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El Espacio europeo de educación superior

Oxford en provincias

Fuentes: Rebelión

OXFORD EN PROVINCIAS El motivo inmediato de este artículo fue la lectura del suplemento dominical de El País de 30 de septiembre, dedicado al Espacio europeo de educación superior. En una serie de artículos y entrevistas sobre papel sepia, el monográfico despliega las ventajas de la actual reforma de la Educación universitaria sin un ápice […]

OXFORD EN PROVINCIAS

El motivo inmediato de este artículo fue la lectura del suplemento dominical de El País de 30 de septiembre, dedicado al Espacio europeo de educación superior. En una serie de artículos y entrevistas sobre papel sepia, el monográfico despliega las ventajas de la actual reforma de la Educación universitaria sin un ápice de distanciamiento ni crítica: ninguna referencia a las muchas luchas y resistencias que han acompañado al proceso desde hace al menos 4 años en toda Europa e inclusive en nuestro país; ningún espacio para el disentimiento; ningún esfuerzo por ver más allá de la retórica oficial…

Del impacto producido por tal lectura surgieron estas notas que, sin duda, no voy a publicar en El País.

1.- No salen las cuentas

Según la retórica oficial la gran oferta de Masters va a permitir formar los especialistas con buenos sueldos que la «sociedad demanda»: ¿qué la sociedad demanda? Quien esto escribe no ha oído ni leído ninguna demanda por parte de los organismos competentes, empezando por la Confederación española de organizaciones empresariales (CEOE), en lo que se refiere a trabajadores especializados a los que se ofrezcan altos (o medios) salarios. En todo caso se trata de una demanda tácita que no explícita, pues tampoco consta que en las reuniones oficiales de esos organismos se haya planteado la falta de trabajadores cualificados, como uno de los problemas acuciantes de la economía española.

Supongamos sin embargo que sea cierto. La oferta para el próximo curso 2007/8 es de unos 1.780 Masters (1.783 según dicho periódico) que, a una media de 15 alumnos por cada uno, nos dan un total de 26.700 alumnos/as, los cuales, en un plazo de 2 años, saldrán al mercado laboral con una formación específica y con la esperanza fundada de salarios medio/altos. Supongamos que algunos Masters no vayan a tener alumnos y reduzcamos la cifra a 25.000 (15.000 dice el periódico citado, lo cual supone que en muchos casos no se llegue siquiera al mínimo de 10 alumnos por Master ¡!). Pues bien, ¿van a crear las empresas, «el más importante de los agentes sociales» (D. Santiago Iñiguez, Decano del Instituto de Empresa dixit), van a crear los 25.000 puestos de trabajo bien remunerados para los alumnos de los masters? Porque en el caso de que no los creen, no parece que la reproducción natural, o sea la muerte o la jubilación de los que ahora ocupan los (escasos) puestos de esta naturaleza pueda absorber los alumnos salientes.

Dado por otra parte que no es de esperar que cada año echen a los que contrataron el año anterior para admitir a los nuevos, la creación de nuevos puestos de trabajo para esos magíster tiene que experimentar un crecimiento exponencial en los años siguientes: en cuanto los Masters se implanten, todos los años va a estar saliendo una cantidad semejante de egresados, a los que se les prometió esos codiciados puestos. Se dirá que no es la economía española la que debe absorber tal número de titulados sino la europea en su conjunto, pues para eso se prima la movilidad, pero en ese caso habrá que contar también con la oferta europea de titulados que, por supuesto, decuplica la española. ¿Realmente piensa alguien que la economía española y, en su caso, la europea, está en trance de experimentar un tal salto de calidad?, porque ésa es la premisa para que las esperanzas puedan realizarse.

Y ¿qué pasa si las promesas no se cumplen? Supongamos que en un plazo razonable, digamos que en 5 u 8 años, ese esfuerzo no se ha materializado y los endeudados magíster vagan por ahí con contratos y sueldos precarios.

¿Emprenderá el Gobierno, sea cual fuere su color, acciones decididas contra «el más importante de los agentes sociales» por haber embarcado a los países europeos en una aventura sin final feliz?, ¿ recapitularán los tecnócratas de Bruselas?, ¿ se abrirá un proceso por malversación de fondos públicos en reformas irresponsables?, ¿qué responsabilidades tendrían que firmar los poderes públicos por poner en marcha de modo tecnocrático un proceso cuyos resultados, en caso de ser negativos, no comportan ninguna sanción para sus ejecutores pero generan perjuicios a tantos damnificados?

Item más cuando lo que sí preven los Masters, especialmente si incluyen un praktikum ( un segundo años de prácticas), es la creación de una bolsa de «estudiantes en prácticas», cuando menos de los 25.000 a los que antes nos referíamos, cuyo año de prácticas supone tener que trabajar en una empresa con un salario módico o incluso sin salario alguno. Eso significa que a los 25.000 puestos de alta/media remuneración que hay que crear para absorber a los magíster, hay que añadir los 25.000 puestos de prácticas para los que todavía están cursando los estudios, aunque estos últimos tienen la ventaja de que no cobran. ¿Duda alguien de que los estudiantes en prácticas ocuparán año tras año los escasos puestos disponibles? Hasta donde me consta, algunas empresas que están firmando convenios para co-financiar los Masters lo hacen de tal modo que pagan una parte de la matrícula y se reservan el derecho de que los alumnos hagan las prácticas en su empresa. De ese modo lo que adelantan en la subvención, se lo cobran en el trabajo semi-gratuito del estudiante en su año de prácticas. Desde el punto de vista empresarial es un acuerdo justo: yo te pago parte de tus estudios y tú me lo devuelves en tiempo de trabajo gratuito, yo cubro mi oferta de empleo y tú alimentas tu esperanza de trabajo fijo a largo o medio plazo. ¿Quién iba a ofrecerte más si todavía no has demostrado lo que vales?

2.- ¿Qué pagan los estudiantes?

Los Masters son más caros que los antiguos programas de post-grado. Se argumenta que tienen mayores costos pero veamos cuáles son éstos y qué es lo que pagan los estudiantes.

En primer lugar, las horas de docencia entran en las dedicaciones normales de los profesores. Éstos no van a cobrar esas horas como extras, por tanto no suponen ningún gasto extra por parte del profesorado ordinario. Sólo si los profesores son personal externo a las Universidades, reciben honorarios específicos pero una directiva bastante estricta desanima la contratación de ese tipo de personal, ya que los Masters no pueden acarrear gastos a las Universidades. En consecuencia el profesorado tiende a ser reclutado entre los docentes de la propia institución, con alguna excepción que debe justificarse pormenorizadamente. Este requisito tiene que ver con la exigencia de que el coste de la reforma sea nulo y que por tanto no comporte gastos extras, sólo rentas.

Dicho esto, lo lógico sería que el precio fuera cuando menos el mismo, pero no más alto que los estudios a los que sustituye dado que como vemos los gastos tienden a ser los mismos.

Pero además el número de horas de clase por crédito es menor, ya que éste incluye en una proporción que oscila entre el 35% y el 50%, las horas que el estudiante dedica al estudio, y eso es una parte del crédito que el alumno debe matricular y pagar pero que no corresponde a nada que él reciba; paga su propio esfuerzo. Se dirá con razón, ¿cómo va a pagar alguien por las horas que dedica al estudio?, ¿cómo va a pagar alguien por su propio esfuerzo? Esa es una de las incógnitas de los créditos europeos. Puede argüirse que lo que el alumno paga en esa parte del crédito es el uso, o el derecho de uso, de los servicios comunes, o sea las bibliotecas, los espacios informáticos, los laboratorios, … pero entonces eso significaría que los estudios llevan anexionado una especie de «impuesto de acceso», que rompe tajantemente con el principio del derecho universal a la educación y con la tendencia a ampliar el acceso a toda la ciudadanía tal como rige por ej. en las bibliotecas públicas.

3.- La trampa de los préstamos

Vista la dificultad de los estudiantes y de sus familias para pagar los estudios, la joya de la corona de la reforma consiste en los préstamos-renta, o sea préstamos sin interés o a interés muy bajo que los bancos y cajas ofertan a los estudiantes con la contrapartida de que no empezarán a devolverlos hasta que cobren 22.000 euros anuales.

También ahí se plantean algunas preguntas. Primera, la gran mayoría de los actuales licenciados – cierto que sin los famosos Master – no logran pasar, por lo general, de la categoría de mileuristas. Tras 10 o 12 años de haber terminado sus estudios, a pesar de que la gran mayoría «trabajan», lo hacen en condiciones de gran precariedad, con salarios que rondan los 1000€. De mantenerse esa situación la gran mayoría de los préstamos no se devolvería y por tanto sería bueno que las autoridades explicaran si en ese caso va a ser la Administración quien garantizará la devolución a los Bancos y Cajas o si éstas intentarán los cobros por otras vías.

Cabe también otra posibilidad, la de que los 22.000€. anuales, especialmente si son brutos, no representen de aquí a 4 o 5 años un salario excesivamente alto y que entonces los prestatarios, aunque sus salarios en comparación no sean ni medios ni altos – dado el aumento del coste de la vida – sin embargo estén obligados a devolver las cantidades recibidas, aun en el caso de que esa cantidad no haya permitido obtener el objetivo de «buen empleo con buen sueldo» que en principio parecía garantizar.

Su única ventaja es que descargan a la Administración de su tradicional deber de financiar con becas los estudios para los estudiantes con menores recursos, cambiando lo que era una política de redistribución – por mezquina que ésta haya sido – por otra de privatización y capitalización.

4.- A la búsqueda del número uno

Los gestores de la reforma insisten en la importancia de «captar» estudiantes extranjeros, especialmente latinoamericanos y asiáticos; en hacer de las Universidades españolas – y europeas – centros atractivos para los estudiantes de todo el mundo colocándose por encima de USA y Japón, las eternas competidoras. Ahora bien, ¿por qué es tan interesante captar a los alumnos extranjeros? Si las tasas estuvieran por debajo del coste de los estudios, como argumentan más de una vez las autoridades para justificar las subidas, ese esfuerzo sería anti-económico ya que los estudiantes, incluidos los extranjeros, pagarían menos de lo que reciben. Luego hay que suponer que las tasas están bastante equilibradas o incluso que aportan algún excedente para que desde el punto de vista mercantil resulte interesante la afluencia de estudiantes extranjeros.

Hay sin embargo argumentos más sofisticados. Cabe pensar que la afluencia de estudiantes extranjeros especialmente la de aquéllos que se preve que vayan a ocupar buenas posiciones económicas, puede reforzar el cultivo de lazos y alianzas entre las instituciones educativas donde cursaron sus estudios, y las nuevas, ya sea instituciones o empresas, que gestionarán posteriormente. Dichos lazos tal vez puedan garantizar en algún momento ingresos procedentes de donaciones o mejores tratos en determinados aspectos. Dice el rumor que una Universidad como Harvard goza de un alto volumen de subvenciones de antiguos alumnos ahora bien situados, y que las matrículas de 18.000€ que los ricos de todo el mundo pagan para que sus retoños estudien ahí permiten pagar unas cuantas becas a alumnos pobres pero bien dotados intelectualmente. En la medida en que a su vez estos últimos logran una carrera profesional exitosa, tal vez algo de sus rentas acabe en forma de donaciones. Visto desde ese ángulo es éste un engranaje perfecto, la única dificultad es que no es generalizable. Dudo que haya tantos magnates en el mundo dispuestos a mandar a sus hijos a una Universidad de provincias, como son las universidades madrileñas en el marco global, y tantos Premios Nobel como para mejorar nuestras finanzas. La posibilidad de ese engranaje reposa precisamente en que haya muchos centros que no sean de referencia y que los que ocupan los últimos puestos en la jerarquía amplíen su diferencial con los primeros, cosa nada difícil si éstos obtienen más financiación como premio a su excelencia. Claro que todo el mundo se esforzará en llegar a los primeros puestos, pero en tanto no lo consiga – y por definición sólo unos pocos podrán conseguirlo- la distancia tenderá a aumentar: los primeros en el ranking acumularán mayores recursos y mayor financiación. Vamos, el ABC de la competencia capitalista. Con su efecto habitual, favorecer la concentración de las instituciones, en ese caso de las Universidades, ya que las pequeñas, tendrán que aliarse con centros grandes de referencia para escalar puestos y conseguir así más estudiantes y más dinero. Para el Sr. Santiago Iñiguez la existencia del ranking es un factor de claridad porque «para saber si quiero estudiar arquitectura en Madrid o en Londres, si hago paisajismo o interiores…Bolonia va a poner en evidencia los centros de mayor excelencia académica o investigadora» (El País, 30.9.2007). Para él no cuentan las «externalidades», no hay gastos suplementarios, ni dificultades de idioma, ni posibilidades de inserción profesional futura, … es el mundo perfecto de la movilidad y la competencia universales.

Otra argumento, y éste goza de cierta validación empírica, es el que centra la ventaja de captar a los números uno en los réditos que proporciona en cuanto a «prestigio y cuenta de resultados». «Prestigio» para atraer a buenos alumnos con el señuelo de los antiguos, los cuales, a su vez, podrán ser empleados por las empresas que financian el programa o desarrollarán servicios para ellas (patentes, consultorías, …). Al parecer ése es el modelo implantado por la Politécnica de Barcelona que cuenta para ello con un partner de primera magnitud: la Fundación La Caixa. Pero eso significa que es sobre todo el espacio financiero el más proclive a la cooperación, lo cual plantea problemas de largo alcance sobre el tipo de capitalismo emergente (No puedo desarrollar aquí las tesis sobre el llamado capitalismo cognitivo que aportan algo de luz en toda esa confusión).

5.- Contenidos curriculares más rancios

Los contenidos curriculares de los nuevos grados, o sea aquellos títulos que sustituirán a las licenciaturas y diplomaturas actuales, deberán estar listos para el curso próximo 2007/8. También aquí se plantean algunas cuestiones: ahora tenemos títulos de 5 años y pasamos a carreras de 4, de las cuales el último incluye en muchos casos un praktikum y el primero es común para las carreras de una misma área: Humanidades, Ciencias sociales y jurídicas, Ciencias naturales, etc. Lo que antes se impartía en 5 años se reduce a 2 o si queremos a 2 y medio, privilegiando las troncales en detrimento de las optativas. ¿Duda alguien de que el próximo año verá una serie de trifulcas y triquiñuelas para conseguir encajar en el poco espacio-tiempo disponible los intereses de los diversos departamentos?, ¿alguien que conozca mínimamente el funcionamiento universitario puede dudar de que el resultado será el reforzamiento de aquellas materias poco discutibles, que constituyen el tronco de las diversas especialidades, en detrimento de los estudios marginales o novedosos? Téngase en cuenta que pocas son las innovaciones introducidas en las materias centrales, ya que suele tratarse de materias muy consolidadas y con una larga tradición, que las hace intocables. Los cambios y las innovaciones se introducen en materias optativas y genéricas que los diversos profesores y departamentos van incorporando a los curricula, dados sus intereses y las últimas tendencias en la investigación. Por poner sólo un ejemplo, ¿se oiría hablar de feminismo en la Universidad si no fuera por las múltiples y diversas optativas?, ¿hay en alguna carrera una asignatura de feminismo como troncal u obligatoria? Quien dice feminismo, podría decir lingüística o estudios ambientales o globalización,… El sacrificio de las optativas va a suponer por consiguiente un reforzamiento de los contenidos standard y unas carreras todavía más rancias. Justo lo contrario de la innovación que se pretende.

Y no se diga que para eso están los Masters, no solamente porque éstos se han aprobado antes que los Grados, razón por la cual, a no ser los más previsores lo vamos a tener difícil para salvar nuestras materias, sino además porque éstos están orientados a «formar el personal cualificado que necesita la sociedad (empresa)» cuyas preferencias no se concentran en esos campos.

6.- La resistencia pasiva de los profesores

Por su omnipresencia la crítica a la pasividad de los profesores es ya un lugar común. No voy a discutirlo, pero también aquí conviene matizar. La gran mayoría de los profesores no se han dejado impresionar, al menos hasta el momento, por las supuestas ventajas de la reforma. Están a la espera. Es cierto que son muchos los Masters presentados y muchos los aprobados, pero generalmente no hacen más que reordenar contenidos previos de los programas de doctorado y de los títulos propios. Excepto el cambio en las denominaciones y en la cantidad de horas, los actuales Masters se parecen como una gota de agua a otra, a los títulos antiguos. Y nada hará que muchos profesores abandonen su larga rutina.

Hay sin embargo una minoría de profesores preocupados por los efectos a medio y largo plazo, especialmente en cuanto la reforma puede suponer el final de algunas titulaciones – algunas filologías, la filosofía,… -, estudios de difícil encaje en el objetivo profesionalista de la reformada enseñanza superior. A modo de chanza muchos de nosotros pensamos que la previsible desaparición de alumnado joven pueda ser suplida por el renovado interés que gente adulta pre-jubilada siente por nuestras materias, que no tienen salidas profesionales fáciles pero gozan de atractivo para gente que simplemente quiere aprender. Paradójicamente la mercantilización de la enseñanza superior nos quita a los jóvenes pero nos devuelve alumn@s madur@s muy interesad@s, que en su momento no tuvieron la posibilidad de estudiar y que aprovechan una salida prematura del mercado laboral para dar cauce a sus inquietudes. No es un futuro muy prometedor pero puede ser un índice de cuan errados están esos cálculos de mercantilización – y sólo mercantilización profesionalística de la enseñanza,- que no tienen en cuenta la profunda necesidad de cultura de las poblaciones actuales.

Y la resistencia activa de los estudiantes

Aunque El País no se haya enterado, los estudiantes no han dejado desde hace varios años de repetir sus slóganes: «la Universidad no está en venta», «la educación no es una mercancía». El estudiante no es sólo «futura mano de obra cualificada» sino capacidad intelectual en acto, integrante de una sociedad mucho más rica y compleja que el solo mercado de trabajo. Lo que ellos oponen a la «elitización y mercantilización del conocimiento» propia de la reforma, es la «democratización» del conocimiento, el garantizar el acceso a un bien común que tod@s deberíamos poder compartir pues es entre tod@s que lo producimos.

El let-motiv de las acciones estudiantiles ha sido doble: por una parte, condenar el mercantilismo y la profesionalización como únicos horizontes de la reforma que restringe el acceso al conocimiento en función del mercado de trabajo y sus exigencias – por lo demás imprecisas. Por otra, la denuncia de la falta de democracia con que se está llevando a cabo todo el proceso pues los informes de los técnicos, las conclusiones de las reuniones de los políticos y las presiones de lobbys anónimos están forzando un proceso en el que se juega el destino de las generaciones jóvenes. Sin que nadie les pregunte, sin que nadie nos pregunte, más allá de las encuestas de la ANECA (la Agencia Oficial de Acreditación) y las sesiones informativas de los Rectorados. Déficit democrático y supeditación a los intereses del mundo de los negocios – eso es lo que define la famosa reforma de la Universidad y no el edulcorado mundo de Oxford para tod@s que tanto le gusta a El País.