Introducción Como punto de partida, la Teoría de Género reconoce que los conceptos sexo y género no son lo mismo. Ya bien decía una de las madres del feminismo contemporáneo, la francesa Simone de Beauvoir, que «no nacemos mujer, nos convertimos en ello». De esta manera, advertimos que sexo esta más ligado a la esfera […]
Introducción
Como punto de partida, la Teoría de Género reconoce que los conceptos sexo y género no son lo mismo. Ya bien decía una de las madres del feminismo contemporáneo, la francesa Simone de Beauvoir, que «no nacemos mujer, nos convertimos en ello». De esta manera, advertimos que sexo esta más ligado a la esfera biológica, a aquello que traemos cuando nacemos y que la noción de género tiene más bien un carácter sociocultural y que es construida dentro de la sociedad en particular en la que vivimos y que es aquí donde se vuelve o no efectiva intentando regular el orden de las cosas y el comportamiento de las personas.
Por otra parte, la sociedad y quienes la habitan solemos hacer uso de argumentos esencialistas para describir y explicar la conducta de los seres humanos. Explicaciones del tipo: «es normal, por naturaleza los hombres tienen mayor necesidad de realizar el coito, tienen mayor apetito sexual» compactan o reducen la subjetividad individual y social, expresada en conductas y comportamientos, a una condición biológica que según muchos es origen y destino a la vez.
La distinción entre sexo y género, entre lo natural y lo cultural fue, en su momento, tremendamente liberadora para la lucha feminista y las mujeres en particular. La manida colocación de las mujeres más cercanas a la naturaleza, de alguna manera indicaba que su destino era uno solo, ya pre-escrito y por tanto ineludible, dejándole al margen de cualquier interpretación histórica posible.
Indudablemente, la Teoría de Género se ha constituido en una forma de interpretar la realidad de las mujeres, que más que hacerlas victimas las ha liberado. A partir de su existencia, hace ya más de 25 años, las mujeres nos hemos podido sacudir y diferenciar con efectividad lo que traemos al mundo como seres sexuados que somos y lo que se construye, se empasta sobre nuestro cuerpo y que muchas veces se convierte en origen-fin una especie de profecía autocumplida que no nos dejaba escapar.
Es por ello mi interés en abordar en este trabajo, el concepto de IDENTIDAD en primera instancia, luego el de IDENTIDAD SEXUAL, pasando a la IDENTIDAD DE GENERO para luego finalizar en IDENTIDAD FEMENINA.
Identidad, un concepto crucial para la Teoría de Género
La identidad no es un concepto privativo de la subjetividad individual. La sociedad está compuesta por individuos e individuas que desde que nacen están conformando grupos, algunos de pertenencia y otros de referencia, formales e informales, pero que de alguna manera le dicen a una quien es y de donde vino, y en el mejor de los casos hacia donde va. Tanto los sujetos y sujetas individuales como los grupales portan una (o varias) identidades.
Hace poco, en un programa televisivo se debatía, por enésima vez, el concepto de identidad, digo por enésima porque es notorio las ansias que tenemos todas las personas de hablar sobre este tema, quizás porque la globalización neoliberal nos adelanta cierta angustia, sobre aquello que nos permite ser nosotras y no otras. Dos tipos de argumentos se vertían en este sentido, uno la identidad vista como atributos del vestir, del hablar, del comer, como hábitos y costumbres que comparten sujetos y sujetas de un determinado lugar geográfico. Y en el segundo referido a la memoria histórica y un reconocimiento de una misma como heredera de ese legado, como que eso me pertenece y explica mí aquí-ahora.
Por supuesto que la remisión al libro de la Prof. Carolina de la Torre, por enésima vez también, no me hizo esperar. Realmente es un placer que podamos contar en Cuba con tal volumen.
En el capítulo La Identidad para Psicología, la autora plantea de manera muy clara:
«Cuando se habla de la identidad de un sujeto individual o colectivo hacemos referencia a procesos que nos permiten asumir que ese sujeto, en determinado momento y contexto, es y tiene conciencia de ser el mismo, y que esa conciencia de sí se expresa (con mayor o menor elaboración o awareness) en su capacidad para diferenciarse de otros, identificarse con determinadas categorías, desarrollar sentimientos de pertenencia, mirarse reflexivamente y establecer narrativamente su continuidad a través de transformaciones y cambios.»
Para finalmente en pocas palabras decirnos:
«…la identidad es la conciencia de mismidad, lo mismo se trate de una persona que de un grupo. Si se habla de la identidad personal, aunque filosóficamente se hable de la igualdad consigo mismo, el énfasis está en la diferencia con los demás; si se trata de una identidad colectiva, aunque es igualmente necesaria la diferencia con «otros» significativos, el énfasis está en la similitud entre los que comparten el mismo espacio sociopsicológico de pertenencia.»
A partir de tal definición y de sus precisiones oportunas podemos vislumbrar como la categoría identidad se torna harto pertinente para la Teoría de Género. Fijémonos en el carácter procesal y reflexivo de la identidad, la necesidad de la autoconciencia y el sentimiento de pertenencia, así como la necesidad de poseer y compartir determinado espacio subjetivo.
Asimismo, el hecho de que aquello que nos hace individualmente diferentes de los otros y otras, en caso de las identidades personales, nos une y compacta para las diferenciarnos de los otros, desde el punto de vista grupal. Para mí, este es el principal aporte del concepto identidad a la Teoría de Género; sobre todo para poder entender la necesaria transición de mujer a mujeres dada en los estudios durante los años 70.
En este sentido dice Yuderkis Espinosa, afrofeminista lesbiana dominicana: reconoce como la importancia de la identidad para nuestros movimientos sociales:
«La identidad ha jugado un papel fundamental en la formación de los movimientos sociales contemporáneos, sobre todo en los movimientos feministas y en el movimiento de lucha contra el racismo. Para poder ser, estos movimientos al igual que otros nuevos movimientos sociales, como el de la comunidad LGTTB por ejemplo, han tenido que partir de una recuperación positiva de la diferencia que a nivel social se les ha atribuido o asignado (identidad asignada) y por la cual han sido objeto de exclusión. Era la manera de desconstruir las imágenes negativas con que se había cargado su diferencia. Esta fue también la manera de encontrarse con otros/as semejantes, construir el nosotras/os, identificarse como perteneciente a un grupo con el que se comparte la opresión y la exclusión. Esto permitió tempranamente la constitución y el desarrollo de estos movimientos: Había cosas comunes que unía a las/os excluidas/os.»
La identidad sexual. La primera y/o primaria de las identidades
Retomando el concepto expuesto en la sección anterior podemos exponer que la identidad sexual hace énfasis a los atributos biológicos que nos hacen ser hembras a unas y machos a otros. Y llamarnos a nosotros y nosotras mismas como tal. Es un concepto que describe una realidad a partir de atributos físicos, pero no cualquier tipo de atributos sino aquellos que están relacionados con la diferenciación sexual fundamentalmente con los genitales.
En la diferenciación sexual hay tres momentos especialmente significativos a lo largo del ciclo vital: el periodo prenatal (en el que tiene lugar los grandes procesos de sexuación corporal: las gónadas, los órganos genitales y el cerebro se diferencian en hembras o machos), la pubertad (el cuerpo se diferencia de forma más evidente, los órganos sexuales maduran haciendo posible la reproducción y empieza el funcionamiento cíclico en la hembra) y el climaterio (con una pérdida progresiva de vigor físico y la aparición de la menopausia en la mujer). En este trabajo, nos detendremos por conveniencia en el periodo prenatal, teniendo en cuenta además que los otros dos procesos de sexuación son más conocidos.
Durante el periodo prenatal tiene lugar los procesos fisiológicos sexuales más importantes. Al ser fecundado el ‘ovulo por el espermatozoide, comienza un proceso de multiplicación celular que da lugar al embrión humano. Este embrión es originalmente igual en el caso de que sus cromosomas sean de un macho (XY) o de hembra (XX), por lo que todo embrión tiene formaciones morfológicas que podrían dar lugar a la anatomía sexual de hembra o de macho. Es la acción de los cromosomas primero y de las gónadas después, lo que determinará que el embrión se desarrolle en una dirección u otra.
Este proceso es generalmente armónico, aunque diferentes factores pueden alterarlo dando lugar a desarmonías tales como: una persona puede ser genéticamente hombre y poseer órganos sexuales externos de la hembra (vulva, senos, etc), lo cual tiene implicaciones psicosociales particulares, que abordaremos sucintamente más adelante.
La primera célula formada por la unión del espermatozoide con el óvulo se va dividiendo y muy pronto se forman los órganos rudimentarios del embrión humano. Este embrión, salvo en su programa genético (contenido en los genes de los cromosomas), esta indiferenciado desde el punto de vista sexual; su morfología aún puede desarrollarse como de hembra o de macho. Las gónadas están indiferenciadas hasta aproximadamente la sexta semana de gestación, momento en el que si el embrión es portador del código genético XY, una sustancia química que regula el cromosoma (llamada antígeno H-Y) actúa sobre las gónadas provocando su diferenciación en testículos. Si este antígeno no actúa, las gónadas se convierten en ovarios en las semanas siguientes.
Es entonces necesaria una intervención especifica para que tenga lugar la sexualización de macho de las gónadas, mientras que la de hembra se produciría siempre que no este presente el cromosoma Y, o también cuando el antígeno H-Y no actué por algún motivo.
A partir del este momento cesa la función de los cromosomas en el proceso de sexuación y este pasa a depender del funcionamiento de las gónadas.
Los genitales internos se forman a partir de órganos embriológicos dobles: conductos de Muller y conductos de Wolff. A partir de la octava semana los testículos comienzan a producir y segregar andrógenos (testosterona y dihidrotestosterona), los cuales actúan provocando, a partir de los conductos de Wolff, el desarrollo de los conductos eyaculatorios, vesículas seminales, conductos deferentes y epidídimo, a la vez que inducen la atrofia de los conductos de Muller. Los ovarios se forman hacia las doce semanas siempre que no sea activo el antígeno H-Y. Pero a diferencia de lo que ocurre con los andrógenos testiculares, los progestágenos, hormonas segregadas por ellos, no son necesarios para la formación de los órganos genitales internos de la mujer. Si no actúan los andrógenos los conductos de Muller se desarrollan dando lugar a las Trompas de Falopio, útero y tercio superior de la vagina, mientras los conductos de Wolf se atrofian. Hacia las 14 semanas, la diferenciación de los órganos sexuales internos es bastante definida.
Los genitales externos tienen el mismo origen embriológico en el macho y en la hembra: tubérculo genital, abertura externa única, pliegues y protuberancias labioescrotales en torno a la abertura. La acción de la dihidrotestosterona, segregada por los testículos, da lugar, hacia la octava semana a que el tubérculo se desarrolle en el glande del pene, los pliegues en el eje cilíndrico del pene, la abertura única en dos (ano y meato uretral) y las protuberancias labioescrotales en el escroto. En la hembra, sin necesidad de acción hormonal específica también hacia la octava semana, el tubérculo se convierte en el clítoris, los pliegues en los labios internos y dos tercios inferiores de la vagina, la abertura en tres (uretra, vagina y ano) y las protuberancias labioescrotales en labios mayores. Durante el período fetal tanto ovarios como testículos permanecen en el abdomen; posteriormente los testículos se desplazan hacia las bolsas escrotales.
La diferenciación sexual del cerebro y de la hipófisis depende también de la influencia hormonal. En este caso es también necesaria una acción específica de los andrógenos para asegurar el proceso de sexualización del macho, mientras que la de la hembra se producirá siempre que no este presente un alto nivel de andrógenos.
Esta diferenciación tiene lugar en las últimas semanas de la gestación o en los días posteriores al parto, determinando el funcionamiento del hipotálamo y la hipófisis, a partir de la pubertad. Las hembras como consecuencia de esta sexuación cerebral, producen hormonas sexuales de forma cíclica, dando ello lugar a oscilaciones y menstruaciones mensuales, mientras los machos producen las hormonas sexuales con pocas oscilaciones.
Como vemos la diferenciación sexual ocurre antes del nacimiento, sin embargo antes de que este ocurra, todos y todas las que viven fuera del útero materno, incluyendo a la progenitora, estarán muy pendientes a lo que diga la ecografía. Con el alumbramiento, se dirán las palabras mágicas: «es una hembra» o «es un macho». Frecuentemente en nuestro país (y a diferencia de otros países hispanoparlantes) no se dice «macho» si no «varón». Lo cual podría ser el primer indicador del mundo inequitativo que para hembras y machos hemos construido.
Es a partir de la identidad sexual que se construyen los llamados roles sexuales, que son menos vilipendiados que los de género (creo que también menos comprendidos), por ejemplo: dentro del rol sexual de la hembra está el parir y el amamantar, ahora bien la interpretación que se haga de estos hechos va a depender de contenidos precisos relacionados con la identidad de género. Que el dar de mamar por largo tiempo pensamos que nos recluya en la casa, haciendo más dependiente al bebé de nosotras o que la felicidad de cualquier mujer vaya indisolublemente ligada al hecho de ser madre, podrían ser ejemplos de re-elaboración que hacemos del rol sexual de la hembra. Por otra parte, también la tendencia a que comportamientos ligados a los roles no sexuales los «naturalicemos», tal es el caso de la supuesto buen desempeño sexual de las personas negras, pues se asume que están más ligadas a la naturaleza, o como ya dije los hombres son infieles porque tiene mayor necesidades sexuales, su libido es mayor.
La identidad sexual y en particular el conocimiento del proceso de diferenciación sexual nos pone cierto traspiés cuando nos muestra evidencias de la existencia de personas con genitales ambiguos, intersexuales y de otras en los cuales no existe armonía entre el sexo genético. Dichos datos se han convertidos en los principales argumentos de las Teorías «Queer» y del cuestionamiento de la pertinencia de la dualidad del concepto género, sin embargo ya el abordaje de este tema ya sería asunto para otro trabajo de este tipo.
Identidad de género
El anterior esbozo de algunos de los elementos de la diferenciación sexual nos permite adentrarnos en la identidad de género como concepto que de alguna manera precisa de los dos anteriores, identidad como categoría general y la identidad sexual y es así que los retoma. Valga la pena decir que para el segundo caso, el hecho de que seamos cuerpos sexuados de maneras diferentes es lo que posteriormente nos hará arribar a la identidad de género pues aparejado a esta diferenciación sexual en hembras y machos, lo cual es un hecho ineludible, se erigen construcciones identitarias masculinas para algunos y femeninas para otras.
Además, en la vida cotidiana y para las personas comunes identidad de género e identidad sexual suelen solaparse, confundirse, explicado quizás por la concurrencia de las mismas. Con el simple hecho de conocerse, después de la semana 20, el sexo del feto, ya se comienzan a adjudicar una suerte de contenidos culturales con relación a la persona que nacerá.
Generalmente los padres, incluso antes del nacimiento de sus hijos, especulan sobre el futuro de sus vidas, elaborando planes y creándose expectativas en dependencia de la especificidad del sexo del bebé o de la nena. Así, si piensan que será varón, es probable que imaginen a un chico amante de los deportes, independiente, dinámico, con confianza en sí mismo, con cierta competitividad y «despierto» en cuestiones amorosas. En cambio, si creen que será hembra, es muy probable que la conciban hermosa, sensible, emocional, cariñosa, casera, y más bien dependiente.
Este momento ocurre la asignación de género y como ya sabemos sucede mucho antes del alumbramiento aunque algunos lo restringen al mismo instante del nacimiento .
Dichos contenidos asignados dependerán en gran medida del momento histórico-social particular que viva la persona en cuestión, es así que dicha asignación no tiene un carácter estático, sino que es un proceso dinámico donde unos contenidos son renovados por otros.
De manera similar, comportamientos permitidos para determinadas edades, no lo son para otras (lo mismo ocurre para la raza, clase, región, etc). Se me ocurre traer a colación como a pesar de que jugar béisbol en nuestro país es casi exclusivamente para varones, las niñas que lo hacen son las escolares, no así las adolescentes, las cuales tiene que demostrar a toda costa que están pasando exitosamente su proceso de feminización.
De la reflexión anterior se desprende que esta asignación se da en el marco de las relaciones sociales de dominación entre hombres y mujeres, (también entre blanc@s y mestiz@s-negr@s, entre pobres y ric@s, entre occidentales y orientales) y tales contenidos serán los que conformarán los roles de género para cada uno de los individuos e individuas, o sea el papel preciso que le toca jugar en dependencia de su posición social, en consonancia con una serie de valores y normas creadas socialmente y que de alguna manera validan o ilegitimizan la conducta de las personas. Imágenes estereotipadas recurrentes: madre cariñosa, entregada y habilidosa en las actividades domesticas, educa con delicado esmero a sus hijos e hijas, mientras que su esposo un hombre vencedor en los negocios, viaja con frecuencia al exterior con su amante.
Estos roles, al decir de Marta Lamas: «Si bien las diferencias sexuales son la base sobre la cual se asienta una determinada distribución de papeles sociales, esta asignación no se desprende «naturalmente» de la biología, sino que es un hecho social.»
No solo es una cuestión de atributos para unos y otras sino también, y sobre todo las cosas, de jerarquía, expresada en valores, que se otorgan-asumen por cada una de las personas y por la sociedad en general.
El reforzamiento de los patrones para cada género tiene lugar en el seno familiar conformándose en el/la infante la identidad de género, lo cual sucede entre el segundo y tercer año de vida. En un inicio el niño o la niña puede reconocerse como tal pero sin la observancia de las diferencias sexuales. A partir de los tres años comienzan a rechazar o aceptar objetos, juegos, actividades remitiéndose a su propia identidad, es aquí que se establece para toda la vida -y para casi todas las personas – nuestra identidad de género.
Identidad femenina
Las mujeres nos construimos como seres identitarios siendo confrontadas con lo que es ser hombre. Somos mujeres («buenas mujeres») en tanto no somos hombres y cada día nos alejamos más de serlo. Como particularidad de este proceso ni siquiera tenemos la misma partida, sino que nuestro sitio de arrancada está un tanto atrás. Somos un polo de un concepto hasta ahora binario (identidad de género). En un extremo estaríamos nosotras con nuestra identidad femenina y justo al otro lado la identidad masculina. Esta identidad femenina está en correspondencia con la feminidad (cuyo opuesto es la masculinidad) designación patriarcal que se concretiza a partir de los comportamientos, actitudes, valores, capacidades, etc., que las mujeres debemos poseer.
Sobre la identidad femenina dice Marcela Lagarde:
«La identidad de las mujeres es el conjunto de características sociales, corporales y subjetivas que las caracterizan de manera real y simbólica de acuerdo con la vida vivida. La experiencia particular está determinada por las condiciones de vida que incluyen, además, la perspectiva ideológica a partir de la cual cada mujer tiene conciencia de sí y del mundo, de los límites de su persona y de los límites de su conocimiento, de su sabiduría, y de los confines de su universo. Todos ellos son hechos a partir de los cuales y en los cuales las mujeres existen, devienen.»
Como mismo para los hombres las relaciones sexuales, los deportes, el dinero y los autos son contenidos pertenecientes a su identidad de género; para nosotras las mujeres el núcleo de la misma lo formaría el estar en función de l@s otr@s, siempre alegando el amor por ell@s; lo cual se objetiviza de diferentes formas, como en la maternidad, en el cuidado de familiares, la educación de las jóvenes generaciones, etc. En este sentido dice Lagarde que: «El deseo femenino organizador de la identidad es el deseo por los otros». El término madresposa, silogismo creado e introducido en la Teoría feminista por ella, resume de manera certera lo que planteamos con anterioridad, las mujeres somos seres de los otr@s y para los otr@s.
Machorras, camioneras, fuertecitas, marimachas son términos que designan diferentes maneras de ser mujer que como incomprendidas ganan el repudio dentro de la sociedad patriarcal puesto que no responden a esa feminidad cuyos contenidos ahistóricos hacen imposible cumplir. Lo mismo sucede con el lesbianismo, la sociedad supone que las mujeres que aman a otras mujeres quieren ser hombres en tanto no cumplen con la heterosexualidad obligatoria que es otro de los mandatos de la cultura patriarcal.
En este sentido, la asignación de contenidos diferentes a la feminidad, la re-valorización de lo femenino, la re-lectura de nuestras vivencias, la apropiación por parte de las mujeres de su propia vida y destino (que tuvo su comienzo en el planteamiento mismo del concepto género) han sido los principales aportes de la Teoría de Género. Identidad, identidad sexual e identidad femenina son conceptos que nos permiten, sobretodo, repensar y profundizar en cómo llegan las mujeres a la cultura.
Bibliografía
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3. Fernández, J. (1988) Nuevas perspectivas en el desarrollo del sexo y el género. Ed. Pirámide, S. A., España.
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