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Remembranzas sobre mi padre

La historia no contada del agente «MercY» de la Seguridad Cubana

Fuentes: Rebelión

La muerte sorprendió a mi padre, Carlos Conrado de Jesús Alvarado Marín, un infausto día de noviembre de 1997, cerrando ese día una larga y provechosa vida. Luchador infatigable, enfrentó a la parca con el pecho desnudo, como lo hacen los hombres, y de esa manera se nos fue, combatiendo aún por la liberación de […]

La muerte sorprendió a mi padre, Carlos Conrado de Jesús Alvarado Marín, un infausto día de noviembre de 1997, cerrando ese día una larga y provechosa vida. Luchador infatigable, enfrentó a la parca con el pecho desnudo, como lo hacen los hombres, y de esa manera se nos fue, combatiendo aún por la liberación de nuestra América y siempre fiel a su Cuba amada, a la que defendió durante 37 años en el más absoluto anonimato.

La muerte precipitada, cuando aún combatía por su amada Guatemala como sencillo combatiente del Ejército Guerrillero de los Pobres, con sus 75 años a cuestas, no nos dejó, sin embargo, con las manos vacías. Nos legó su historia llena de heroicos pasajes que lo hicieron ser un participante activo en las luchas de su tiempo, aunque mucho de lo que hizo deba permanecer aún en el más absoluto silencio. Ese largo avatar, iniciado desde la más profunda pobreza, le llevó un día a ser uno de los pocos hombres, de los últimos, que combatieron a las hordas mercenarias que derrocaron salvajemente al gobierno de Jacobo Árbenz.

Luego vendría el exilio en la Argentina en que reforzaría sus convicciones revolucionarias junto a un valioso grupo de compañeros que, posteriormente, como Luis de la Puente Uceda y muchos más, le encaminarían al bello camino en que el humanismo y la solidaridad mueven cada parte de nuestros corazones. Por ese entonces, ya había conocido a Ernesto Guevara de la Serna, el futuro Guerrillero Heroico, con el que trabó una inolvidable amistad.

Fue, sin embargo, un hombre de privilegios. La lucha lo llevó a conocer a hombres y mujeres como el propio Che, como a Manuel Piñeiro Lozada, como Bernardo Alvarado Monzón, Manuel Galich, Tamara Bunke Bider (Tania) y otros, con los que combatió en unos casos y en otros les sirvió de sostén en sus luchas. Tuvo también el privilegio de ser uno de los primeros hombres de la Seguridad cubana que marchó al exterior a defender al maravilloso y amado pueblo que lo recibió como a un hijo. Fue quien comunico a la heroica guerrillera las principales tareas asignadas a ella para cumplir su misión en Bolivia y le dio el entrenamiento necesario en sus nuevas condiciones de trabajo,

La enorme modestia que lo caracterizó le impidió hablar a sus hijos, que lo veían irse y desaparecer durante largos años, sobre el combate anónimo que libraba. Para sus compañeros fue leal y modesto, sencillo y tenaz, y, sobre todo, capaz de crecerse ante las adversidades y cualquier error cometido.

Muchas ciudades del mundo lo vieron deambular usando múltiples identidades, aunque sus compañeros solían nombrarlo con seudónimos como Mercy, Juan, el Don, el Doctor, el Viejo, el Maestro, Felipe y muchas denominaciones de acuerdo con la ocasión. Su vocación esencial, empero, a pesar de ser un internacionalista por convicción, fue siempre amar a Cuba, a Fidel y, particularmente, al Che.

Uno de sus compañeros, José Gómez Abad, lo caracterizó en las páginas de un libro titulado «Cómo el Che burló a la CIA», editado por la Editorial Capitán San Luis no hace mucho, con las siguientes palabras, en relación con su ingreso a la Seguridad en 1963: «En ese momento, al llevarse a cabo el acto de proposición y aceptación como colaborador de los órganos de la Seguridad del Estado (reclutamiento), se produjo el eterno abrazo internacionalista de Carlos Alvarado Marín, Mercy, con la causa de la Revolución Cubana, mediante la defensa de la misma de las agresiones de sus enemigos internos y externos y el apoyo solidario a la lucha de los pueblos explotados de América Latina».

Posteriormente, escribió sobre mi padre: «Mercy o Juan, como operativamente lo llamábamos, con la perspectiva de los años transcurridos, resulta de admirar en él, cómo a pesar de duplicarnos en edad a la mayoría de los compañeros que con él trabajábamos, siempre mantuvo una relación de mucho respeto, siendo muy disciplinado y generando constantes iniciativas para perfeccionar el trabajo. En él se destacaba también su incondicionalidad militante con la Revolución Cubana y al Comandante en Jefe, su sentido autocrítico, laboriosidad, la relación abierta y sincera con los compañeros y su sagacidad operativa».

Finalmente, Pepe Abad, ya fallecido, caracterizó a mi padre con emotivas palabras: «Ni los años, como tampoco los múltiples sinsabores y riesgos que afrontó en su larga y azarosa vida, habían hecho mella en su vitalidad excepcional y asombrosa lucidez. Hasta sus últimos momentos fue un enamorado de la vida y de todas sus bellezas».

Por mi parte le recuerdo, con su tabaco siempre, rebuscando en su memoria tanto recuerdo, mientras se balaceaba en una mecedora de metal en el patio trasero de mi casa. Su mirada recaía en mí, con reprimida tristeza al verme pasar, pensando que su hijo, acomodado y con una actitud cuestionable ante la Revolución, traicionaba lo que más amaba. Le recuerdo también adolorido por sus errores, a él que siempre luchó por ser un hombre perfecto y cargaba sobre sí el peso tremendo de su propio sentido autocrítico.

Murió, como dije, tal como vivió: sencillo y anónimo, ajeno a las glorias y a los reconocimientos públicos. Aún recuerdo aquella noche triste en la funeraria de Calzada y K, cuando inexplicablemente para los presentes le fueron retiradas sus condecoraciones, algunas ofrendas de los líderes de nuestra Revolución y se decidió no hacerle la guardia de honor que se merecía. Muchos lloraron de rabia ante este sorprendente hecho, entre ellos mis hermanos y sus compañeros. El propio José Abad explicó el suceso en su libro: «Al fallecer, circunstancias que él también conocía, impidieron rendirle el público homenaje que se merecía y que el propio comandante Manuel Piñeiro Lozada quería hacerle. De haberse violado en ese momento esas limitaciones, se ponían en riesgo importantes trabajos de los Órganos de la Seguridad del Estado de Cuba y, sobre todo, la vida de personas que él mejor que nadie conocía y deseaba preservar» (…)»La circunstancia a que he hecho mención era que su hijo mayor, Percy Francisco Alvarado Godoy, el Agente «Fraile» de la Seguridad de Cuba, se encontraba en esos momentos infiltrado dentro de las organizaciones terroristas en La Florida.»

Confieso que mi dolor se hizo mayor al saber que en parte era responsable de que mi padre no fuera acreedor del honor ganado en su largo batallar por la vida. Sin embargo, me reconfortaron las emocionadas palabras de Manuel Piñeiro que, reprimiendo las lágrimas con toda la fuerza de su probada hombría, exclamó al despedir el duelo: «Hoy dejamos aquí a Carlos, con la certeza de que algún día los pioneros cubanos podrán conocer mejor la vida de este hombre, que fue modelo a seguir por todos los revolucionarios latinoamericanos. A todos nos queda el compromiso de hablar de él, cuando se pueda hacerlo, y decir quién fue este hombre en realidad».

Hoy, padre mío, compañero mío de combate, cumplo con ese mandato del Comandante Piñeiro, para que Cuba y el mundo te conozcan finalmente.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.