Escribe la vicepresidenta de la Junta Islámica Catalana
1. El feminismo de encargo
Según la versión oficial, la asociación Ni Putas Ni Sumisas (NPNS), que se autocalifica como movimiento, fue creada en 2003 después de la Marcha de las mujeres de los barrios contra los guetos y por la igualdad.
En realidad, se trata de una creación de SOS Racismo, a su vez creado por Julien Dray, cuyos discursos son de lo peorcito dentro del Partido Socialista.
Esta asociación ha contribuido con creces en la campaña mediática contra las barriadas de las ciudades francesas y el Islam. Tanto los partidos políticos (desde el Partido Socialista hasta el UMP) como los periodistas se han subido al carro del movimiento. Pero los políticos que elogian a esta asociación son los mismos que no aplican la paridad, por ejemplo, al reducir las subvenciones de las asociaciones de mujeres o cuando sólo tienen en cuenta a las mujeres extranjeras dentro de la célula familiar, es decir, que no existen como seres independientes.
La asociación se considera como «un movimiento de renovación del feminismo apoyado en la base popular y que no se posiciona como movimiento contestatario y subversivo, sino que a pesar de que critica la falta de eficacia y de acción de los poderes públicos, intenta actuar conjuntamente con ellos e influir en los procesos de decisión administrativos y legislativos» (1).
De todos es sabido que los poderes públicos le han concedido subvenciones exorbitantes en comparación con las asociaciones de base que tienen que mendigar cada euro que reciben (2). El objetivo no es otro que comprar una paz social y de paso, ganar algunos votos, sobre todo después del desastre electoral de 2002 con la fulgurante ascensión de los lepenistas.
No obstante, en la nueva carrera electoral, los políticos han cambiado de estrategia y han preferido aparcar al movimiento hasta nuevo aviso.
Mientras tanto, los dirigentes de NPNS (todos ellos militantes socialistas) gozan de un relativo prestigio social por sus servicios leales. Curiosamente, la estafa por parte de Mohamed Abdi, Secretario General de NPNS, sobre un desvío de fondos públicos, apenas apareció en la prensa (3). En un primer momento fue condenado aunque después salió airoso gracias a un recurso de casación.
También sorprende el posicionamiento de la presidenta de la asociación, Fadela (Fatiha) Amara, para la que el antisemitismo es la madre de todos los racismos, y afirma que es lo primero contra lo que se debe luchar. Debe ser por eso por lo que participó el año pasado en «La primavera de los Derechos Humanos y la fraternidad», coordinada por Marc Lumbroso, presidente de B’nai B’rith Francia (4), acompañó a Anne Hidalgo del ayuntamiento de París y a Dominique Bertinotti, alcalde del 4° distrito de París, en su visita a Israel o participó en mayo de 2006 junto a Alain Finlkielkraut y la élite socialista y la de derechas en un «encuentro republicano» organizado por la Liga contra el Racismo y el Antisemitismo (Licra), el Gran Oriente de Francia y la Unión de Estudiantes Judíos de Francia (UEJF). Todo ello, evidentemente para luchar contra el antisionismo (perdón, el antisemistismo) y porque los otros tipos de racismos no son prioritarios.
Aparte de los elogios hacia esta asociación, sabiamente construidos por parte de los políticos y de la prensa mainstream, su discurso ha suscitado muchas críticas porque convierte a la mayoría de las musulmanas en eternas víctimas al negarles cualquier existencia mediática y política.
No nos engañemos, no se trata de un nuevo feminismo sino de un feminismo de Estado sin ninguna base social. Quizás en sus inicios su discurso, en el que todo encaja como por arte de magia (el Islam oprime a las mujeres) unido al impresionante despliegue mediático, cautivó a las masas. Pero pronto bajó la espuma.
2. La islamofobia como tela de fondo
El movimiento NPNS se ha apoyado en tres puntos para mediatizar su acción: el escándalo de las violaciones colectivas, el crimen brutal de la joven Sohane y el debate sobre la ley contra los signos religiosos. En realidad, no se trataba de que progresaran los derechos de las mujeres sino más bien de estigmatizar al hombre arabo-musulmán de los suburbios, como un granuja que vive entre la mezquita integrista y el cuarto de basuras donde se viola.
Así apareció un «feminismo mediático» instrumentalizado con fines políticos para organizar la división de géneros en las barriadas y aumentar la islamofobia. «Liberemos a la bella Fátima pero démosle una paliza al peligroso Mohamed» no es más que un atavismo de una gestión de géneros que ya existía en la época de las colonias con sus ceremonias de desvelamientos de mujeres indígenas.
Como lo afirma Elise Lemercier, doctoranda en Sociología en la universidad de Metz: «Al no tener en cuenta la articulación de las relaciones sociales desde una perspectiva crítica, la acción de NPNS ha producido unos efectos contradictorios como la invisibilidad del sexismo mayoritario, el refuerzo de un sexismo identitario e incluso la legitimación a posteriori de las discriminaciones hacia las minorías étnicas. Además, NPNS no se ha enfrentado contra las diferentes formas de racismos internos del movimiento feminista ni contra el beneficio que sacan las mujeres mayoritarias cuando hablan en nombre de todas» (5).
La situación de las mujeres de las barriadas no ha mejorado porque aparte de su «Guía del respeto», que se repartió en las escuelas y de algunas conferencias muy mediatizadas, su implantación en los barrios es prácticamente nula. En cambio, su discurso simplificador y sesgado ha tenido unas consecuencias muy negativas.
La socióloga y antropóloga Christelle Hamel lo resume de la siguiente manera: «NPNS tienen razón cuando denuncian la violencia en las barriadas, porque existe, pero el problema es cómo la sociedad francesa percibe esta denuncia. La imagen mediática clásica, era la de un joven árabe delincuente. Ahora se trata de un joven árabe delincuente y violador».
El politólogo Hicheme Lehmici va más allá cuando afirma que este movimiento ha permitido que los actores políticos le den la vuelta al discurso y a la visión del problema. De esta manera, los habitantes de las barriadas no son las víctimas de unas políticas erróneas sino que han pasado a ser los acusados. Al gobierno le interesaba sobremanera difundir esa visión ya que había dejado que la situación social se degradara.
NPNS se convierte así en una interlocutora privilegiada para los suburbios, en los que la clase política había fracasado. Eso explica la colaboración explícita de la clase dirigente y su apoyo a la asociación.
El escritor Pierre Tévanian denuncia el desfase entre el discurso de sus responsables, es decir, concebido y adaptado a la clase política mediática dominante (blanca, burguesa, masculina) y los discursos, objetivos y misiones que se supone que defiende la asociación.
El resultado es concluyente: se ha desviado la atención sobre los verdaderos problemas que afectan a los franceses. Es más fácil aceptar la violencia en las barriadas que en la sociedad francesa en general y, en ese sentido, se ha instrumentalizado a NPNS.
Según un estudio de Laurent Mucchielli (6), director del Centro de Investigación Sociológica sobre el Derecho y las Instituciones Penales (Cesdip), la palabra «tournantes», que designa las violaciones colectivas cometidas por jóvenes de las barriadas, sería una construcción mediática reciente; y la referencia constante al origen magrebí o africano de los violadores ha desembocado en una identificación entre violaciones colectivas e Islam. En su opinión, es una muestra de la tendencia actual xenófoba que diaboliza a los arabo-musulmanes.
Tal y como lo confirman las investigaciones recientes, los casos de violaciones colectivas son escasos y los autores de las mismas muy diversos. Al ocultar un análisis real de las violaciones colectivas se han fomentado las lecturas culturalistas y los simplismos de la extrema derecha. Es decir, si algunos jóvenes de las barriadas son violentos, y en concreto si son violentos contra las mujeres, se debe a su cultura y a su religión.
Pretender que el Islam es una religión intrínsecamente violenta y misógina significa faltar a la verdad y atribuirle una esencia inamovible que obliga a meter en el mismo saco a todos los habitantes de un barrio, sin tener en cuenta las individualidades, ni las condiciones sociales e históricas. Y a eso se le llama simple y llanamente islamofobia.
3. El pseudo-debate en España
Por otro lado, no debemos olvidar que esta asociación ha sido la instigadora y defensora de la ley contra el velo en Francia. Ana Guerrero, presidenta de la delegación de NPNS en Barcelona, nos presenta su brillante reflexión al respecto: «Yo estoy convencida de que el velo es un instrumento de sumisión y creo que en España se debería empezar a tratar el tema. No me gustaría ver a chicas con hiyab en el colegio o en institutos públicos y quizá dentro de unos años deberíamos observar la ley francesa. Aunque sería fantástico no tener que hacerlo porque eso significaría que tenemos un Islam abierto» (7).
Es decir, hay un Islam abierto y otro cerrado, uno de buenos y otro de malos y las mujeres que llevan el velo pertenecen a ese Islam cerrado y malo. El nivel de reflexión y profundidad argumentativa no puede ser más elocuente, sin tener en cuenta los estudios sociológicos actuales que niegan esa visión simplista de la realidad. (8)
En su misión salvadora, las mujeres ingratas que se ponen el velo no pueden acceder a esa supuesta liberación . Las NPNS dicen que son una asociación feminista que reúne a las mujeres de los suburbios parisinos pero en realidad discrimina a las francesas musulmanas que llevan velo ya que está prohibida su adhesión (9). ¿Acaso no la libertad de asociación y de expresión no se aplica para todos? Y si otra asociación se atreviera a llevar a cabo una discriminación bajo un criterio religioso, por ejemplo, una asociación que prohibiera la adhesión a los ciudadanos que llevasen un crucifijo, ¿cómo reaccionaríamos?
Según Ana Guerrero, «creó esta asociación para defender los derechos de las mujeres musulmanas», pero ¿cómo va a defenderlos si lo que pide es que el Estado recorte sus derechos civiles? El Estado no puede entrar en cuestiones que atañen a la libertad personal. «Imponer por su bien» es el viejo argumento colonialista en el que subyace un sentimiento de superioridad frente al salvaje.
Así es que últimamente oímos hablar a menudo de la necesidad de llevar a cabo un debate sobre el velo, tanto desde la administración pública como desde ciertos sectores feministas extremistas laicos y de ultraderechas (10). Pero si queremos emular al vecino galo, por lo menos debemos conocer todos los aspectos del pseudo-debate y no sólo lo que nos llega a través de la prensa o las versiones oficiales interesadas.
Pues debatamos. Debatamos sobre el resultado de esa ley, sobre por qué si una mujer lleva velo no puede trabajar, sobre por qué a veces la miran mal y la insultan, por qué no puede enseñar ni aprender en la escuela pública si lo lleva y por qué siempre se habla en su nombre.
La respuesta es evidente para algunos. Juan María del Pino, presidente de la Confederación Andaluza de Asociaciones de Padres de Alumnos de Centros Católicos (Confapa) está convencido de que el velo «es una imposición machista». Pero desde esa perspectiva, sorprende que a la «pobre víctima» se le castigue por ello a estar en paro, a sufrir discriminación y a negarle el derecho constitucional a educarse en una escuela pública.
Pero sigamos debatiendo. Si la característica que tiene el velo es que «está cargado de toda una simbología moral, de recato, separación de los sexos y supeditación al varón», como afirma Rosa María Rodríguez Magda en una entrevista concedida a El minuto digital (11), entonces ¿por qué las nuevas generaciones de mujeres musulmanas quieren llevarlo voluntariamente y, en algunos casos, incluso lo hacen contra la opinión de su entorno? ¿Por qué se rebelan contra los que intentan vulnerar sus derechos, sean musulmanes o no, si son sumisas? ¿Esas musulmanas no cuentan en sus análisis sociológicos objetivos y científicos?
Lo que no sabe, o más bien, no quiere saber, es que desde hace unos veinte años, en ese mismo país en el que se ha prohibido llevar el velo en la escuela, cada vez hay más adolescentes que deciden llevarlo, ya sea como una reivindicación religiosa o de identidad. Son francesas y se definen como «feministas y musulmanas», exigen tanto llevar velo libremente como luchar contra la obligación de llevarlo. Desconciertan a los políticos y a los sociólogos, a los profesores y feministas de cualquier tipo porque les obligan a cuestionar las representaciones de estas jóvenes que han elaborado.
No es cierto que todos los movimientos feministas franceses estén a favor de la ley contra el velo, ni que los que están en contra sean sólo musulmanes.
Si las asociaciones representantes del Islam institucional aceptaron la ley contra el velo, fue a cambio de asegurarse la elección en el CFCM (Conseil Français du Culte Musulman). Ni siquiera se tomaron la molestia de integrar a las mujeres en el pseudo-debate.
Por otro lado, para Christine Delphy, militante histórica por los derechos de las mujeres, se trata de una ley racista. Y arremete contra las feministas antivelo reprochándoles que «el feminismo debe ser mundial o sino no es feminismo. Debe tener en cuenta las luchas de todas las mujeres del mundo, y de todos los grupos de mujeres. Esas mujeres [las que llevan velo] sólo pueden luchar a partir de su propia vida y de su propia experiencia. Un feminismo que excluye la vida y la experiencia de ciertas mujeres no puede ser válido».
Visto lo visto, darle carta blanca a Fadela Amara y compañía para hablar de feminismo islámico es lo peor que podríamos hacer en España, entre otras cosas porque no sólo no lo representa sino porque está en contra de sus postulados al asociar Islam y opresión contra las mujeres.
Como afirma Ángeles Ramírez, profesora de Antropología de la UAM: «Nuestra islamofobia se sustenta en buena parte sobre la situación de las mujeres de «los otros». La islamofobia, además, argumentada y justificada a partir de una crítica a la situación de las mujeres musulmanas, sobre todo las del pañuelo, que parece que necesitan ser salvadas» (12).
Antes de salvarnos de nada, se nos debe escuchar. ¿Pero las musulmanas podemos acceder a cualquier tipo de debate público sin vender nuestra alma? ¿Vale la pena entrar en un debate artificial creado a partir de prioridades ajenas a las nuestras?
Notas
(1) Estudio sobre la «Acción de prevención de comportamientos sexistas, dirigida a adolescentes menores de 15 años», p.4
http://www.ecologielibidinale.org/fr/biblio/miel_preventionsexisme.pdf
(2) En el presupuesto previsto para 2003, se calculó una financiación pública de 466.143 €, es decir, el 91,6% de las entradas. http://www.ufcn.org/npns.pdf
(3) En una nota de prensa muy escueta de Le Figaro, del 17 de noviembre de 2004.
(4) Uno de los objetivos de la asociación es apoyar al Estado de Israel.
http://www.bnaibrith-france.org/
(5) Artículo de Elise Lemercier
http://www.minorites.org/article.php?IDA=16006
(6) Artículo aparecido en Le Monde, el 26 de abril de 2005.
(7) Reportaje «Abrazadas al Islam» publicado el 14 de enero de 2007 en El Periódico de Cataluña.
(8) Se pueden consultar los estudios de la socióloga Amel Boubekeur
http://www.un-instraw.org/en/images/stories/NewVoices/nv-boubekeur.pdf
http://religion.info/french/entretiens/article_68.shtml
(9) Según un artículo publicado en Libération, el 6 de marzo de 2004.
(10) El gobierno quiere promover el debate sobre la presencia de signos religiosos en el espacio público.
http://www.abc.es/hemeroteca/historico-28-11-2006/Nacional/los-musulmanes-reclaman-al-gobierno-respeto-a-sus-signos-de-identidad_153188430040.html
(11) Se puede leer la entrevista en http://www.minutodigital.com/noticias2/3493.htm
(12) El artículo completo http://islamofobia.blogspot.com/2006/11/sexismo-neocolonial.html