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Reapropiando (II)

Proceso Constituyente

Fuentes: Hablando República

En el debate sobre los métodos para lograr el cambio social, se han propuesto tantos caminos como partidos y grupos componen la izquierda. Desde la insurrección a la huelga general revolucionaria, de la conquista por las urnas al foquismo guerrillero, del entrismo a los pactos sociales,… cada uno ha servido, o no servido, dependiendo de […]

En el debate sobre los métodos para lograr el cambio social, se han propuesto tantos caminos como partidos y grupos componen la izquierda. Desde la insurrección a la huelga general revolucionaria, de la conquista por las urnas al foquismo guerrillero, del entrismo a los pactos sociales,… cada uno ha servido, o no servido, dependiendo de las circunstancias de cada país y de sus propias sinergias sociales.

Tradicionalmente el movimiento obrero ha pensado que los detentadores del poder no se lo van a dejar arrebatar sin lucha, de ahí la creencia en que aunque se use tácticamente la batalla electoral, será finalmente inevitable la confrontación armada.

Si echamos un vistazo a la historia más reciente, hay un momento que los historiadores consideran clave por ser lo más cercano al paso del antiguo régimen a lo contemporáneo. La Revolución Francesa, con su precedente en el Régimen del Contrato Social Inglés, instaura un nuevo marco legal donde desarrollar la legitimidad del ejercicio del poder ciudadano.

El Régimen Constituyente se inspira en los enciclopedistas de la Ilustración bajo los principios de la Razón, la Igualdad y la Libertad, siendo las posteriores Revoluciones Liberales las que provocan la ruptura con el Absolutismo real, sus privilegios aristocráticos feudales y el colonialismo.

El nuevo poder constituyente dibuja una nueva relación social basada en un poder público que no se legitima por la ascendencia del nacimiento o la teocracia sino por la construcción de un sujeto colectivo: El pueblo soberano.

En la eterna discusión sobre dónde reside la soberanía que legitima el ejercicio del poder, se sustituye al Soberano por el Pueblo, el súbdito sumiso sujeto a una autoridad superior por el Ciudadano como ser, sujeto de derechos, incluida el de la participación política.

La Declaración de Virginia (1775), en el marco de la Revolución Americana, afirma que «Todos somos libres e independientes», «Tenemos derecho al gozo en la vida» Y que «Todos los funcionarios son sirvientes del pueblo y en todo momento son responsables ante él». Los Derechos del Hombre y el Ciudadano de La Revolución Francesa, llevan este espíritu de igualdad y justicia a cotas no conocidas con anterioridad y a la vez arrebatan el ejercicio de la defensa a los nobles y mercenarios, limitando además el poder de la Iglesia al instaurar un Estado Laico de ciudadanos donde descansa la Soberanía Nacional.

Ambas son revoluciones precursoras que recogen y dan marco legal al derecho de los pueblos a la rebelión contra la opresión o la tiranía. Derechos que son, hasta el día de hoy, parte del alma de todos los movimientos populares de liberación.

A partir de ese momento, no hay cambio social en la historia que no haya llevado aparejado la creación de un poder constituyente que elaborara un marco donde desarrollar nuevas formas políticas y sociales. Así se recoge en la Constitución de Cadiz (1812), en la abortada Constitución Federal de la I República Española (1874), en el proceso constituyente de los Soviets obreros y campesinos en la Revolución de Octubre o en la propia Constitución de la II República Española cuyo primer artículo habla de un República de Trabajadores.

Por contra, la Constitución que hoy supone nuestro marco actual es una Constitución hecha, no por el pueblo ciudadano como sujeto de soberanía, sino por los que detentaron el poder a partir de un golpe de estado que dio paso a una cruel Dictadura Militar y su aspiración es funcionar como barrera antiincendios contra el fuego que, después de cuarenta años de persecución política, se empezaba a avivar. Una voladura controlada de un poder que tras crecer con el Eje nazi-fascista se parapetó en el anticomunismo atlántico y sobrevivió del lado estadounidense en el marco de la guerra fría.

A pesar de ser aprobada por mayoría, es la expresión condicionada del miedo en medio de una gran crisis económica (del petróleo), con las redes contrainsurgentes de la OTAN (Gladio) que llevaba a cabo acciones agresivas (atentados, guerra sucia, …) para evitar el acceso al poder a los partidos comunistas en Europa (Italia, Portugal,…), en un momento de partidos de oposición y sindicatos debilitados por la lucha clandestina y con una estructura institucional franquista inalterable e inalterada, que coloca al nieto del rey, expulsado por el pueblo en 1931, como garante de una continuidad que permite, con barniz democrático, la supervivencia del mismo poder y los mismos negocios con diferente cara. Atado y bien atado.

Evidentemente hay un avance en las libertades y un paso de gigante en las garantías individuales y colectivas, pero también hay un dique de contención ante cualquier intento de cambio real del statu quo.

Una corona incuestionable, inmune y no electa, un sistema electoral que favorece el bipartidismo, atribuciones excepcionales del ejército en momentos de crisis social, … además de vendernos durante casi treinta años una imposibilidad de reforma de cualquier tipo que no es tal, cuando por cesión de la soberanía ante los dictados del poder financiero, se reforma, sin partIcipación popular, en 2011 para blindar la prioridad del pago a la deuda creada por la usura privada.

Un debate que incluya un proceso constituyente resurge de nuevo cuando en Latinoamérica después de los años de la miseria y la violencia que supusieron las agresiones del FMI y el Banco Mundial del Consenso de Washington, los movimientos populares de varios países consiguen convertirse en «fuerzas destituyentes» de los poderes al servicio foráneo-financiero e iniciar Procesos Constituyentes de ruptura bajo la misma inspiración de las primeras revoluciones contra el Absolutismo de raíz feudal, logrando un respaldo en los refrendos del 75% en Ecuador o del 90% en Bolivia, por poner dos ejemplos.

No es extraño, pues, el virulento ataque de los grandes medios ante esa recuperación de soberanía que afecta principalmente a la gestión de los recursos naturales que depredan las multinacionales radicadas en el llamado Primer Mundo, que deben aceptar otras condiciones o incluso renunciar al expolio puro y duro.

Tampoco sorprende la revisión cultural que hacen «primeros espadas» de la derecha liberal contra la herencia cultural y política de la Revolución Francesa. Los que representan a la nueva, pero vieja, Aristocracia Financiera temen que los Súbditos se conviertan realmente en Ciudadanos que quieran ejercer su soberanía no como una ilusión hológrafica sino REAL.

Salvando las distancias, adecuando a nuestra realidad y con vocación de futuro, quizás sea el momento de ir empezando a trabajar en común y con la sempiterna necesaria generosidad, en el horizonte de un Proceso Constituyente que devuelva el sujeto de la SOBERANÍA real, al pueblo formado por ciudadanos y ciudadanas LIBRES.

Artículo realizado por Javier Couso , como continuación a «Reapropiando (I): Soberanía Nacional«.

Fuente: http://hablandorepublica.blogspot.com.es/2012/04/reapropiando-ii-proceso-constituyente.html