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Consideraciones éticas a la izquierda de la izquierda

Nuestra moral es la genealogía del poder

Fuentes: Rebelión

Qué difícil es hablar de política mientras se hace filosofía… ¡pero cuan interesantes son esos autores que saben hacernos ver los engaños filosóficos por los que somos embaucados todos los que hacemos política! Este será el cuerpo de un ensayo que se divide a lo largo de cuatro consideraciones y, por escenario, tomaré este momento […]


Qué difícil es hablar de política mientras se hace filosofía… ¡pero cuan interesantes son esos autores que saben hacernos ver los engaños filosóficos por los que somos embaucados todos los que hacemos política! Este será el cuerpo de un ensayo que se divide a lo largo de cuatro consideraciones y, por escenario, tomaré este momento al que algunos llaman «crisis económica» y que ha marcado al movimiento 15-M. En este primer artículo analizaré un tenebroso territorio al que llamamos moral y que fue profundamente analizado por la mayoría de filósofos socráticos. Después de siglos de largo impasse teológico, fue Friedrich Nietzsche quien hizo tambalear la hegemonía moral judeocristiana con obras como Así habló Zaratrustra y La genealogía de la moral. Este proceso histórico es explicado en el famoso Tratado de ateología de Michel Onfray.

La moral es ese desconocido que nos guía y engaña ante las decisiones más insignificantes, ese que llama cada dos por tres a nuestra puerta para decirnos qué está bien y qué no lo está. De hecho, es el encargado de decirnos que existe el bien y el mal. Es un amigo descarado que nos trata con la más absoluta de las confianzas cuando apenas sabemos nada él.

Mi reflexión tiene como objetivo el desarrollo de las contradicciones éticas1 que surgen de la inmersión en este inexplorado universo así como la reconstrucción de la moral como única forma de emancipación del sujeto político.

¿Revolución o folclore?

Creo firmemente, al igual que la mayoría de lectores de este texto me supongo, que reivindicar es una obligación en vías de extinción. El problema es que siempre me acompaña un alter ego que me hace preguntas y al que le incomoda la inusitada facilidad con la que se tiende a aceptar la realidad como «la mejor de las normalidades posibles». En su opinión, si observamos con detenimiento, el concepto ‘movilización’ ha cobrado el sentido de paseo colectivo, de terapia social, de espectáculo mediático.

Actualmente no hay movilización alguna que cambie características sustanciales del modelo dominante y, sin embargo, algarabía y repercusión mediática se han convertido en nuestro veni, vidi, vici particular. ¿No será que las habituales técnicas de reivindicación son más limitantes de lo que la euforia generalizada nos hace percibir? Con esto no quiero decir que haya que dejar de movilizarse, ni muchísimo menos, pero ante la euforia colectiva reinante me veo obligado a gritar bien alto que con esto no vale. A principios de Junio leí una genial frase de Ángeles Diez que resume una actitud y un objetivo al mismo tiempo: «La pregunta no es si el 15-M es revolucionario o no. La pregunta es qué puedo hacer para que el 15-M sea revolucionario2«.

Pues bien, casualidad o no, el planteamiento más revolucionario que he leído durante los últimos meses ha sido el de un humorista, Antonio Fraguas de Pablo (más conocido como Forges), el encargado de la tira cómica del «insurrecto» periódico socialdemócrata por excelencia. Su planteamiento es sencillo: «Los sindicatos siguen con fórmulas del siglo XIX. ¿Para cuándo una huelga regalando el combustible en las gasolineras?». Para mí, este ejemplo representa la omnipotencia de la industria cultural: Delimitan los temas de actualidad, ofrecen un entretenimiento pasivo e inagotable y cuando dejan entrever una idea subversiva… ¡ya nos dan servida la carcajada!

Las movilizaciones o, mejor dicho, el motivo último del sujeto movilizado, me recuerda sobremanera a la cultura popular que Denis Diderot describiera a finales del siglo XVIII de la siguiente manera: «¿Cuál es en vuestra opinión, el motivo que atrae a las ejecuciones públicas? ¿La inhumanidad? Os equivocáis: el pueblo no es inhumano; a ese desgraciado en torno a cuyo cadalso se agolpa, lo arrancaría de las manos de la justicia si pudiera. Va a buscar a la plaza de Grève una escena que pueda contar a su regreso al arrabal, ésa u otra, le da igual mientras tenga un papel, junte a sus vecinos y se haga escuchar de ellos. Dad en el bulevar una fiesta divertida y veréis que la plaza de las ejecuciones está vacía. El pueblo está ávido de espectáculos y acude a ellos porque se divierte cuando los disfruta y se divierte también cuando los cuenta a su regreso«3.

Parafraseando a Diderot yo preguntaría cual es en vuestra opinión el motivo que atrae a las acampadas… ¿La esperanza de un mundo mejor? ¿La solidaridad? Os equivocáis: este pueblo adoctrinado no es revolucionario ni siquiera solidario. A este desgraciado le mueve la agonía de no tener (o poder no tener) trabajo, nada más. Poned delante de él la miseria humana y veréis que las plazas están vacías. El pueblo sigue ávido de espectáculos y acude a ellos porque se divierte cuando los disfruta y se divierte también cuando los cuenta a su regreso.

Detrás de esa hipócrita solidaridad se esconde una de las mentiras sobre las que se cimienta la perversidad capitalista. Hemos llamado crisis al choque de la avaricia de políticos, especuladores y banqueros con la nuestra propia. Seguramente a algunos les chirríe leer cosas así y necesiten encontrar cierta justificación (Que fácil es redimirse con un «yo no soy de esos»). A otros ni les hará falta. El verdadero dilema surge cuando en mis palabras se aprecie la descripción del vacío ético en el que nos encontramos. Es por esto que mi consideración tiene entre sus objetivos plantear la necesidad de incorporar prácticas revolucionarias fuera del actual marco de «revolución legal» (¿un oxímoron democrático?), es decir, de nuevas formas de protesta que luchen contra todas aquellas injusticias que sobrepasen nuestro status quo particular. Vivimos en una sociedad que, como dijera Santiago Alba Rico, «no distingue entre las cosas de comer, de usar y de mirar porque se las come todas indistintamente4«. Sobre todo esto versaré en la próxima de mis consideraciones, ‘La crisis de clase, la clase de crisis’, teniendo como objetivo detectar los escasos medios de los que disponemos para «absorber realidad», es decir, ser capaces de bosquejar «lo que va mal» y entender la parcialidad inherente a eso que denominamos «crisis».

Volviendo al núcleo de mi análisis, me gustaría mencionar a los articulistas críticos o, incluso, conspirativos sobre el 15-M. La verdad es que mi naturaleza analítica no me hace ser demasiado amigo de la conspiración. Si bien el pensamiento crítico es el cuestionamiento subjetivo de lo que nos viene dado, la conspiración es la afirmación tanto de un móvil como de una autoría que no pueden ser demostradas. Por ello el pensamiento crítico y la conspiración pueden ser coincidentes en algunos casos pero su síntesis es sustancialmente distinta.

Por un lado están las tan de moda páginas de tendencia new age que poco aportan pero en todo participan en su anhelo de crear acólitos del «más allá». El fenómeno del 15-M no ha sido una excepción. Por otro lado hay varios artículos que, incluyendo información veraz, se ven salpicados por la mencionada característica fundamental de la conspiración (en este caso que el surgimiento y posterior gestión del movimiento 15-M han sido controlados por miembros del establishment político-económico). En cuanto a los articulistas críticos es reseñable Benjamín Balboa, el cual propone ciertas ideas con las que coincido plenamente: «Tómese un sistema agotado y corrupto, una población preocupada y empobrecida, pero llena de ilusiones de consumo y borracha de valores postmodernos inducidos por la televisión y la sociedad de consumo que ésta muestra, con los partidos tradicionales desprestigiados, los sindicatos comprados y la izquierda social inerme. Movilícese a la juventud con un discurso «buen rollista» y que busque la unidad, el cambio, etc, pero todo despolitizado, sin referentes históricos (…) Añada técnicas de comunicación modernas, buen diseño corporativo, animación sociocultural variada y ¿qué tenemos? Pues tenemos una Revolución Naranja.»

La paz del poder, la violencia del lenguaje

Los conocedores del pensamiento de Agustín García Calvo recordarán al filólogo zamorano en el titulo de este apartado. Y es que, excentricidades aparte, si algo le ha caracterizado es haber denunciado los múltiples engaños del lenguaje. En las conferencias que ofreció hace casi 20 años en Barcelona (transcritas en el libro Contra la paz. Contra la democracia) ya mencionaba el concepto ‘paz’ como herramienta de administración de la violencia. Sus reflexiones sobre la proyección engañosa del lenguaje son las que impiden generar el debate moral al que yo me remito y es que, si algo tiene la izquierda en su relación más pura con la filosofía, es su romántico humanismo del que yo me siento considerablemente seducido. La crisis del romance la vengo sufriendo desde que este «acaramelamiento» se ha ido convirtiendo en un constante chantaje emocional. La definición de violencia es una entelequia donde su mera mención conlleva automático rechazo y donde su rechazo es a su vez prueba irrefutable de su utilización ante el mediatizado jurado. Como bien percibía Schopenhauer en sus escritos, «para lograr que el adversario admita una tesis debemos presentarle su opuesta y darle a elegir una de las dos, pero teniendo la desfachatez de proclamar el contraste de forma estridente, de modo que, para no ser paradójico, tenga que decidirse por nuestra tesis que parecerá muy probable en comparación con la otra5«.

En otro orden de cosas, el filósofo americano John Zerzan (instigador de los incidentes en la contra-cumbre de Seattle en el año 1999, para muchos el inicio del movimiento altermundista) planteó la siguiente paradoja sobre los sabotajes a entidades corporativas, sedes bancarias y demás simbolizaciones del capital: «Si la propiedad no puede ser violada, ¿qué eso que llaman violencia?». Si bien admitimos esta tautología sobre la ausencia de lógica entre los conceptos de sabotaje y violencia, ¿es entonces este tipo de acciones legítima? ¿O es que quizás la todopoderosa ‘legitimidad’ es la contraposición de la justicia como valor universal? ¿Acaso era legítima la práctica del apartheid? ¡Pues claro que lo era! ¿Y eso la hacía justa? Según la ética mayoritaria evidentemente sí.

El pasado 14 de Junio, La Sexta Noticias abrió con las siguientes palabras los informativos sobre los incidentes acontecidos a la puertas del Parlament: «Lo ocurrido en Barcelona supone un desapego de muchos simpatizantes con el movimiento del 15-M. La empatía humana siempre va con la víctima y en esta ocasión las víctimas fueron los políticos6«. Si este lenguaje es tan fácilmente asimilado por los potenciales espectadores es porque el relativismo moral ha dejado paso a la anestesia reflexiva. La Sexta completó la noticia con un delicioso recurso persuasivo: «No lo decimos nosotros, lo dicen los expertos» (Sociólogos de varias universidades españolas en este caso). Los portavoces del 15-M acudieron rápidamente al auxilio de la indignación mediática con múltiples declaraciones para «desvincularse de los violentos», a cada cual más inverosímil.

No es que quiera defender las acciones agresivas que acontecieron en Barcelona como método (sobre ello versaré en el siguiente apartado) pero la armonía lingüística con la que nos deleito la orquesta mediática debería de resultarnos poco menos que estridente teniendo en cuenta el contexto de injusticia en el que vivimos. Si consideramos importante la labor de periodistas como Pascual Serrano en torno a la manipulación informativa, imprescindible es ser conscientes del engaño moral subyacente.

La resistencia no violenta

Mucho se ha escrito sobre la resistencia no violenta. Antiguos «terroristas» como Nelson Mandela, catalogados como tal por las Naciones Unidas, son ahora aclamados por los grandes productores de opinión. Sea como fuere, el engaño consiste en asociar «lo violento» con hechos y no con consecuencias. Todo acto violento tiene como denominador común algún tipo de daño contra un ser vivo, sea este del tipo que sea. Bajo esta sencilla definición vemos que el conjunto de hechos que habitualmente percibimos como violentos son increíblemente escasos mientras que cantidad de acciones que perfectamente encajan en la definición no tienen cabida en nuestro imaginario violento.

En primer lugar, como he dejado entrever antes, deberíamos librarnos de esa terminología tecnócrata de legalidad y de legitimidad. Creo necesaria una vanguardia social de activistas y agentes sociales que sientan la necesidad de debatir cuales son los límites de actuación hasta ahora axiomatizados. Una vanguardia contra la barbarie latente en esta paz ensimismada y, ante todo, una vanguardia que no repita errores sobradamente conocidos. Errores que no tienen porqué ser violentos pero que no son ni eficaces ni emancipadores. Por un lado no hay nada más previsible para los violentos (fuerzas represivas o del orden según argots) que los disturbios en una manifestación previamente convocada y, por otro lado, no hay porqué hacer partícipes a aquellos compañeros que ni conocen ni quizás apoyan los métodos elegidos por algunos.

Aunque no quiero hacer demagógicas condenas de la violencia como concepto indivisible que me niego a aceptar, quiero dejar patente mi convicción con todas aquellas formas de lucha que no agredan la vida humana. Hannah Arendt aportó, desde su visión de exiliada judía, una amarga dosis de disenso durante el juicio al dirigente nazi Adolf Eichmann ante las ansias de venganza del estado israelí. Su conocida tesis, «la banalidad del mal», es una referencia para entender la relación de la condición humana con la violencia. ¿Acaso cree alguien que el anti-disturbios, el especulador o el político se beneficia de algo a lo que nosotros no seríamos capaces en determinadas circunstancias?

La vanguardia indignada a la que hago referencia ha empezado a surgir en lo más profundo de decenas de personas que hacen frente a esa ignominia que llamamos desahucio. La ilegalidad popular está empezando a hacer frente a la legitimidad bancaria. ¿O más bien debería decir que es la legítima dignidad la que hace frente a la ilegalidad especuladora? Como ven tengo mis dificultades con los tecnocismos. 

El verdadero sujeto rebelde actúa bajo el más autoritario de los regímenes, el moral. Mi régimen interno ha reunido a su consejo de ministros particular para cuestionarse si el sabotaje contra las principales sedes bancarias, agencias de calificación y/o empresas multinacionales es en realidad un deber moral a ejercer. Es entonces cuando toma la palabra el ministro del miedo para avisar del inmenso poder del que disponen esos buitres carroñeros que califican de paz la más global de las violencias. De todas formas si el debate ético que me atañe tuviera la expansión necesaria, todo esto sería irrelevante porque la moral prioriza lo que cree que debe hacer a lo que presupone ocurrirá.

Por el contrario, los insaciables buitres a los que incesantemente llamamos ‘capitalismo’, tienen una peculiar antítesis por moral: Anteponen lo que suponen que va a pasar a lo que, siquiera tengo claro, creen que deben hacer. Es por ello que necesitan del monopolio de una forma de violencia que no aparece detallada en los manuales de ciencia política, que no necesita de porra alguna pero que, sin embargo, es un peligroso psicotrópico. Somos adictos a él, lo recetamos tanto como nos fue recetado a nosotros, y se prescribe bajo el nombre de obediencia.

No quiero hacer un manifiesto a favor de algo y mucho menos un panfleto insinuando nada. Esa labor corresponde a las ideologías, nunca al pensamiento. Lo que realmente me gustaría es incitar a una reflexión tan urgente como difícil. Slavoj Zizek afirmó que «o acabamos torturando las palabras o acabaremos torturando a las personas». Si en su frase sustituimos ‘palabras’ por todas y cada una de las instituciones de explotación y exterminio que nos rodean, ya tenemos un punto de partida.

Notas:

1  Aunque etimológicamente son sinónimos, actualmente se entiende por ética el estudio de la moral.

2 2/6/2011 Rebelión. «Medios, todólogos, augures y profetas del 15-M«. http://www.rebelion.org/noticia.php?id=129598

3 Diderot, Denis (1796 [2004]). Jacques el fatalista. Madrid: Alfaguara

4 2009/9/24 Kaos en la red. Entrevista a Santiago Alba Rico. http://www.kaosenlared.net/noticia/sujeto-historico-transformacion-antropologica-entrevista-santiago-alba

5 Schopenhauer, Arthur (1864 [1997]). Dialéctica erística o el arte de tener razón. Madrid: Trotta

6 2011/6/14 La Sexta Noticias: http://www.lasextanoticias.com/videos/ver/la_violencia_resta_apoyos_al_15m/440423

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