Recomiendo:
0

Un montaje recorrerá Catalunya e irá a Italia, de donde venían los aviones que atacaron la ciudad

Barcelona homenajea a las víctimas de los bombardeos fascistas de 1938

Fuentes: El Periodico de Catalunya

Catalunya y sobre todo Barcelona sufrieron, de 1937 a 1939, un nuevo tipo de guerra nunca antes experimentado. La capital catalana se convirtió en banco de pruebas de las potencias fascistas: la guerra de saturación. Entre el 16 y el 18 de marzo de 1938, los aviones llegaron a bombardear la ciudad durante 41 horas. […]

Catalunya y sobre todo Barcelona sufrieron, de 1937 a 1939, un nuevo tipo de guerra nunca antes experimentado. La capital catalana se convirtió en banco de pruebas de las potencias fascistas: la guerra de saturación. Entre el 16 y el 18 de marzo de 1938, los aviones llegaron a bombardear la ciudad durante 41 horas. Al cumplirse 70 años, Barcelona rinde homenaje a sus víctimas con exposiciones y diversos actos.

 

La Direcció General de Memòria Democràtica ha organizado una serie de actos para recordar aquellos hechos de la guerra civil. Ayer se inauguraba la exposición Refugio, en la estación de metro de Universitat. Mañana se rendirá un homenaje a víctimas y supervivientes en la Generalitat y se estrenará el documental Mirant al Cel en el Club Coliseum.

 

También se ha programado la exposición Quan plovien bombes, que recorrerá Catalunya y simultáneamente podrá verse, traducida, en Italia. Además, el refugio de Sant Adrià de Besòs se ha abierto al público. Además, se ha creado una web (www.barcelonabombardejada.cat) con una base de datos que recoge los nombres de los protagonistas.

 

Sin precedentes

Ninguna otra ciudad había sido antes bombardeada desde el aire de forma tan sistemática y durante tanto tiempo. Los ataques carecían de objetivos militares en una ciudad abierta, sin defensas y con pocas instalaciones estratégicas. Sus habitantes eran mujeres, ancianos y niños, pues los hombres estaban en el frente. Los fascistas buscaron crear pánico, desconcierto y desmoralización con incursiones múltiples, inesperadas e ilógicas.

 

La Generalitat organizó juntas de defensa pasiva, cuya actuación ordenada salvó muchas vidas en las labores de rescate, desescombro y traslado de heridos. Se desarrollaron mecanismos de aviso –las sirenas y la radio con el temido mensaje: «Atenció barcelonins! Hi ha perill de bombardeig»– , se construyeron más de 1.300 refugios y los andenes del metro protegieron a la población civil.

 

Barcelona, junto a Granollers, Tarragona y Figueres, fueron presa fácil para el enemigo, que causó más de 4.700 víctimas.

 

La memoria recuperada
Catalina Gayá

 

Isabel Sagarra tiene 9 años y sabe que existió Franco porque lo ve los jueves en el programa de TV-3 Polònia. Pero ese Franco de la tele es un actor en blanco y negro que Isabel nunca hubiera asociado al horror que ayer tenía enfrente. De la mano de su madre, Sònia Obach, Isabel se enteraba ayer de que, cuando sus abuelos tenían la misma edad que tiene ella ahora, habían caído en tres días miles de bombas sobre Barcelona y la gente había tenido que ampararse en los andenes del metro o en refugios construidos por ellos mismos.

 

Isabel arrugaba la nariz y su madre intentaba explicarle el horror que vivió Barcelona durante la guerra civil, durante esos tres días fatídicos en los que la población civil fue la diana de las bombas fascistas. Era la guerra total y sin piedad. «Lo mismo que ocurre ahora en los países que hay guerra, pero creo que aquí ya no pasa», reflexionaba Isabel. La guerra total no sucede ahora aquí, pero pasó no hace tanto y dejó huella.

 

«Hay que preguntarle a los abuelos. Nunca hemos hablado sobre lo que vivieron durante estos tres días», decía su madre, e Isabel estaba de acuerdo.

 

El 16, 17 y 18 de marzo, Barcelona vivía a oscuras. El 17 de marzo, Benito Mussolini calificaba esos bombardeos de «excelentes» en uno de sus discursos mientras los reflectores de Montjuïc intentaban en vano intimidar a los aviones que cosían a bombas la ciudad. No lo conseguían, pero la gente se aferraba a esas luces mortecinas para sentir que se hacía algo.

 

Madre e hija se detenían ayer a ver los vídeos que explicaban qué le pasó a la gente. «Yo me hubiera ido a otra parte», decía la niña ya horrorizada. «No era tan fácil, no había coches», le contestaba la madre. Un joven, detrás de ellas, solo lograba murmurar blasfemias. Escombros y más escombros, heridos –más de 3.200 solo en Barcelona– y gente que intentaba recoger a los muertos –979, según datos de la Generalitat republicana– ocupaban el documental.

 

Mujeres, niños y ancianos

Ayer, en la exposición unas estatuas representaban a 12 personas esperando a que cesaran las bombas en un andén. En uno de los vídeos se mostraba cómo en los andenes, en 1938, vivían hacinados mujeres, niños y ancianos. «Los hombres luchaban», explicaba uno de los guardias de seguridad del metro. Se había convertido en guía improvisado y varias mujeres se detenían a escucharlo y ponían cara de horror.

 

Carlos Rodríguez, un peruano de 38 años, se paró a observar. «Lo mismo pasó en Perú. Mis abuelos se refugiaron en iglesias. El horror es universal», concluía.

 

Maria Salvo, sin darse cuenta, se detenía detrás de Isabel Sagarra. Las dos observaban la estatua de un niño. La pequeña con ojos de querer entenderlo todo. La señora, con ojos de haberlo vivido todo.

 

Los refugiados de los andenes

Catalina Gayá

 

Entre el 16 y el 18 de marzo de 1938, la aviación italiana descargó sobre Barcelona miles de bombas y asesinó a 979 personas. La población civil fue la diana de la llamada guerra total. Los andenes del metro se convirtieron en refugio para miles de barceloneses. Maria Salvo tenía 16 años y, como muchos otros, se acostumbró a vigilar el cielo y a distinguir el run-run de los aviones de la muerte.

 

Era la 1.36 horas de la madrugada del 17 de marzo y Barcelona, por fin, respiraba. Durante cuatro horas habían caído centenares de bombas sobre la ciudad y la madre de Maria Salvo tenía los nervios destrozados. En el Eixample no había refugios y todo el mundo había corrido a los andenes del metro o se apretujaba en los primeros pisos de los edificios. Así lo mandaba la Generalitat republicana.

 

Los bombardeos habían durado más que otras veces, pero nadie, absolutamente nadie, podía pensar que aún no había llegado lo peor. Es que lo que empezaría en solo seis horas sería inhumano; la guerra total y fuera de toda lógica. Durante los bombardeos del 16 de marzo, Maria Salvo y su madre se habían escudado en el primer piso del edificio donde vivían. Su madre era portera, ella tenía 16 años y un hermano republicano en el frente. Su padre, obrero en una fábrica de armamento, no se había movido de la cama. «A mí, no me sacan de la cama», recuerda Maria que decía su padre, y se ríe.

 

A la 1.36 horas, por fin, Barcelona quedaba en silencio. El run-run de los aviones de Mussolini se alejaba –«El ruido era menos fuerte que el de los alemanes», dice Maria– y la tormenta amainaba. Era un espejismo. A las 7.36 volvía a empezar la masacre y esta se alargaría 33 horas. El resultado: 979 muertos, 1.500 heridos, 178 edificios destruidos. «A los bombardeos de noche ya estábamos acostumbrados, pero de día y tan seguidos nunca había pasado. Lo hicieron para desmoralizar».

 

Miedo almacenado

Lo consiguieron. La gente se apretujaba en los andenes del metro, en los que ya vivían familias que habían perdido su casa y refugiados llegados de toda España, y el olor a miedo y a fracaso era nauseabundo. Maria era una adolescente y pertenecía a la Juventudes Socialistas Unificadas (JSU). Ayer, cuando una sirena se disparó en la parada de Universitat, simulando el aviso de los bombardeos, se detuvo en seco. «Se me ha removido el estómago», dijo con disimulo.

 

Afloraba un poco de ese terror almacenado en el cuerpo. Cuenta Maria con orgullo que, durante esos tres días de horror, ella siguió trabajando en la central de la JSU. Pese a las bombas, ni un día dejó de ir a su trabajo. «Querían que paráramos, pero no lo hicimos». El 18 hubo seis bombardeos; desde las siete de la mañana hasta las 15.07 horas. Ella, junto con sus compañeros, se refugió en el metro de Plaça de Catalunya y se dedicó a infundir ánimos, a dar esperanza. «Es increíble la solidaridad y los recursos que sacamos para sobrevivir. ¡Mira, ese niño lleva su carterita, un libro!», señala Maria.

 

La cartera de cartón la emociona. Para ella, ese es el símbolo de que la gente, pese al horror, las bombas, los muertos, seguía luchando. «Fue una derrota, pero nunca nos vencieron», dice.