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La enseñanza de la Historia: una responsabilidad compartida

El problema fundamental (II)

Fuentes: Rebelión

Las rectificaciones se notan en muchas escuelas. Me llenó de satisfacción constatar el dominio que tenían y la orientación certera que realizan de los ejes de la historia nacional, la directora y el claustro de profesores de la Escuela Primaria Simón Bolívar, en la ciudad de Holguín. Aquel centro escolar del oriente cubano que visité […]

Las rectificaciones se notan en muchas escuelas. Me llenó de satisfacción constatar el dominio que tenían y la orientación certera que realizan de los ejes de la historia nacional, la directora y el claustro de profesores de la Escuela Primaria Simón Bolívar, en la ciudad de Holguín. Aquel centro escolar del oriente cubano que visité a principios de año, se destaca junto con su perspectiva de la enseñanza de la Historia, por la concepción de integración del trabajo disciplinar y pedagógico, por la organización y belleza que a la modestísima instalación transmiten sus trabajadores, estudiantes, padres y madres. Es lo que debe ser.

La pasada semana asistí a la preparación metodológica, que realizaban los responsables municipales de la disciplina en la capital, y constaté la minuciosa y profesional labor que se despliega. Hay un certero enfoque sobre la articulación de la historia local con los contenidos del programa general, y en tal tarea se destaca de manera particular el municipio La Lisa.

El problema no está ahora en la falta de proyección y proposición del sistema MINED. La orientación certera existe y es suficiente para una buena re-arrancada. El problema fundamental está en cómo llegan, se traducen y realizan esas orientaciones en cada aula, frente a cada colectivo de niñas, niños y jóvenes.

Hay quien le da un peso sustantivo al hecho de la titulación, que sin dudas influye, porque tenemos una significativa cifra de maestros no graduados y personas reorientadas, que nunca se prepararon profesionalmente para el ejercicio de la enseñanza de la historia. Pero en mi opinión el problema fundamental, como en muchas otras esferas de la vida cubana, pasa por el cambio de las mentalidades, de los métodos y estilos facilistas de repetir el mal ser y hacer.

El lastre de las tradiciones negativas es siempre un fardo pesado en las espaldas de los hombres y mujeres, afirmaba el genial Vladimir Ilich Lenin. Se pueden hacer nuevos programas y nuevos textos, pero si la mentalidad de quienes tienen que trabajarlos, orientarlos e impartirlos se mantiene estática, no hay cambio y se repite lo anterior.

La subvaloración de la disciplina anida aún en la conciencia y el actuar no pocos directivos y funcionarios escolares, que sustentan -y actúan- bajo la máxima de que el problema de la enseñanza de la historia es solo de los responsables y profesores de la disciplina. Ahora mismo, en no pocas escuelas, los estilos y las formas del mal hacer se metamorfosean a la hora de aplicar las rectificaciones en curso.

La conciencia rutinaria transmuta lo acertado de las actuales orientaciones, al mismo esquema que le antecedía. Se imparte historia no por lo más actualizado, sino por las malas prácticas adquiridas en la propia formación escolar. Los actuales maestros de historia son tan deficientes como lo fuimos una buena parte de sus maestros. Muchos de los errores que hoy distingo tanto en el orden didáctico como en el dominio de los contenidos, son los mismos que yo cometía cuando con 16 años y diez grados de educación general, la coyuntura y el deber me llevaron a enfrentarme a un aula de adolescentes, para impartirles en la tarde, la historia que leía y «preparaba» en tarjetas por la mañana.

Hay que entender las coyunturas adversas que transitamos, y trabajar con quienes tenemos en las aulas, pero nada justifica que repitamos los mismos errores, en condiciones culturales y sociales que son infinitamente superiores, cuando contamos con recursos humanos de base muchísimo más capacitados, y tenemos en el país, en todas las provincias, colectivos de doctores de la pedagogía y las ciencia de la educación de nivel mundial. La opción de tener ocupada un aula con una persona que no es idónea, por el criterio de que al menos adelante «el programa», es hoy por hoy uno de los desaciertos que más deterioro educacional y moral causan al sistema educacional y a la formación histórica en particular.

Las bajas matrículas de bachilleres en nuestras universidades pedagógicas no apuntan a una solución perspectiva por la vía de la formación. Regresó con una significativa matrícula la formación media de maestros. Ahí están los educadores de la próxima década, los estudiantes-trabajadores de las universidades en los próximos lustros, pero pensemos desde ahora, qué vamos a hacer para que estos adolescentes a diez-quince años vistas, cuando estén en dominio de un título universitario, y en mejores posibilidades de aportar a la educación, no nos abandonen en masa, como lo han hecho los miles que formamos en las escuelas similares que teníamos en los primeros decenios de Revolución.

No obtendremos resultados palpables y duraderos sino nos planteamos una de las razones de última instancia que gravitan sobre la educación nacional. La falta de conocimiento histórico y la situación de la enseñanza, el éxodo de maestros y maestras, el que no tengamos matrícula suficiente en las universidades pedagógicas, y que recurramos con un mínimo de exigencias a la primera persona que aparezca; tienen en su base una realidad problémica mucho más crucial. El asunto central está en la devaluación que ha tenido la profesión de maestro y maestra.

Sobre las soluciones

Debemos romper el círculo de pobreza profesional en sus propias fuentes de reproducción. Ahora sabemos que la falta de maestros puede comenzar a resolverse si cambiamos los conceptos y buscamos en la pedagogía y en la sociedad -en la ciencia y la conciencia- los mejores cursos de actuación. Estoy convencido que pueden hallarse para cada caso puntual, las soluciones pertinentes. Pero esta oportunidad está estrechamente unida a un grupo de procesos cualitativos que deben realizarse al interior del modelo pedagógico, organizacional y directivo de la educacional nacional.

La Universidad pedagógica debe siempre marchar junto al aula de la escuela. Los docentes universitarios se miden, re aprenden y enaltecen, cuando demuestran en la clase con los niños y niñas, adolescentes y jóvenes, la teoría y la experiencia que refieren en sus cátedras. Pero tal presencia en la escuela debe responder a un proyecto de desarrollo pedagógico, a un diseño de investigación, de puesta en práctica o validación de resultados de ciencia o innovación; no a la urgencia de cubrir un aula que carece del maestro. Si los docentes de la Universidad hacen el trabajo de la escuela, no realizan su función sistematizadora, investigativa y proyectiva.

Las bajas matrículas de bachilleres en las carreras pedagógicas deben constituirse en un tema principal para la evaluación científica y el diseño del trabajo vocacional en los preuniversitarios. Hay que preguntarse si las y los jóvenes que se están formando para maestros lo hacen por coyunturas personales, familiares o económicas, o por vocación, y con los datos de ciencia, planificar y realizar la labor formativa. Tareas estas que están en la misión central de una universidad pedagógica.

La excelencia de los profesores universitarios, se constituye en un factor decisivo para la formación vocacional y profesional de los estudiantes. La inmensa mayoría de mis compañeros y compañeras de generación asumimos la carrera pedagógica, compulsados por nuestro posicionamiento político, muchos -entre los que me encontraba- pensábamos cumplir el compromiso, «la tarea», pero aspirábamos luego a seguir «nuestras vocaciones», entonces muy distantes del ejercicio magisterial. Fue la generosidad y la magia, el saber y la altura de nuestros profesores, el que produjo el cambio, que nos hizo amar la profesión, sentirla con orgullo y responsabilidad.

Ha vuelto la carrera de Historia a las universidades pedagógicas. El diseño del currículo satisface a las y los colegas. Hay muchas más horas para las disciplinas de contenido propiamente histórico, y ello regocija y premia, a quienes mantuvieron en medio de incomprensiones y subvaloraciones, una lucha perenne por la especialidad. Se impone el fortalecimiento de los colectivos de especialistas, y tener en cuenta que el mayor estímulo de un maestro de historia, es contar con una buena base bibliográfica para su preparación y la de sus alumnos.

La reciente Mesa Redonda sobre la educación realizada por la televisión cubana, nos dio muy buenas noticias, pero no vi reflejada la urgencia de nutrir a las bibliotecas de las universidades pedagógicas y escuelas formadoras de maestros, de los textos de historia imprescindibles para elevar el proceso, que hoy carecen. Los textos clásicos por los que estudió mi generación y que en perspectiva conservan sus valores, no se han vuelto a publicar. La pobreza es casi absoluta si nos referimos a qué poseen las bibliotecas sobre la historiografía publicada por editoriales cubanas en las últimas dos décadas. Nada que decir de la no existencia de literatura especializada de autores de América Latina, el Caribe y el mundo.

El próximo año celebraremos el centenario de Julio Le Riverend Brussone (1912-1998), y pienso que un homenaje que le debemos, es la reedición para el estudio en las carreras de formación de profesores de Historia, de sus seis tomos de «libros rojos». Aquellos textos de Historia de Cuba publicados entre 1973 y 1978 por la Editorial Pueblo y Educación, unieron la excelencia del historiador cubano más importante de la segunda mitad del siglo XX, con el hacer pedagógico de un destacado colectivo de pedagogos. Pienso que esta obra inexplicablemente desechada por el sistema de la educación general, brindó la mejor colección de textos para el aprendizaje de la historia que hemos tenido en nuestro país. Hoy es una joya rara, imprescindible si de aprender a hacer libros para escolares se trata.

El sistema de la educación precisa remodelar su relación con la sociedad civil revolucionaria. Si defendemos el concepto de que la educación es una tarea de todos, la participación de la familia y de las organizaciones de la comunidad, el municipio y la provincia, no solo puede circunscribirse al acompañamiento y el apoyo al proceso pedagógico. El sistema de la educación tiene que abrirse a la participación propositiva del conjunto de la sociedad, y en tanto democratizar la toma de decisiones. Cuando estamos en vísperas de conmemorar el 50 aniversario de la Campaña Nacional de Alfabetización, bien valdría reevaluar los mecanismos que entonces hicieron posible el triunfo. Adelanto que las olvidadas experiencias de los Consejos Municipales de Educación, y de las Comisiones Alfabetización que llegan hasta el nivel del barrio, la fábrica o cooperativa, tienen aún mucho que decir1.

Nuestra educación necesita barrer definitivamente los métodos bancarios2, profundizar en la filosofía y principios pedagógicos martianos3, desarrollar una escuela más participativa, con métodos dialógicos que promuevan la relación sujeto-sujeto y el intercambio de saberes. En la enseñanza de la Historia aspiramos a un aprendizaje significativo, donde el estudiante participe en la creación del conocimiento. Aún no crece esta nueva cualidad en extensión y profundidad, pero ya se anuncia en no pocos espacios pedagógicos.

La Organización de Pioneros José Martí, la Federación de Estudiantes de la Enseñanza Media (FEEM) y la Federación de Estudiantes Universitarios (FEU), incorporan la investigación escolar y el latido de los corazones de los colectivos de pioneros y estudiantes. Es cierto que el disfrute de la historia no moviliza a grandes mayorías juveniles, pero a diferencia de lo que comúnmente se escucha sobre el descreimiento de parte de la juventud, cada vez me sorprende más cómo crecen Este es pues un camino prometedor para trabajar con la inteligencia y el sentimiento de nuestros jóvenes.

La peculiar realidad de la contemporaneidad cubana, precisa también de nuevas decisiones con capacidad de solucionar los nuevos retos. Desde las insuficiencias del sistema, el mercado llegó para fracturar la equidad alcanzada y toda privatización de la oferta educativa, por mínima que sea, nos aleja de la reproducción socialista. Sin embargo, la fórmula socialista que exige la máxima entrega de todos a la obra común, y remunera a cada cual según los resultados, la cantidad y la calidad de su trabajo, puede y debe crecer en el sector de la educación.

El socialismo cubano camina con paso firme para resolver los desaciertos del falso igualitarismo. La Revolución nos dio oportunidades de educación y desarrollo, sin dudas no todos tuvimos el mismo punto de partida, pero la expresión concreta de los beneficios colectivos para unos y otros, se realizó en las individualidades, pasa por las inteligencias múltiples de cada sujeto, y más por la dedicación al estudio, la capacitación y auto superación continua, y definitivamente, por la naturaleza de cada persona, por las aptitudes, predisposiciones, y proyecciones que asuma. En el mundo y cada día más en nuestro país, una posición laboral se logra, solo cuando el aspirante -titulado o no- demuestra el dominio profesional, y las cualidades que posee para la función que va a realizar. A diferencia, en el sistema de la educación general contratamos desde la prisa de la vacante.

No basta para ejercer de maestro de historia -o de cualquier otra disciplina-, la integridad ciudadana y el título de bachiller, tampoco «graduarse» de la universidad. Hay que lograr en lo inmediato que cada profesor y profesora de historia, demuestre en la práctica ante tribunales de especialistas, el dominio de los contenidos del grado. En el tránsito desde el estado actual al deseado, resultará imprescindible colaborar, con quienes estén dispuestos por la vía del autoestudio a superar los vacios históricos que tengan, o de lo contrario en un plazo previamente establecido no podrán ejercer. Es decisivo que quien asuma la misión de educador, demuestre sus aptitudes, sienta el placer y la responsabilidad de su cargo, más en el caso del profesor o la profesora de historia. Y proponernos que sin estos prerrequisitos, no se pueda ocupar ni mantener una plaza en nuestras escuelas.

En el caso de la educación, hay que establecer la evaluación sistemática donde el docente demuestre dominio de la materia y su metodología, progresos en la superación y resultados tangibles. La olvidada historia de la educación cubana tiene mucho que decir en este y otros aspectos. Hay que volver a un sistema de competencia por méritos y resultados, y limitar el nombramiento por decisión superior unipersonal de un director. Ahora tenemos Maestrías y Doctorados, muy bien, pero todos los docentes debemos demostrar en el aula nuestra maestría, y sin dudas el que realmente esté más capacitado saldrá mejor.

Coincido con el profesor Nicolás Garófalo Fernández, autor de un valioso estudio sobre la superación de maestros en la república4, que subraya el valor de las oposiciones como fuente y motor de la superación profesional y humana. Garófalo Fernández recuerda con tino cómo en los debates de la Constituyente de 1940, Juan Marinello Vidaurreta (1898-1977) y Jorge Mañach y Robato (1898-1961), tan distantes en lo ideológico, como ocupados ambos en los destinos de la nación, coincidían en estos temas de la evaluación de la gestión magisterial.

En 1959 la Revolución creó 10 mil nuevas aulas. Los aspirantes a estas plazas, estuvieron de acuerdo con aceptar la mitad del sueldo, pues el defalcado Estado que se heredó, solo tenía recursos para pagar los primeros 5 mil nombramientos. En aquellas circunstancias, con miles de niños y niñas sin escuelas, con la expresa voluntad política de cumplir con rapidez el programa del Moncada y poner fin definitivamente a la falta de maestros, la insigne fundadora Dulce María Escalona Almeida  (1901-1976), recién nombrada Directora de Educación en la Habana, no vaciló en organizar las oposiciones para cubrir las nuevas aulas.

Lo que puede y debe ser

Una gran deuda que tiene la dirección de la educación cubana, es no haber priorizado la investigación y conclusión de la primera versión de la Historia General de la Educación Cubana. No ha sido por falta de propuestas, porque colectivos de pedagogos como los liderados por los doctores Rolando Buenavilla Recio y Justo A. Chávez Rodríguez en la Universidad Pedagógica Enrique José Varona y el Instituto Central de Ciencias Pedagógicas respectivamente, han avanzado en esta labor, y publicado varios textos 5 . Estos esfuerzos realizados por colectivos del MINED y el apoyo de la Oficina del Historiador de la Ciudad de La Habana, al proyecto colosal de 10 tomos de Educación en la Colonia, escritos por Enrique Sosa Rodríguez (1930-2002) y Alejandrina Penabad Félix 6 , nos dejan pendientes la historia general de la educación cubana durante la República y la Revolución. También la formación de las y los nuevos profesores de Historia sigue -como en mi época de estudiante- con la acusada falta de un texto de Historia de la Educación en el mundo, que por demás priorice la aportación caribeña y latinoamericana.

Entre las urgencias está la incorporación de los consensos historiográficos ya validados desde la academia cubana. La docencia precisa de un distanciamiento del último aporte de ciencia, de la espera por la imprescindible validación en la comunidad académica, pero la lentitud en la incorporación de los nuevos conocimientos, incluso de los que ya pasan «de nuevos» no debe continuar. Para perfeccionar la enseñanza de Historia Antigua de Cuba existe una buena propuesta. Un grupo de investigadores del Departamento de Arqueología del Instituto Cubano de Antropología ha creado un excelente cuaderno con un enfoque dirigido a la enseñanza básica7. Después de recorrer otros espacios de validación, el XX Congreso Nacional de Historia en febrero pasado, premió este trabajo como uno de sus más relevantes logros de ciencia, los compañeros y compañeras del MINED presentes, consideraron la valía y pertinencia del texto propuesto, sin embargo aún no sabemos cuándo esta obra estará en nuestras escuelas.

Fernando Martínez Heredia, ha subrayado la paradoja que significan los enormes avances por complejizar y profundizar las investigaciones históricas, y su expresión en obras escritas de gran valor, y el escaso impacto que esto tiene en su socialización a todos los niveles, desde la escuela hasta los medios masivos de comunicación. Como resultado de ello se produce una ruptura entre la historia de calidad consumida por grupos de especialistas y la historia muchas veces mediocre y trivial que se destina a amplias capas de la población. El efecto no es solo el desinterés por el conocimiento de la historia nacional en sectores estratégicos de la sociedad, como son los estudiantes y jóvenes en general, sino que sus consecuencias pueden ser peores a largo plazo. En este sentido Martínez Heredia apunta sagazmente como, en medio de una poderosa ofensiva ideológica y cultural del capitalismo contra el proceso socialista cubano: Una Historia tan deficiente y poco capaz de servir para comprender el devenir del país y su presente no tendría fuerzas para aportar al pueblo sus hechos y sus ideas8.

La amplitud del fenómeno de referencia, precisa de respuesta partidistas y gubernamentales de carácter multisectoriales. En lo que al sistema de la educación nacional se refiere, considero que se pueden apreciar avances. Hay conciencia de la situación y voluntad de diálogo por parte de los directivos de la educación nacional. En los últimos meses han participado de varios debates en la Unión de Escritores y Artistas de Cuba y en la Unión Nacional de Historiadores de Cuba. Sin embargo, faltan más acuerdos y sobre todo nuevas acciones concretas: La recuperación efectiva de los colectivos de autores, con la presencia de maestros de base, metodólogos, investigadores y especialistas; las asesorías; la participación de los docentes en cursos y postgrados de actualización; y el diseño de una maestría de perfil pedagógico que tenga en su centro las necesidades de la especialización de las disciplinas históricas, pueden ser acciones inmediatas a concretar.

También hay un avance notable en el vínculo con los museos y bibliotecas. Existen convenios en casi todos nuestros municipios con los museos y bibliotecas territoriales, y este es un campo que crece y promete incorporar una calidad a la enseñanza de la historia en el país. Si se repasan el programa y las memorias de los últimos congresos provinciales y nacionales de Historia, o los eventos que realizan los colegas que trabajan en el rescate, conservación y promoción del patrimonio de la nación, se podrá constatar el incremento del protagonismo de los museólogos, documentadores y bibliotecarios en la enseñanza de la historia. La excelente iniciativa de las aulas en los museos del centro histórico de la Habana y en otras capitales provinciales, se extiende ya hacia muchos museos municipales, con un apreciable conjunto de acciones concretas que impactan en el conocimiento de los escolares, sus padres y madres, y la población en general. Quien quiera tener un apreciación de cómo crece la pedagogía cubana y la enseñanza de la Historia en el mundo de los museos, puede visitar entre otros, los museos de Regla y Guanabacoa en la capital.

Notas

1 Ver: Felipe de J. Pérez Cruz: La alfabetización en Cuba. Lectura histórica para pensar el presente, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2001.

2 Nos referimos a la educación tradicional, jerárquica y unidireccional. Ver: Felipe de J. Pérez Cruz: Paulo Freire and the Cuban Revolution, Learning in Community, Edited by Laura Servage, University of Alberta, Canada, 2007.

3 Ver: Felipe de J. Pérez Cruz: El proyecto educativo martiano. Docencia. Revista de Educación y Cultura, Lima, Año II, No. 6, noviembre del 2002 (ps. 50-56).

4 Nicolás Garófalo Fernández: La superación de los maestros en Cuba: (1899 – 1958), La Habana: Editorial Pueblo y Educación, 1998.

5 Ver: Rolando Buenavilla Recio y otros: Historia de la Pedagogía en Cuba, Editorial Pueblo y Educación, La habana, 1995; Justo A. Chávez Rodríguez. Bosquejo histórico de las ideas educativas e Cuba, Editorial Pueblo y Educación, La Habana, 1996.

6 Enrique Sosa Rodríguez y Alejandrina Penabad Félix: Historia de la Educación en Cuba, Editorial Pueblo y Educación-Ediciones Boloña, La Habana 1997 y siguientes

7 Ulises M. González Herrera, Giselda Hernández Ramírez y Gerardo Izquierdo Díaz: Cuaderno de Historia Antigua de Cuba. Un enfoque dirigido a la enseñanza básica, Departamento de Arqueología, Instituto Cubana de Antropología, La habana, 2011, inédito

8 Fernando Martínez Heredia, Combates por la historia en la Revolución, citado por Felix Julio Alfonso: Las armas secretas de la historia: balance, perspectivas y desafíos de la historiografía cubana en cincuenta años de Revolución, La Habana , 2009, p 40, http://laventana.casa.cult.cu/pdf/armas.pdf

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.