Ante un nuevo curso del movimiento estudiantil, el escenario se abre con luces y sombras. Sin duda, la clave estará en ver si los sectores más concienciados están a la altura de las circunstancias. Y es que el rumbo de los acontecimientos impone debates que, lejos de agriarse, deben desarrollarse fraternalmente y sobre los que […]
Ante un nuevo curso del movimiento estudiantil, el escenario se abre con luces y sombras. Sin duda, la clave estará en ver si los sectores más concienciados están a la altura de las circunstancias. Y es que el rumbo de los acontecimientos impone debates que, lejos de agriarse, deben desarrollarse fraternalmente y sobre los que intentaré pronunciarme en estas líneas.
En primer lugar deberíamos reflexionar sobre el papel de las organizaciones revolucionarias en el seno de los movimientos sociales. Aquí podemos analizar dos modelos (no en lo ideológico, sino en lo organizativo): por un lado los bolcheviques, que se escindieron incluso de su propio partido y lograron que las masas se unieran a ellos, y por otro Herri Batasuna, que fue un reagrupamiento de multitud de pequeños partidos antisistema en una nueva sigla de carácter amplio. Estos dos modelos (insisto: organizativos, no ideológicos) dan lugar a dos lógicas que todos conocemos: quienes piensan que su organización debe liderar las luchas para que, de ese modo, los mejores elementos se unan a ella, y quienes piensan (quienes pensamos) que su organización debe ponerse al servicio de las luchas, en un proceso fundante que junto a muchas otras voluntades dé lugar a un Frente de Izquierdas o Polo Anticapitalista.
Huelga insistir en que quien escribe estas líneas es partidario de la segunda de estas lógicas, y no por nada, sino porque en una época como la actual, no revolucionaria sino de reflujo de masas, no podemos aspirar a otra cosa que no sea el reagrupamiento de las dispersas fuerzas con las que contamos. Lo contrario, el vanguardismo autoproclamatorio, sólo nos ha llevado a la absurda sopa de letras actual, más propia de una escena de los Monty Python que de la realidad misma.
Concretando todo esto en el movimiento estudiantil, debemos decir que los grupos de trabajo o asambleas contra Bolonia han sido un ejemplo de unidad de acción entre las diversas organizaciones de izquierdas, y de respeto a los criterios de otras muchas voluntades que, sin ser necesariamente anticapitalistas, decidieron organizarse para hacer frente a la privatización de la universidad. No han faltado, sin embargo, momentos de tensión y conflictos puntuales, problema inherente a todo movimiento de lucha, pero que ha sabido subsanarse con madurez y criterio.
Ahora el movimiento vuelve a plantearse qué hacer. Las estructuras que desarrollarán el programa de Bolonia ya han sido totalmente implementadas en el Estado español. Ahora de lo que se trata es de la resistencia a su aplicación. En mi opinión, habrá que afrontar luchas parciales, pero sin perder el discurso global, que no es otro que la defensa de la universidad pública. Una cosa está clara: es triste que vuelven a escucharse voces de «sí crítico» a Bolonia, precisamente ahora que la realidad está confirmando que, lejos de exagerar, nos quedábamos cortos.
Existen dos posiciones dentro del movimiento que, cada una con su parte de razón, tienden a irse a los extremos. Por un lado, la lógica del «somos los que somos», que apunta directamente hacia la sustitución de las asambleas o grupos de trabajo por sindicatos estudiantiles de izquierdas, o al menos de contenido «progresista» o «crítico». Y por otra parte, la lógica «populista», que se va al otro extremo y propone rebajarse al nivel de conciencia del grueso del estudiantado, perdiendo la perspectiva de una lucha por la universidad pública y centrándose en luchas parciales contra medidas concretas, a las que de ese modo ni siquiera se da marco.
A mi entender, ambas lógicas tienen su parte de razón, pero ambas se equivocan. Es necesario reforzar las asambleas o grupos de trabajo, pero dentro de una estructura donde no sólo haya hueco para gente de izquierdas o «crítica». Por tres motivos: Primero, porque el conocido Mito de Sísifo (el movimiento estudiantil, como Sísifo, debe empezar siempre de cero, cuando los alumnos más experimentados concluyen la carrera) no se soluciona con un sindicato, como demuestra la experiencia del Sindicato de Estudiantes, que no tropieza con la misma piedra dos veces, sino dos décadas. Segundo, porque para desarrollar otras temáticas más sociales ya contamos con la aludida «sopa de letras». Y tercero, porque, puestos a politizar, ¿no sería prioritario ser «críticos» con el gobierno que precisamente aplica Bolonia, y no críticos de manera abstracta?
A mi entender, la grandeza (no sólo numérica) de estos grupos radica en que agrupan a una serie de estudiantes que, independientemente de su filiación, demuestran voluntad de lucha ante un proceso de privatización que de hecho es, a años luz de distancia, el problema más acuciante para los estudiantes, requiriéndose por tanto una estructura específica desde la que organizar la respuesta al mismo.
Pensar que la gente no será capaz de entender la relación que existe entre una medida concreta y el proceso privatizador general es subestimarla. Hay que recuperar el discurso. Nuestro movimiento debe asumir las reivindicaciones y luchas concretas, participando naturalmente de ellas… pero enlazándolas con su marco general. Separar Bolonia de la LOU y de las luchas actuales sería, en realidad, como separar el capitalismo del imperialismo y del neoliberalismo: no comprender nada. Si la administración ya no escucha a los estudiantes, ni a los becarios y profesores, ni al personal laboral, es porque el hilo que los unía a ellos se ha roto, siendo sustituido por un hilo que los une al Consejo Social, que fue creado por la LOU (artículo 14) y que está controlado por grandes empresarios. ¿Por qué nuestro movimiento no investiga la página web de cada universidad, para ver quiénes son los miembros de su Consejo Social y denunciar la privatización encubierta?
Espero haber contribuido con esto a un debate de actualidad. El movimiento estudiantil existe, y sus más veteranos miembros saldremos de la universidad, pasando el testigo. Ahora debemos decidir qué testigo pasamos: el de un nuevo movimiento social amplio y producto de la propia historia, o el resultado de ese movimiento… pasado por el filtro suicida de varias palabras que ni siquiera entre nosotros logramos consensuar. Esa es al menos la conclusión a la que he llegado.
Rebelión ha publicado este artículo a petición expresa del autor, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.