«Más se perdió en Cuba y volvimos cantando», es una frase que aún hoy te dicen en España para demostrarte que tus problemas no son tan graves. Es una muestra de la íntima relación que los une con la última de sus colonias. En el curso de postgrado que, por estos días, imparto a jóvenes […]
«Más se perdió en Cuba y volvimos cantando», es una frase que aún hoy te dicen en España para demostrarte que tus problemas no son tan graves. Es una muestra de la íntima relación que los une con la última de sus colonias.
En el curso de postgrado que, por estos días, imparto a jóvenes periodistas españoles, me veo obligado a dedicar el primer día de clases a hablar sobre la mayor de las Antillas. Es un tema ineludible cuando se enteran de que vivo y trabajo allí.
Sus preguntas se multiplican y descubro que muchos saben que en 2003 se fusilaron tres personas en Cuba pero todos, sin excepción, desconocen cuántas ejecuciones se produjeron el pasado año en China, Arabia Saudita o EE.UU.
Me tomo el trabajo de revisar la prensa y encuentro noticias sorprendentes. En uno de los grandes periódicos choco con un titular: «Cuba reingresa a la OEA», una más de las tantas imprecisiones que se publican sobre la isla.
Varios periódicos denuncian que China, Irán y Cuba mantienen un estricto control, censura y filtrado de Internet, pero solo uno revela que la tecnología que usan es europea, vendida por empresas que aman más el libre comercio que la libertad de información.
En el parlamento se discute sobre Cuba con fiereza. La oposición acusa al gobierno de proteger a una dictadura. El canciller se defiende diciendo que la estrategia española es apoyada por todos los presidentes de América, incluyendo a Obama.
La identificación con la isla es tal que España ha copiado algunos de sus trámites migratorios. Ahora exigen, igual que La Habana, una «Carta de Invitación» para autorizar la visa de familiares de los cubanos residentes en la Madre Patria.
Para rematarla vivo en la zona de «4 Caminos», otrora uno de los barrios más castizos de Madrid. Sin embargo, pasear ahora por allí es como volver al Caribe, dominicanos, colombianos, venezolanos y cubanos se adueñaron del lugar.
Decenas de locutorios para telefonear a América Latina se mezclan con tiendas que venden dulce de guayaba, mangos y hasta yuca fresca. A pesar de la crisis, se multiplican también las empresas que ofrecen enviar dinero al exterior.
Por las tardes, en las esquinas de la madrileña avenida Bravo Murillo se ven grupos de mulatos conversando, mientras sus hijos juegan junto a ellos. Pero lo que más me trasladó a la Habana fue ver a cuatro personas jugando dominó en plena calle.
Quien crea que esta presencia es sólo en la capital del reino se equivoca. Hace un par de años, haciendo senderismo en el Pirineo aragonés, encontramos, en medio de la montaña, un manantial llamado «La Habanera».
Al regresar comimos algo en el centro del pequeño pueblo de Aínsa. Para nuestra sorpresa la camarera era una cubana que nos bombardeó a preguntas sobre la isla y nos pidió que lleváramos una carta a su familia.
Tratando de descansar un poco del tema cubano opto por leer las noticias de Europa. Me encuentro con que la crisis económica y las elecciones quedan relegadas cuando un periódico serio publica fotos de las orgías de la clase política.
Se trataba de los escándalos sexuales del presidente italiano Silvio Berlusconi y sus amigos. La prensa revela que el señor mayor que aparece en el reportaje con el pene erecto frente a la cara de una jovencita italiana es un importante político checo.
En la foto no se le ve la cara pero llegan a descubrir su identidad por un brazalete que lleva en su muñeca. ¿A que no adivinan? …se trata de una pulsera de la disidencia cubana, regalada por su íntimo amigo, el ex presidente George W. Bush.
Tampoco faltaron las banderas cubanas en el «Día del orgullo gay». Una de ellas colgaba de un balcón en la Gran Vía, otra venía en la carroza de Izquierda Unida y la última la traía un joven que desfilaba ostentando su homosexualidad y su cubanía.
Dejo la manifestación y camino hacia Sol, km 0 de España, el corazón de Madrid. Levanto la vista en una de sus callejuelas y encuentro un negocio que ofrece «despojos, rompimientos y amarres», a través de la magia infalible de la santería afrocubana.
Pienso en que hace poco más de un siglo la adoración de estos dioses africanos se podía pagar con la muerte. No sé si es producto de la moderna globalización o de una ancestral venganza, pero encontrarme aquí a los Orichas fue la perla que faltaba.