«Lo verdaderamente trágico de la vida es que olvidemos… Dejar de recordar y de sentirnos afectados por nuestras pasadas experiencias significa una disminución de nuestra personalidad» (Del prólogo de Memoria personal, de Gerald Brenan). Mal que pese a los «revisionistas» lo mejor de la personalidad hispana fue eliminado y expulsado con motivo de la contienda, […]
«Lo verdaderamente trágico de la vida es que olvidemos… Dejar de recordar y de sentirnos afectados por nuestras pasadas experiencias significa una disminución de nuestra personalidad»
(Del prólogo de Memoria personal, de Gerald Brenan).
Mal que pese a los «revisionistas» lo mejor de la personalidad hispana fue eliminado y expulsado con motivo de la contienda, y por desgracia tampoco debe olvidarse, que no fue la primera vez en la historia. Tan importante como la desaparición física fue su destrucción moral primero y olvido definitivo después. Los 40 años de franquismo nacieron con esa vocación cumplida. Ángel Ossorio y Gallardo es un caso como pocos para explicar la manipulación y muerte civil que el nuevo régimen victorioso practicó con éxito sobre sus adversarios. Los treinta años últimos han venido a levantar acta del éxito de la operación. Cualquier desagravio exige por tanto esfuerzos redoblados.
Porque Ángel Ossorio y Gallardo, un personaje muy relevante de la vida pública española del primer tercio del siglo XX es un perfecto desconocido en este nuevo. Como decía, el tiempo ha demostrado ser un aliado fundamental, pero en lo que sigue trataré de evidenciar la necesaria aportación de la maquinaria bien engrasada del bando vencedor.
Merece la pena detenerse en la personalidad de Ossorio y en su trayectoria. Sólo así, dado que rompía con los moldes atribuidos al enemigo («esa turba impía y comunista«), es comprensible la necesidad de destrucción de sus verdaderos atributos por parte de la propaganda fascista, ansiosa por poner en práctica el catecismo de Goebbels (primer mandamiento: Los adversarios simplificados y reducidos a una sola categoría: el enemigo único).
En otro momento (*) ya reseñé la propia semblanza que el protagonista traza en uno de sus muchos libros del exilio. Es tan indulgente consigo mismo como cualquier otro humano. Sirve para tomar nota de su valía profesional, que explica su cercanía a Azaña y Companys, a quienes defendió en los procesos del 34:
«Abogado, político y escritor nacido en Madrid el 20 de junio de 1873. Ejerció la abogacía más de 42 años y fue decano del Colegio de Abogados de Madrid. Más de 20 años consecutivos diputado a Cortes por Caspe (Zaragoza). De 1907 a 1909 fue el gobernador civil de Barcelona. Dimitió por oponerse a la declaración de estado de guerra durante la semana trágica. (Véase este título). Fundó en 1913 el partido maurista. En 1919, fue ministro de Fomento con el gabinete Maura. En 1923, fue encarcelado por Primo de Rivera, como consecuencia de una carta particular escrita a Maura. Durante el gobierno Berenguer de 1930, en Zaragoza, Valencia y Madrid pidió la abdicación del rey para poder sostener la Monarquía. Advenida la República, fue diputado por Madrid en las Constituyentes de 1931 y el primer presidente de la Comisión Jurídica Asesora, cargo honorífico. Estallada la guerra, fue embajador en Bruselas, París y Buenos Aires, donde hoy vive expatriado. Ha sido presidente del Ateneo de Madrid y de la Real Academia de Jurisprudencia.» (Diccionario Político español, Ángel Ossorio, Buenos Aires, 1945).
En cuanto a sus veleidades políticas no las voy a juzgar aquí por dos motivos: porque no fue un político de primera fila y a nadie, tal vez, puedan interesarle ahora; y porque lo que me mueve es poner de manifiesto algunas falacias sobre aquel julio del 36 de las que se sirvió el régimen golpista para justificarse, especialmente en lo referente a la naturaleza a la deriva del sistema republicano legítimamente en vigor. En este caso particular, puesto que el desterrado y eminente jurisconsulto era conservador, burgués y católico, tampoco concuerda con las «hordas rojas y ateas» (según el diccionario, horda es reunión de salvajes que forman comunidad y no tienen domicilio) que estaban poniendo en peligro los cimientos de la patria y de toda la civilización cristiana occidental, según el imaginario de los púlpitos y de los libros de texto consagrados para generaciones venideras.
Cuando el presidente del Gobierno, José Giral le pide que hable al pueblo desde la radio del Ministerio de la Guerra en los momentos críticos del golpe de los militares lo hace «en servicio de las legítimas instituciones de su patria», según sus propias palabras, «por ser cristiano, por ser abogado y por ser conservador». No es de extrañar por tanto la necesidad de neutralizarlo y desfigurarlo convenientemente. Por otra parte, Ossorio era un antimilitarista fundado como pocos. En su condición de jurista execraba aún más los pronunciamientos decimonónicos. Recojo una cita suya muy significativa en aquel trágico período: «Riego contribuyó, sin duda alguna, a una obra de justicia. Mas esto es muy poco si se le compara con el tremendo mal que hizo a España. Él implantó la fórmula de los pronunciamientos militares (…que todavía, al cabo de 120 años, sigue dando sus frutos)». Con personalidades de su rigor y competencia, crudo lo habrían tenido quienes han pasado a la historia por patriotas y salvadores. Con él no cabía inversión de los términos. No había más traidores que aquellos que «estaban juramentados para defenderlo» (se refiere al orden republicano). Lo que «era bastante para sublevar la sangre de cualquier español, pero además la presión de los países totalitarios (…)» justificaba colocarse al lado de los republicanos por cuantos sentían «una mínima devoción a la patria». «Desde aquel momento no cabían distinciones, y ser español era la misma cosa que ser republicano». ¡Cómo iban a dejarle en paz quienes ayer como hoy siguen monopolizando la patria o su bandera!
Ya de embajador en Bélgica y Francia pudo comprobar como la sospecha de rojo no jugaba a su favor ni de los intereses de la República. Y de lo impagable y desazonador que resultaba desmontar la falacia con tanto éxito extendida de que la lucha que se libraba en España era la del fascismo contra el comunismo. En las elecciones de febrero del 36, tan sólo unos meses antes, pudo verse la representación residual de ambas fuerzas. Es evidente la distorsión que la guerra produjo.
Sería también motivo de otro artículo en lo que atañe a su adscripción política, concretamente, el fracaso de la posición democristiana en España, de la que fue introductor a través de las ideas populistas del abate Sturzo. Azaña con su frío bisturí lo diseccionó al referirse a Giménez Fernández, el ministro que intentó la reforma agraria en el gobierno de la CEDA: «Estos cristianos sociales reeditan la posición de Ossorio hace veinte años, rigurosamente fracasada. En España lo ‘cristiano’ es específicamente católico. Lo social, en cuanto sale de academias y ateneos (a veces, sin salir) y abarca los intereses vivos de las clases, es anticatólico. Y el catolicismo militante es acérrimo defensor del orden establecido. No sé cómo pueden conciliarse en una política ambas tendencias. Quien la mantenga de buena fe y con miras de conservación social, está destinado al fracaso y a la soledad, sobre todo entre las clases conservadoras. Porque las otras, ni siquiera lo oyen».
Aún fue más ardua su labor en el exilio en pro de la verdad y la honestidad de cuantos defendieron como él la legalidad vencida por las armas y abandonada por todas las potencias internacionales. En sus últimos años no paró de escribir y hacerse oír en cuantas tribunas le abrieron. Sirva como botón: «Vida y sacrificio de Companys» (1943) o sus cinco conferencias luego editadas bajo el título «Orígenes próximos de la España actual. De Carlos IV a Franco» (1940), del que he extraído la cita alusiva a Riego y a Franco. Constituyen un «furibundo ataque al militarismo español», según motivo confeso del autor.
Procedimientos del régimen franquista para anular la memoria de Ossorio
Conozco desde hace bastantes años -más de quince- el pensamiento político y buena parte de la obra de Ossorio y Gallardo. Apenas se reeditaron un par de ellas (» Mis Memorias» publicado en la pequeña editorial Tebas en 1975 y «La España de mi vida» en Grijalbo, 1977) al inicio de la transición, en cambio, otras como «El alma de la toga » conoció en Argentina 7 ediciones. Es aún más parco lo que sobre él puede encontrarse escrito. Apenas una breve monografía sin continuidad de Rafael Caballero Ruano en 1997, «El caso Ossorio durante el primer franquismo: secuestro y manipulación de la memoria rival como estrategia de control social«. En ella se enumeran las medidas destinadas a subsumir dentro del estereotipo de «demonio rojo» al bueno de don Ángel Ossorio. De las que se hacía acreedor por el mero hecho de haber tomado parte por el bando vencido.
1) En su campaña de descrédito se divulgará que «poseía en Buenos Aires una finca magnífica en la que vivía regiamente» o que «era el jefe de los judíos israelitas». Tampoco librándose su mujer, «una poderosa dama india», con un mismo tufillo racista.
2) Proscripción del Colegio de Abogados del que había sido decano de 1930 a 1933.
3) Indagaciones de la D.G.S. al archivo de Salamanca con el fin de certificar su pertenencia a alguna lógica masónica.
4) Incautación de su archivo personal con destino a ese archivo de Salamanca que con fines represivos se estaba creando. Hallar información comprometedora que pudiera utilizarse en detrimento de su imagen y en represión de otros republicanos que hubieran estado en contacto con él. Y también, como señala Caballero Ruano, «hurtar al público el acceso a las fuentes de la otra España, aportando mayor seguridad a la versión oficial de los acontecimientos».
5) Requisa de su biblioteca de más de 30.000 volúmenes por un juzgado de Responsabilidades Políticas. Por supuesto, que la casa de Madrid donde se hallaba tal biblioteca fue expoliada, como prueba la reclamación que no hace mucho sus nietos hicieron pública en una carta dirigida al diario El País.
A esta nueva «Historia Oficial» contribuiría, por poner un ejemplo, la prestigiosa enciclopedia Espasa-Calpe cuyas primeras versiones de 1919 y 1932 favorables de su biografía se verían convenientemente corregidas en la de 1953: se le atribuye desde la autoría de la constitución de 1931, cuando como él nos dice fue -lo dejamos escrito al principio- «el primer presidente de la Comisión Jurídica Asesora,», cuyo anteproyecto fue rechazado; hasta el ataque a la Iglesia contenido en dicha constitución cuando fue de las escasas voces defensoras de los derechos y hasta de sus privilegios.
Borrada su memoria individual de la memoria colectiva que la memoria oficial consagra resulta inocua, ya en las postrimerías de la dictadura, frivolité mediante, su inclusión en libros del tipo de » Mis almuerzos con gente importante» de Pemán.
Habrá que leer a Azaña para recuperar a don Ángel Ossorio y Gallardo -«Memorias políticas y de guerra«- o adentrarse en sus archivos personales confinados en Salamanca donde duermen desde 1939 una ininterrumpida noche de desolación e incuria.
Nota:
(*) «Vida y sacrificio de Companys. (Notas del libro de Ossorio y Gallardo)».