad.»
Jorge Kaczewer, también es médico, vive en Buenos Aires, y se ha especializado en el impacto de los herbicidas asociados a los transgénicos, señalando que «resulta preocupante para los médicos el hecho de que los cultivos de soja transgénica demandaron un 72% de aumento del uso de glifosato. Esto podría incrementar en un 300% la cantidad de herbicida utilizada, ya que los agricultores tienden a aplicarlo con mayor intensidad. Pero nadie ha incluido en las determinaciones de riesgo un análisis de los efectos debidos al aumento del uso de glifosato».
El endosulfán, por ejemplo, utilizado como surfactante en el herbicida asociado a la soja transgénica, se incorpora al organismo que lo decodifica como si fuese una hormona, actuando por ende sobre todo el sistema endócrino, «produciendo alteraciones tremendas en la fertilidad, tanto de hombres como de mujeres. Lo que pasa es que nos están haciendo creer, dado que la soja es barata y de alto valor proteico, que puede reemplazar a la carne. No podemos reemplazar la leche de vaca por leche de soja, porque evidentemente el valor cálcico de la leche de soja no es el mismo que el de la leche de vaca» concluye Gianfelici.
El Dr. Jorge Kaczewer agrega «Un análisis de la soja glifosato-resistente, realizado por Monsanto, reveló que ésta contiene concentraciones 28% mayores de inhibidor de la tripsina Kunitz, un conocido anti-nutriente y alergeno que crea una deficiencia de la vitamina B1. El ácido fítico se une a los minerales impidiendo su absorción especialmente zinc, calcio y magnesio. Los que consumen muchos productos con soja, tienen riesgo de sufrir deficiencias de estos minerales. La soja es una fuente de proteínas incompleta y desequilibrada.»
Y Gianfelici señala: «debemos repetir hasta el hartazgo, incansablemente, que la leche de soja NO EXISTE. La composición y las propiedades del jugo de soja difieren totalmente de la leche. Se está produciendo un daño muy difícil de evaluar actualmente sobre el desarrollo físico y mental de esta generación. La soja contiene sustancias que son de riesgo, llamadas anti nutrientes. Estos elementos, fitatos, inhibidores de tripsina, impiden la absorción de minerales como el hierro y el zinc, entre otros. Si consideramos que en los barrios periféricos de la ciudad de Paraná, más del cincuenta por ciento de los «gurises» padecen anemia por déficit de hierro y a ello agregamos un alimento que inhibe la absorción de este elemento es fácil suponer cuáles serán las consecuencias. Mucho peor cuando sabemos que la anemia durante los dos primeros años de vida provoca alteraciones irreversibles en el desarrollo intelectual. También el poroto de soja es rico en estrógenos vegetales: genisteína y diadzeína (isoflavonas). El ingreso de estas hormonas vegetales en el organismo infantil, en un momento que algunos científicos han descrito como «tormenta hormonal», en el que se define la personalidad del niño según su sexo, puede provocar severas alteraciones de feminización en varones y pubertad precoz en niñas con alto riesgo de cáncer sobre los órganos hormonodependientes como tiroides, útero, ovarios, mamas por el bombardeo hormonal».
El Foro de Nutricionistas en Julio de 2002, alertó al gobierno nacional (que los había consultado junto a especialistas de distintas instituciones como la FAO; UNICEF; Universidades Nacionales; Ministerios; INTA, Sociedad Argentina de Pediatría, Caritas, otros) que «En cuanto al uso de la Soja, se recomienda puntualizar cuál es su real valor nutricional, su uso adecuado como complementación en el marco de una alimentación variada y completa, y la recomendación de no denominar a la bebida obtenida de la soja (jugo) como «leche» [leche de soja], pues no la sustituye de ninguna manera. (…) es deficitaria en muchos nutrientes, y por su alto contenido de fitatos interfiere en la absorción del hierro y del zinc; tampoco es una buena fuente de calcio. (…) La utilización de soja debe contemplar el impacto ambiental y social, los requerimientos de capacitación para su adecuada utilización, la dificultad de su incorporación en el contexto de la cultura alimentaria y las consideraciones nutricionales que desaconsejan el uso en niños menores de 5 años y especialmente en menores de 2 años».
Este fue el consejo que recibió el gobierno nacional . Jamás fue difundido públicamente. Muy por el contrario, se celebró el plan «Soja solidaria» , consistente en la distribución de soja para alimentación en comedores infantiles y para pauperizados, sometiendo a las personas a una dieta empobrecida y riesgosa.
Alimentando a la gente con comida para ganado. ¿Por qué esta sucediendo esto?
La Argentina, como país agrícolo-ganadero de cosechas récord, no puede alimentar a sus pobladores. Esto es posible gracias a un modelo agroalimentario implantado en las últimas dos décadas, en el que las grandes empresas transnacionales y la industria semillera dependiente de agrotóxicos llevó al país a «producir para exportar» commodities sin valor agregado, operación que no se traduce en alimentos de calidad suficientes para alimentar a nuestra población.
Un esquema de producción que reduce la mano de obra y degrada el ambiente hasta el límite de dejarlo estéril.
En resumen, como dice el Grupo de Reflexión Rural y el Foro de Ecología política: una agricultura sin agricultores, deforestadora de bosques, montes y selvas nativas, con expulsión de comunidades campesinas, en el afán de extender la frontera sojera hacia regiones que no resisten muchos ciclos de cultivo sin degradarse.
Paradojas del «día después»
En Argentina, la soja se produce en el marco institucional de AAPRESID, Asociación Argentina de Siembra Directa. Allí recurren los productores de todo el territorio, y desde allí se sigue promoviendo este modelo sojero insustentable.
El avance de la frontera agropecuaria que está llegando a 17 millones de hectáreas sembradas de soja, ha aniquilado miles de hectáreas de monte nativo y bosque natural. La región nor-occidental de la ciudad de Santa Fe, en la provincia homónima, desnudó sus suelos de cobertura, atentos a la siembra de esta oleaginosa, quedando desprovista de protección natural, por cientos de kilómetros al norte y al Oeste. Esto provocó un escurrimiento que colapsó el río Salado, inundando la ciudad en un episodio histórico, con una gran cantidad de víctimas fatales y una pasmosa lentitud del suelo para reabsorber el agua estancada. Fue allí cuando AAPRESID se presentó en forma urgente a ofrecer soja como alimento para los inundados.
Como un dragón que se muerde la cola, el modelo sojero está asfixiando a todo un país. Miles de campesinos e indígenas desarraigados acuden a las villas de emergencia de las zonas urbanas, adonde se insertan en un cordón de pobreza del que ya no podrán salir. Aquella soja que los expulsó de un campo que antes los alimentaba, es la misma que hoy reciben como comida, en los centros de atención a los más pobres, en comedores comunitarios.
La misma soja que enriqueció a un pequeño grupo de empresarios que lograron sobrevivir el colapso económico del año 2001 en Argentina (cuando los insumos agrícolas y el propio poroto triplicó su precio al triplicarse el dólar) es la soja que está mellando irreversiblemente la salud de los más débiles y empobrecidos.
Este modelo no se percibe desde el exterior. Quizás llegue a conocimiento del mundo la enorme pérdida de biodiversidad que Argentina ha sufrido en estos últimos años. Pero la biodiversidad comprendía a las personas, en tanto la soja, expulsa a los habitantes instalándose como un silencioso desierto verde.
Lic. Silvana Buján
Bios