[Nota del editor: La primera parte de esta compilación fue publicada en castellano por Rebelión y en inglés por Cunning Hired Knaves (en traducción de Richard McAvealey) el pasado mes de agosto. Parte de estas nuevas contribuciones al proyecto fueron recibidas con anterioridad a los acontecimientos del 25 al 29 de septiembre]. ÍÑIGO ERREJÓN – […]
[Nota del editor: La primera parte de esta compilación fue publicada en castellano por Rebelión y en inglés por Cunning Hired Knaves (en traducción de Richard McAvealey) el pasado mes de agosto. Parte de estas nuevas contribuciones al proyecto fueron recibidas con anterioridad a los acontecimientos del 25 al 29 de septiembre].
ÍÑIGO ERREJÓN – @ierrejon
En España se está viviendo una crisis de régimen. No se trata (aún) de una crisis de Estado, puesto que las instituciones siguen funcionando, se mantienen el monopolio de la violencia y la regulación social, que siguen ordenando la cotidianidad y el conjunto del territorio del país. Pero tampoco es sólo una erosión de la legitimidad de las élites políticas y los principales partidos del sistema.
Los principales partidos del régimen político salido de la transición posfranquista han unido su suerte a la del agresivo programa de ajustes impuesto por las instituciones no democráticas que representan al capital financiero europeo. En ese tránsito, les han acompañado las principales instituciones de la sociedad civil, productoras del hasta ahora estable consenso del régimen. Este programa no sólo tiene el fin de facilitar el despojo económico y la redistribución de la renta de abajo hacia arriba, de lo público a lo privado y de dentro a fuera del país. Se trata también de toda una ofensiva política de reestructuración oligárquica de los equilibrios del Estado, que tiende a eliminar los contrapesos democráticos y sociales que habían marcado el compromiso de las principales organizaciones (partidos y sindicatos) que representaban a las clases subalternas integrándolas en el contrato político y social.
En el Régimen (una palabra de muy reciente y vigorosa entrada en el vocabulario político popular) se opera un cierre oligárquico, un repliegue autoritario que estrecha al máximo su pluralidad interna y expulsa cualquier demanda particular a la disyuntiva de la renuncia o de la confrontación política. El Régimen revela así con crudeza, en cada caso particular, que su naturaleza es ser tan feroz con los de abajo como servil con los de arriba: pone candados en los contenedores para evitar que los pobres recojan comida de la basura, desahucia familias, castiga a los manifestantes, mientras perdona las deudas a los especuladores, rescata bancos y premia a los más odiados representantes de la casta política endogámica.
¿Y, frente a este «partido del régimen», qué hay? Una cierta latinoamericanización de la política española, mucho miedo a la miseria, mucha rabia e mucha impotencia, quiebra de la confianza hacia los que mandan y sus «expertos», e importantes dosis de desorientación. Hay un terreno social fragmentado y cultural ambivalente, después de décadas de retroceso de las identidades colectivas subalternas, de los valores y las ideas de la izquierda. Pero también hay una tendencia hacia la conexión de las quejas particulares, de cada vez más sectores sociales y profesionales, en un sentido crecientemente destituyente, y aún muy tímidamente constituyente. Hay una idea difusa pero en extensión de que la mayoría golpeada por las inútiles e injustas medidas de austeridad constituye un pueblo, un nombre de límites imprecisos que se establecen sólo por oposición a las élites, que debe recuperar la democracia y la soberanía. Hay también una conciencia de que está por construirse el instrumento político de ese pueblo -o pueblos, pues la realidad plurinacional complejiza las articulaciones-, el nuevo lenguaje político y los nuevos liderazgos que conviertan el hartazgo en proyecto de poder político para el cambio en favor de los de abajo.
RAIMUNDO VIEJO VIÑAS – http://raimundoviejovinhas.blogspot.com
El gobierno del PP aún no ha cumplido un año y ya resulta evidente que su proyecto no es otro que el de convertir el país en una colonia turística. La lumpenoligarquía española lo tiene claro: nada de veleidades desarrollistas que nos devuelvan a la vía muerta de la economía industrial (en rigor, la vía asesinada por la reconversión del PSOE); nada de cambio de modelo productivo que nos sitúe en la denominada «sociedad de la información»; nada de nada que no sea precariedad y empobrecimiento para el 99% y rapiña para el 1%. En esto, la lumpenoligarquía española comparte, inequívocamente, un proyecto común de Europa con las elites de los antiguos Estados nacionales hoy integrados bajo un único mando. La farsa de la burbuja inmobiliaria alimentada durante los últimos años ha liquidado cualquier opción para reorientar el modelo productivo en las próximas décadas desde el régimen. La sobreexplotación del turismo no puede relanzar un nuevo ciclo de crecimiento.
Así las cosas, el panorama que se dibuja en el horizonte aboca a la disyuntiva entre resignación o ruptura radical sin dejar apenas alternativas intermedias. El mando es perfectamente consciente de ello, pero también de las implicaciones que tiene la máxima spinoziana expuesta en la Ética: «nadie ha determinado hasta ahora lo que puede el cuerpo«. El porvenir se presenta hoy, pues, como una prueba de resistencia en la que mientras el mando apretará todo lo posible, el cuerpo social deberá ingeniárselas para liberar recursos del control del mando y organizarse desde su propia autonomía. El movimiento relanzado el 15-M del año pasado debe profundizar este curso que comienza en una nueva etapa. La fase expresiva en las calles (el proceso destituyente) ha de ir cediendo paso a una segunda fase (la fase instituyente) que siente las bases para la instauración del régimen político del común. El 25-S debe servir para proyectarse más allá de la protesta en esta nueva etapa.
JUAN PEDRO GARCÍA DEL CAMPO
En España asistimos a una abierta ofensiva capitalista-patriarcal. Como en otros lugares. Sin embargo, hay ciertos matices diferenciales -singularidades derivadas de la peculiar historia española- que hacen que esa ofensiva adquiera una singularidad específica: una característica propia del capitalismo español.
En España, la ofensiva capitalista es dirigida por los sectores más tradicionales y menos dados a permitir los más elementales usos democráticos. También, los más dados a silenciar y reprimir las divergencias o la contestación. Se trata, además, de sectores fuertemente ideologizados que compatibilizan una apuesta neoliberal en lo económico y un rancio tradicionalismo tardo-católico en lo cultural. Estos sectores se han convertido en la opción hegemónica entre las «potencias del Orden» tras el fiasco de la gestión de la crisis realizada por el PSOE. Así, los distintos gobiernos del PP (tanto el gobierno central como los gobiernos autonómicos), aprovechando la «legitimidad» que les parece conferir la mayoría absoluta que lograron en las últimas elecciones, se ha lanzado a una política abiertamente ofensiva que combina los ataques más burdos que se han visto contra los derechos sociales, contra las organizaciones sindicales, han emprendido la tarea de acabar con los principales emblemas del también peculiar «estado del bienestar» español (educación, sanidad, dependencia, servicios sociales), han adoptado medidas abiertamente xenófobas y discriminatorias (exclusión de los migrantes no regularizados del sistema público de atención sanitaria) y, en la práctica, para justificar sus actuaciones, han lanzado una campaña de desprestigio (casi de «criminalización») de los funcionarios públicos, de los desempleados y de los sectores sociales más desprotegidos.
La ofensiva capitalista-patriarcal que triunfa en otros países europeos, en España, sin embargo, paradójicamente, parece conducir de manera inevitable a una crisis del sistema capaz de resquebrajar los consensos del régimen político del 78 (los que han regido durante el período post-franquista). A la vista de la inutilidad para la gestión (cuando no de la corrupción abierta) que los gobernantes no saben siquiera ocultar, a la vista del crecimiento constante del paro, a la vista del rigor con que el peso de la crisis recae en sectores cada vez más amplios de la población mientras no dejan de producirse «ayudas» (más bien regalos) a la banca y a los grandes capitales…, los resortes del poder han quedado «a la vista». El supuesto «buen gobierno» se evidencia como poder. El «Estado de Derecho» se evidencia como garantía de dominio. La ficción de la «representación» se evidencia como ficción.
Por otra parte, en el último año y medio (más claramente desde el 15 de mayo de 2011, en que floreció el movimiento de indignación conocido como 15-M), tras varias décadas de derrotas acumuladas sin que los militantes y activistas del anticapitalismo lograran encontrar las formas de organización y lucha que sustituyeran a las (ya) inútiles instituciones en las que el obrero fordista articuló su resistencia al mando, finalmente ha fraguado una nueva forma de repolitización de la vida (y de revitalización de la política) en centenares de asambleas populares constituidas en las plazas de los barrios y pueblos de todo el Estado.
Una nueva articulación de las potencias del contrapoder (que es también -o quiere serlo- una nueva articulación de las relaciones sociales) se ha reencontrado con la alegría de la creación de espacios liberados del mando: en la discusión horizontal, en la búsqueda del «consenso» frente al orden, en la construcción de la (de una) alternativa.
España es hoy, ciertamente, uno de los espacios de fricción de las estrategias de organización sistémica del capital. Pero es también en uno de los espacios en los que la resistencia al mando se articula más claramente: de manera novedosa.
El resto falta.
GEMMA UBASART – @gemmaubasart
La medicina que está probando en la actualidad la periferia de Europa no es muy distinta de aquella que se aplicó a América Latina durante la larga noche neoliberal de los años ochenta y noventa. Achicamiento del Estado y aumento de la deuda pública (eterna y externa), y no precisamente por inversión social sino por aquella que iba al capital. Destrucción de las pocas políticas welfaristas que habían podido consolidarse. Resignación, no-future y desesperanza. Pérdida de soberanía real de la mayor parte de países de la región y sometimiento a los intereses del mercado, es decir, a las élites económicas nacionales e internacionales, a partir de las recetas impuestas por, entre otros, el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y la Organización Mundial del Comercio. Pero la historia está por escribir, y con el cambio de milenio, con la constitución de gobiernos transformadores en muchos países de América Latina se abrió una nueva ventana de oportunidad para soñar futuro, para atreverse a construir dignidad. Modelos distintos, en contextos diversos. Pero compartiendo una mirada emancipadora – siendo esta semilla de los procesos de integración y cooperación regional en marcha.
Las hipótesis centrales de lo que está sucediendo/padeciendo Grecia, Italia, Portugal, Irlanda y el Estado español son compartidas por amplios espacios académicos, políticos y sociales: anticapitalistas, socialdemócratas y liberales radicales (aunque tengo mis dudas si a día de hoy existen unas fronteras claras entre ellos). Mientras que en los años ochenta y noventa fueron los países del centro los que externalizaban costes en la periferia del mundo, ahora son los países del centro de occidente los que externalizan en la periferia de Europa. Artículos y libros producidos en distintos países y por diversos sujetos políticos coinciden en el tratamiento principal; con los matices necesarios, pero no encontraríamos grandes variaciones en profundidad. Eso sí, en la propuesta de soluciones, o como mínimo en las iniciativas de gestión de la situación, es dónde radican las principales disputas. Aunque a decir verdad, tendríamos que hablar de insinuaciones de alternativas, porque a excepción de unos pocos proyectos sólidos, aún no hemos sido capaces de trascender más allá de planteamientos dispersos y sin materialización.
Aunque según mi opinión, la cuestión nuclear para dar la vuelta a la situación y ser capaces de construir un nuevo escenario que permita pensar futuro, que posibilite en un cambio emancipatorio, no radica tanto en la discusión del mundo que queremos, la sociedad con la que soñamos; o en otras palabras, en el debate ideológico. El gran problema que tenemos sobre la mesa es de carácter organizativo y de acción política. Espacios amplios y plurales tienen claro lo que no se quiere. Nos unen unos valores de un mundo por el que luchar. Y la excepcionalidad actual nos obliga actuar antes de que sea demasiado tarde. Sabemos que las políticas neoliberales de la austeridad han concentrado derechos y libertades en una minoría, negándola a la mayoría. Y frente a esto es necesario confluir y estructurar poder. Con este acerbo común ya es suficiente. Antes de que sea demasiado tarde.
PATRICIA RIVERO – http://lacavernasociologica.com
Si analizamos los datos que muestran cuantas personas migradas hay residiendo hoy en España en comparación a otros años, efectivamente vemos que las proporciones han variado, yendo a la baja las personas de origen latinoamericano. Las explicaciones que más se suelen dar en relación a las causas de este comportamiento de los flujos migratorios son, casi en su totalidad, relacionadas con la gran crisis económica que azota a España. Pero limitarse a afirmar que la migración se debe a la crisis es un argumento cuando menos incompleto, sino falaz. La realidad está muy por encima de la correspondencia entre estas dos variables.
Resulta una falacia asegurar que el retorno de los migrantes es exclusivamente a causa de la crisis española. Puede que sea un mecanismo explicativo más, pero no lo explica todo, a todas luces debe haber más causas. Una de ellas es que muchos latinoamericanos hayamos decidido volver a nuestros países de origen porque estamos contentos y orgullosos de la tierra que hemos ido construyendo estos últimos años. América Latina hoy es una región unida y fuerte (pese a los dolores de cabeza que aún nos dan algunos gobiernos vendepatrias). Nos encontramos residiendo en el país de destino, pero como nunca con nuestro corazón en nuestra tierra. Y es que está claro: nuestra gente está mejor, tenemos países más democráticos, con menos brecha y más justicia social. Nuestra gente es testigo de un proceso de cambio que da aún más esperanzas de progreso, y no estamos tan seguros de querer dejar de ser parte de ello.
Los latinoamericanos que vivimos en el exterior venimos siendo desde hace unos años testigos transnacionales de grandes progresos políticos, económicos y sociales en nuestra región. Una de las virtudes de estas diásporas ha sido la de huir de la contemplación del fenómeno; hemos querido ser parte de ello desde el exterior no sólo con el voto, sino que nos hemos convertido en una especie de «agentes antirrumores». Se han formado en las sociedades receptoras pequeñas estructuras políticas, pequeñas células que se han encargado espontáneamente de contar nuestros cambios, los defectos y virtudes de nuestros gobiernos, explicar nuestras luchas, etc. Con todo esto, muchos españoles empezaron a comprender que aquellos dirigentes que nos decían que eran «malos», en realidad no eran tan malos, y que muchos de los mecanismos mediante los cuales se dio esta crisis en España tenían algo que ver con ese pasado doloroso que América Latina vivió a causa del neoliberalismo.
Volver no es tarea fácil, nos volvemos a nuestra tierra compungidos, porque esta también es nuestra tierra, nuestros hijos son españoles, nos hemos enamorado de españoles, nuestros amigos son españoles… ¡Cómo hacemos ahora para irnos con tantos afectos aquí! ¡Nos quedaríamos con crisis y todo! Pero nos vamos, nos vamos porque sentimos que nuestro deber es irnos, porque hace rato dejamos de ser migrantes económicos y pasamos a convertirnos en migrantes más complejos. Nos vamos porque queremos ser parte de ese proceso de cambio que América Latina vive, queremos ser testigos directos de los cambios que aún van a suceder. Allá vamos.
ÁNGEL LUÍS LARA
«La mezcla severa de recortes en el sector público, congelación salarial y subida de impuestos que el señor Rajoy anunció la semana pasada va a empeorar la situación política y económica de España«. Lo dijo The New York Times en su editorial del 1 de octubre de 2012. Milton Friedman no pudo leer el periódico aquel día: había muerto seis años antes. Una auténtica lástima. El bueno de Milton vivió obsesionado con lo que los economistas denominan «incentivos perversos»: políticas de supuesto estímulo que generan el efecto contrario al deseado. Desde su despacho de la Universidad de Chicago, Friedman pasó décadas sembrando la idea de que las políticas de bienestar social y de reparto de la riqueza eran profundamente perversas. Su doctrina terminó por imponerse a partir de los años ochenta. Años antes había servido para justificar dictaduras sangrientas en el cono sur latinoamericano. Como se deduce del editorial de The New York Times, España constituye hoy el analizador perfecto de la abismal distancia existente entre la realidad y los postulados de Friedman. Milton no fue más que un ideólogo. Pese a que Baudrillard y Eco acertaron al situar en Estados Unidos el origen de la hiperrealidad, erraron en la localización de su epicentro: no se encontraba en Las Vegas o Disney World, sino que estaba en la Universidad de Chicago. Por hiperrealidad se entiende «una falsedad auténtica» (Eco) o «la simulación de algo que en realidad nunca existió» (Baudrillard). El neoliberalismo ha resultado ser la mayor máquina de producción de hiperrealidad que jamás se haya inventado. Lejos de corregir las fallas del sistema, ha desatado la que va camino de convertirse en la crisis más profunda de su historia. Friedman no sólo fue un ideólogo, también ha sido el mayor de los incentivos perversos. Las políticas neoliberales de austeridad impuestas en España y en el conjunto de Europa no hacen más que ahondar dramáticamente en la perversidad: producen lo contrario de lo que supuestamente persiguen. Lo verdaderamente alucinante es que las élites españolas y europeas están imponiendo como medicina exactamente las mismas políticas que han generado la enfermedad. «El monstruo en su laberinto y el tonto en su lío«, que decía José Bergamín. Esta vez el Minotauro se ha construido su propio laberinto. El problema es que todos estamos dentro y Teseo no va a venir a salvarnos. Sólo de las plazas puede nacer la salida. «No queremos cambiar el mundo, basta con hacerlo de nuevo«, decían los zapatistas hace unos años. En España, la gente de a pie ha comenzado a sintetizar la frase en dos palabras: proceso constituyente. No una refundación de lo pasado, sino un movimiento hacia el ser por venir. La necesidad de algo nuevo. El deseo de otra cosa. Todo lo demás es hiperrealidad y laberinto.
JORGE LAGO
Desde el 2007, el mundo asiste a una crisis con precedentes pero de alcance inédito, que ha mostrado la imposibilidad de seguir negando el conflicto propio de toda formación social capitalista a través de lo que hoy se desvela como ficciones: manos invisibles que armonizan los intereses individuales, Estados que poco a poco conquistarán el reino de la igualdad y el bienestar, sistemas democráticos representativos y locales que pueden gobernar mercados jerárquicos y globales…
Estas ficciones se han encontrado, en España, con otro conflicto negado, ocultado o desplazado: la negación, en pos del consenso y la paz social, de un pasado y un conflicto social que se tradujo en la ausencia de un proceso constituyente y una representación democrática al uso; la subordinación de la cultura al poder; la inexistencia de medios de comunicación libres; la sustitución de toda política económica por una burbuja inmobiliaria y crediticia…
Dos negaciones que llevan años alimentándose mutuamente: cuanta más agua hacía la ficción de la transición más crecimiento económico se demandaba para desplazar sus contradicciones, lo que no hacía sino hinchar más el crédito, la construcción y la burbuja; cuanto más difícil se volvía crecer y acumular riqueza en Occidente, más se le pedía a la ficción de la política española para mantener un consenso forzado (más control de los medios de comunicación, más simulacro de democracia y menos política), por ejemplo.
Cuanto más se retroalimentaban estas dos negaciones más se afirmaba la necesidad de la política: proceso constituyente, nuevos y libres modos de comunicación, renovadas formas de acción cultural al margen del poder, búsqueda de nuevas estructuras de crecimiento -o decrecimiento- económico… Una afirmación política de la que el 15-M es solo una muestra y que quizá debería pensar en un frente popular que aglutine a todos aquellos que ya no creen en los cuentos propios y que ven desvanecerse las ficciones políticas compartidas.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de los autores mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.