Era un tío grande, joven y profesional, tuve el placer y la suerte de conocerlo y compartir piso con él y algún compañero más en Zaragoza durante unas, ahora, breves semanas. Además de ser grande era una persona culta y razonable, simpático y tolerante, una promesa como cocinero y con una educación ejemplar poco […]
Era un tío grande, joven y profesional, tuve el placer y la suerte de conocerlo y compartir piso con él y algún compañero más en Zaragoza durante unas, ahora, breves semanas. Además de ser grande era una persona culta y razonable, simpático y tolerante, una promesa como cocinero y con una educación ejemplar poco frecuente en personas de su edad, creo que apenas 25 añitos; tenía además una especial facilidad para agradar al sexo opuesto. En resumen, lo tenía prácticamente todo, su único problema fue irse a trabajar a una Expo como casi todas las demás, plagada de decisiones a dedo y atiborrada de directivos sin la experiencia y preparación que requiere un evento de tales características, otra Expo con su denominador común, el de la especulación.
Le ofrecieron una suma respetable, que no envidiable, para ir a cubrir las carencias del resto del personal contratado de su mismo sector y cometió el error de aceptar el trabajo. Pues conocía la responsabilidad y la categoría profesional que se esperaba de él, sabía también que su jefe de sonido inicial había dimitido de su puesto por las innumerables trabas que se había encontrado para ejercer su cargo con la debida profesionalidad, éste le había avisado de la impotencia y la ingratitud a que se iba a ver sujeto. Aun así, por su profesionalidad quiso intentar reparar un problema intermitente que llevaba desde el inicio sin solución.
Quiso acceder al techo de una construcción, llamada «Palacio de Congresos», efectuada con prisas y sin el asesoramiento técnico preceptivo, tal vez por la ignorancia o por la soberbia de sus arquitectos, tal vez por la avaricia especulativa que reina en estos proyectos, tal vez por sugerencia del constructor para abaratar el proyecto. El caso es que lo que debería haber sido un techo técnico con sus pasillos de trabajo, denominados normalmente «catwalk», aquí era una solitaria pasarela que transcurre por el centro del edificio. ¿Cómo iba él a poder acceder al resto del perímetro de dicho techo para revisar los «patch panel»? Evidentemente, tendría que salir de la pasarela y transitar por encima de los paneles de madera utilizados como cerramiento del falso techo, pues los instaladores de la empresa de Telefónica que habían realizado los trabajos de instalación de los diferentes paneles de conexionado del audio y demás infraestructuras técnicas del edificio, se movían por allí sin prejuicios.
Y así lo hizo, se movió por la ruta habitual, que no segura, fue pasando los plafones, en su trayecto encontró dos de ellos no contiguos en los que se habían colocado unos tablones a modo de refuerzo, estos, apoyados en la estructura metálica en la que se soportan todos los plafones. Cruzó el primero de ellos por encima de los tablones, tras este había otro panel sin tablones y después otro con ellos: desconocía que debía saltar ese falso plafón no reforzado e ir a caer en los tablones del siguiente. Lo trágico del caso fue cuando descubrió la fragilidad del falso panel decorativo intermedio carente de señalización alguna, había puesto ya su peso en él, y como he dicho al principio era un tío grande, muy grande, un buen profesional y una excelente persona, tan grande que en segundos ya se había precipitado sobre el patio de butacas desde una altura de entre 17 y 20 metros. Los compañeros que le vieron caer todavía están atónitos, pero ya no podían hacer absolutamente nada, Héctor acababa de dejarnos, parece que entre la altura de la caída y su peso no debió sufrir apenas, pues ya no se pudo hacer nada por él, murió en el acto.
Nos dejó en el intento de subsanar un problema técnico, un ruido de masa; su honestidad profesional y su integridad le hicieron subir al precario techo en la búsqueda de un problema que ya venía siendo estructural, pues llevaba ya alrededor de dos meses presentándose intermitentemente. Un problema derivado de la poca conciencia de los instaladores eléctricos del edificio y de sus diseñadores, algo normal en nuestro país, pues es ya normal encontrarse instalaciones donde el uso electroacústico y su necesaria exclusividad no se contempla. Tanto da quien luego se lo encuentre, juntamos una toma de tierra aquí y otra allá, que más da, además después se dan por buenos los trabajos efectuados sin rigurosidad y a correr con el dinero público, de nuevo, que más da, lastima que Héctor no pensó lo mismo.
Tras este trágico suceso, se aglutinaron todo tipo de personas, unas en el vano intento de ayudar, otras por la curiosidad de saber lo ocurrido y otras que lo único que querían era limpiar el terreno y seguir con las actividades como si nada hubiera ocurrido, pues me han contado que los despóticos directivos de Expo pretendieron hacer de nuevo la vista gorda con un suceso de la trascendencia citada, arengando al resto de trabajadores con la consigna de que aquí no ha pasado nada, el espectáculo debe continuar, (y un carajo!). Al no salirse con la suya, pues ningún compañero de Héctor quiso seguir con los trabajos impunemente como si nada hubiera ocurrido, estos directivos hicieron pública, sin duda alguna a regañadientes y sin tener otra solución, la proclama de suspensión total de las actividades por ese día, noche.
Me consta que se hizo un minuto de silencio en su honor, pero lejos de infravalorarlo, encuentro que es del todo insuficiente. Sé que la policía científica se fue del escenario del deceso sin tomar fotografía alguna de los techos y sin precintar el «local», ya estaba todo visto. Sé que se le van a echar todas las responsabilidades a Héctor por no llevar arnés, aun cuando es del todo imposible asirse a estructura alguna cuando se está en tan deficitario techo y se transita en sentido horizontal por él. Sé que la conciencia dudosa de los arquitectos e ingenieros involucrados no va a hacer que se asesoren debidamente por un profesional para la próxima ocasión. Sé que se seguirán proyectando edificios con el concepto de «polivalentes» cuando, en la práctica, la realidad nos demuestra que no sirven bien para ningún uso concreto. Sé que se va a seguir trabajando como si tal cosa en tan penoso edificio, en cuanto a dotación técnica se refiere, sin mediar reparación alguna y sin reconocer sus carencias, por lo menos hasta que se acabe esta ya deplorable Expo. Sé que nunca sabremos quién puso esos tablones y que por vagancia o sabe Dios qué malsana actitud, dejó de poner los que faltaban. Sé que este triste suceso tampoco servirá para consolidar un convenio colectivo en este cada día más explotado sector. Sé que seguridad laboral va a seguir haciendo la vista gorda para no comprometer las actividades de esta anodina Expo, ¿cómo es posible que no se haya supervisado ni se haya hecho señalizar el peculiar trayecto establecido en dicho techo con la peligrosidad que su tránsito conlleva?, ¿lo harán ahora? Sé que se ha intentado tapar todo lo que ocurre y ha ocurrido ahí, en Expo2008, y me hace sentir de lo peor el saber que ha tenido que ocurrir una tragedia semejante para que empiece a salir información. Espero sinceramente que el tiempo borre todo recuerdo de esta Expo, así como se ha borrado hasta ahora toda información.
Ahora, viendo los escasos escrúpulos que hay en esta Expo, que más que internacional parece de provincias, y sabiendo que cuento con el apoyo incondicional de Héctor, me preocupan los trabajadores que están expuestos a serios accidentes laborales en el edificio del Faro, diseño tan peculiar como gratificante es su vista, pero no su construcción, muy degradada ya por las lluvias. Me consta que a día de hoy se está efectuando la reparación de sus paredes con trabajadores de audiovisuales expuestos simultáneamente en su interior: señores, seamos serios aunque sea por una sola vez, si el edificio está mal, debe cerrarse, no vale otra apuesta que juegue con más vidas, ese edificio también es literalmente otra bomba de relojería, la fermentación de las toneladas de paja integrada en sus paredes desprende gases del tipo etanol que lo hacen tremendamente peligroso, pues pueden quemar, y si me apuran, con el calor que están siendo almacenados diría que pueden llegar a explotar. En este caso también con el beneplácito de los responsables de la seguridad laboral de Expo2008. Unas joyas. Creo del todo insuficiente la prohibición de no fumar a menos de 5 metros del edificio.
Desde este escrito, quiero hacer llegar mis más sinceras condolencias a los padres, familiares y amigos de Héctor, y en honor a la memoria de mi compañero, quiero expresar mi desprecio y mi más enérgica repulsa hacia todas aquellas personas que sin preparación especifica ni interés en tenerla, ostentan cargos directivos, sobre todo públicos, sin tener conciencia de los desastres que son capaces de producir al no saber ni poder realizar la función que se les ha encomendado, y que ellos han aceptado sin la menor consideración.
Eduard Arribas
Ingeniero de Sonido y Consultor en Acústica