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A propósito del premio Nobel para Mario Vargas Llosa

Las cosas del Poder

Fuentes: Rebelión

Cuando era chico, no sé por qué, le tenía desconfianza al Nobel, pero necesité tiempo para confirmarlo. Varias veces me desorienté felizmente, con Neruda, García Márquez, Rigoberta Menchú, y también con Adolfo Pérez Esquivel, una buena lista de seres humanos extraordinarios. También hay otra lista, la de los que no se lo ganaron: Borges, Benedetti, […]

Cuando era chico, no sé por qué, le tenía desconfianza al Nobel, pero necesité tiempo para confirmarlo. Varias veces me desorienté felizmente, con Neruda, García Márquez, Rigoberta Menchú, y también con Adolfo Pérez Esquivel, una buena lista de seres humanos extraordinarios.

También hay otra lista, la de los que no se lo ganaron: Borges, Benedetti, etc. Hablo de los de literatura porque ese es el tema que yo masco. Leí la obra de Borges y considero que es uno de los más talentosos escritores del planeta. Ocasionó una ruptura de los códigos de la literatura del siglo XIX, pero con los mismos materiales. Yo era joven y en la facultad me preguntaba por qué no le daban el premio. Y había en general una misma respuesta, que se resumía en lo siguiente: «Borges es un gran literato, pero para recibir el Nobel tiene que haber un equilibrio entre su obra y su compromiso social». Y así se murió sin recibirlo. Y lo acepté, porque si bien yo no concordaba con su pose política, era indiscutible su genio.

Y hay una tercera lista, que está formada por ganadores, pero que considero bastante infeliz. Con sólo nombrar algunos de la misma, pierdo toda credibilidad en los Nobel: Al Gore, Obama y Vargas Llosa. El tema es que son los más actuales. Teniendo en cuenta el caso de Borges, ¿qué pasó con Vargas Llosa? Reconozco que es uno de los mejores narradores del mundo, disfruté de sus novelas y cuentos. Escribe muy bien, y si es por eso, se merecería el premio. Pero me habían dicho algo más de este premio. ¿Y el compromiso social de MVLL? No lo veo. Encuentro más bien una siniestra apostasía, un darle la espalda, no a sus viejos compañeros de lucha (eso no me importa) sino a su gente. Don Mario, desde hace ya 20 años, desde su cómoda columna de un Diario Español prestigioso, y sumémosle diarios antediluvianos como La Nación, de Argentina, no tuvo reparo de ironizar y pegarle a sindicalistas, políticos de izquierda y grupos reivindicadores aborígenes, no sólo de su país sino de toda Latinoamérica; es más, fue más severo con los de afuera, defendiendo los intereses de la globalización, el neoliberalismo salvaje, y estigmatizando a todo luchador por la justicia en esta sociedad global fundamentada en la violencia. Teniendo en cuenta esto, ¿cuál sería la diferencia fundamental con Borges? Y arriesgo una respuesta, Georgie siempre dio la cara y también se arrepintió muchas veces, quizá por esa capacidad de arrepentirse no le daban el premio. Mario no se arrepiente de nada y así como está, está muy cómodo.

Así como el rosquero Al Gore fue premiado con el de la paz por su defensa de los biocombustibles, que en realidad esconden un peligro mucho mayor para nuestros países, porque nos fuerza a perpetuarnos en un modelo agroexportador y a agotar nuestras tierras para poderles dar combustible a sus jeeps y tanques; y así como el premiado Obama aumentó la cantidad de países donde mandar las tropas del Tío Sam debido a la «peligrosidad» de estos, ni desmanteló aún cárceles como la de Guantánamo ni levantó el bloqueo a la isla de Cuba; ¿dónde queda el supuesto valor de estos premios?

El valor está en el origen de todo esto. El sueco Alfred Nobel, lo dice cualquier enciclopedia, desarrolló la tecnología en explosivos. Se volvió rico y no era inocente: prácticamente no hay ámbito en que los explosivos sean benéficos, sino todo lo contrario, y no me van a convencer. La industria de la guerra se benefició enormemente y desde un siglo para aquí, no podríamos contar los millones de muertos gracias a este «desarrollo». Ni hablar de su uso en la explotación minera y el enorme daño que ya ha causado al planeta. Entonces, para acallar la conciencia, que hasta el más despiadado la tiene, en su nombre se instituyó el premio, una mínima dádiva para silenciar esa insistente voz interior.

Y así son las cosas del poder en el mundo. En la novela «1984» de Orwell, exisitía un Ministerio del Amor, que en realidad se ocupaba de controlar y torturar seres humanos; los más grandes luchadores contra la droga son los más grandes narcotraficantes (tengo en mi cabeza un recientemente ex-presidente de Colombia); los paladines del antiterrorismo (Bush, Berlusconi, Netanyahu) son los peores terroristas de Estado del mundo; y escalones más abajo, cuántos curas, quienes deben ser la imitación de Cristo en la Tierra, se abusan de niños y mujeres en lugar de darles amor. Sólo son muestras del gran espectro del Poder.

Y esto me da pie para una cuarta lista: la de quienes rechazaron el premio Nobel, y me enorgullezco de ellos: Sartre, Pasternak, Perelmann, quien ha rechazado la Medalla Fields considerada el «Nobel» de la matemáticas. ¡Qué difícil es calmar la mente ante los insultos, pero especialmente ante los halagos! ¿Cuántos tenemos el valor de hacerlo, o darnos cuenta?

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.