El pasado 25 de septiembre, con la acción «Rodea el Congreso» se elevó la protesta al señalar los lugares del poder desde los que se hurta la democracia, pero esto supuso también que ese mismo poder aumentase la represión contra las manifestaciones. Vimos, y muchas vivimos, las detenciones, las identificaciones previas, la violencia física y […]
El pasado 25 de septiembre, con la acción «Rodea el Congreso» se elevó la protesta al señalar los lugares del poder desde los que se hurta la democracia, pero esto supuso también que ese mismo poder aumentase la represión contra las manifestaciones. Vimos, y muchas vivimos, las detenciones, las identificaciones previas, la violencia física y las cargas ampliamente documentadas; las torturas a los detenidos.
Hay que decir que la represión ha sido algo que ha acompañado desde el 78 al Reino de España, tanto de alta intensidad (terrorismo de estado, torturas, dispersión de presos) como de baja intensidad, que es la que nosotras sufrimos ahora de forma más visible. Aunque ya se practicaba, a muchas nos resulta nueva, nos asusta, incluso a veces no conseguimos ser conscientes de que estamos sufriéndola.
El análisis de la represión resulta una herramienta indispensable de defensa, dado que no se trata de episodios aislados, sino que es un elemento estructural del sistema. Este análisis debemos hacerlo entre todas, atentas a las estrategias que el poder va empleando con cada nuevo movimiento que hacemos.
Durante las últimas movilizaciones para rodear el Congreso, los días 23 y 27 de octubre, el poder persistió en su intención de asfixiar un movimiento de protesta incipiente, aunque minimizando el desgaste de imagen que las cargas del 25S supusieron para la policía. Las técnicas de represión que empleó el poder, sin sangre ni cargas masivas, fueron más sutiles esta vez:
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La guerra es la paz
Las manifestaciones se han desarrollado en medio de un despliegue policial nunca antes visto. La policía debe asegurar el derecho de reunión, no asediar, hostigar y limitar ese derecho mientras lo ejercemos. Con las furgonetas de los prodisturbios presentes por decenas en cada punto en el que iba a haber una concentración, el poder pretende dar la imagen de que somos un peligro para la población. «No nos olvidemos de que los policías son los buenos», ha dicho la Delegada del Gobierno, haciendo gala de un maniqueísmo que busca, mediante el despliegue policial y declaraciones como esa, convertir a todo el que protesta en «malo».
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La impunidad
Pese a la evidencia de las imágenes de la violencia policial, muchas declaraciones de diferentes políticos han ratificando insistentemente el trabajo de de la policía los días 25 y 29 de septiembre. El Ministro de Interior vertió frases de elogio como: «felicito a la policía, que actuó extraordinariamente bien» o «demostraron su profesionalidad en unas circunstancias muy difíciles y actuaron en defensa del Estado de Derecho». Esto responde a dos objetivos: implantar la impunidad para quien reprime, evitando así la exigencia de responsabilidades, y mostrar que el poder puede soslayar incluso sus propios códigos normativos cuando y contra quien quiere para instaurar el terror.
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Contar manifestantes
6.000 personas el 25S, 4.500 el 29S, 2.000 el 23O, 3.000 el 27O. Son las cifras de la Delegación del Gobierno de Madrid. El poder nos cuenta, para poder decir que cada vez somos menos, que no vamos a ningún sitio, que la lucha no tiene sentido. Para que pensemos que no tenemos opoción de ganar, que no tenemos poder para forzar el cambio. Pero es un relato falso. Muchas luchas que comenzaron siendo muy pocas personas han terminado por vencer: la revolución bolchevique, el movimiento 26 de julio en Cuba, Salvador Allende en Chile, el proceso constituyente de Ecuador o el reciente proceso constituyente de Islandia, por citar algunos .
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La trampa de la legalidad
La manifestación del día 25S fue acompañada de su correspondiente comunicación -no autorización, ya que por mucho que lo repitan, las manifestaciones no requieren autorización previa- y la del 27O no se comunicó. En la primera, la Delegación del Gobierno puso al convocante una multa de 6.000 euros, en la segunda identificó a 300 personas y ha dicho que pondrá otras tantas multas. Sea como sea, el poder siempre encuentra un resquicio legal desde el que reprimir.
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La creación de monstruos
Durante los días previos a las manifestaciones los medios de comunicación empezaron a hablar de «manifestantes de barcelona», «encapuchados», «grupos radicales», un monstruo contra el que poder justificar el uso de la violencia. Nosotras mismas nos hemos llegado a sorprender hablando de que siempre hay unos pocos violentos y no podemos hacer nada.
Como no pueden abatirnos a todas, crean una caricatura contra la que poder emplearse, y emplearnos -no olvidemos los sucesos del día 26, acusando a cualquiera que llevase capucha-,y mientras borrar del discurso los motivos de las protestas.
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Las multas
Frente a la violencia, a las cargas masivas, a los golpes y disparos, que suceden en un momento en el que todas nos encontramos juntas e iguales, las multas suceden en un momento distinto de la lucha. Si bien la identificación es durante la acción, las multas llegan diferidas en el tiempo, sin que podamos sentir a las compañeras tan cerca. A cada una le llega con su circunstancias, sus capacidades económicas y su situación familiar, lo que provoca desunión en la lucha. Incluso si no llegan, la incertidumbre y la ansiedad perduran en el tiempo.
Y también, igual que tras el 25S la violencia de los proditurbios copaba todos los dicursos, tras el día 27O las declaraciones de la Delegada del Gobierno sobre las 300 multas irrumpieron para volver a ocultar que el motivo era el proceso constituyente. Todos los medios de comunicación publicaron una noticia sin contrastar, ya que hasta ahora no se conoce que a nadie le haya llegado multa, pero que influyó tanto en el discurso que incluso ocupó nuestras propias reflexiones posteriores a la acción.
En definitiva, la estrategia del poder utiliza muchas formas de represión, que puede mudar según nosotros vamos avanzando en nuestra lucha. Debemos estar preparadas para detectarlas y analizarlas sin que desanimarnos, porque también es cierto que la ausencia total de represión implicaría nuestra integración en el sistema que pretendemos transformar, y entonces habríamos pasado a formar parte de aquello contra lo que hoy luchamos.
Es necesario saber que vamos a convivir con la represión, pero también que, aunque no la deseamos, es un indicador de que el camino que seguimos sigue siendo revolucionario, y que, aunque a veces nosotras mismas no nos lo creamos, el poder nos percibe como una amenaza real.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.