La autora expone que la reforma del trabajo de hogar debe acompañarse de un cambio de raíz en las relaciones socioeconómicas.
En 1985 el Gobierno socialista firmaba el Real Decreto 1424/85 por el que se regulaba el Régimen Especial de Empleados de Hogar (REEH), discriminándolo injustamente del resto de sectores laborales. Desde entonces, ningún Gobierno ha abordado el cambio de régimen, pese al enorme trabajo de protesta llevado a cabo por Asociaciones de Trabajadoras del Hogar como las de Bizkaia, Valladolid o Granada, desde las que se ha denunciado la discriminación de un sector feminizado, la desprotección de las empleadas de hogar o el abuso de las agencias de colocación.
En la actualidad, en torno a un 65% de empleadas de hogar son migrantes, lo que ha dado pie a pequeños colectivos de mujeres que repiensan el empleo de hogar racializado, es decir, qué ocurre cuando mujeres que migran, tengan o no otra cualificación en sus países de origen, se ven empujadas al empleo de hogar. La vulnerabilidad es uno de sus efectos, al anudarse las pésimas condiciones del REEH con las políticas de extranjería: sin acceso al desempleo siempre hay que costearse, aún sin estar empleada, la cotización para no perder la tarjeta de trabajo y residencia; sin papeles, el miedo por la posible apertura de un expediente de expulsión impide que se denuncien abusos; cuando no existe oferta de trabajo por escrito no se puede acceder a la solicitud de arraigo; la reagrupación familiar para las internas es inviable porque se les exige tener su propia casa, negando su derecho a la maternidad la reagrupación familiar para las internas es inviable porque se les exige tener su propia casa, negando su derecho a la maternidad y el de sus hijos a la protección; y los despidos por embarazo están a la orden del día para las internas.
El empleo de hogar nos enfrenta, más allá de los hogares concretos, con desafíos transnacionales: cómo construir una ciudadanía global en condiciones igualitarias.
Reinventar posiciones
Algunas de las figuraciones producidas sobre el cuerpo de la migrante en el empleo de hogar pasan por la sumisión, el apego a los mayores, la dedicación o la desexualización. En realidad, estas supuestas cualidades naturales asignadas por los países de destino a mujeres extranjeras son fuertes operadores de poder, marcas con las que las empleadas de hogar tienen que vérselas cotidianamente. Cuando las empleadas de hogar se organizan, una de las principales batallas pasa por desplazar la hegemonía de estos lugares comunes del poder, expresar la fortaleza, los deseos y el protagonismo robados, desnaturalizar posiciones y reinventar otras. Exigir derechos en las propias casas, generar redes de apoyo o compartir consejos de supervivencia laboral son gestos de resistencia contra los dispositivos de poder más invisibles y las perversiones que se dan en ocasiones en la relación afectos-cuidados- trabajo. Por eso, la importancia de estas luchas no pasa sólo por la denuncia, también y principalmente pasa por un proceso de transformación subjetiva, personal y colectiva. Las manifestaciones celebradas en 2010 en Madrid al grito de «¡Se acabó la esclavitud en el servicio doméstico!», y «Por los derechos de las empleadas de hogar» en Valencia, nos hablan de un proceso de dignificación de las trabajadoras y nos interpelan directamente en relación al estatus (invisible) que ocupan los cuidados en nuestra sociedad.
Su organización es discriminatoria: delega en las mujeres (pobres, migrantes y sin papeles) la sostenibilidad de la vida a muy bajo coste o a coste cero. Y al mismo tiempo produce subjetividades para su reproducción a través de la socialización de género, la precariedad de los vínculos sociales, el consumo o la producción de ideales en torno a la autosuficiencia.
Los cuidados que se derivan de nuestra propia vulnerabilidad y vida en común no pueden cubrirse a costa de la explotación en el empleo de hogar remunerado o no: deben ser responsabilidad ineludible de la sociedad. Y esto implica cambios de raíz en el sistema socioeconómico actual y en la subjetividad neoliberal. Pensar cómo queremos vivir, qué constituye una buena vida y qué hay que procurar para que ésta sea un derecho global, y no de unos pocos, forma parte de esta batalla por la mejora del estatus del empleo de hogar en tiempos de crisis. Ésta debe estimular y no paralizar mejoras.
Más allá de los cambios laborales y la indiscutible reforma del Régimen Especial de Empleados de Hogar se trata entonces de comenzar (¿juntos?) a imaginar otras maneras de cuidar y vivir.
Fuente: http://www.diagonalperiodico.net/Empleo-de-hogar-cuidados-y.html