Recomiendo:
0

En torno a una inferencia de Ignacio Ramonet

Fuentes: Rebelión

En «Tiempos nuevos en Cuba» (Radio Netherland, http://www.rebelion.org/noticia.php?id=78602-), el director de Le Monde Diplomatique traza un apretado balance de la revolución cubana en su 50 aniversario, un acontecimiento que, señala, impactó durante decenios a toda América latina (y a las izquierdas de casi todo el mundo habría que añadir) y se pregunta por los principales […]

En «Tiempos nuevos en Cuba» (Radio Netherland, http://www.rebelion.org/noticia.php?id=78602-), el director de Le Monde Diplomatique traza un apretado balance de la revolución cubana en su 50 aniversario, un acontecimiento que, señala, impactó durante decenios a toda América latina (y a las izquierdas de casi todo el mundo habría que añadir) y se pregunta por los principales problemas con los que se enfrenta hoy Cuba. Resumo algunas de sus consideraciones y discute una de las tesis que colige de su reflexión.

Los aspectos positivos del balance son generalmente compartidos, señala Ramonet: mejoras en la lucha contra el racismo y el machismo, progresos inimaginables en materia de educación y cultura, importantísimos avances en lo que concierne a la salud, reducción de la mortalidad infantil y el progreso sanitario, solidaridad internacionalista contra el colonialismo, el neocolonialismo y el imperialismo. Sin la ayuda de Cuba, Angola, no sería un país independiente y el apartheid surafricano no se hubiese derrumbado (o hubiera durado mucho más tiempo). Si a eso sumamos el apoyo solidario a la revolución sandinista en los años ochenta o a la revolución bolivariana en la actualidad los admirables vértices del cuadro ofrecen poco motivo de duda para cualquier ciudadano de izquierdas que no se haya extraviado por crítico que pueda ser en tal o cual aspecto. Sin olvidar, Ramonet no lo olvida, que este gran proceso de transformación se ha desarrollado en una atmósfera de acorralamiento por parte de la principal potencia económico-militar del mundo. Durante medio siglo. No es poco.

Pero, prosigue Ramonet, esa misma resistencia ha tenido un costo no sólo económico sino político: las autoridades de La Habana hicieron suyo el lema del fundador de los jesuitas: «En una fortaleza asediada, toda disidencia es traición». Ello ha contribuido, en ocasiones, a limitar el debate interno bajo los pretextos de «no darle armas al adversario», convirtiendo discrepancias naturales en herejías no pasadas por alto. El mismo lema, atribuido a Fidel Castro si no ando errado, «Dentro de la Revolución todo, fuera de la Revolución nada» se trocó en un dogma cómodo para excluir y normalizar. ¿Cuál era el interior de la revolución? ¿Cuáles eran sus límites y sus exteriores? Ramonet recuerda además que tras la desaparición de la ayuda aportada por la Unión Soviética en 1991, se multiplicó el descontento social y el número de disidentes políticos, acelerándose el fenómeno de la emigración clandestina y se acentuó la oposición política (muchas veces teledirigida como es sabido) y su consiguiente represión.

El quebranto de salud de Fidel Castro y su posterior retirada de la vida pública condujeron a la elección de Raúl Castro para la Presidencia cubana en febrero de 2008. Su gobierno se ha dedicado a tres temas prioritarios: alimentación, transportes públicos y alojamiento, dominios donde las carencias, las penurias y las disfunciones son múltiples y reconocidas.

Las nuevas autoridades cubanas han estimulado, cosa nada frecuente, un gran debate general para tratar de mejorar el funcionamiento de la economía y luchar contra el burocratismo y la corrupción. Numerosas críticas se han emitido contra responsables y contra inercias del Estado socialista. Aurelio Alonso, recuerda Ramonet, subdirector de la revista Casa de las Américas, no ha dudado en reprobar «una economía demasiado estatizada» y en reclamar «una economía que deje espacios para otras formas de propiedad», e incluso ha puesto en cuestión, nada más y nada menos, «el papel del Partido que debería ser modificado, porque el Partido no puede dirigir al Estado, el pueblo es quien debe dirigir al Estado».

Alfredo Guevara, compañero de Fidel Castro, uno de los históricos de la revolución, ha criticado en debates recientes el deterioro de la enseñanza y la educación y ha abogado por la necesidad de «reinventar» el socialismo cubano e introducir cambios en el modelo.

Pablo Milanés ha sido aún más radical en sus críticas: «Yo no confío ya en ningún dirigente cubano que tenga más de 75 años porque todos, en mi criterio, pasaron sus momentos de gloria, que fueron muchos, pero que ya están listos para ser retirados (…) Tenemos que hacer reformas en muchísimos frentes de la Revolución, porque nuestros dirigente ya no son capaces». (Dicho entre paréntesis esas declaraciones de Milanés dicen también mucho del campo real de maniobra de las voces críticas cubanas. ¿Se imaginan qué le sucedería a un artista español, por ejemplo, que se expresara en términos similares respecto a las instituciones y dirigentes españoles, incluida por ejemplo la Monarquía borbónica o el poder judicial? ¿Cuántos contratos públicos o privados conseguiría a partir de entonces? ¿Qué empresa distribuiría sus trabajos?)

De ese debate, no acabado, prosigue Ramonet, ha salido una agenda de reformas deseadas por una mayoría de cubanos: los transportes públicos han mejorado; en la agricultura, el gobierno de Castro, consciente de que la independencia alimentaria es una conquista fundamental sin la cual no puede haber soberanía política posible, ha señalado un objetivo que afecta nada más y nada menos que al régimen de propiedad: «La tierra para aquellos que produzcan alimentos para todos». Otras medidas complementarias han sido adoptadas. Todo cubano que posea pesos convertibles puede alojarse en hoteles que estaban hasta ahora reservados a los extranjeros y, por otra parte, lectores de DVD, computadoras, microondas, motos y teléfonos celulares están en venta libre. Los cubanos también podrán comprar y vender sus vehículos o sus apartamentos. El visado indispensable para poder viajar al extranjero podría suprimirse.

Además de todo ello, Raúl Castro ha anunciado que los salarios serán menos igualitarios y estarán más en función del trabajo realizado. Ha señalado también que la gratuidad será suprimida en varios sectores y ha apuntado, enérgicamente, que «hay que trabajar, crear y ahorrar. Esa es la situación. Creo que se entenderá. Son verdades; por duras que sean, nosotros no podemos edulcorarlas, tenemos que decirlas».

Pues bien, de todo ello, de todo lo anterior, de toda esta política reciente de reformas, concluye Ignacio Ramonet:

En otras palabras, el comunismo deja de ser un objetivo. La realidad y la práctica han demostrado que no funciona. Y el pragmatismo impone una evolución del socialismo cubano. Porque una revolución no es sólo un balance; una revolución es y debe ser siempre un proyecto.

 

Y es aquí, precisamente aquí, donde no se acaba de seguir ni entender la conclusión político-ideológica extraída por Ramonet tras su balance y reflexión.

Es cierto que toda política sustantiva de reformas y cambios tiene sus riesgos y sus posibles efectos indeseados. No hay atisbo de duda en ello. Recordemos la perestroika y la actuación de los Yelsin de turno. Pero ignoro qué concepto de comunismo maneja el escritor hispano-francés en su conclusión para poder afirmar lo que apunta. Las preguntas se agolpan:

1. ¿Por qué esas u otras medidas similares implican que los principios normativos del comunismo han dejado de ser un objetivo de la revolución cubana? ¿Es que comunismo significa burocratismo, ineficacia económica, autoritarismo, ausencia de críticas, desatención a las capacidades productivas sostenibles de una sociedad? ¿De dónde esa identificación interesada?

2. ¿Qué práctica, qué realidad ha demostrado que el comunismo no funciona? ¿Dónde ha habido comunismo en realidad? ¿En Cuba, en la URSS, en los países del Este de Europa? ¿Qué concepto de demostración estamos usando en este contexto? ¿La historia, la evolución política, pueden de hecho demostrar algo?

3. El pragmatismo, señala Ramonet, ha impuesto una evolución al socialismo cubano. El término pragmatismo no es una noción sin problemas, sabemos que a veces roza lo peor del ámbito político, pero ¿por qué al socialismo cubano y no al comunismo cubano? ¿Qué problema hay, desde un punto de vista del método y de las finalidades, en que situaciones sociales, económicas, culturales, momentos de crisis, de ruptura, o la simple reflexión democrática ciudadana, determinen cambios de orientación, de programas, de tiempos de realización de las conquistas, de pasos atrás si es necesario, de perfeccionamiento del ideario perseguido? ¿No es indudable que aquella imagen del comunismo como sociedad de la abundancia ha perdido vigencia tras las reflexiones surgidas en ámbitos ecologistas y afines?

 

De hecho, si como el mismo Ramonet señala en su conclusión, una revolución no es sólo un balance sino que también es un proyecto, al balance que podamos hacer sobre los 50 años de una de las revoluciones más importantes y heroicas de la Historia de la Humanidad (y no es, en mi opinión, esta consideración una exageración cegada y sectaria ni un desvarío político desinformado), habría que sumar el complemento de un proyecto cuya idea directriz no ha perdido vigencia porque está anclada en la sal de la tierra y en los movimientos emancipatorios ciudadanos, aquí y allá, en Cuba, Venezuela, Bolivia, Ecuador y en muchos otros lugares del mundo: combatir, avanzar en la medida de lo posible, corrigiendo todo lo que sea necesario corregir, hacia una sociedad en la que la forma mercancía, el beneficio individual impío, la desatención de los más necesitados y las cloacas represivo-miliares de un Estado autónomo y controlado a un tiempo no sean los ejes reales y esenciales que vertebran las comunidades humanas.

Eso es lo que los clásicos de la tradición marxista revolucionaria (y otras tradiciones amigas) han llamado sociedad comunista. No es una cuestión de palabras y no hay duda de que los términos tienen su historia, sus cargas semánticas y sus incomprensiones que exigen aclaraciones y, en ocasiones, cambios nominales. Pero en ese dibujo, en esas ideas-esenciales, en ese combate seguimos estando. ¿Por qué hay que renunciar a ello?