¿Qué es España? La pregunta tiene historia, infrahistoria y centenares por no decir miles de volúmenes en su haber (O en su debe, depende como queramos analizar esta narrativa algo rancia). Hace casi treinta años, le preguntaron al lógico, traductor, luchador y dirigente político comunista, maestro y filósofo Manuel Sacristán [1] por la cuestión. Vale […]
¿Qué es España? La pregunta tiene historia, infrahistoria y centenares por no decir miles de volúmenes en su haber (O en su debe, depende como queramos analizar esta narrativa algo rancia).
Hace casi treinta años, le preguntaron al lógico, traductor, luchador y dirigente político comunista, maestro y filósofo Manuel Sacristán [1] por la cuestión. Vale la pena recordar su aproximación [2]:
«Estaba yo pensando profundamente en todo eso cuando me llegó un sobre voluminoso con el membrete de El País. ¡Cáspita! me dije, como si estuviera traduciendo el Cuore, esta carta debe ser muy importante, a juzgar por su remitente y por lo gorda que es. Abrí el sobre y vi que era una carta con título. Y qué titulo. A saber. «¿Qué es España?».
Me precipité a consultar el Ferrater, para ver si don Miguel de Unamuno, o don José Ortega y Gasset, don Ramiro de Maeztu, o incluso don Ángel Ganivet (todos esos autores son inevitablemente «don») estaba todavía vivo. Comprobé que no.
Por otra parte, la carta no da muchas pistas para responder a la pregunta; es verdad que dice que España no es una unidad de destino en lo universal, pero eso no me lo resuelve todo, porque también podría ser un dolor, o un enigma histórico, o un problema, o un sin-problema, o incluso un invertebrado.
Ni tampoco contribuye mucho a resolver la cuestión el encomiable ejemplo de las democracias occidentales ante las que se postra la carta al exhortarnos a adoptar «la perspectiva moderna con que, con la ayuda de la razón crítica, los países más civilizados afrontan sus problemas». Es obvio que la Gran Bretaña es un país de los más civilizados, por lo menos desde que Asterix y sus amigos enseñaron a los anglos a tomar el té. Entonces, la razón crítica que según El País , nos permitirá descubrir qué es España ¿tendrá que ver con la muerte por inanición de algún preso del IRA? O tal vez con algún bombazo corso, ya que también Francia es un país muy civilizado.
Consulté el diccionario de María Moliner, cosa siempre recomendable. Y en la página 1199 de su primer volumen descubrí que la autora no se atreve a definir «España». Pero, sin decirlo, explica, en realidad, por qué no define, enjaretándonos la retahíla de términos que transcribo sólo parcialmente: «alanos, arévacos, ártabros, astures, autrigones, bastetanos, benimerines, béticos, cántabros, caporos, cartagineses, celtas, celtíberos, cerretanos, cibarcos, contestanos, cosetanos, deitanos, edetanos, fenicios, godos, iberos, ilercavones, ilergetes, iliberritanos, ilicitanos, ilipulenses, iliturgitanos, indigetes, italicenses, lacetanos, layetanos, masienos, moriscos, mozárabes, numantinos, oretanos, pésicos, saldubenses, santones, suevos, tartesios, tugienses, turdetanos, túrdulos, vacceos, vándalos, várdulos, vascones». Entonces me puse a pensar profundamente sobre todo eso.»
Sin ningún ánimo de comparación, el resultado estaría cantado, podemos intentar otra aproximación con menor punta y de mucho menor interés. La siguiente:
«La España oficial, cañí y olé es un país (de países) en el que el 21 de agosto de 2011 [3], acudieron a la misa que dio fin a la noche de vigilia en la que cientos de miles de jóvenes de (casi) todo el mundo -y no siempre con modales exquisitos- durmieron en el aeródromo de Cuatro Vientos esperando -dentro de la Jornada Mundial de la Juventud, generosamente subvencionada por el gobierno del país- su último encuentro con el papa católico, apostólico y romano Benedicto XVI, ex Joseph Aloisius Ratzinger el Inquisidor, las siguientes «autoridades» (la lista no es completa): los Reyes borbónicos de España, los ministros «socialistas» José Blanco y Ramón Jáuregui; la presidente de la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre y Gil de Biedma; el alcalde de la ciudad, Alberto Ruiz-Gallardón y el ex presidente del gobierno José María Aznar. En contraposición significativa, en ese mismo país y en esa misma ciudad, el día siguiente, 22 de agosto de 2011, por primera vez en su historia, se inició el Congreso de la Unión Internacional de Cristalografía, 25 Premios Nobel han sido cristalógrafos hasta la fecha [4], efemérides científica a la que no acudió ningún representante político -tampoco la ministra de Universidades- ni a la sesión inaugural ni, por supuesto, a ninguna de sus sesiones.
Por si faltara algún átomo castizo, en esa España oficial, una y grande, el ex presidente de gobierno José María Aznar, un político neofranquista y neoliberal de extremísima derecha que carece de tod atisbo de escrúpulo poliético, ha propuesto a José María Fidalgo, el que fuera durante unos ocho años secretario general de Comisiones Obreras -el sindicato, el resistente movimiento sociopolítico antifranquista de Marcelino Camacho, Cipriano García y de tantos héroes obreros- como Ministro de Trabajo en el futuro gobierno del PP presidido por el ilustrísimo notario del Reino don Mariano Rajoy.
Notas:
[1] Sacristán no fue, por supuesto, ningún anti-español. En 1979, ante la fuerte ofensiva del nacionalismo catalán, este sí fuertemente antiespañol, cuyo resultado sociopolítico y cultural es cada vez más evidente, comentó: «[…] porque España no es propiedad de los reaccionarios. Yo me siento y soy español aunque fuera de una España pequeña que limitara con los Picos de Europa, Andalucía, Galicia y el área catalana. Porque España no es una ficción, es la nación de mis padres y abuelos, de Garcilaso, de Cervantes…» («Manuel Sacristán o el potencial revolucionario de la ecología», Tele Exprés , 2-6-1979).
[2] «Otra página del diario filosófico de Filóghelo»,mientras tanto, nº 18, 1984, pp. 151-152.
[3] Manuel Ansede, «Premio Nobel para la ‘Alambra atómica», Público, 6 de octubre de 2011, pp. 32-33.
[4] Manuel Ansede: «[cristalografía] una disciplina en la vanguardia del conocimiento que estudia cómo se disponen los átomos en un material; por qué el grafito es diferente del diamante si ambos están hechos de carbono…».
Salvador López Arnal es colaborador de El Viejo Topo y discípulo de Francisco Fernández Buey
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